Comentario a Jn 2,1-11, predicado en Hipona, en 407, ¿sábado 23 de febrero?
Introducción: finalidad de los milagros
1. El Señor Dios nuestro me asista y conceda cumplir lo que prometí. Ayer, si recuerda Vuestra Santidad, no pude concluir mi sermón por falta de tiempo, dejando para hoy, con la ayuda de Dios, la explicación ya comenzada de los misterios puestos místicamente en este episodio de la lectura evangélica. Por tanto, no es preciso detenerse más en hacer valer el milagro de Dios, pues es Dios en persona quien a lo ancho de toda la creación hace milagros cotidianos que para los hombres se han depreciado no por su facilidad, sino por su frecuencia. En cambio, los hechos insólitos que ha realizado el mismo Señor, esto es, la Palabra encarnada por nosotros, produjeron a los hombres estupor mayor, no porque eran mayores de lo que son los que hace a diario en la creación, sino porque esos que suceden a diario se realizan como por su curso normal; en cambio, los otros parecen presentados a los ojos de los hombres por la eficacia de un poder presente, por así calificarlo. Como recordáis, dije: resucitó un único muerto, los hombres se quedaron estupefactos, aunque nadie se extraña de que a diario nazcan quienes no existían. Así, ¿quién no se extraña del agua convertida en vino, aunque todos los años hace Dios esto en las vides? Pero, porque todo lo que hizo el Señor Jesús es capaz no sólo de excitar nuestros corazones mediante los milagros, sino también edificarlos en la doctrina de la fe, es preciso que escrutemos qué quiere decir todo aquello, esto es, qué significa. En efecto, como recordáis, diferí para hoy los significados de todo esto.
Jesús consagra el matrimonio
2. Porque el Señor vino invitado a la boda, aun dejado a un lado el significado místico, quiso confirmar que él hizo el matrimonio. En efecto, iba a haber quienes prohibirían casarse1, de los que habló el Apóstol, y dirían que el matrimonio es un mal y que lo hizo el demonio, aunque el mismo Señor, preguntado si es lícito al hombre despedir a su esposa por cualquier causa2, en el evangelio dice que no le es lícito, a no ser por motivo de fornicación. En esa respuesta, si recordáis, asevera esto: No separe el hombre lo que Dios ha unido3. Y quienes están bien formados en la fe católica saben que Dios es el autor del matrimonio y que, como la unión viene de Dios, así el divorcio viene del diablo. Pero en caso de fornicación es lícito despedir a la esposa, precisamente por haber sido ella, que no guardó la fidelidad conyugal al marido, la primera en no querer ser esposa. Las que prometen a Dios virginidad, aunque en la Iglesia ocupan un rango más ilustre de honor y santidad, no están sin boda, porque con toda la Iglesia tienen que ver también ellas con una boda: la boda en que el novio es Cristo. El Señor, pues, vino invitado a la boda, precisamente para consolidar la castidad conyugal y mostrar el misterio del matrimonio, porque el novio de aquella boda, al cual se dijo «Has reservado hasta ahora el vino bueno», representaba la persona del Señor, pues Cristo reservó hasta ahora el vino bueno, esto es, su Evangelio.
Sin Cristo, el Antiguo Testamento es agua
3. En la medida en que lo da aquel en cuyo nombre os hice la promesa, comencemos ya a desvelar los secretos mismos de los misterios. Profecía había en tiempos antiguos, y en ningún tiempo se interrumpió la dispensación de la profecía. Pero esa profecía, cuando en ella no se entendía a Cristo, era agua, pues de alguna forma el vino está latente en el agua. El Apóstol dice qué hemos de entender en esa agua: Hasta el día de hoy, afirma, mientras se lee a Moisés, está puesto sobre el corazón de ellos el mismo velo, que no se descorre, porque en Cristo desaparece. Mas cuando pases al Señor, afirma, será retirado el velo4. Llama velo a la cubierta de la profecía, puesta aquélla para que ésta no se entienda. Se quita el velo cuando pases hacia el Señor. Así, cuando pases hacia el Señor, se quita la ignorancia y lo que era agua se te vuelve vino. Lee todos los libros proféticos: sin entender a Cristo, ¿qué hallarás tan insípido y soso? Entiende allí a Cristo: no sólo cobra sabor lo que lees, sino que incluso embriaga, pues desplaza del cuerpo a la mente, de forma que, mientras olvidas lo pasado, te extiendes a lo que está delante5.
Todas las profecías hablan de Cristo
4. La profecía, pues, desde tiempos antiguos, desde que corre hacia adelante la sucesión de quienes nacen en el género humano, no ha callado sobre Cristo; pero allí había un secreto, pues ella era aún agua. ¿Cómo probamos que en todos los tiempos anteriores, hasta la era en que vino Cristo, no faltó profecía sobre él? Porque lo dice el Señor en persona. En efecto, cuando resucitó de entre los muertos, encontró que los discípulos dudaban de él, a quien habían seguido. Efectivamente, lo vieron muerto, no esperaron que iba a resucitar y se derrumbó toda su esperanza. ¿Por qué el bandido loado mereció estar en el paraíso aquel día mismo? Porque fijo en la cruz confesó a Cristo6, mientras los discípulos dudaron de él. Los halló, pues, vacilantes e inculpándose en cierto modo por haber esperado la redención gracias a él. Sin embargo, porque sabían que era inocente, se lamentaban de que lo hubiesen matado sin culpa. Tras la resurrección, también ellos dijeron esto, cuando en el camino halló tristes a algunos de ellos: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, y no te has enterado de lo ocurrido en ella estos días? Él, por su parte, les dijo: ¿Qué? Ellos, por su parte, dijeron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en hechos y dichos, en presencia de Dios y de todo el pueblo: cómo nuestros sacerdotes y jefes lo entregaron a condena de muerte y lo fijaron a una cruz. Nosotros, por nuestra parte, esperábamos que él era quien iba a redimir a Israel; mas ahora se cumple hoy el día tercero desde que esto sucedió. Estas y otras cosas dijo uno de los dos que encontró en el camino, mientras iban a una aldea próxima. Entonces les contestó así: ¡Oh insensatos y torpes de corazón para creer en todo lo que han hablado los profetas! ¿No era preciso que el Mesías padeciera todo esto y entrase en su claridad? Y comenzando por Moisés y todos los profetas, estuvo interpretándoles lo que en todas las Escrituras había acerca de él7. También en otro pasaje, cuando, para que creyesen que había resucitado corporalmente, quiso que le palpasen las manos de los discípulos, afirma: Éstas son las palabras que os he hablado cuando aún estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que de mí está escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras y les dijo que así está escrito que el Mesías padecerá y de entre los muertos resucitará al tercer día y en su nombre se predicará a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, enmienda y perdón de los pecados8.
El vino de la presencia de Cristo
5. Entendidas estas cosas tomadas del evangelio, que realmente son claras, quedarán patentes todos los misterios que en este milagro del Señor están latentes. Mirad qué asevera: que era preciso que se cumpliera en Cristo lo que está escrito de él. ¿Dónde está escrito? En la Ley, afirma, y en los Profetas y Salmos. No omitió nada de las Escrituras Antiguas. Ésa era agua; y el Señor los llama insensatos, precisamente porque aún les sabía a agua, no a vino. Ahora bien, ¿cómo del agua hizo vino? Cuando les abrió la inteligencia y, a lo largo de todos los profetas, comenzando por Moisés, les expuso las Escrituras. Por eso, embriagados ya, decían: «¿En el camino, no estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?»9, pues entendieron a Cristo en estos libros en que no le habían conocido. Nuestro Señor Jesucristo cambió, pues, el agua en vino, y tiene sabor lo que no tenía, embriaga lo que no embriagaba.
Por cierto, si hubiese ordenado que derramasen de allí el agua, y así él echaría vino desde los ocultos senos de la creación, de donde hizo también el pan cuando sació a tantos millares10 —pues los cinco panes no tenían la saciedad de cinco millares de hombres ni siquiera doce canastas llenas, sino que la omnipotencia del Señor era cual fuente de pan; así podría también, derramada el agua, echar vino—; si hubiese hecho esto, parecería reprobar las Escrituras viejas. En cambio, cuando convierte en vino el agua misma, nos muestra que también la Escritura vieja procede de él, porque por orden suya fueron llenadas las hidrias11. Del Señor, sí, procede también esa Escritura; pero no sabe a nada si allí no se entiende a Cristo.
Las seis hidrias y las seis edades del mundo
6. Ahora bien, atended a lo que él dice: Lo que de mí está escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos. Sabemos, por otra parte, que la Ley, a partir de qué tiempos narra, desde el comienzo del mundo: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra12. Desde ahí hasta este tiempo en que ahora vivimos hay seis eras, como frecuentemente habéis oído y conocéis. Efectivamente, la primera era se computa de Adán hasta Noé; la segunda, de Noé hasta Abrahán, y, como el evangelista Mateo sigue y distingue por orden, la tercera, de Abrahán hasta David; la cuarta, de David hasta la deportación a Babilonia; la quinta, de la deportación a Babilonia hasta Juan Bautista13; la sexta, desde ahí hasta el fin del mundo.
Precisamente porque en esta edad sexta se manifiesta mediante el Evangelio la reforma de nuestra mente según la imagen de ese que nos ha creado14, hizo Dios al hombre a su imagen15 el día sexto, y, para que saboreemos a Cristo, manifestado ya en la Ley y los Profetas, el agua es convertida en vino. Por eso estaban allí seis hidrias16 que mandó llenar de agua. Esas seis hidrias significan, pues, las seis eras en que no faltó la profecía. Esos seis tiempos, pues, distribuidos, por así decirlo, y divididos en partes, serían como recipientes vacíos, si no los hubiese llenado Cristo. ¿Qué he dicho? ¿Tiempos que correrían sin contenido, si en ellos no se predicaba al Señor Jesús? Se han cumplido las profecías, llenas están las hidrias; pero, para que el agua sea convertida en vino, en esa profecía entera ha de entenderse a Cristo.
El misterio de la Trinidad
7. ¿Qué significa, pues, «Cogían dos o tres metretas»? Esta locución hace valer para nosotros, sobre todo, un misterio, pues denomina metretas a ciertas medidas, como si dijera cubos, ánforas o algo parecido. «Metreta» es nombre de medida, y del vocablo «medida» recibe nombre esta medida, pues los griegos denominan Μέτρον a la medida; de ahí se ha dado nombre a las metretas. Cogían, pues, dos o tres metretas. ¿Qué diremos, hermanos? Si dijera sólo tres, nuestro ánimo no correría sino al misterio de la Trinidad. Pero quizá, ni siquiera así debemos en seguida descartar de ahí este sentido, porque ha hablado de dos o tres; en efecto, nombrados el Padre y el Hijo, ha de entenderse consiguientemente también el Espíritu Santo, pues el Espíritu Santo es no sólo del Padre ni Espíritu sólo del Hijo, sino Espíritu del Padre y del Hijo. En efecto, está escrito: Si alguien amase el mundo, no está en él el Espíritu del Padre17. Asimismo está escrito: Ahora bien, cualquiera que no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es suyo18. Pues bien, idéntico es el Espíritu del Padre y del Hijo. Así pues, nombrados el Padre y el Hijo, se entiende también el Espíritu Santo, porque es el Espíritu del Padre y del Hijo. Ahora bien, cuando se nombra al Padre y al Hijo, se nombran, digamos, dos metretas; cuando, en cambio, se entiende ahí al Espíritu Santo, tres metretas. Por eso no se dice «unas, que cogían dos medidas; otras, tres», sino que esas seis hidrias cogían dos o tres metretas. Como si dijera: Cuando digo dos, quiero que con éstas se entienda también al Espíritu del Padre y del Hijo; y cuando digo tres, enuncio de manera por entero manifiesta la misma Trinidad.
8. Así pues, es preciso que cualquiera que nombra al Padre y al Hijo entienda ahí la recíproca caridad, digamos, del Padre y del Hijo, cosa que es el Espíritu Santo. En efecto, quizá las Escrituras, examinadas —no digo esto de forma que hoy pueda enseñaros, o como si no pueda hallarse otra cosa—; pero, en todo caso, las Escrituras, escrutadas, quizá indican que el Espíritu Santo es caridad. Y no supongáis que la caridad es barata. Al contrario, ¿cómo es barata, cuando se llama caro a todo lo que se califica de no barato? Si, pues, lo que no es barato es caro, ¿qué hay más caro que la caridad misma? Ahora bien, el Apóstol encomia la caridad de forma que dice: Os muestro un camino muy descollante19. Si hablo en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo caridad, he venido a ser como sonante objeto de bronce o címbalo tintineante; y, si supiera todos los sacramentos y todo el saber, y tuviese profecía y toda la fe hasta el punto de trasladar yo montes, pero no tengo caridad, nada soy; y si distribuyera todo lo mío a los pobres y entregase mi cuerpo para arder yo, pero no tengo caridad, de nada me aprovecha20. ¿Cuán valiosa, pues, es la caridad, que, si falta, en vano se tiene lo demás; si está presente, se tiene directamente todo? Sin embargo, al loar copiosísima y abundantemente la caridad el apóstol Pablo, de ella ha dicho menos de lo que el apóstol Juan, de quien es este evangelio, afirma brevemente, pues no dudó decir: Dios es caridad21. También está escrito: Porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado22.
¿Quién, pues, nombrará al Padre y al Hijo, y no entenderá ahí la caridad del Padre y del Hijo? Cuando empiece a tenerla, tendrá al Espíritu Santo; si no la tuviere, estará sin el Espíritu Santo. Y como tu cuerpo, si estuviere sin espíritu, lo cual es tu alma, está muerto, así tu alma, si estuviere sin el Espíritu Santo, esto es, sin la caridad, será reputada por muerta. Las hidrias, pues, cogían dos metretas, porque en la profecía de todos los tiempos se predica al Padre y al Hijo; pero ahí está también el Espíritu Santo y por eso se ha añadido: O tres. Yo y el Padre, dice, somos una única cosa; pero ni hablar de que falta el Espíritu Santo, cuando oímos: Yo y el Padre somos una única cosa23. Sin embargo, porque ha nombrado al Padre y al Hijo, cojan las hidrias dos metretas; pero oye: O tres. Id, bautizad a las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo24. Así pues, cuando se dice «dos», no se expresa la Trinidad, pero se entiende; en cambio, cuando se dice «o tres», también se expresa.
La salvación alcanza a todos los pueblos
9. Pero tampoco ha de dejarse pasar otra interpretación, y la diré. Cada uno elija lo que le plazca. Yo no sustraigo lo que se me sugiere, pues es la mesa del Señor y es preciso que el servidor no defraude a los convidados, sobre todo, tan hambrientos que se ve vuestra avidez. La profecía que desde tiempos antiguos se dispensa, se refiere a la salvación de todas las gentes. Al solo pueblo de Israel fue ciertamente enviado Moisés, por medio de él fue dada la Ley a este solo pueblo25; los profetas mismos procedieron también de ese pueblo y la distribución misma de los tiempos fue diversificada según este mismo pueblo; por ende se dice también de las hidrias: Según la purificación de los judíos26. Pero en todo caso está claro que aquella profecía se anunciaba también a las demás naciones, puesto que Cristo estaba oculto en aquello en que se bendice a todas las naciones, como se prometió a Abrahán, al decir el Señor: En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones27. Ahora bien, aún no se entendía, porque el agua aún no había sido convertida en vino. A todas las naciones, pues, se dispensaba la profecía. Para que esto aparezca de modo por entero agradable, sobre cada era, como cual sobre cada hidria, recordaré algo, según el tiempo que queda.
El primer Adán, imagen de Cristo
10. En el inicio mismo, Adán y Eva eran padres de todas las naciones, no sólo de los judíos; y todo lo que en Adán estaba figurado sobre Cristo, se refería absolutamente a todas las naciones, que en Cristo tienen salvación. Del agua de la hidria primera ¿qué diré principalmente, sino lo que de Adán y Eva afirma el Apóstol? Nadie, en efecto, me dirá que he entendido mal, cuando profiero la interpretación no mía, sino del Apóstol. ¡Qué gran misterio, pues, contiene sobre Cristo aquella unidad que el Apóstol recuerda, al decir: Y existirán los dos en una única carne; este sacramento es grande! Y, para que nadie entendiese que esta grandeza del sacramento se dice respecto a cada uno de cualesquiera hombres que tienen esposas, afirma: Ahora bien, yo hablo respecto a Cristo y a la Iglesia28. ¿Cuál es este sacramento grande: existirán los dos en una única carne? Ese pasaje desde el que, cuando la Escritura del Génesis hablaba de Adán y Eva, se llegó a estas palabras: Por eso el hombre dejará al padre y a la madre y se adherirá a su esposa y existirán los dos en una única carne29.
Si, pues, Cristo se adhirió a la Iglesia de forma que los dos existen en una única carne, ¿cómo abandonó al Padre? ¿cómo a la madre? Abandonó al Padre porque, aunque existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios, sino que se vació a sí mismo, al tomar forma de esclavo30. Efectivamente, «dejó al Padre» significa no que lo abandonó y se separó del Padre, sino que se manifestó a los hombres no en la forma en que es igual al Padre. ¿Cómo dejó a la madre? Dejando la sinagoga de los judíos, de la que nació según la carne31, y uniéndose a la Iglesia que ha congregado de todas las naciones. La primera hidria tenía, pues, una profecía sobre Cristo; pero, cuando no se predicaba entre los pueblos lo que estoy diciendo, era aún agua, aún no había sido mudada en vino. Y, porque el Señor nos ha iluminado mediante el Apóstol para mostrarnos qué hemos de buscar en esa única frase —Existirán los dos en una única carne; sacramento grande respecto a Cristo y a la Iglesia—, ya nos es lícito buscar por doquier a Cristo y beber vino de todas las hidrias.
Duerme Adán, para que Eva sea hecha; muere Cristo para que sea hecha la Iglesia. Del costado es hecha Eva para Adán durmiente32: una lanza perfora el costado a Cristo muerto33, para que desciendan los sacramentos con que será formada la Iglesia. ¿Para quién no es evidente que en los hechos de entonces están figurados los futuros, toda vez que el Apóstol dice que Adán en persona es forma del futuro? El cual, afirma, es forma del futuro34. Todo estaba prefigurado místicamente. Dios, en efecto, podía sacar a Adán despierto una costilla y formar la mujer. ¿O acaso era preciso que él durmiese, precisamente para que no doliese el costado cuando fue sacada la costilla? ¿Quién hay que duerma de forma que sin despertarse le sean arrancados los huesos? ¿O, porque Dios la arrancaba, el hombre no sentía? Quien, pues, pudo arrancarla a Adán durmiente, podía también arrancarla sin dolor a Adán despierto. Pero, sin duda, era llenada la primera hidria; acerca de este tiempo futuro se dispensaba una profecía de aquel tiempo.
Noé, Abrahán y David
11. Cristo está figurado también en Noé, y en aquella arca, el orbe de las tierras; pues ¿por qué fueron encerrados en el arca todos los animales35 sino para significar a todas las naciones? De hecho, no faltaba a Dios cómo crear de nuevo toda especie de animales, ya que, cuando no existía ninguno, ¿acaso no dijo «Produzca la tierra»36, y la tierra produjo? De donde, pues, los hizo entonces, de ahí volvería a hacerlos; con la palabra los hizo, con la palabra los reharía. Pero hacía valer un misterio y llenaba la segunda hidria de la dispensación profética, para que mediante el leño fuese liberada la figura del orbe de las tierras, porque en un leño había de ser clavada la vida del orbe de las tierras.
12. Respecto a la tercera hidria, ya se dijo a Abrahán en persona lo que ya he recordado: En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones37. ¿Y quién no verá de quién tenía figura su único38, que para sí llevaba a espaldas la leña para el sacrificio, al que él era conducido para ser inmolado? En efecto, el Señor llevó a espaldas su cruz, como dice el evangelio39. Baste haber recordado esto sobre la tercera hidria.
13. Por otra parte, ¿por qué diré de David que su profecía se refería a todas las naciones, si acabamos de oír el salmo y es difícil que se diga un salmo donde ella no suene? Pero ciertamente, como he dicho, acabamos de cantar: Levántate, Dios, juzga la tierra, porque tú heredarás en todas las naciones40. Y por eso los donatistas, pues no quieren estar en armonía con la voz de quien era el amigo del Novio41 y dijo: «Éste es quien bautiza»42, son cual expulsados de una boda, como el hombre que no tenía traje nupcial: fue invitado y vino, pero fue expulsado del número de llamados, porque no tenía traje nupcial adecuado a la gloria del Novio, ya que quien busca su gloria, no la de Cristo, no tiene traje nupcial. No sin razón, a quien no tenía traje nupcial43 se le echó en cara a modo de increpación lo que no era: Amigo, ¿por qué has venido aquí?44 Y, como él enmudeció45, así también éstos, pues ¿qué aprovecha el estrépito de la boca, mudo el corazón? Ciertamente saben dentro, en sí mismos, que no tienen qué decir. Dentro han enmudecido, fuera alborotan. Quieran o no, oyen que también entre ellos se canta: «Levántate, Dios, juzga la tierra, tú heredarás en todas las naciones»; mas, por no estar en comunión con todas las naciones, ¿que otra cosa conocen sino que ellos están desheredados?
El nombre de Adán y su significado
14. Lo que, pues, decía yo, hermanos, que a todas las naciones se refiere la profecía —de hecho, quiero mostrar otro sentido en eso que está dicho: «Las cuales cogían dos o tres metretas»; insisto: a todas las naciones se refiere la profecía—, acabo de recordaros que se muestra en Adán, el cual es forma del futuro46. Ahora bien, ¿quién no sabe que de él se han originado todas las naciones, y que las cuatro letras de su nombre muestran mediante denominaciones griegas las cuatro partes del orbe de las tierras? En efecto, si en griego se dijera oriente, occidente, norte y sur, como en casi todos los lugares los recuerda la Santa Escritura, en las iniciales de esas palabras hallas ADAM, pues las cuatro parte del mundo mencionadas se dicen en griego ἀνατολή, δύσις, ἅρκτος, μεσημβρία. Si escribes estos cuatro nombres cual cuatro versos uno debajo de otro, en sus iniciales se lee ADAM. En atención al arca en que estaban todos los animales, que significaban a todas las naciones, esto estuvo figurado en Noé; esto, en Abrahán, a quien se dijo con toda claridad: «En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones»; esto, en David, de cuyos salmos, por no citar otros, acabamos de cantar: Levántate, Dios, juzga la tierra, porque heredarás en todas las naciones. En efecto, ¿a qué Dios se dice: «Levántate», sino al que se durmió?47 Levántate, Dios, juzga la tierra. Como si se dijera: Dormiste, juzgado por la tierra; levántate para que juzgues la tierra. ¿Y a dónde se extiende esa profecía? Porque heredarás en todas las naciones.
Daniel y su profecía
15. Por otra parte, en la era quinta, cual en la quinta hidria, Daniel vio que del monte era cortada sin manos una piedra, que hizo pedazos todos los reinos de las tierras, que esa piedra creció, se hizo un monte grande hasta llenar toda la haz de la tierra48. ¿Qué más claro, hermanos míos? La piedra es cortada del monte; ella es la piedra que desecharon los constructores y fue convertida en piedra angular49. ¿De qué monte es cortada sino del reino de los judíos, de donde nuestro Señor Jesucristo nació según la carne?50 Y es cortada sin manos, sin obra humana, porque sin abrazo marital nació de la Virgen. El monte de donde fue cortada no había llenado toda la faz de la tierra, pues el reino judío no había tenido en su poder a todas las naciones. En cambio, vemos que el reino de Cristo ocupa todo el orbe de las tierras.
Juan Bautista, el último profeta
16. Por otra parte, a la era sexta pertenece Juan Bautista, mayor que el cual nadie ha surgido entre los nacidos de mujeres51, del cual está dicho: Mayor que un profeta. ¿Cómo muestra él también que Cristo ha sido enviado a todas las naciones? Cuando los judíos vinieron a él a ser bautizados52 y, para que no se ensoberbecieran del nombre de Abrahán, decía: «Generación de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera? Dad, pues, fruto digno de la enmienda»53, esto es, sed humildes, pues hablaba a orgullosos. Ahora bien, ¿de qué estaban orgullosos? De la estirpe de la carne, no del fruto de la imitación del padre Abrahán. ¿Qué les dice? No digáis: «Por padre tenemos a Abrahán», pues Dios es potente para de estas piedras suscitar hijos a Abrahán54. Llama piedras a todos los gentiles, no por su solidez, como se lo llamaron a la piedra que desecharon los constructores55, sino por su estupidez y necedad inflexible, porque se habían hecho similares a esos a los que adoraban, pues a ídolos insensatos adoraban los igualmente insensatos. ¿Por qué insensatos? Porque se dice en un salmo: Similares a ellos vengan a ser quienes los hacen y todos los que confían en ellos56. Por eso, cuando los hombres comiencen a adorar a Dios, ¿qué oyen? Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y envía lluvia sobre justos e injustos57.
Por tanto, si el hombre se hace similar a ese a quien adora, ¿qué significa: Dios es potente para de estas piedras suscitar hijos a Abrahán?58 Preguntémonos a nosotros mismos y veremos que eso ha sucedido. En efecto, nosotros venimos de los gentiles; ahora bien, no vendríamos de los gentiles si de las piedras no le hubiera Dios suscitado hijos a Abrahán. Hemos sido hechos hijos de Abrahán por imitar su fe, no por nacer mediante la carne. Efectivamente, como ellos fueron desheredados por degenerar, así nosotros hemos sido adoptados por imitar. A todas las naciones, pues, hermanos, se refería también la profecía de esta hidria sexta y, por eso, de todas está dicho: Las cuales cogían dos o tres metretas.
Conclusión: las profecías, dirigidas a todos los pueblos
17. Pero ¿cómo muestro que todas las naciones tienen que ver con las dos o tres metretas? De hecho, fue en cierto modo cosa del tasador, para hacer valer el misterio, contar como dos las que había contado como tres. ¿Cómo son dos las metretas? Circuncisión y prepucio59. La Escritura recuerda estos dos pueblos y no omite ninguna raza humana cuando dice: Circuncisión y prepucio. En estos dos nombres tienes a todas las naciones: son las dos metretas. Cristo fue hecho piedra angular, cuando estas dos paredes vinieron en sentido contrario a hacer la paz en él mismo60.
En esas mismas naciones todas mostraré también las tres metretas. Tres eran los hijos de Noé, mediante los que fue recomenzado el género humano61. Por ende afirma el Señor: El reino de los cielos es semejante a levadura que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentase62. ¿Quién es esta mujer sino la carne del Señor? ¿Qué es la levadura sino el Evangelio? ¿Cuáles son las tres medidas sino todas las naciones, en atención a los tres hijos de Noé?
Las seis hidrias, pues, que cogían dos o tres metretas son las seis eras de los tiempos, que cogían la profecía relativa a todas las naciones, significadas o en dos especies de hombres, judíos y griegos, como frecuentemente menciona el Apóstol63, o en tres, en atención a los tres hijos de Noé. Efectivamente, la profecía que llega hasta todas las naciones está figurada porque, en cuanto que llega, se la ha denominado metreta, como dice el Apóstol: «Hemos recibido la medida de llegar hasta vosotros»64. De hecho, mientras anuncia la buena noticia a las naciones dice esto: La medida de llegar hasta vosotros.