Comentario a Jn 1,34-51, predicado en Hipona el domingo 17 de febrero de 407
Introducción: invectiva contra los espectáculos públicos
1. A una con vuestra concurrencia gozo, porque habéis acudido con entusiasmo muy superior al que podía esperar. Lo que en todos los trabajos y peligros de esta vida me alegra y consuela es esto: vuestro amor a Dios, vuestro afán piadoso, vuestra esperanza cierta y vuestro hervor de espíritu. Cuando se leía el salmo, habéis oído que el indigente y pobre clama a Dios en este mundo1. En efecto, como habéis oído muy frecuentemente y debéis recordar, es la voz no de un único hombre y empero de un único hombre: no de uno, porque los fieles son muchos, muchos los granos que gimen entre las pajas, esparcidos por el orbe entero; de uno empero porque todos son miembros de Cristo y, por eso, un único cuerpo. Este pueblo, pues, menesteroso y pobre no sabe gozar del mundo: su dolor está dentro y su gozo está dentro, donde no ve sino el que escucha a quien gime, y corona a quien espera. La alegría del mundo es vaciedad: con gran ansiedad se espera que venga; pero, una vez que ha venido, no puede ser retenida. En efecto, ese día que para los perdidos de nuestra ciudad es hoy alegre, mañana, por cierto, no existirá; tampoco ésos mismos serán mañana lo que son hoy. Todo pasa, todo se va volando y se desvanece como humo. Y ¡ay, quienes aman tales cosas! En efecto, toda alma sigue lo que ama. Toda carne es heno, y todo el ornato de la carne, cual flor de heno; el heno se secó, la flor se cayó; en cambio, la palabra del Señor permanece para siempre2. He ahí lo que has de amar si quieres permanecer para siempre. Pero tenías que decir: «¿Cómo puedo aprehender la palabra de Dios?» La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros3.
2. Por eso, carísimos, concierna a nuestra indigencia y pobreza dolernos también de esos que se creen nadar en la abundancia, pues su gozo es cual el de los locos. Ahora bien, como el loco ordinariamente goza en medio de la demencia y ríe, pero quien está cuerdo llora por él, así también nosotros, carísimos, si hemos recibido la medicina que viene del cielo —porque también todos nosotros éramos locos—, como hechos salvos porque no amamos lo que amábamos, gimamos ante Dios por esos que aún hacen locuras. Poderoso es, en efecto, para hacerlos salvos también a ellos. Es también necesario que se miren y no se gusten. Quieren asistir a espectáculos y no saben asistir al espectáculo de su persona. De verdad, si vuelven algo los ojos hacia sí, ven su desorden. Hasta que esto suceda, sean otros nuestros afanes, otras sean las diversiones de nuestra alma. Nuestro dolor vale más que el gozo de ellos. Por lo que se refiere al número de hermanos, es difícil que alguno de los varones haya sido arrastrado por ese festejo; al contrario, en cuanto al número de hermanas, me contrista y es deplorable esto: que más bien ellas, a quienes, si no el temor, sí el pudor debía apartar de los lugares públicos, no corren a la Iglesia. Vea esto quien ve, y su misericordia asista para sanar a todos. En cambio, nosotros, que hemos acudido, alimentémonos con los manjares de Dios, y sea nuestro gozo su palabra, pues nos ha invitado a su evangelio y él en persona es nuestra comida, más dulce que ninguna otra, pero si alguien tiene sano el paladar del corazón.
El fruto del bautismo es la caridad
3. Además, opino bien que Vuestra Caridad recuerda que este evangelio se está leyendo públicamente por orden mediante lecturas adecuadas, y supongo que no se os ha escapado lo que ya se ha tratado, máxime lo más reciente sobre Juan y la paloma; es decir, sobre Juan, porque ya conocía al Señor, qué novedad aprendió acerca del Señor mediante la paloma. En efecto, con la inspiración del Espíritu de Dios se descubrió esto: Juan ya conocía al Señor, sí; pero que el Señor en persona iba a bautizar sin trasvasar desde sí a nadie la potestad de bautizar, lo aprendió mediante la paloma, porque se le había dicho: Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, éste es quien bautiza con Espíritu Santo4. ¿Qué significa «éste es»? No otro, aunque mediante otro.
Ahora bien, ¿por qué mediante la paloma? Mucho ha quedado dicho; no puedo ni es preciso aclarar todo; sin embargo, principalmente por la paz: porque la paloma trajo al arca, por haber hallado en ellos fruto, los leños que han sido bautizados fuera; según recordáis, la paloma enviada por Noé desde el arca que flotaba en el diluvio y era lavada por el bautismo, no se hundía. Como, pues, fuese enviada, trajo un ramo de olivo; pero éste no tenía hojas solas, tenía también fruto5. Así pues, a nuestros hermanos que son bautizados fuera, ha de deseárseles esto: que tengan fruto. No los dejará fuera la paloma, sino que los devolverá al arca. Ahora bien, el fruto entero es la caridad, sin la que el hombre no es nada, aunque tenga todo lo demás. También he recordado y repasado que el Apóstol lo ha dicho elocuentísimamente, pues afirma: Si hablo en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo caridad, he venido a ser como sonante objeto de bronce, o címbalo tintineante; y, si tuviese todo el saber y sé todos los misterios y tengo toda profecía y tuviese toda la fe —pero ¿en qué sentido ha dicho «toda»?—, hasta el punto de trasladar yo montes, pero no tengo caridad, nada soy. Y si distribuyese a los pobres todo lo mío, y si entregase mi cuerpo para arder yo, pero no tengo caridad, de nada me aprovecha6. Ahora bien, de ningún modo pueden decir que tienen caridad esos que dividen la unidad. Esto queda dicho; veamos lo siguiente.
4. Juan dio testimonio7 porque vio. ¿Qué testimonio dio? De que ése es el Hijo de Dios8. Era preciso, pues, que bautizase el que es el único Hijo de Dios, no adoptado. Los hijos adoptados son ministros del Único; el Único tiene la potestad; los adoptivos, el ministerio. Aunque bautice un ministro no perteneciente al número de los hijos porque vive mal y obra mal, ¿qué nos consuela? Éste es quien bautiza.
Jesús, el verdadero cordero
5. Al día siguiente estaba de pie Juan y dos de sus discípulos, y al mirar a Jesús que caminaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios»9. Ése es el Cordero en singular, sí; en verdad, también los discípulos han sido llamados corderos: He aquí que yo os envío como a corderos en medio de lobos10. También ellos han sido llamados luz —Vosotros sois la luz del mundo—11; pero de otro modo ese de quien está dicho: Era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo12. Así también, el Cordero en singular, el único sin mancha, sin pecado; no cuyas manchas hayan sido limpiadas, sino cuya mancha fue nula. De hecho, ¿qué significa que Juan decía del Señor: He ahí el Cordero de Dios? ¿Juan mismo no era cordero? ¿No era varón santo? ¿No era el amigo del Novio? En singular, pues, él —éste es el Cordero de Dios—, porque con sola la sangre de este Cordero en singular han podido ser redimidos los hombres.
El espectáculo cristiano frente a los espectáculos paganos
6. Hermanos míos, si reconocemos que nuestro precio es la sangre del Cordero, ¿quiénes son esos que hoy celebran la fiesta de la sangre de no sé qué mujer? ¡Y cuán ingratos son! Se arrebató, dicen, de la oreja de una mujer el oro, corrió la sangre, fue puesto el oro en una balanza o romana, y pesó mucho más por causa de la sangre. Si la sangre de una mujer tuvo peso para inclinar el oro, ¿qué peso tiene para inclinar el mundo la sangre del Cordero mediante el que ha sido hecho el mundo? Y, ciertamente, ese espíritu, no sé cuál, se aplacó con la sangre para sobrecargar el peso. Los espíritus impuros sabían que iba a venir Jesucristo, lo habían oído a los ángeles, lo habían oído a los profetas y esperaban que viniera, porque, si no lo esperaban, ¿por qué gritaron: ¿Qué tenemos que ver nosotros y tú? ¿Has venido a destruirnos antes de tiempo? Sabemos quién eres: el Santo de Dios13. Sabían que iba a venir, pero ignoraban el tiempo.
Pero, sobre Jerusalén, ¿qué habéis oído en un salmo? Porque tus siervos tuvieron como beneplácito sus piedras y se compadecerán de su polvo; al levantarte, dice, tú te compadecerás de Sión, porque ha venido el tiempo de compadecerte de ella14. Cuando vino el tiempo de que Dios se compadeciera, vino el Cordero. ¿Qué clase de Cordero es al que temen los lobos? ¿Qué clase de Cordero que, matado, mató al león? Se llama, en efecto, al diablo león merodeador y rugiente, que busca a quién devorar15. ¡La sangre del Cordero venció al león! He ahí los espectáculos de los cristianos. Y lo que es más, ellos ven con los ojos carnales la vaciedad; nosotros, con los ojos del corazón, la Verdad. No supongáis, hermanos, que el Señor nuestro Dios nos ha dejado sin espectáculos; de hecho, si no hay espectáculo alguno, ¿por qué habéis acudido hoy? Habéis visto lo que he dicho y habéis exclamado; no exclamaríais si no lo hubierais visto. Grande es también esto: contemplar vencido al león en toda la redondez de la tierra por la sangre del Cordero; a los miembros de Cristo, sacados de los dientes de los leones y agregados al cuerpo de Cristo.
No sé, pues, qué semejanza ha imitado cierto espíritu, para querer que su imagen se compre con sangre, porque conocía que en algún momento el género humano había de ser redimido con sangre preciosa16. Los malos espíritus forjan, en efecto, en provecho propio ciertas apariencias de honor para así embaucar a quienes siguen a Cristo, hasta el punto, hermanos míos, de que ellos mismos seducen mediante amuletos, mediante encantamientos, mediante ardides del enemigo; mezclan con sus encantamientos el nombre de Cristo; porque ya no pueden seducir a los cristianos para darles veneno, añaden algo de miel, para que mediante lo que es dulce se esconda lo que es amargo y se beba para perjuicio; hasta el punto de que yo en una ocasión supe que el sacerdote de aquel Pileato solía decir: «Pileato mismo es también cristiano». ¿Por qué esto, hermanos, sino porque de otro modo no pueden ser seducidos los cristianos?
No temer ni seguir al diablo
7. No busquéis, pues, a Cristo en otra parte que donde Cristo ha querido que os sea predicado; y, como ha querido que se os predique, conservadlo así, escribidlo así en vuestro corazón. Es muro contra todos los ataques y contra todas las insidias del enemigo. No temáis; él no ha de agarrar si no se le permite; consta que él nada hace si no se le permite o se le envía. Lo envía como ángel malo la potestad dominante; se le permite cuando pide algo; y esto, hermanos, no sucede sino para probar a los justos y castigar a los injustos. ¿Por qué, pues, temes? Camina en el Señor tu Dios, estate seguro: no padecerás lo que no quiere que tú padezcas; lo que permite que padezcas es azote de quien corrige, no pena de quien condena. Se nos educa para una herencia sempiterna, ¿y desdeñamos ser flagelados? Hermanos míos, si un niño recusara que su padre le golpease con bofetadas o azotes, ¡cómo dirían de él que es soberbio, irrecuperable, ingrato a la educación paterna? Y ¿para qué educa un padre hombre al hijo hombre? Para que pueda no perder los bienes temporales que para él ha adquirido, que para él ha reunido, que no quiere que él pierda, que no pudo aferrar eternamente ese que los ha dejado. Enseña no a un hijo con quien posea, sino a uno que posea después de él.
Hermanos míos, si el padre enseña al hijo sucesor, y ese a quien enseña va a pasar similarmente por todo eso por donde pasó también quien aconsejaba, ¿cómo queréis que nos eduque nuestro Padre, al que no vamos a suceder, sino al que vamos a acercarnos, y con quien eternamente vamos a permanecer en la heredad que no se marchita ni muere ni sabe de granizo? Él es la heredad y él es asimismo el Padre. Le poseeremos, ¿y no debemos dejarnos educar? Suframos, pues, la educación del Padre. Cuando nos duele la cabeza no corramos a los encantadores, a los adivinos y a los remedios vacuos. Hermanos míos, ¿no he de llorar por vosotros? Todos los días encuentro estos casos, y ¿qué voy a hacer? ¡Aún no persuado a los cristianos de que la esperanza ha de ponerse en Cristo! Supongamos que muera uno de estos a quienes se han aplicado estos remedios —¡cuántos, de hecho, han muerto con los remedios, y cuántos han vivido sin los remedios!—; ¿con qué frente salió hacia Dios el alma? Perdió la señal de Cristo, recibió la señal del diablo. ¿O dirá quizá: «No he perdido la señal de Cristo»? Has conservado, pues, la señal de Cristo con la señal del diablo. Cristo no quiere comunión, sino que quiere poseer él solo lo que ha comprado. Lo ha comprado tan caro para poseerlo solo. Tú haces copropietario con él al diablo, a quien te habías vendido mediante el pecado. ¡Ay del corazón taimado17, quienes en su corazón hacen una parte para Dios, otra parte para el diablo! Airado Dios porque allí se hace una parte para el diablo, se aleja y el diablo poseerá todo. Por eso, el Apóstol no dice en vano: No dejéis lugar al diablo18. Conozcamos, pues, al Cordero, hermanos, conozcamos nuestro precio.
El encuentro con el Cordero de Dios
8. Estaba de pie Juan y dos de sus discípulos19. Ahí tenemos a dos discípulos de Juan. Porque Juan era tan amigo del Novio, no buscaba su propia gloria, sino que daba testimonio a favor de la verdad. ¿Acaso quiso que sus discípulos se quedasen con él en lugar de seguir al Señor? Al contrario, él mismo muestra a sus discípulos a quién han de seguir. De hecho, lo tenían por el Cordero; mas él dice: «¿Por qué os fijáis en mí? Yo no soy el Cordero; He ahí el Cordero de Dios, del que había dicho antes: “He ahí el Cordero de Dios”». «¿Y qué nos aprovecha el Cordero de Dios?». He ahí, afirma, el que quita el pecado del mundo20. Le siguieron, oído esto, los dos que estaban con Juan.
9. Veamos lo que sigue. Dice Juan: He ahí el Cordero de Dios. Y le oyeron hablar los dos discípulos y siguieron a Jesús. Por su parte, Jesús, al volverse y ver que lo seguían, les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos dijeron: Rabí —que traducido quiere decir «Maestro»—, ¿dónde habitas?21 No lo seguían como si ya le estuvieran adheridos, porque es manifiesto cuándo se le adhirieron porque los llamó de la barca. Entre estos dos, en efecto, estaba Andrés, como habéis oído hace un momento. Ahora bien, Andrés era hermano de Pedro y por el evangelio sabemos que de la barca llamó el Señor a Pedro y Andrés, diciendo: Venid tras de mí, y os haré pescadores de hombres22. Y desde entonces se le adhirieron ya, para no retroceder. Respecto a que estos dos, pues, le siguen al instante, no le siguen como para no retroceder, sino que quieren ver dónde vive y hacer lo que está escrito: Tu pie desgaste el umbral de sus puertas; levántate para venir a él asiduamente y sé instruido por sus preceptos23. Él les mostró dónde permanecía; vinieron y estuvieron con él. ¡Qué feliz día pasaron, qué feliz noche! ¿Quién hay que nos diga lo que ellos oyeron al Señor? También nosotros edifiquemos y hagamos una casa en nuestro corazón, para que venga él y nos enseñe; converse con nosotros.
La hora décima
10. ¿Qué buscáis? Ellos dijeron: Rabí —que traducido quiere decir «Maestro»—, ¿dónde habitas? Les dice: Venid y ved. Y vinieron y vieron dónde permanecía, y permanecieron con él aquel día; ahora bien, era aproximadamente la hora décima24. ¿Suponemos que el evangelista no tenía ninguna intención al decirnos qué hora era? ¿Puede suceder que no quisiera que ahí nos fijásemos en algo, que no buscáramos algo? Era la hora décima. Este número significa la Ley, porque en diez preceptos fue dada la Ley. Ahora bien, había venido el tiempo de que por amor se cumpliera la Ley, porque los judíos no podían cumplirla por temor. Por ende dice el Señor: No he venido a destruir, sino a cumplir la Ley25. Con razón, pues, esos dos, ante el testimonio del amigo del Novio, le siguieron a la hora décima y a la hora décima oyó: Rabí, que se traduce «Maestro». Si a la hora décima el Señor oyó «Rabí» y el número diez se refiere a la Ley, maestro de la Ley no es sino el dador de la Ley. Nadie diga que uno dio la Ley y otro enseña la Ley; la enseña ese que la dio; él es maestro de su Ley y la enseña. Y misericordia hay en su lengua; por eso enseña misericordiosamente la Ley, como está dicho de la sabiduría: Ahora bien, ley y misericordia lleva en la lengua26. No temas no poder cumplir la Ley; huye a la misericordia. Si cumplir la Ley es mucho para ti, usa aquel pacto, usa el recibo, usa las preces que para ti ha establecido y compuesto el jurisperito celeste.
Jesús, el mejor abogado
11. En efecto, quienes tienen una causa y quieren suplicar al emperador, buscan algún jurisperito de escuela, que les componga las preces, no sea que quizá, si piden de forma distinta a como conviene, no sólo no logren lo que piden, sino que, en vez de un beneficio, consigan además una pena. Como, pues, los apóstoles necesitasen suplicar y no hallasen cómo acudir al emperador Dios, dijeron a Cristo: «Señor, enséñanos a orar»27; esto es, jurisperito, asesor nuestro, mejor dicho, compañero de asiento de Dios, componnos unas preces. Y el Señor enseñó con el libro del derecho celeste, enseño cómo orasen y en eso que enseñó puso cierta condición: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores28. Si no pides según ley, serás reo. Hecho reo, ¿tiemblas ante el emperador? Ofrece el sacrificio de la humildad, ofrece el sacrificio de misericordia, di en las preces: Perdóname, porque también yo perdono. Pero si lo dices, hazlo, pues ¿qué vas a hacer, a dónde vas a ir si mientes en las preces? No es que, como se dice en el foro, carecerás del beneficio del rescripto, sino que ni siquiera lograrás el rescripto. Al derecho forense pertenece, en efecto, que, a quien ha mentido en las preces, no le aprovecha lo que ha logrado. Pero esto entre hombres, porque un hombre puede ser engañado. Ha podido ser engañado el emperador cuando has enviado las preces, pues has dicho lo que has querido y a quien lo has dicho no sabe si es verdad; ha dejado a tu adversario demostrar que has faltado, de forma que, si ante el juez quedas convicto de mentira porque él, al no saber si habías mentido, no pudo sino proporcionar el rescripto, carecerás de ese beneficio del rescripto, allí adonde has llevado el rescripto. Dios, en cambio, que sabe si mientes o dices la verdad, no hace que en el juicio no te aproveche el rescripto, sino que ni lograrlo te permite, porque osaste mentir a la Verdad.
El evangelio y la sanación
12. Dime qué vas a hacer, pues. Cumplir de todo punto la ley sin faltar en nada, es difícil; el reato, pues, es seguro. ¿No quieres usar el remedio? He aquí, hermanos míos, qué remedio ha puesto el Señor contra las enfermedades del alma. ¿Cuál, pues? Cuando te duele la cabeza, loamos que hayas puesto junto a la cabeza el evangelio y no hayas corrido a un amuleto. En efecto, hasta esto ha sido llevada la debilidad de los hombres; y los hombres que corren a los amuletos son tan dignos de lágrimas, que gozamos cuando vemos que un hombre postrado en cama es agitado por fiebre y dolores, pero no ha puesto la confianza en ninguna otra cosa, sino en poner junto a la cabeza el evangelio, no porque el evangelio haya sido hecho para esto, sino porque ha sido preferido a los amuletos. Si, pues, se pone junto a la cabeza para que cese el dolor de cabeza, ¿no será puesto junto al corazón para que sea sanado de los pecados? Hágase, pues. Hágase ¿qué? Sea puesto junto al corazón; sea sanado el corazón. Bueno es, bueno, que no te preocupes de la salud del cuerpo, sino que la pidas a Dios. Si sabe que te conviene, la dará; si no te la diere, no aprovechaba tenerla. ¿Cuantísimos están enfermos, inofensivos en cama y, si estuvieren sanos, proceden a cometer crímenes? ¿A cuantísimos les daña la salud? Al bandido que avanza hacia un desfiladero para matar a un hombre, ¡cuánto mejor le era estar enfermo! Al que de noche se levanta a perforar pared ajena, ¡cuánto mejor para él si unas fiebres lo agitasen! De modo por entero inofensivo estaría enfermo, mas con salud es un criminal. Sabe, pues, Dios qué nos conviene; ocupémonos sólo de esto: de que nuestro corazón esté sano de pecados, y de que, cuando quizá somos flagelados en el cuerpo, le pidamos clemencia. El apóstol Pablo le rogó que retirase el aguijón de la carne, mas no quiso retirarlo. ¿Acaso se perturbó? ¿Acaso dijo contristado que él había sido abandonado? Más bien, porque no fue retirado lo que, para que esa debilidad fuese sanada, quería que fuese retirado, dijo que él no había sido abandonado. En efecto, en la voz del médico halló esto: Te basta mi gracia, porque la fuerza se realiza en la debilidad29.
¿Cómo, pues, sabes que Dios no quiere sanarte? Todavía te conviene ser flagelado. ¿Cómo sabes cuán podrido está lo que el médico saja al mover el bisturí a través de lo pútrido? ¿Acaso no sabe el modo, qué hacer y hasta dónde hacer? ¿Acaso el aullido de ese que es sajado retrae la mano del médico que saja hábilmente? Uno grita, el otro saja. ¿Cruel quien no escucha al que grita, o, más bien, misericordioso quien persigue la herida para sanar al enfermo? Hermanos míos, he dicho esto precisamente para que, cuando nos encontramos quizá en alguna corrección del Señor, nadie busque algo, excepto el auxilio de Dios. Ved que no perezcáis, ved que no retrocedáis del Cordero y seáis devorados por el león.
El encuentro de Andrés y Pedro con Jesús
13. He dicho, pues, por qué a la hora décima; veamos lo siguiente. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y le habían seguido. Éste encuentra a su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías, nombre que traducido significa «Cristo»30. «Mesías», en hebreo, es, en griego, Cristo; en latín, ungido, pues por la unción se le llama Cristo. Χρίσμα significa en griego unción; Cristo, pues, ungido. Él, ungido de manera singular, ungido principalmente; de donde todos los cristianos reciben la unción, él principalmente. Oye cómo dice en un salmo: Por eso Dios, tu Dios, te ungió con aceite de exultación más que a tus compañeros31. Compañeros suyos son, en efecto, todos los santos; pero él es singularmente el Santo de los santos, singularmente ungido, singularmente Cristo.
14. Y lo llevó a Jesús. Ahora bien, Jesús dijo mirándolo: Tú eres Simón, el hijo de Juan. Tú te llamarás Cefas, nombre que se traduce «Pedro»32. No es gran cosa que el Señor dijese de quién era hijo éste. ¿Qué hay grande para el Señor? Sabía todos los nombres de sus santos, a quienes ha predestinado antes de la constitución del mundo, ¿y te admiras de que dijo a un único hombre: Tú eres hijo de fulano y te llamarás así?33 ¿Es gran cosa haberle cambiado el nombre y de Simón haberlo hecho Pedro? Ahora bien, Pedro viene de piedra y piedra es la Iglesia; en el nombre de Pedro, pues, está figurada la Iglesia. ¿Y quién está seguro sino quien edifica sobre piedra? Y ¿qué afirma el Señor? Quien oye estas mis palabras y las practica, lo compararé a varón prudente que edifica sobre piedra —no cede a tentaciones—; descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos y arremetieron contra aquella casa, pero no se derrumbó, pues estaba fundada sobre la piedra. Quien oye mis palabras y no las practica —tema ya y tome precauciones cada uno de nosotros—, lo compararé a varón necio que edificó su casa sobre la arena; descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa, y se derrumbó y su ruina fue hecha enorme34.
¿De qué aprovecha que entre en la Iglesia quien quiere edificar sobre la arena? Efectivamente, oyendo y no practicando, edifica, sí, pero sobre la arena. En efecto, si nada oye, nada edifica; en cambio, si oye, edifica, pero pregunto dónde, ya que, si oye y practica, sobre la piedra; si oye y no practica, sobre la arena. Dos son los géneros de edificadores: sobre la piedra o sobre la arena. ¿Y aquellos que no oyen? ¿Están seguros? ¿Dice que están seguros porque nada edifican? Desvalidos están bajo la lluvia, ante los vientos, ante los ríos: cuando esto venga, se los llevará antes de derribar las casas. Una única seguridad hay, pues: edificar, y edificar sobre la piedra. Si quieres oír y no practicar, edificas, pero edificas una ruina; ahora bien, cuando venga la prueba, derribará la casa y te llevará con esa ruina tuya. Si, en cambio, no oyes, desvalido estás, esas pruebas te arrastrarán a ti mismo. Oye, pues, y practica; es el único remedio.
¿Cuántos quizá, oyendo hoy y no practicando, serán arrebatados por la corriente de esta fiesta? En efecto, oyendo y no practicando, viene como una corriente esta fiesta anual, se ha henchido el torrente, va a pasar y a secarse; ¡pero ay de aquel a quien se lleve! Sepa, pues, Vuestra Caridad esto: a no ser que uno escuche y practique, no edifica sobre roca ni pertenece a ese nombre tan grande que así ha encomiado el Señor. En efecto, te ha puesto sobre aviso porque, si Pedro se hubiera llamado así antes, no verías el misterio de la piedra y supondrías que él fue llamado así casualmente, no según la providencia de Dios. Ésta quiso que él se llamase antes de otra forma, precisamente para que por el cambio de nombre se encomiase la vivacidad del misterio.
Felipe, Natanael y Jesús de Nazaret
15. Y al día siguiente quiso salir a Galilea y encuentra a Felipe. Le dice: Sígueme35. Ahora bien, era de la ciudad de Andrés y Pedro. Y Felipe encuentra a Natanael, llamado ya Felipe por el Señor, y le dijo: Hemos encontrado a ese de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José. Se le llamaba hijo de ese con quien estaba desposada su madre. Verdaderamente, por el evangelio saben bien los cristianos que fue concebido y nació intacta ella. Esto dijo Felipe a Natanael; añadió también el lugar: el de Nazaret. Y le dijo Natanael: De Nazaret puede haber algo bueno. ¿Cómo entender esta frase, hermanos? No como algunos la pronuncian; de hecho, porque la voz de Felipe sigue y dice: «Ven y ve»36, suele pronunciarse también así: ¿De Nazaret puede haber algo bueno? Ahora bien, esa voz puede seguir a ambas pronunciaciones, ora pronuncies así, como si confirmases, De Nazaret puede haber algo bueno, y él: «Ven y ve», ora así, dubitativo e interrogante todo entero: «¿De Nazaret puede haber algo bueno? Ven y ve». Porque, pues, ora se pronuncie de un modo, ora de otro, no repugnan las palabras siguientes; nos toca investigar, más bien, qué hemos de entender en estas palabras.
16. En lo siguiente demostraré de qué clase era este Natanael. Oíd de qué clase era; el Señor en persona da testimonio. ¡Grande el Señor, conocido gracias al testimonio de Juan; dichoso Natanael, conocido gracias al testimonio de la Verdad! Que el Señor, aunque no lo encomiase el testimonio de Juan, él daba testimonio de sí mismo, porque la Verdad se basta para su testimonio; pero, porque los hombres no podían captar la verdad, mediante una antorcha buscaban la verdad y, por eso, fue enviado Juan para que mediante él fuese mostrado el Señor. Oye al Señor dar testimonio de Natanael: Y le dijo Natanael: «De Nazaret puede haber algo bueno». Le dice Felipe: «Ven y ve». Vio Jesús a Natanael venir hacia sí y dice de él: «He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo»37. ¡Gran testimonio! Ni a Andrés se dijo ni a Pedro se dijo ni a Felipe se dijo esto que está dicho de Natanael: He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo.
Dios elige lo débil del mundo
17. ¿Qué concluir de esto, hermanos? ¿Deberá ser ése el primero entre los apóstoles? Natanael, de quien el Hijo de Dios, al decir: «He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo», dio tan importante testimonio, no sólo no se halla como primero entre los apóstoles, sino que entre los doce no es el central ni el último. ¿Se busca la causa? Probablemente la encontraremos en la medida en que el Señor la dé a conocer. En efecto, debemos entender que Natanael mismo había sido erudito y perito en la Ley; el Señor no quiso ponerlo entre los discípulos, precisamente porque eligió a ignorantes, con lo que avergonzase al mundo. Oye al Apóstol decirlo: Ved, en efecto, afirma, vuestra vocación; que no muchos poderosos, no muchos nobles; sino que Dios ha elegido lo débil del mundo para confundir lo fuerte, y ha elegido Dios lo plebeyo y despreciable del mundo y lo que no es, como lo que es, para que sea destruido lo que es38.
Si hubiese sido elegido un docto, quizá diría él que había sido elegido precisamente porque en virtud de su doctrina mereció ser elegido. Nuestro Señor Jesucristo, porque quería romper la cerviz de los soberbios, no buscó mediante un orador al pescador, sino que con el pescador obtuvo al emperador. Gran orador Cipriano; pero primero el pescador Pedro, mediante el cual creyera no sólo el orador, sino también el emperador. Ningún noble fue elegido primeramente, ningún docto, porque Dios ha elegido lo débil del mundo para confundir lo fuerte. Ése, pues, era importante y sin dolo; por esto solo no fue elegido: para que a nadie pareciese que el Señor había elegido doctos. Y del conocimiento mismo de la Ley venía el hecho de que, tras haber oído «De Nazaret» —había, en efecto, escrutado las Escrituras39 y sabía que de ahí había que aguardar al Salvador, cosa que otros escribas y fariseos no conocían fácilmente—; ese doctísimo en la Ley, pues, tras haber oído a Felipe decir: «Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, hijo de José, de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas»40, él, que conocía óptimamente las Escrituras, oído el nombre «Nazaret», se reanimó respecto a la esperanza y dijo: De Nazaret puede haber algo bueno.
18. Veamos ya lo demás sobre él. He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo. ¿Qué significa «en quien no hay dolo»? ¿Quizá no tenía pecado? ¿Quizá no estaba enfermo? ¿Quizá no le era necesario el Médico? ¡De ninguna manera! Nadie ha nacido aquí sin tener necesidad de ese Médico. ¿Qué significa, pues, «en quien no hay dolo»? Busquemos muy atentamente; al instante aparecerá, en el nombre del Señor. «Dolo», dice el Señor. Y todo el que entiende las palabras latinas sabe que hay dolo cuando se hace una cosa y se finge otra. Atienda Vuestra Caridad. «Dolo» no es «dolor»; lo digo precisamente porque muchos hermanos muy desconocedores de la latinidad hablan, diciendo: «Lo tortura un dolo», en vez de «dolor». Dolo significa fraude, significa simulación. Cuando alguien cubre algo en el corazón y dice otra cosa, hay dolo y tiene, digamos, dos corazones: tiene un seno del corazón, digamos, donde él ve la verdad, y otro seno donde concibe la mentira. Y, para que sepáis que el dolo es esto, está dicho en Salmos: Labios dolosos41. ¿Qué significa «labios dolosos»? Sigue: Con corazón y corazón han dicho maldades42. ¿Qué significa «con corazón y corazón» sino con corazón doble? Si, pues, en ése no había dolo, el médico lo juzgó sanable, no sano. Efectivamente, una cosa es sano, otra sanable, otra insanable; se llama sanable a quien con esperanza está enfermo; insanable, a quien con desesperanza está enfermo; en cambio, quien ya está sano no necesita médico. El Médico que había venido a sanar vio, pues, que ése era sanable, porque en él no había dolo. ¿Cómo no había dolo en él? Si es pecador, se confiesa pecador, ya que, si es pecador y dice que él es justo, hay dolo en su boca. Loó, pues, en Natanael la confesión del pecado, no juzgó que no era pecador.
Necesitan médico los enfermos, no los sanos
19. Por eso, cuando los fariseos, que se tenían por justos, criticaron al Señor porque, Médico, se mezclaba con enfermos, y dijeron: «He ahí con quiénes come, con los recaudadores y pecadores», el Médico respondió a los locos: No necesitan médico los sanos, sino quienes se encuentran mal; he venido a llamar no a justos, sino a pecadores43. Esto equivale a decir: Porque vosotros decís que sois justos aunque sois pecadores, y pregonáis que estáis sanos aunque estáis enfermos, rechazáis la medicina, no conserváis la salud.
Por ende, aquel fariseo que había invitado al Señor a comer, se tenía por sano. En cambio, aquella mujer enferma irrumpió en la casa adonde no estaba invitada y, hecha descarada por el deseo de salud, se acercó no a la cabeza del Señor, no a las manos, sino a los pies; los lavó con lágrimas, los enjugó con los cabellos, los besó, los ungió con perfume: la pecadora hizo las paces con las huellas del Señor. Como si estuviera sano, aquél, el fariseo que se recostaba allí, criticó al Médico y dijo para sí: Éste, si fuese profeta, sabría qué clase de mujer le ha tocado los pies44. Ahora bien, había sospechado que él lo ignoraba, precisamente por no haberla rechazado como para no ser tocado por manos inmundas. Pero él lo sabía, permitió que lo tocase, para que el tacto mismo la sanase.
El Señor, porque veía el corazón del fariseo, propuso una semejanza: Dos deudores tenía cierto prestamista. Uno le debía cincuenta denarios, otro quinientos. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos. ¿Quién lo amó más? Y él: «Creo, Señor, que aquel a quien más perdonó». Y, vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré a tu casa, no me diste agua para los pies; ella, en cambio, con lágrimas lavó mis pies y con sus cabellos los enjugó. No me diste un beso; ella no dejó de besar mis pies. No me diste óleo; ella ungió con perfume mis pies. Por eso te digo: Se le perdonan los muchos pecados, porque amó mucho; a quien, en cambio, se perdona poco, poco ama45. Esto equivale a decir: «Estás más enfermo, pero te crees sano; crees que se te perdona poco, aunque eres más deudor. Ésa, porque no había en ella dolo, ha merecido la medicina». ¿Qué significa «no había en ella dolo»? Confesaba los pecados. En Natanael loa esto también, que en él no había dolo, porque muchos fariseos que abundaban en pecados decían que ellos eran justos y aducían dolo, a causa del cual no podían ser sanados.
La misericordia de Dios nos ha visto antes
20. Vio, pues, ya a ese en quien no había dolo, y afirmó: He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo. Le dice Natanael: ¿De dónde me conoces? Jesús respondió y dijo: Antes que Felipe te llamase, te vi cuando estabas bajo la higuera, esto es, bajo el árbol del higo. Natanael le respondió y afirmó: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres rey de Israel46. En eso que está dicho: Cuando estabas bajo el árbol del higo te vi, antes que te llamase Felipe, ese Natanael pudo entender algo grande, porque profirió una frase, tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel, como la que mucho después profirió Pedro, cuando el Señor le dijo: «Dichoso eres, Simón Barjoná, porque no te lo ha revelado carne y sangre, sino mi Padre que está en el cielo»47, y allí lo llamó «piedra» y en esa fe loó el fundamento de la Iglesia. Aquí dice ya: Tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel. ¿Por qué? Porque le fue dicho: Antes que Felipe te llamase, cuando estabas bajo el árbol del higo, te vi.
21. Hay que averiguar si ese árbol del higo significa algo. Oíd, en efecto, hermanos míos. Sabemos que un árbol del higo fue maldecido porque tuvo hojas solas y no tuvo fruto48. En el origen del género humano, cuando Adán y Eva pecaron, se hicieron de hojas de higuera unos taparrabos49; las hojas de higuera, pues, significan los pecados. Ahora bien, Natanael estaba bajo el árbol del higo, como bajo sombra de muerte. Lo vio el Señor, de quien está dicho: Para quienes se sentaban bajo sombra de muerte salió una luz50. ¿Qué se ha dicho, pues, a Natanael? «¿Me dices, oh Natanael, de qué me conoces? Ahora hablas conmigo, porque te llamó Felipe». Quien mediante un apóstol ha llamado, ha visto que pertenecía ya a su Iglesia. ¡Oh tú, Iglesia; oh tú, Israel, en quien no hay dolo, si eres el pueblo de Israel en quien no hay dolo, ya en este instante has conocido a Cristo mediante los apóstoles, como Natanael conoció a Cristo mediante Felipe. Pero su misericordia te vio antes que tú le conocieses, cuando yacías bajo el pecado! En efecto, ¿acaso hemos buscado primero nosotros a Cristo, y no nos ha buscado él antes? ¿Acaso nosotros hemos venido, enfermos, al Médico, y no el Médico a los enfermos? ¿No había perecido aquella oveja y, dejadas las noventa y nueve, el pastor buscó y halló a la que volvió a traer, alegre, en los hombros?51 ¿No había perecido aquella dracma y la mujer encendió una lámpara y buscó por toda su casa hasta hallarla? Y como la hubiese hallado, dice a sus vecinas: Alegraos conmigo, porque hallé la dracma que había perdido52.
Así también nosotros habíamos perecido como la oveja y habíamos perecido como la dracma. Y nuestro pastor halló la oveja, pero buscó a la oveja; la mujer halló la dracma, pero buscó la dracma. ¿Quién es la mujer? La carne de Cristo. ¿Qué lámpara es ésta? He preparado una lámpara para mi Cristo53. Hemos sido, pues, buscados para ser hallados; hallados hablamos. Porque antes de ser hallados habíamos perecido si no fuésemos buscados, no nos ensoberbezcamos. No nos digan, pues, esos a quienes amamos y queremos ganar para la paz de la Iglesia católica: «¿Por qué nos queréis? ¿Por qué nos buscáis, si somos pecadores?”. Os buscamos precisamente para que no perezcáis; os buscamos, porque hemos sido buscados; queremos hallaros, porque hemos sido hallados.
22. Así pues, cuando Natanael dijo «¿De dónde me conoces?», le contestó el Señor: Antes que te llamase Felipe, cuando estabas bajo el árbol del higo, te vi. ¡Oh tú, Israel sin dolo, quienquiera que seas! ¡Oh tú, pueblo que vives de fe!54 Antes de llamarte mediante mis apóstoles, cuando estabas bajo sombra de muerte y tú no me veías, yo te vi. Después le dice el Señor: Crees porque te dije: «Te vi bajo el árbol del higo»; cosa mayor que éstas verás55. ¿Qué significa esto, cosa mayor que éstas verás? Y le dice: En verdad, en verdad os digo: Veréis abierto el cielo y a los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del hombre56. Hermanos, ha dicho no sé qué mayor que «Te vi bajo el árbol del higo», pues el hecho de que ha justificado el Señor a los llamados57 es más que haber visto a quienes yacían bajo sombra de muerte. En efecto, ¿de qué nos aprovechaba haber permanecido allí donde nos vio? ¿Acaso no yaceríamos? ¿Qué hay mayor que esto? ¿Cuándo hemos visto a los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del hombre?
Subir y bajar los ángeles sobre el Hijo del hombre
23. Ya he hablado alguna vez de estos ángeles que suben y bajan; pero, para que no os olvidéis, hablo brevemente como recordándooslo, pues hablaría con muchas más palabras si en vez de recordároslo lo diera ahora a conocer. Jacob vio en sueños unas escaleras y en esas mismas escaleras vio a ángeles que subían y bajaban, y ungió la piedra que para sí había puesto junto a la cabeza58. Habéis oído que «Mesías» significa «Cristo», habéis oído que Cristo significa «ungido». Por supuesto, no puso la piedra ungida, de forma que viniese y la adorase; de lo contrario, sería idolatría, no significación de Cristo. Hubo, pues, una significación, hasta donde convino que hubiera significación, y fue significado Cristo. Piedra ungida, pero no ídolo. Piedra ungida. Piedra, ¿por qué? He aquí que pongo en Sión una piedra elegida, preciosa, y quien crea en ella no será confundido59. Ungida, ¿por qué? Porque Cristo viene de crisma. Por otra parte, ¿qué vio entonces en las escaleras? Ángeles que subían y bajaban. Así también la Iglesia, hermanos: ángeles de Dios son los predicadores buenos, que predican a Cristo. Esto quiere decir que suben y bajan sobre el Hijo del hombre. ¿Cómo suben y cómo bajan? De uno tenemos un ejemplo: oye al apóstol Pablo; lo que en él hallemos, creámoslo respecto a los demás predicadores de la verdad.
Ve a Pablo subir: Sé que un hombre según Cristo fue arrebatado, hace catorce años, hasta el tercer cielo —no sé si con el cuerpo o fuera del cuerpo, Dios lo sabe— y que oyó palabras inefables que no es lícito al hombre decir60. Acabáis de oír al que subió; oíd al que bajó: No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales; como a pequeñines en Cristo, os di leche que beber, no comida61. He aquí que baja quien había subido. Pregunta a dónde había subido: Hasta el tercer cielo. Pregunta a dónde bajó: hasta dar leche a los pequeñines. Oye que bajó: Me hice pequeñín en medio de vosotros, dice, como si una nodriza acaricia a sus hijos62. Vemos, en efecto, a nodrizas y madres bajar hacia los pequeñines, y, aunque sepan las palabras latinas, las truncan y en cierto modo destrozan su idioma, para que de un idioma elocuente puedan resultar caricias pueriles, porque, si las dicen así, el bebé no entiende, pero ni siquiera progresa el bebé. Y un padre elocuente, aunque sea orador de tal categoría que por su lengua resuenen los foros y se estremezcan los tribunales, si tiene un hijo pequeñín, cuando regresa a casa relega la elocuencia forense adonde había subido, y con lengua pueril baja al pequeñín. En un único lugar oye al Apóstol en persona subir y bajar, en una única frase: Pues, si estuvimos desatinados, fue por Dios; si somos moderados, por vosotros63. ¿Qué significa «Estuvimos desatinados por Dios»? Que veamos eso que no es lícito al hombre decir. ¿Qué significa «Somos moderados por vosotros»? «¿Acaso juzgué que entre vosotros sabía yo algo, sino a Jesucristo, y a éste crucificado?»64. Si el Señor en persona subió y bajó, es manifiesto que sus predicadores suben por la imitación, bajan por la predicación.
Conclusión: sermón largo para suplir el teatro
24. Y, si os he retenido mucho tiempo, ha sido adrede, para que pasaran las horas dañinas. Supongo que ellos han terminado su frivolidad. Nosotros, en cambio, hermanos, puesto que nos ha alimentado el festín salvador, hagamos lo que resta, de forma que solemnemente completemos el día del Señor con gozos espirituales y comparemos los gozos de la verdad con los gozos de la frivolidad. Y, si nos horrorizamos, sintamos pena; si sentimos pena, oremos; si oramos, seamos escuchados; si somos escuchados, los ganamos.