Comentario a Jn 1,6-14, predicado en Hipona, probablemente el domingo 16 de diciembre de 406
Trataré de daros mi propio alimento
1. Es bueno, hermanos, que, en lo posible, examinemos atentamente el texto de las Divinas Escrituras, máxime del santo evangelio, sin omitir pasaje alguno. Yo, según mi capacidad, trataré de alimentarme de esa fuente, y luego os serviré a vosotros el mismo alimento. Recuerdo que el pasado domingo se trató el párrafo primero, esto es: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo. Lo que ha sido hecho es vida en ella, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron1. Hasta aquí, creo, llegó el comentario. Recordadlo quienes asististeis, y los que no, creedme a mí y a quienes quisieron asistir. Ahora no estaría bien repetir todo lo anterior, por aquellos que tienen interés en oír lo que sigue; les resultaría pesado, si volvemos sobre lo anterior, omitiendo el pasaje siguiente. Quienes, pues, estuvieron ausentes hagan el favor de no exigir la explicación anterior; que escuchen, junto con quienes asistieron, lo que ahora vamos a explicar.
La cruz de cristo nos conduce a la estabilidad
2. Sigue: Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan2. Lo anteriormente dicho, hermanos carísimos, se ha dicho sobre la inefable divinidad de Cristo y casi inefablemente. ¿Quién, en efecto, comprenderá: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios»? Y, para que por el uso diario de nuestras palabras no se te deprecie el nombre de «palabra», dice: Y la Palabra era Dios. Esta Palabra es la misma sobre la que el pasado día hemos hablado mucho. Quiera Dios que, después de tanto hablar, algo haya llegado a vuestros corazones. En el principio existía la Palabra. Es ella misma, es de idéntica manera, como es siempre, así es, no puede cambiarse; esto significa «es». A su siervo Moisés dijo este nombre suyo: Yo soy el que soy, y: El que es me ha enviado3.
¿Quién, pues, captará esto, cuando todo lo que veis es mortal, cuando estáis viendo las mutaciones cualitativas no sólo de los cuerpos en el nacer, crecer, envejecer y morir, sino incluso las mutaciones del alma; cuando las diversas inclinaciones de la voluntad la llevan de un sitio para otro y hasta la dividen; cuando veis cómo los hombres son capaces de alcanzar la sabiduría si se acercan a su luz y a su calor, y cómo también pueden perderla si se alejan de ella por un afecto desordenado? Cuando, pues, veis que todo esto es mudable, ¿qué es lo que es, sino lo que trasciende todo lo que existe, pero cuyo ser es como si no existiera? ¿Y quién entenderá esto? ¿O quién, a fuerza de concentrar de algún modo todo el poder de su inteligencia, será capaz de llegar a tocar lo que realmente es? Y después de haberlo tocado, dentro de su capacidad, ¿quién será capaz de alcanzarlo? Es como si alguien divisara desde lejos su patria, pero un mar se interpusiera entre los dos: ve a dónde ir, pero ignora el camino. Así nos ocurre a nosotros: anhelamos alcanzar nuestra condición estable, donde el ser realmente es, porque seguirá siendo siempre lo que es; pero está por medio el mar de este mundo, por donde caminamos, aunque ya vemos a dónde caminamos. Muchos ni siquiera saben a dónde van. Pero para enseñarnos el camino, vino el mismo a quien queríamos ir. ¿Y qué hizo? Nos puso el leño con el que poder atravesar el mar. Nadie es capaz de pasar el mar de este mundo si no lo lleva la cruz de Cristo. A veces abraza al árbol de la cruz incluso el de ojos enfermos. Y quien de lejos no ve a dónde va, no se aparte de ella, y ella misma lo llevará.
3. Me gustaría, pues, hermanos míos, que penetrase esto en vuestros corazones: si queréis vivir una vida cristiana y fervorosa, uníos a Cristo en aquello que se hizo por nosotros. Así llegaréis a lo que él es y a lo que él era. Se acercó a nosotros hasta el punto de hacerse hombre. Y se hizo precisamente para servir de vehículo a los débiles, y que puedan atravesar el mar de este mundo y llegar a la patria. Allí no habrá necesidad de nave alguna, porque no hay mar que atravesar. Y mejor es no llegar a descubrir con la inteligencia el Ser por excelencia, permaneciendo unidos a la cruz de Cristo, que descubrirlo y despreciar la cruz de Cristo. Lo mejor de todo, si es posible, está en ver a dónde hay que ir, y mantenerse firmes en el vehículo que nos lleva.
Aquí llegaron aquellas almas grandes, llamadas montes, iluminadas con grandes resplandores por la luz de la justicia. Aquí llegaron y vieron aquello que es el Ser. Juan decía al verlo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Divisaron este misterio y, para llegar a lo que de lejos veían, no se apartaron de la cruz de Cristo, no menospreciaron la humildad de Cristo. Los pequeños, incapaces de entender esta realidad, que no se aparten de la cruz, de la pasión y de la resurrección de Cristo; llegarán a encontrarse con la realidad que no ven, conducidos en la misma nave que lleva a los que la ven.
La soberbia, gran obstáculo para llegar a Dios
4. Hubo algunos filósofos de este mundo y mediante la criatura buscaron al Creador, porque puede ser hallado mediante la criatura. Con toda claridad dice el Apóstol: Pues desde la constitución del mundo, mediante lo que ha sido hecho se percibe entendido lo invisible de él, también su fortaleza sempiterna y su divinidad, de forma que son inexcusables. Y sigue: Porque, aunque habían conocido a Dios. No dijo «por no haberlo conocido», sino: Porque, aunque habían conocido a Dios, no le glorificaron ni dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus proyectos y su insensato corazón se oscureció. ¿Por qué se oscureció? Sigue y dice con toda claridad: Pues, aunque decían que ellos eran sabios, fueron hechos estultos4. Vieron a dónde había que llegar. Pero, ingratos hacia quien les dio lo que vieron, quisieron atribuirse lo que vieron y, hechos soberbios, perdieron lo que veían y, consiguientemente, se volvieron a los ídolos e imágenes y a los cultos de los demonios; a adorar a la criatura y despreciar al Creador. Estrellados ya, hicieron éstos esto; pero para estrellarse se ensoberbecieron; ahora bien, por haberse ensoberbecido dijeron que ellos eran sabios. Éstos, pues, de quienes dice Pablo: «los cuales, aunque habían conocido a Dios», han visto lo que dice Juan: que todo se hizo mediante la Palabra de Dios. En efecto, en los libros de los filósofos se encuentra también esto y que Dios tiene un Hijo unigénito, mediante quien todo existe. Pudieron ver «Lo que es», pero lo vieron de lejos. No quisieron mantener la condición baja de Cristo, nave en que llegarían seguros a lo que pudieron ver a lo lejos, y despreciaron la cruz de Cristo.
¿Tienes que atravesar el mar, y desprecias el madero? ¡Oh sabiduría orgullosa! Te mofas de Cristo crucificado; es él a quien veías de lejos: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios. Pero ¿por qué fue crucificado? Porque te era necesario el madero de su humildad, pues te habías hinchado de soberbia, habías sido arrojado lejos de aquella patria, el camino está interrumpido por el oleaje de este mundo y no hay por dónde se pase a la patria, si no te lleva el madero. ¡Ingrato! Te burlas del que ha venido a ti, para que regreses. Él se ha hecho camino, y esto por el mar5. Anduvo en el mar precisamente para mostrar que en el mar hay camino. Pero tú, que no puedes andar en el mar como él, déjate llevar por la nave, déjate llevar por el madero: cree en el Crucificado y podrás llegar. Por ti ha sido crucificado, para enseñar humildad y porque, si viniera como Dios, no sería reconocido, ya que, si viniera como Dios, no vendría para esos que no podían ver a Dios. Por cierto, ya que está presente por doquier y ningún lugar lo contiene, no viene o se aleja en cuanto Dios. Entonces ¿cómo vino? Porque se presentó como hombre.
Un hombre anuncia al que es más que hombre
5. Porque, pues, era hombre de forma que en él se ocultaba Dios, ante él fue enviado un hombre importante, mediante cuyo testimonio se descubriese que era más que hombre. Y ¿quién es éste? Hubo un hombre. Y ¿cómo éste podría decir la verdad acerca de Dios? Enviado por Dios. ¿Cómo se llamaba? Su nombre era Juan. ¿Por qué vino? Este vino para testimonio, a dar testimonio de la luz, para que todos creyeran mediante él6. ¿De qué clase era éste, para dar testimonio de la luz? ¡Algo grande, este Juan; mérito ingente, gran gracia, gran celsitud! Admíralo, sí, admíralo, pero como a un monte. Ahora bien, el monte está en tinieblas, si no se viste de luz. Admira, pues, a Juan sólo de forma que oigas lo que sigue —No era él la luz—, no sea que, por suponer que el monte es la luz, en el monte naufragues en vez de hallar solaz. Pero ¿qué debes admirar? El monte como monte. En cambio, yérguete hacia ese que ilumina el monte que está erguido para esto: para recibir, el primero, los rayos y comunicarlos a tus ojos. El, pues, no era la luz.
La luz iluminada
6. Así pues, ¿por qué vino? Sino para dar testimonio de la luz. ¿Por qué esto? Para que todos creyeran mediante él. ¿De qué luz daría testimonio? Era la luz verdadera. ¿Por qué añade verdadera? Porque al hombre iluminado también se le llama luz; pero luz verdadera es la que ilumina. Verdaderamente, también a nuestros ojos se les llama luceros; y, sin embargo, si o de noche no se enciende una lámpara o de día no sale el sol, en vano están abiertos estos luceros. Juan, pues, era también luz así, pero no la luz verdadera, porque, no iluminado, era tinieblas, mas la iluminación lo hizo luz. Sin ella seguía siendo tinieblas, como todos los impíos. De ellos habló el Apóstol, una vez que habían abrazado la fe: Otrora fuisteis tinieblas. Y ahora que ya han creído, ¿qué? Pero ahora, dice, luz en el Señor7. Si no añadiera «en el Señor», no entenderíamos. Luz, dice, en el Señor; tinieblas erais al no estar en el Señor. Pues otrora fuisteis tinieblas: ahí no ha añadido «en el Señor». Tinieblas, pues, en vosotros; luz en el Señor. Así, ocurría con Juan: El no era la luz, sino para dar testimonio de la luz.
Juan, reflejo de la luz verdadera
7. Pero ¿dónde está es luz? Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo8. Si a todo hombre, también a Juan mismo. Él, pues, iluminaba a ese por quien quería darse a conocer. Entienda Vuestra Caridad, pues venía a mentes débiles, a corazones maltrechos, a inteligencias legañosas. A esta cosa había venido. Y ¿cómo podría el alma ver lo que es perfectamente? Como sucede tantas veces, conocemos la salida del sol en un cuerpo bañado por sus rayos, ya que a él no lo podemos mirar. También quienes tienen maltrechos los ojos son idóneos para ver un muro iluminado y hecho patente por el sol o un monte o un árbol; o son idóneos para ver algo por el estilo. En objetos iluminados se les puede mostrar la salida de aquel astro que no están aptos todavía para ver.
Esto sucede con todos aquellos hombres a quienes Cristo vino. Ellos no eran capaces de descubrirlo; pero irradió sobre Juan, y a través de su testimonio, que insiste en no ser él quien irradia e ilumina, sino quien recibe los rayos de esa luz, se conoce al que ilumina, se conoce al que brilla, se conoce al que todo lo llena. ¿Quién es? El que ilumina, dice, a todo hombre que viene a este mundo. Si el hombre no se hubiera alejado de ahí, no tendría que ser iluminado. Pero ha de ser iluminado aquí, precisamente porque se apartó de ahí donde el hombre podía estar siempre iluminado.
Necesitamos la lámpara para ver el día
8. ¿Y qué decir ahora? Si vino hasta aquí, ¿dónde estaba? Estaba en este mundo. Estaba aquí y hasta aquí vino. Aquí estaba por la divinidad, hasta aquí vino mediante la carne porque, aunque estaba aquí por la divinidad, no podían verle los insensatos, ciegos e inicuos. Estos inicuos son las tinieblas de las que está dicho: La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron9. He aquí que ahora está aquí, aquí estaba, siempre está aquí y nunca se va, de ningún sitio se va. Es preciso que tengas con qué ver lo que nunca se te va; es preciso que no te vayas de ese que de ninguna parte se va; es preciso que no lo abandones, y no serás abandonado.
No caigas y nunca llegará para ti la caída de este sol. Tu caída será su ocaso. En cambio, si tú te mantienes, él está contigo. Pero no te mantuviste. Recuerda entonces de dónde te caíste, de dónde te arrojó el que cayó primero que tú. Porque no te precipitó por la fuerza o violentamente, sino por tu propia voluntad. Si no hubieras consentido en el mal, te habrías mantenido en pie y no habrías perdido tu luz. Pero ahora que ya has caído y tienes llagas en el corazón, que es el que tiene ojos para ver esta luz, ha venido a ti de tal forma que puedas verle, y se presentó como un hombre que busca el testimonio de otro hombre. Al hombre pide Dios el testimonio y Dios tiene por testigo a un hombre; tiene Dios por testigo a un hombre, pero por el hombre: ¡tan débiles somos! Mediante la lámpara buscamos el día, porque a Juan mismo se le ha llamado lámpara, pues dice el Señor: Él era la lámpara que ardía y lucía, y vosotros quisisteis gozar un momento de su luz. Yo, en cambio, tengo un testimonio mayor que Juan10.
9. Muestra él, pues, que por los hombres quiso ser mostrado mediante una lámpara a la fe de los creyentes, para que mediante esa lámpara quedasen confundidos sus enemigos. Por cierto, esos enemigos que le tentaban y de cían: Dinos con qué poder haces esto. Replica: Os interrogaré yo también una sola cuestión. Decidme: el bautismo de Juan ¿de dónde procede: del cielo o de los hombres? Y se turbaron y dijeron entre ellos: Si decimos «Del cielo», va a decirnos: ¿Por qué, pues, no le creísteis? (porque Juan había dado testimonio de Cristo y había dicho: Yo no soy el Mesías, sino él)11. Si, en cambio, decimos «De los hombres», tememos al pueblo, no sea que nos apedree, porque tenían a Juan por profeta12. Temían ser apedreados, pero más temían confesar la verdad. Por eso, su respuesta fue mentir a la verdad: La maldad se engañó a sí misma13. Y respondieron: No sabemos. El Señor, al haberse cerrado ellos la puerta para su mal, fingiendo desconocer lo que sabían, tampoco se la abrió, porque no aldabearon. Está dicho, en efecto: Aldabead y se os abrirá14. Y no solamente ellos no aldabearon para que se les abriese, sino que, negando, contra sí tapiaron la puerta. Y el Señor les contestó: Pues yo tampoco os digo con qué poder hago esto15. Mediante Juan quedaron cubiertos de confusión y en ellos se cumplió: Preparé una lámpara para mi Cristo, vestiré de confusión a sus enemigos16.
¿Como está Dios en el mundo?
10. En el mundo estaba, y el mundo se hizo mediante él. No supongas que estaba en el mundo como en el mundo está la tierra, en el mundo está el cielo, en el mundo están el sol, la luna y las estrellas, en el mundo están los árboles, los animales, los hombres. No así estaba él en el mundo. Entonces ¿cómo estaba? Como artífice que gobierna lo que ha hecho. Por cierto, no ha obrado como obra un artesano. El cofre que está fabricando el artesano está fuera de él, puesto en otro lugar. Y aunque él esté a su lado, se sitúa fuera del cofre que fabrica. Dios, en cambio, crea el mundo dentro de él, presente en todas partes, sin separarse de ninguna, y no está a un lado, como quien está moldeando un objeto cuando lo fabrica. Con su presencia majestuosa realiza Dios lo que realiza, con su presencia gobierna lo realizado. Así era su presencia en el mundo: la de alguien por cuyo medio el mundo ha sido realizado. Mediante él, en efecto, se hizo el mundo, mas el mundo no le conoció.
Doble sentido de «mundo»
11. ¿Qué significa «El mundo se hizo mediante él»? Se llama mundo al cielo, la tierra, el mar y a todo lo que hay en ellos. También mundo tiene otro sentido, el de los amadores del mundo: El mundo fue hecho mediante él, mas el mundo no le conoció. Por cierto, ¿acaso los cielos no han conocido a su Creador, o los ángeles no han conocido a su Creador, o los astros no han conocido a su Creador, a quien confiesan los demonios? Todo ha dado testimonio por doquier. Pero ¿quiénes no le han reconocido? Quienes, porque aman al mundo, reciben el nombre de mundo. En efecto, el amor hace que habitemos con el corazón. Ahora bien, su amor los hizo merecedores de llamarse lo mismo que habitaban. Así es como decimos: «Ésta es una mala casa»; «aquélla es una buena casa». Ni acusamos a las paredes en la mala ni las elogiamos en la buena. Es por sus habitantes por lo que llamamos buena o mala una casa. Y así sucede también con el mundo: son los que por su amor pueblan el mundo. ¿Quiénes son? Quienes aman el mundo; en efecto, con el corazón habitan en el mundo. Ciertamente, quienes no aman el mundo están en el mundo corporalmente, pero con el corazón habitan el cielo, como dice el Apóstol: Nuestra residencia está en los cielos17. El mundo, pues, se hizo mediante él, mas el mundo no le conoció.
Los suyos no lo recibieron
12. Vino a lo suyo propio: propio porque mediante él se hizo todo esto. Mas los suyos no lo recibieron18. ¿Quiénes son? Los hombres que ha hecho; los judíos, a quienes originariamente hizo estar sobre todas las naciones, porque las otras naciones adoraban ídolos y servían a los demonios; en cambio, ese pueblo había nacido de la raza de Abrahán. Éstos eran eminentemente suyos, también por ser incluso parientes por la carne que se dignó tomar. Vino a lo suyo propio, mas los suyos no lo recibieron. ¿No lo recibieron en absoluto, ninguno lo recibió? ¿Ninguno, pues, fue hecho salvo? Nadie, en efecto, será hecho salvo, sino quien reciba a Cristo que viene.
El Hijo único quiso tener muchos hermanos
13. Pero ha añadido: En cambio, a cuantos lo recibieron19. ¿Qué les ha otorgado? ¡Gran benevolencia! ¡Gran misericordia! Único nació y no quiso permanecer solo. Muchos hombres, al no haber tenido hijos, una vez que se les pasa la edad, los adoptan y por decisión hacen lo que por naturaleza no pudieron; esto hacen los hombres. En cambio, si alguien tiene un hijo único, en él concentra todas sus alegrías, porque él solo poseerá todo y no tendrá a alguien que con él divida la herencia, dejándolo más empobrecido. Pero no es así como Dios obra. A su Hijo único en persona, al que había engendrado y mediante el que había creado todo, lo ha enviado a este mundo, para que él no estuviese solo, sino que tuviera hermanos adoptados. En efecto, nosotros somos no nacidos de Dios como el Unigénito, sino adoptados mediante éste. Él, en efecto, Unigénito, ha venido a aniquilar los pecados, esos pecados que nos enredaban, de forma que a causa de su impedimento no nos adoptase. A los que él deseaba hacer hermanos suyos, él mismo los soltó e hizo coherederos. En efecto, el Apóstol dice así: Ahora bien, si hijo, también heredero, mediante Dios20. Y también: Herederos, sí, de Dios; por otra parte, coherederos de Cristo21. Porque su herencia no deviene estrecha, incluso si muchos la poseyesen, no ha temido tener coherederos. Ciertamente, poseedor él, ellos mismos son hechos heredad de él y él es hecho, a su vez, heredad de ellos. Oye cómo ellos son hechos herencia de él: El Señor me ha dicho: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré en herencia tuya las naciones»22. Él ¿cómo es hecho heredad de ellos? Dice en un salmo: El Señor, lote de mi heredad y de mi copa23. ¡Poseámosle nosotros y poséanos él! Poséanos como Señor; poseámosle como salvación, poseámosle como luz. ¿Qué, pues, ha dado a quienes lo recibieron? Les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios a esos que creen en su nombre24. Así podrán abrazarse al madero y atravesar el mar.
El nacimiento de los nuevos hijos
14. Y ¿cómo nacen ésos? Éstos, porque son hechos hijos de Dios y hermanos de Cristo, nacen realmente porque, si no nacen, ¿cómo pueden ser hijos? Ahora bien, los hijos de hombres nacen de la carne y de la sangre, por voluntad de un varón y de la unión conyugal. Aquéllos, en cambio, ¿cómo le nacen? Los cuales no de las sangres25, de la del varón y la de la mujer, digamos. Sanguines (sangres) no es latino. Pero, porque en griego está en plural, el que traducía prefirió poner así, hablar de modo menos latino, digamos, según los gramáticos, y empero explicar la verdad según el oído de los débiles. En efecto, si dijera «sangre», en singular, no explicaría lo que quería, pues que los hombres nacen de las sangres del varón y de la mujer. Hablemos así nosotros, no temamos las férulas de los gramáticos, con tal que empero lleguemos a la verdad sólida y por entero cierta. Reprende quien entiende, ingrato porque ha entendido. No de las sangres ni de voluntad de la carne ni de voluntad de varón26. En vez de mujer ha puesto «carne» porque, cuando fue hecha de una costilla, Adán dijo: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne»27, y el Apóstol afirma: Quien ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie odió jamás su carne28. En vez de esposa, pues, se pone «carne» como a veces «espíritu» en vez de marido. ¿Por qué? Porque éste rige, aquélla es regida; aquél debe mandar, ésta servir. Efectivamente, cuando la carne manda y el espíritu está sometido, la casa está trastocada. ¿Qué hay peor que una casa donde la mujer tiene el mando sobre el varón? En cambio, una casa está en orden cuando el varón manda, la mujer obedece. En orden, pues, está el hombre mismo cuando el espíritu manda, la carne sirve.
Nosotros nacemos de Dios y Dios nace de los hombres
15. Éstos, pues, nacieron no de voluntad de la carne ni de voluntad de varón, sino de Dios29. Ahora bien, para que los hombres nacieran de Dios, primeramente nació de ellos Dios, pues Cristo es Dios y Cristo nació de los hombres. Ciertamente, nacido de Dios para que mediante él fuésemos hechos, y nacido de mujer para que mediante él fuésemos rehechos, en la tierra no buscó sino madre, porque ya tenía Padre en el cielo. No te asombres, pues, oh hombre, de que por gracia seas hecho hijo, porque de Dios naces según su Palabra. La Palabra misma quiso primero nacer de hombre, para que tú tuvieras la seguridad de nacer de Dios y te dijeras: «Por algo quiso Dios nacer de hombre, porque en algo me estimó para hacerme inmortal y nacer él mortalmente por mí». Por eso, tras haber dicho: «Nacen de Dios», como para que no nos asombrásemos y horrorizásemos de gracia tan inmensa, que nos pareciera increíble que de Dios hayan nacido hombres, como dándote seguridad añade: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros30. ¿Por qué, pues, te asombra que los hombres nazcan de Dios? Vuelve tu mirada a Dios mismo nacido de los hombres: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
La carne te había cegado y la carne te sana
16. En verdad, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, del nacimiento mismo hizo un colirio con que se limpiasen los ojos de nuestro corazón y pudiéramos ver su majestad mediante su humildad. Por eso se hizo carne la Palabra y habitó entre nosotros. Sanó nuestros ojos. ¿Y qué sigue? Y vimos su gloria. Nadie podría ver su gloria si no lo curase la humildad de la carne. ¿Por qué no podíamos ver? Atienda, pues, Vuestra Caridad y ved lo que digo. Al hombre le había caído al ojo una especie de polvo, le había caído tierra, había herido seriamente su ojo, no podía ver la luz. Ahora, a este ojo seriamente herido se aplica un ungüento. Tierra lo había herido seriamente y, para que sea sanado, se envía allí tierra, pues todos los colirios y medicamentos no son nada, sino de la tierra. Por el polvo te cegaste, por el polvo eres sanado; la carne, pues, te había cegado, la carne te sana. En efecto, carnal se había hecho el alma por consentir con los afectos carnales; por eso se había cegado el ojo del corazón. La Palabra se hizo carne: este médico te hizo un colirio. Y, porque vino de forma que con la carne extinguiera los vicios de la carne y con la muerte matase a la muerte, por eso ha sucedido en ti que, porque la Palabra se hizo carne, tú puedes decir: Y vimos su gloria. ¿Qué gloria? ¿La de hacerse Hijo del hombre? Ésta es su humildad, no su gloria. Pero ¿hasta dónde fue llevada la vista del hombre, curada mediante la carne? Vimos, dice, su gloria, gloria como de Hijo único nacido del Padre, lleno de gracia y verdad31. De la gracia y la verdad trataremos más ampliamente, con el favor del Señor, en otro lugar del evangelio mismo. Ahora baste esto y dejaos edificar en Cristo, robusteceos en la fe, vigilad con obras buenas y no os apartéis del leño mediante el que podáis atravesar el mar.