Comentario a Jn 2,1-4, predicado en Hipona, en 407, ¿viernes 22 de febrero?
Introducción: convivimos diariamente con el milagro
1. El milagro de nuestro Señor Jesucristo con que de agua hizo vino, ciertamente no es extraño para quienes saben que Dios lo hizo. En efecto, aquel día, en la boda, hizo el vino en las seis hidrias que preceptuó que se llenasen de agua1 ese mismo que cada año lo hace en las viñas. Efectivamente, como lo que los servidores echaron en las hidrias se convirtió en vino por obra del Señor, así lo que las nubes derraman se convierte en vino también por obra del mismo Señor. Ahora bien, de esto no nos admiramos, porque sucede cada año; por asiduidad ha perdido extrañeza. Por cierto, consigue consideración mayor que la que consigue lo que sucedió en las hidrias de agua. ¿Quién es, en efecto, el que considera las obras de Dios, con que rige y gobierna entero este mundo, y no se queda atónito y abrumado por los milagros? Si considera la fuerza de un solo grano de cualquier semilla, es cierta cosa grande; estremece a quien la considera. Pero, porque los hombres, atentos a otra cosa, han perdido la consideración de las obras de Dios mediante la que diariamente dieran alabanza al Creador, Dios se ha reservado, digamos, ciertos hechos insólitos, como para despertar mediante maravillas a los hombres dormidos, para que lo adoren. Resucitó un muerto, se admiraron los hombres. ¡Tantos nacen cada día y nadie se admira! Si reflexionamos muy sagazmente, existir quien no existía es milagro mayor que revivir quien existía. Sin embargo, idéntico Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo2, hace todo esto mediante su Palabra y lo rige quien lo ha creado. Los ha realizado. Mediante su Palabra, Dios junto a él, hizo los milagros primeros; mediante esa misma Palabra encarnada y hecha hombre por nosotros, hace los milagros posteriores. Como admiramos lo que fue hecho mediante el hombre Jesús, admiremos lo que fue hecho mediante el Dios Jesús. Mediante el Dios Jesús fueron hechos el cielo y la tierra, el mar, todo el equipo del cielo, la opulencia de la tierra, la fecundidad del mar; todo esto que está próximo a los ojos ha sido hecho mediante Jesús Dios. Lo vemos y, si en nosotros está su Espíritu, nos agrada de forma que el artífice sea alabado, no de modo que, girándonos hacia las obras, desviemos del artífice la atención y, volviendo en cierto modo la cara hacia lo que hizo, volvamos la espalda a quien lo hizo.
2. Vemos esto y está próximo a nuestros ojos. ¿Qué decir de lo que no vemos, como son los Ángeles, las Virtudes, las Potestades, las Dominaciones3 y todos los habitantes de este edificio supracelestial, no próximo a nuestros ojos, aunque a menudo también los ángeles, cuando convino, se aparecieron a los hombres? ¿Acaso Dios no ha hecho todo esto también mediante su Palabra, esto es, su único Hijo, Jesucristo nuestro Señor? ¿Qué decir del alma humana, que no se ve, mas mediante las obras que muestra en la carne causa admiración grande a quienes reflexionan bien? ¿Quién la hizo sino Dios? Y ¿mediante quién fue hecha sino mediante el Hijo de Dios? No hablo aún del alma humana. El alma de cualquier animal, ¡cómo rige a su cuerpo! Manifiesta todos los sentidos: ojos para ver, oídos para oír, nariz para percibir olores, el juicio de la boca para distinguir sabores; en fin, los miembros mismos para cumplir sus funciones. ¿Acaso realiza estas cosas el cuerpo y no el alma, esto es, la habitante del cuerpo? Sin embargo, no la ven los ojos y por lo que hace causa admiración. Tu consideración dedíquese ya al alma humana, a la que Dios ha otorgado inteligencia para conocer a su Creador, para discernir y distinguir entre el bien y el mal, esto es, entre lo justo y lo injusto; ¡cuántas cosas realiza mediante el cuerpo! Fijaos en el universo orbe de las tierras que en la sociedad humana misma está ordenado, ¡con qué gestiones, con qué jerarquías de poderes, acuerdos entre las ciudades, leyes, costumbres, artes! Mediante el alma se gestiona todo esto, mas esta fuerza del alma no se ve. Cuando se ausenta del cuerpo, yace un cadáver; en cambio, cuando está presente al cuerpo, mitiga en cierto modo su putrefacción. De hecho, toda carne es corruptible, se desvanece en putrefacción, si no la sujeta cierto condimento del alma. Pero esto le es común con el alma del animal.
Es mucho más admirable lo que acabo de decir, lo relativo a la mente y al entendimiento, donde se renueva a imagen del Creador, a cuya imagen fue hecho el hombre4. ¿Qué será esta fuerza del alma cuando también este cuerpo se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad?5 Si tanto puede mediante la carne corruptible, ¿qué podrá mediante el cuerpo espiritual, tras la resurrección de los muertos? Sin embargo, esta alma, como he dicho, de naturaleza y sustancia admirables, es una realidad invisible e inteligible, y ésta ha sido empero hecha mediante Jesús Dios, porque él es la Palabra de Dios. Todo se ha hecho mediante ella, y sin ella nada se ha hecho.6
Entremos en el misterio: Jesús, el esposo
3. Viendo tantas cosas hechas mediante el Dios Jesús, ¿por qué nos extraña que mediante el hombre Jesús el agua haya sido convertida en vino? No se hizo hombre, en efecto, perdiendo el ser Dios; se le añadió el hombre, no se perdió Dios. Hizo esto el mismo que hizo todo aquello. Así pues, no nos extrañe que Dios lo hizo; más bien amemos que lo haya hecho en medio de nosotros y que por nuestra restauración lo haya hecho. Algo, en efecto, ha querido indicar también con los hechos mismos. Supongo que no sin causa vino a la boda. Exceptuado el milagro, en ese mismo hecho se esconde algún secreto y misterio. Aldabeemos para que abra y nos embriague del vino invisible, porque también nosotros éramos agua y nos ha transformado en vino, nos ha hecho sabios, pues saboreamos su fe quienes antes éramos ignorantes. Y quizá concierne a esa sabiduría misma entender qué se ha realizado en este milagro con honor de Dios, con alabanza de su majestad y con la caridad de su potentísima misericordia.
4. Invitado vino a la boda el Señor. ¿Qué tiene de extraño que a aquella casa venga a la boda el que a este mundo vino a una boda? En efecto, si no vino a una boda, no tiene aquí esposa. ¿Y qué significa lo que afirma el Apóstol: Os he adaptado a un único marido, para presentar a Cristo una virgen casta? ¿Qué significa que tema que mediante la astucia del diablo se corrompa la virginidad de la esposa de Cristo? Temo, asevera, que como la serpiente sedujo con su astucia a Eva, así sean también corrompidas vuestras mentes respecto a la sencillez y castidad que se refieren al Mesías7. Tiene, pues, aquí a la novia que redimió con su sangre y a la que dio en prenda el Espíritu Santo8. La ha arrancado de la esclavitud del diablo: murió por los delitos de ella, resucitó por su justificación9. ¿Quién ofrecería tanto a su novia? Ya pueden los hombres ofrecer títulos honoríficos terrenos, oro, plata, piedras preciosas, caballos, esclavos, propiedades, haciendas; ¿acaso alguien ofrecerá su sangre? De hecho, si diere a la novia su sangre, ya no podrá casarse con ella. En cambio, el Señor, al morir, seguro, dio su sangre por esa a la que al resucitar tendrá, a la que ya había unido consigo en el seno de la Virgen. En efecto, la Palabra es el novio, y la carne humana la novia. Ambas cosas es el único Hijo de Dios, Hijo del hombre también él mismo. De donde se hizo cabeza de la Iglesia, el seno de la Virgen María, tálamo de él, de ahí salió cual de su tálamo un novio, como predijo la Escritura: Y él, cual novio que sale de su tálamo, exultó como un héroe para recorrer su camino10. Del tálamo salió cual novio, e invitado vino a la boda.
¿Por qué “mujer” y no “madre”?
5. En razón de cierto misterio, parece no reconocer a la madre de donde salió como un novio, y decirle: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no llega mi hora11. ¿Qué significa esto? ¿Acaso vino a la boda para enseñar a despreciar a las madres? El novio a cuya boda había venido se casaba precisamente, sí, para procrear hijos, y deseaba, sí, que le honrasen. Aquél, pues, ¿había venido a la boda para deshonrar a la madre, aunque se celebran las bodas y los hombres se casan para tener hijos, a los que Dios ordena que honren a sus padres? Sin duda, hermanos, aquí se esconde algo. De hecho, es cosa tan importante, que algunos que quitan crédito al evangelio, y dicen que Jesús no nació de María Virgen, intentaron tomar de aquí una prueba de su error, para decir: «¿Cómo era madre de ese a quien dijo “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”»; como arriba he recordado, el Apóstol previene que los evitemos, diciendo: Temo, dice, que como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así se corrompan también vuestras mentes apartándose de la sencillez y la castidad que existen respecto al Mesías12. Hay que responderles, pues, y exponer por qué dijo esto el Señor, no vayan a creer, enloquecidos, haber hallado contra la sana fe algo con que se corrompa la castidad de la esposa virgen, esto es, con que se viole la fe de la Iglesia.
En efecto, hermanos, se corrompe de verdad la fe de quienes anteponen la mentira a la verdad. De hecho, esos que, negando que tomó carne, creen honrar a Cristo, no predican otra cosa sino que él es un embustero. Quienes, pues, en los hombres edifican la mentira, ¿qué desalojar de ellos sino la verdad? Les meten el diablo, expulsan a Cristo, meten al adúltero, expulsan al Novio; son padrinos, o mejor, alcahuetes de la serpiente, pues hablan para que la serpiente sea propietaria y se expulse a Cristo. ¿Cómo es propietaria la serpiente? Cuando es propietaria la mentira. Cuando es propietaria la falsedad, es propietaria la serpiente; cuando es propietaria la verdad, Cristo es propietario, pues él dijo: «Yo soy la verdad»13. Y de aquélla, en cambio: Y no se ha mantenido en la verdad, porque no hay verdad en ella14. Pero Cristo es la Verdad, de forma que entiendas que en Cristo es verdadero todo: verdadera Palabra, Dios igual al Padre, verdadera el alma, verdadera la carne, verdadero hombre, verdadero Dios, verdadero el nacimiento, verdadera la pasión, verdadera la muerte, verdadera la resurrección. Si dices que algo de esto es falso, entra la podredumbre, del veneno de la serpiente nacen los gusanos de las mentiras, y nada permanecerá íntegro.
6. ¿Qué significa, pues, pregunta, lo que afirma el Señor: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? En lo que sigue, quizá nos muestra el Señor por qué lo dijo; afirma: Aún no llega mi hora. Esto es lo que dice: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no llega mi hora. Y hay que investigar por qué está dicho esto. Primero, pues, resistamos a los herejes partiendo de esas palabras. ¿Qué dice la serpiente enervada, la silbadora venenosa, la antigua instigadora? ¿Qué dice? «Jesús tuvo a una mujer por madre». ¿Cómo lo pruebas? Responde: «Porque dijo: ¿Qué tengo yo contigo, mujer?». ¿Quién lo ha narrado, para que creamos que lo dijo? ¿Quién lo ha narrado? «Como todo el mundo sabe, Juan Evangelista». Pero Juan Evangelista mismo dijo: Y estaba allí la madre de Jesús. En verdad, ha narrado así: Al día siguiente tuvo lugar una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Ahora bien, había venido allí invitado a la boda con sus discípulos.15
Tenemos dos afirmaciones proferidas por el evangelista. Estaba allí la madre de Jesús, ha dicho el evangelista; el evangelista mismo ha dicho qué dijo Jesús a su madre. Y, porque primero dice: «Le comunica su madre», para que tengáis defendida contra la lengua de la serpiente la virginidad del corazón, ved, hermanos, cómo ha dicho que respondió Jesús a su madre. Ahí, en ese evangelio mismo, según narración del evangelista mismo, se dice: «Estaba allí la madre de Jesús», y «Su madre le dijo». ¿Quién ha narrado esto? Juan Evangelista. Y ¿qué responde Jesús a la madre? «¿Qué tengo yo contigo, mujer?». ¿Quién lo narra? Idéntico evangelista, Juan en persona. ¡Oh evangelista fidelísimo y veracísimo! Tú me narras que Jesús dijo: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?»; ¿por qué le has asignado una madre a la que no reconoce? Efectivamente, tú has dicho que allí estaba la madre de Jesús, y que le dijo su madre. ¿Por qué no dijiste, más bien: «Allí estaba María», y «María le dijo»? Una y otra cosa narras tú: «Su madre le dijo», y «Le responde Jesús: ¿Qué tengo yo contigo, mujer?». ¿Por qué esto, sino porque una y otra son verdad? Aquéllos, en cambio, quieren creer al evangelista en eso que narra que Jesús dijo a la madre: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?»; pero no quieren creer al evangelista lo que afirma: «Estaba allí la madre de Jesús», y «Le dijo su madre». Ahora bien, ¿quién es el que resiste a la serpiente y mantiene la verdad, la virginidad de cuyo corazón no corrompe la astucia del diablo? Quien cree que una y otra cosa son verdad: que la madre de Jesús estaba allí, y que Jesús respondió eso a la madre. Pero, si aún no entiende cómo dijo Jesús: «Qué tengo yo contigo, mujer?», crea, entre tanto, que lo dijo, y que lo dijo a la madre. Haya primero piedad en quien cree, y habrá fruto en quien entiende.
7. Os interrogo, oh cristianos fieles: ¿Estaba allí la madre de Jesús? Responded: Estaba. ¿Cómo lo sabéis? Responded: Lo dice el evangelio. ¿Qué respondió Jesús a la madre? Responded: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no llega mi hora. Y ¿cómo lo sabéis? Responded: Lo dice el evangelio. Nadie os corrompa esta fe, si queréis conservar para el Novio la virginidad casta. Si, en cambio, se os pregunta por qué respondió esto a la madre, hable quien entiende; quien, en cambio, aún no entiende, crea, sin embargo, firmísimamente que Jesús respondió esto y que empero respondió a la madre. Si orando aldabea y sin disputar se acerca a la puerta de la Verdad, con esta piedad merecerá también entender por qué respondió así. Mientras supone que él sabe o se sonroja de no saber por qué respondió así, cuide sólo de no verse forzado a creer que mintió el evangelista que afirma: «Estaba allí la madre de Jesús», o que Cristo mismo padeció por nuestros delitos con muerte falsa, que mostró cicatrices falsas por nuestra justificación, y que dijo una falsedad: Si permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os librará16. En efecto, si la madre es falsa, falsa la carne, falsa la muerte, falsas las heridas de la pasión, falsas las cicatrices de la resurrección, librará a cuantos crean en él no la verdad, sino la falsedad. Pero, más bien, la falsedad ceda a la verdad, y confúndanse todos los que, precisamente porque intentan demostrar que Cristo es falaz, quieren pasar por veraces y no quieren que, pues dicen que la Verdad ha mentido, se les diga: «No os creemos, porque mentís». Si empero les decimos: «¿Cómo sabéis que Cristo dijo: “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”», responden que ellos han creído al evangelio. ¿Por qué no creen al evangelio que dice «Estaba allí la madre de Jesús» y «Le dijo su madre»? O, si el evangelio miente en esto, cómo se le cree que Jesús dijera: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? ¿Por qué, más bien, esos desgraciados no creen fielmente también que el Señor respondió así no a una extraña, sino a la madre, e investigan piadosamente por qué respondió así? Mucha es, en efecto, la diferencia entre quien dice: «Quiero saber por qué Cristo respondió esto a la madre», y quien dice: «Sé que Cristo no respondió esto a la madre». Una cosa es querer entender lo que está oscuro, otra no querer creer lo que está claro. Quien dice: «Quiero saber por qué Cristo respondió así a la madre», quiere que se le aclare el evangelio al que ha creído; quien, en cambio, dice: «Sé que Cristo no respondió esto a la madre», acusa de falsedad a ese evangelio mismo según el cual ha creído que Cristo respondió así.
La hora de Jesús. Herejes y astrólogos
8. Si, pues, os place, hermanos, rechazados ellos y mientras yerran siempre en su ceguera si no son sanados humildemente, nosotros investiguemos ya por qué nuestro Señor respondió así a la madre. Él, caso único, del Padre nació sin madre, de la madre sin padre; Dios sin madre, hombre sin padre, sin madre antes de los tiempos, sin padre el final de los tiempos. Lo que respondió, lo respondió a la madre, porque estaba allí la madre de Jesús, y porque su madre le dijo. Todo esto dice el evangelio. Sabemos que estaba allí la madre de Jesús, por la misma fuente por la que sabemos que le dijo: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no llega mi hora. Creamos todo e investiguemos lo que aún no entendemos. Y primero ved esto: que como los maniqueos hallaron ocasión para su perfidia, porque dijo: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?», los astrólogos no encuentren asimismo ocasión para su falacia, porque dijo: Aún no llega mi hora. Y si lo dijo según los astrólogos, hemos cometido un sacrilegio quemando sus códices; si, en cambio, hemos obrado rectamente, como sucedió en tiempo de los apóstoles17, el Señor no dijo según los astrólogos: «Aún no llega mi hora». En efecto, charlatanes y seductores seducidos, dicen: «Ves que bajo el destino estaba Cristo, que dice: Aún no llega mi hora». ¿A quiénes, pues, hay que responder primero, a los herejes o a los astrólogos? Unos y otros proceden, en efecto, de aquella serpiente, pues quieren corromper la virginidad del corazón de la Iglesia, que ella tiene con fe íntegra. Si os place, comencemos por esos de quienes ya he hablado, a los cuales he respondido ciertamente en gran parte. Pero, para que no supongan que nada tenemos que decir de estas palabras que respondió el Señor a la madre, os instruyo más contra ellos, porque supongo que para desmentirlos basta lo que ya se ha dicho.
9. ¿Por qué, pues, dice el hijo a la madre: Qué tengo yo contigo, mujer. Aún no llega mi hora? Nuestro Señor Jesucristo era Dios y asimismo hombre; en cuanto que era Dios, no tenía madre; en cuanto que era hombre, la tenía. Era, pues, madre de la carne, madre de la humanidad, madre de la debilidad que él asumió por nosotros. En cambio, el milagro que iba a hacer, iba a hacerlo según la divinidad, no según la debilidad; en cuanto que era Dios, no en cuanto que había nacido débil. Pero lo débil de Dios es más fuerte que los hombres18. La madre, pues, exigía un milagro; pero él, que iba a realizar obras divinas, parece no reconocer las entrañas humanas, como diciendo: «Tú no engendraste lo que de mí hace el milagro, tú no engendraste mi divinidad; pero, porque engendraste mi debilidad, te conoceré cuando esa debilidad misma cuelgue en la cruz». Esto, en efecto, significa: «Aún no llega mi hora», pues la conoció entonces quien absolutamente siempre la había conocido. Y antes de nacer de ella, en la predestinación había conocido a la madre; y antes de que él crease en cuanto Dios a esa de quien en cuanto hombre sería creado él, había conocido a la madre. Pero misteriosamente, a cierta hora no la reconoce y, a la inversa, misteriosamente, a cierta hora que aún no había llegado, la reconoce. La reconoció, en efecto, en el momento en que moría lo que ella parió. Por cierto, no moría aquello mediante lo que María había sido hecha, sino que moría lo que había sido hecho a partir de ella; no moría la eternidad de la divinidad, sino que moría la debilidad de la carne. Respondió, pues, aquello, para distinguir según la fe de los creyentes quién y por dónde había venido, pues mediante una mujer madre vino el Dios y Señor del cielo y de la tierra19. En cuanto Señor del mundo, porque es Señor del cielo y de la tierra, es también, sí, Señor de María; en cuanto creador del cielo y de la tierra, es también creador de María; en cambio, según lo que está dicho: Hecho de mujer, hecho bajo ley20, es hijo de María. Él, Señor de María; él, hijo de María; él, creador de María; él, creado de María.
No te asombres de que sea hijo y Señor, ya que, como se le ha llamado hijo de María21, así también de David, e hijo de David precisamente por serlo de María. Oye al Apóstol decir claramente: El cual, según la carne, le fue hecho de la descendencia de David22. Oye también que él es Señor de David; dígalo David mismo: Dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha»23. También Jesús mismo propuso esto a los judíos y mediante ello los dejó convictos. Como, pues, es hijo y Señor de David24 —hijo de David, según la carne; Señor de David, según la divinidad—, así, según la carne, es hijo María, y según la majestad, Señor de María.
Porque, pues, ella no era madre de la divinidad y en virtud de la divinidad iba a acontecer el milagro que pedía, le respondió: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Pero, para que no supongas que niego que seas madre, Aún no ha llegado mi hora, pues te reconoceré cuando comience a colgar en la cruz la debilidad cuya madre eres». Comprobemos si es verdad. Cuando padeció el Señor, como dice idéntico evangelista, que conocía a la madre del Señor y que con ocasión de esta boda nos ha notificado que es madre del Señor, él narra: Estaba allí, afirma, cerca de la cruz la madre de Jesús. Y dice a su madre: «Mujer, he aquí tu hijo», y al discípulo: He ahí tu madre»25. Encomienda la madre al discípulo; encomienda la madre el que iba a morir antes que la madre, y a resucitar antes de la muerte de la madre; hombre él, encomienda un hombre a un hombre. Esto había parido María. Ya había llegado la hora de la que había dicho entonces: Aún no llega mi hora.
10. Hasta donde estimo, hermanos, se ha respondido a los herejes. Respondamos a los astrólogos. Y ésos ¿cómo intentan convencer de que Jesús estaba bajo el hado? Porque, afirman, él mismo dijo: Aún no llega mi hora. Le creemos, pues; y si hubiera dicho: «No tengo hora», habría eliminado a los astrólogos. «Pero he aquí», replican, «que él mismo ha dicho: Aún no ha llegado mi hora». Si, pues, hubiera dicho: «No tengo hora», habría eliminado a los astrólogos; no habría con qué hiciesen esa interpretación capciosa. Ahora, en cambio, porque ha dicho: «Aún no ha llegado mi hora», ¿qué podemos decir contra las palabras de él? Es extraño que los astrólogos, creyendo a las palabras de Cristo, intenten convencer a los cristianos de que Cristo vivía bajo una hora fatal. Crean, pues, a Cristo cuando dice: Tengo potestad para deponer mi vida y tomarla de nuevo; nadie me la quita, sino que por mí mismo la depongo yo y de nuevo la tomo26. ¿Conque esta potestad está bajo el hado? Muestren un hombre que tenga potestad sobre cuándo va a morir, cuánto tiempo va a vivir; en absoluto, no lo mostrarán. Crean, pues, a Dios que dice: «Tengo potestad para deponer mi vida y tomarla de nuevo», e investiguen por qué está dicho: «Aún no llega mi hora», y, precisamente porque, aun si hubiese hado venido de los astros, no podría estar bajo la necesidad de los astros el fundador de los astros, no pongan ya bajo el hado al fundador del cielo, al creador y ordenador de los astros. Añade tú que Cristo no sólo no tuvo lo que llamas hado, sino tampoco tú ni yo ni aquél ni ningún hombre.
11. Sin embargo, seducidos, seducen y ponen falacias ante los hombres; las tienden para cazar a los hombres, y esto en las plazas. En verdad, quienes las tienden para cazar fieras, lo hacen en los bosques y en el desierto; ¡qué infelizmente inconsistentes son los hombres, para cazar a los cuales se tiende una trampa en el foro! Cuando los hombres se venden a hombres, reciben dinero. Ésos dan dinero para venderse a fraudes, pues entran donde el astrólogo a comprarse amos, de la laya que al astrólogo le plazca dar: Saturno, Júpiter, Mercurio o cualquier otra cosa de sacrílego nombre. Entró libre, para, dado el dinero, salir esclavo. Mejor dicho, más bien no entraría si fuese libre, sino que entró adonde lo arrastraron el amo error y el ama codicia. Por eso dice también la Verdad: Todo el que comete pecado es esclavo del pecado27.
Tengo poder para entregar mi vida
12. ¿Por qué, pues, dijo: Aún no llega mi hora? Más bien, porque tenía en su poder cuándo moriría, veía que aún no era oportuno usar ese poder. Como, verbigracia, hermanos, nosotros hablamos así: «Es la hora exacta de salir a celebrar los sacramentos». Si salimos antes de lo preciso, ¿no somos inoportunos e intempestivos? Porque, pues, no actuamos sino cuando es oportuno, al hacer estas cosas, ¿tenemos por eso en cuenta el hado cuando hablamos así? ¿Qué significa, pues: «Aún no llega mi hora»? Aún no llega esa hora, cuando yo sé que es oportuno que yo padezca, cuando mi pasión será útil. Entonces sufriré por decisión. Así mantendrás: «Aún no llega mi hora» y «Tengo potestad para deponer mi vida y tomarla de nuevo»28.
Había venido, pues, teniendo en su poder cuándo moriría. Pero si muriese antes de elegir discípulos, sería ciertamente intempestivo. Si fuese un hombre que no tuviera en su poder su hora, podría morir antes de haber elegido discípulos, y, si quizá muriese elegidos ya e instruidos los discípulos, esto se le daría, no lo haría él mismo. Pero quien había venido teniendo en su mano cuándo irse, cuándo regresar, hasta dónde desplegarse él, ante quien, para mostrarnos la esperanza de su Iglesia en la inmortalidad, estaban abiertos los abismos no sólo al morir sino también al resucitar, mostró en la cabeza lo que los miembros debían aguardar: resucitará también en los demás miembros quien resucitó como cabeza. No había, pues, llegado aún la hora, no era aún la oportunidad. Había que llamar a los discípulos, había que anunciar el reino de los cielos, había que realizar prodigios, había que hacer valer con milagros la divinidad del Señor, había que hacer valer con el sufrimiento común de la condición mortal la humanidad del Señor. En efecto, quien porque era hombre tenía hambre29, porque era Dios alimentó con cinco panes a otros tantos millares30; quien porque era hombre dormía, porque era Dios daba órdenes a los vientos y las olas31. Había que hacer valer primero todo esto, para que hubiese qué escribieran los evangelistas, qué se predicase a la Iglesia. Ahora bien, cuando hizo tanto cuanto juzgó suficiente, llegó la hora no de la necesidad, sino de la voluntad; no de la condición, sino de la potestad.
13. ¿Qué, pues, hermanos? Porque he respondido a unos y otros, ¿no diré nada sobre qué significan las hidrias, qué el agua convertida en vino, qué el maestresala, qué el novio, qué la madre de Jesús en este misterio, qué la boda misma? Todo ha de decirse, pero no hay que cansaros. En nombre de Cristo quise, sí, tratarlo con vosotros incluso ayer, día en que, como de costumbre, hablo por obligación a Vuestra Caridad, pero me lo impidieron algunas necesidades. Si, pues, parece bien a Vuestra Santidad, difiramos para mañana lo que concierne al misterio y no abrumemos vuestra debilidad y la mía. Quizá hay hoy aquí muchos que han acudido por la solemnidad del día, no para oír el sermón. Quienes vendrán mañana, vengan a oírlo. Así no defraudaré a los interesados ni cansaré a los desganados.