Que te conozca a ti, Señor, conocedor mío; que te conozca a ti, fortaleza de mi alma. Muéstrate a mí, mi divino consolador; que te vea, lumbre de mis ojos. Ven, gozo de mi espíritu; que te vea, alegría de mi corazón. Que yo te quiera a ti, que eres la vida de mi alma. Ven a mí, delicia mía y mi dulce consuelo, Señor Dios mío, que eres la vida y la gloria suprema de mi alma. Que yo te encuentre, deseo de mi corazón; que te posea a ti, amor del alma mía. Que te abrace, esposo celestial, regocijo sumo de mi alma y de mis sentidos. Que te posea, felicidad sempiterna; que te posea en el fondo de mi corazón, vida feliz y dulzura suprema de mi alma. Que yo te quiera a ti, Señor, que eres mi fortaleza; mi sostén, mi refugio, y mi libertador 1. Que te ame, Dios mío, mi protector, la torre de mi fortaleza, y la única esperanza en todas mis tribulaciones. Que me una a ti, único Bien, de donde dimana todo otro bien. Que goce de ti, Bien supremo, sin el cual no hay ningún otro bien verdadero. Palabra divina, más penetrante que espada de doble filo 2, penetra en mi oído Interior para que yo escuche tu voz. Haz resonar, Señor, desde lo alto del cielo la gran voz de tu trueno. Que el mar con su grandeza muja; que la tierra y cuanto contiene se conmueva 3. Ilumina mis ojos, Luz Incomprensible, fulmina el rayo, y desbarátalos 4, para que no los ciegue la vanidad. Dispara tus saetas, y dispérsalos, hasta que se entreabran los cauces del mar y se descubran los cimientos del orbe 5. Dame, luz Invisible, ojos para que pueda verte. Olor de la vida, crea en mí un nuevo olfato para que pueda correr de ti en pos al olor de tus perfumes 6. Purifica mi gusto, Señor, para que saboree, y conozca y distinga cuán grande es la magnitud de tu dulzura, la que tienes reservada para aquellos que están llenos de tu amor 7. Dame un corazón, que piense en ti, un alma que te ame a ti, una mente que te recuerde, un entendimiento que te entienda, una razón que siempre esté unida a ti Inseparablemente, suprema dulzura; para que te ame con gusto amoroso a ti, que eres el Amor gustoso.
Oh vida, por la que vive todo cuanto tiene vida, vida que me das la vida; vida que eres mi vida; vida, por la cual yo vivo, y sin la cual yo muero; vida, por la cual vuelvo a la vida, y sin la cual perezco; vida por la que me regocijo, y sin la cual yo estoy en tribulación: vida que es fuente de vida, de dulzura, de amor y de inmortalidad. ¿Dónde estás?, pregunto, ¿dónde puedo encontrarte, para que no esté más en mí, y únicamente subsista en ti? Hazte presente a mi espíritu, a mi corazón, a mi boca, y en apoyo mío, porque desfallezco de amor, porque sin ti me muero, porque recordándote vuelvo a la vida. Tu fragancia me recrea, tu memoria me sana; aunque únicamente me saciaré del todo, cuando aparezca el esplendor de tu gloria, que es vida de mi alma. Mi alma suspira y desfallece con tu recuerdo, ¡cuándo llegaré y apareceré ante ti, que eres mi alegría! ¿Por qué me niegas tu vista, gozo por el que me regodeo? ¿Dónde te has escondido, hermosura a quien deseo? Aspiro tu olor, vivo y me alegro; pero a ti no te veo. Escucho tu voz, y renazco a la vida. Pero ¿por qué me escondes tu rostro? Quizá digas: Ningún hombre podrá verme y quedará con vida 8. Pues, Señor, que yo muera, para poder verte; que yo te vea, para que muera aquí. Ya no quiero vivir, sólo quiero morir; deseo ser liberado, y vivir con Cristo 9. Deseo morir para ver a Cristo; ya renuncio a esta vida, para vivir con Cristo. Señor Jesús, recibe mi espíritu. Vida mía, toma mi alma. Gozo mío, atrae mi corazón; dulce alimento mío, ¡cuándo podré comerte! Cabeza mía, guíame; luz de mis ojos, ilumíname; armonía mía, modérame; fragancia de mi alma, vivifícame; Verbo de Dios, dame una vida nueva. Alabanza mía, llena de alegría el alma de tu siervo. Penetra en ella, Tú que eres el gozo verdadero, para que en ti pueda gozarme; penetra en ella, dulzura soberana, para que guste tus delicias; luz eterna, irradia sobre ella, para que te entienda, te conozca y te ame.
Si no te ama, Señor, si no te ama, es que no te conoce; y por eso no conoce; y por lo mismo no te entiende, porque no puede sostener el brillo de tu luz: la luz que brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron 10. Oh luz del alma, luz verdadera y esplendor de la verdad, que alumbras a todo hombre que viene a este mundo, digo que viene, pero que no lo ama; porque quien es amigo del mundo, se hace enemigo de Dios 11, disipa las tinieblas que se ciernen sobre la faz del abismo de mi alma; a fin de que vea comprendiéndote, y que al comprender te conozca, y que te ame, conociéndote. Porque todo el que te conoce, te ama; se olvida de sí y te ama más que a sí; se aparta de sí, y viene a ti, para gozarse de ti. Si pues no te amo, Señor, tanto como debo, es que no te conozco plenamente. Porque te conozco poco, poco te amo, y porque te amo poco, poco me alegro en ti; al contrario, al apartarme de ti, gozo verdadero de mi alma, por las cosas exteriores, me privo de ti, y busco en estas cosas exteriores amistades adulterinas. Y así yo desgraciado entrego a las cosas vanas mi corazón, que debí consagrar a ti solo con todo mi amor y afecto.
Señor, la razón de por qué yo no me regocijo en ti, y no me adhiero a ti es porque yo me deleito en las cosas exteriores y Tú en las Interiores; yo en las carnales y Tú en las espirituales; yo me derramo entre cosas transitorias, doy vueltas con el pensamiento, me enredo con las palabras, y Tú, en cambio, vives eternamente la eternidad. Tú estás en el cielo, yo en la tierra; Tú amas las cosas de arriba, yo las de abajo; Tú las cosas celestes, yo las terrenas. Y ¿cuándo podrán conciliarse cosas tan contrarias?, y ¿cuándo mi desviación va a poder adecuarse a tu rectitud? Tú, Señor, amas la soledad, yo la turbamulta; Tú el silencio, yo el vocerío; Tú la verdad, yo la vanidad; Tú la pureza, yo me regodeo en la Inmundicia. ¿Qué más diré, Señor? Tú, en verdad, eres bueno, y yo malo; Tú piadoso y santo, yo impío e Inicuo; Tú eres la luz, yo la ceguera; Tú la vida, yo un muerto; Tú la medicina, yo el enfermo; Tú eres el gozo, yo la tristeza; Tú la verdad soberana, y yo, como todo hombre que vive sobre la tierra, la vanidad total 12.
Así pues, ¿qué puedo decir, Creador divino? Escúchame Tú, mi Creador. Yo soy tu criatura, que ya he perecido; tu criatura, que ya muero; tu hechura, que ya estoy reducido a la nada. Soy obra tuya, que tus manos, Señor, me hicieron y me plasmaron 13; aquellas manos, digo, que fueron clavadas en la cruz por mí; no desprecies, Señor, la obra de tus manos; te suplico que pongas los ojos en mí por las llagas de tus manos. ¿No has escrito mi nombre en tus manos? Lee esa escritura, y sálvame. Ves que yo, tu criatura, suspiro por ti, Tú eres el Creador, dame una vida nueva. Ves que yo, hechura tuya, clamo a ti, que eres la vida, reanímame. Ves que yo, tu obra, me dirijo a ti, que eres mi Hacedor, restáurame. Perdón, Señor, porque mis días son nada 14. ¿Qué es el hombre para que pueda hablar a Dios que es su Creador? Perdona, Señor, a quien se dirige a ti; ten piedad de tu siervo que tiene la osadía de hablar a su Señor. Pero es que la necesidad no sabe de leyes, y es el dolor el que me obliga a hablar y la desgracia que tengo me fuerza para gritar. Soy un enfermo que llama a su médico, un ciego que corre a la luz; un muerto que espera la vida. Y Tú eres el médico, y la luz y la vida. Jesús Nazareno, ten compasión de mí; Hijo de David, ten compasión de mí 15; Tú, que eres la fuente de la misericordia, escucha al enfermo que te grita; Tú que eres la luz que pasas, detente ante el ciego, tiéndele la mano, para que se llegue a ti, y con tu luz vea la luz 16. Vida que eres fuente de vida, resucita al muerto.
¿Quién soy yo para hablar contigo? Desgraciado de mí, Señor, dígnate perdonarme. Yo que soy un cadáver pútrido, materia de gusanos, vaso hediondo, pasto de las llamas. ¿Qué soy yo para atreverme a hablar contigo? Desdichado de mí, Señor, dígnate perdonarme. Yo, un hombre desgraciado, es decir, un hombre nacido de mujer, que vive por poco tiempo, repleto de muchas miserias 17; un hombre, repito, hecho semejante a la vanidad 18, equiparado a las bestias sin razón, y hecho ya semejante a ellas 19. ¿Qué más soy yo? Un abismo de tinieblas, fango de miseria, hijo de ira, vaso de ignominia, engendrado en la impureza, que vive en la miseria y muere entre angustias. ¿Qué soy yo, desgraciado, y qué llegaré a ser? Que ¿qué soy yo? Un vaso de estiércol, un cuenco de podredumbre, repleto de hedor y de horror; ciego, pobre, desnudo, sujeto a Incontables necesidades, desconocedor de mi entrada en la vida y de mi salida. Miserable y mortal, cuyos días pasan como una sombra, cuya vida se desvanece como la sombra de la luna; como la flor nacida sobre un árbol, que enseguida se marchita; ya florece, y al Instante se seca 20. Así es mi vida, frágil, caduca, porque cuanto más crece, más disminuye; y cuanto más avanza tanto más se acerca a la muerte; vida efímera y engañosa; llena de trampas de muerte. A una breve alegría sucede enseguida la tristeza, a la salud la enfermedad, a la vida la muerte; a la apariencia de felicidad siempre la realidad de un miserable; tan pronto río como estoy llorando; así cambia todo con tal rapidez que apenas si una sola hora de vida permanece con seguridad. Tan pronto rezuma el temor como el temblor, el hambre y la sed, el calor como el frío, la enfermedad y el dolor. A todo esto sorprende la muerte importuna, que arrebata a los hombres miserables cada día de mil maneras. Porque uno cae agotado por la fiebre, otro por el sufrimiento; a aquél le consume el hambre, al otro la sed, al otro le engullen las aguas, o perece en la horca, en las llamas o lo devoran los dientes de las fieras, hay quien muere a espada, o víctima del veneno; y, en fin, quien termina su vida miserable consumido por el mismo temor de una muerte repentina. Y lo que todavía es peor, que aunque nada hay más cierto que la muerte, sin embargo el hombre ignora su fin; y cuando menos lo espera y se cree seguro, es arrebatado, y perece toda su esperanza. En efecto, el hombre desconoce dónde, cuándo y cómo va a morir; y sin embargo está seguro de que tiene que morir. Mira, Señor, cuán grande es la miseria en la que vivo, y no temo; la enorme calamidad que padezco, y no me duelo ni grito a ti mi dolor. Pero, Señor, tengo que clamar a ti, antes de que salga de este mundo; y ojalá que no me pase al otro lado, sino que viva en ti. Por tanto, te diré, sí, toda mi miseria; te confesaré, sin avergonzarme ante ti, toda mi bajeza. Ven en mi ayuda, Tú que eres mi fortaleza, en quien me apoyo; socórreme, Tú que eres mi sostén; ven, luz por la que veo; hazte presente, gloria de mi alegría; muéstrate, sí, y viviré.
Luz, que veía Tobías, cuando a pesar de estar ciego enseñaba a su hijo el camino de la vida 21; luz, que alumbraba el espíritu de Isaac, cuando con los ojos cegados externamente anunciaba el futuro a su hijo 22; luz Invisible, a quien está presente todo el abismo del corazón humano; luz que percibía Jacob, cuando, iluminado Interiormente por tus enseñanzas, predecía exteriormente a sus hijos lo que les iba a venir 23, mira cómo las tinieblas están sobre la superficie del abismo de mi alma, Tú que eres la luz; mira cómo tinieblas espesas caen sobre las aguas de mi corazón, Tú que eres la Verdad. Verbo, por quien todo fue hecho, y sin el cual no ha sido hecho nada; Verbo que eres anterior a todo y antes de que nada existiera; Verbo que es el Creador de todas las cosas, sin el cual todo es la nada 24; Verbo que lo gobierna todo, y sin el cual todas las cosas no existirían; Verbo que dijiste en el principio: Hágase la luz, y la luz fue hecha 25, di también ahora: Hágase la luz, y la luz sea hecha, y que yo vea la luz y reconozca lo que no es la luz, porque sin ti tomo la luz por tinieblas y las tinieblas por luz. Porque sin tu luz no brilla la verdad, solamente hay error y vanidad; no brilla la verdad, ni el discernimiento, solamente hay confusión e ignorancia, no hay ciencia; solamente hay ceguera, no hay visión; solamente hay extravío, no hay camino; solamente está la muerte y no hay vida.
Mira, Señor, que donde no brilla tu luz, sólo hay muerte, y ni siquiera la muerte, porque la muerte es la nada, ya que por la muerte tendemos a la nada, cuando no tememos hacernos nada por el pecado. Y por cierto con razón, Señor, porque recibimos lo que merecemos por nuestras obras, cuando volvemos a la nada, como el agua que corre; porque sin ti nada ha sido hecho, y haciéndonos nada, somos la nada, porque somos nada sin ti, por quien han sido hechas todas las cosas, y sin el cual nada ha sido hecho. Señor Verbo, Dios Verbo, por quien todo ha sido hecho, y sin el cual nada se hizo 26; desgraciado de mí tantas veces obcecado, porque Tú eres la luz, y yo sin ti; tantas veces herido, porque Tú eres la salud, y yo sin ti; tantas veces Infatuado, porque Tú eres la verdad, y yo sin ti; tantas veces extraviado, porque Tú eres el camino, y yo sin ti; tantas veces muerto, porque Tú eres la vida, y yo sin ti; tantas veces aniquilado, porque Tú eres el Verbo, por quien todo fue hecho, y yo sin ti, sin el cual nada fue hecho. Señor Verbo, Dios Verbo, que eres la luz por la cual fue hecha la luz; Tú que eres el camino, la verdad y la vida 27; en quien no hay tinieblas, ni error, ni mentira, ni muerte. Tú eres la luz, sin la cual todo es tinieblas; Tú eres el camino, fuera del cual todo es error; Tú eres la verdad, sin la cual todo es mentira; Tú eres la vida, sin la cual todo es muerte. Dime una palabra, sí, Señor: Hágase la luz, para que vea la luz, y evite las tinieblas; para que distinga el verdadero camino, y no vuelva a mis extravíos; para que conozca la verdad, y evite el error y la mentira; para que vea la vida, y escape de la muerte. Tú, Señor, que eres mi luz, mi iluminación y mi salvación, ilumíname: Tú, mi Señor, a quien temeré, a quien cantaré las alabanzas; mi Dios, a quien honraré; mi Padre, a quien amaré; mi Esposo, para quien me conservaré puro. Ilumíname, sí, haz brillar tu luz sobre este tu pobre ciego, que está en las tinieblas y en las sombras de muerte, y dirige sus pasos por el camino de la paz para que pueda entrar al lugar de tu admirable tabernáculo hasta la mansión de Dios eterno para celebrar y confesar su grandeza y su gloria. En verdad que la confesión es el camino para acercarme a ti, el camino para apartarme del extravío, y para volver a ti, que eres el camino, porque Tú eres el camino verdadero que lleva a la vida.
Te confesaré mi miseria, sí, te la confesaré a ti, Señor, que eres mi Padre, rey de cielo y tierra, para que pueda llegarme a tu misericordia. Me he hecho un desgraciado, reducido a la nada, y no me he dado cuenta, porque Tú eres la verdad, y yo no estaba contigo. Mis Iniquidades me han cubierto de heridas, y no las he sentido, porque Tú eres la vida, y yo no estaba contigo. Ellas me han reducido a la nada, porque Tú eres el Verbo, y yo no estaba contigo, por quien han sido creadas todas las cosas, y sin el cual nada ha sido hecho; y por tanto sin ti yo mismo soy nada, porque es nada lo que lleva a la nada. El Verbo ha creado todo lo que existe. Y ¿cómo fueron creadas? Dios vio todas las cosas que había hecho, y eran muy buenas 28. Todo cuanto existe fue hecho por el Verbo, y todas las cosas que ha hecho el Verbo son soberanamente buenas. Y ¿por qué son buenas? Porque fueron hechas por el Verbo. Y sin Él nada ha sido hecho 29, porque nada hay bueno sin el sumo bien, pero donde no está el bien allí está el mal, que verdaderamente es nada, porque el mal no es otra cosa que privación del bien; así como la ceguera no es sino la privación de la luz. El mal por tanto es nada, porque ciertamente no es obra del Verbo, sin el cual nada ha sido hecho. Porque es malo lo que está privado de ese bien por el cual han sido hechos todos los bienes, a saber, por el Verbo, por quien ha sido hecho todo lo que existe. Lo que no existe no ha sido hecho por Él, y por eso son nada. Así lo que no ha sido hecho es algo malo, porque todo lo que existe ha sido hecho por el Verbo, y todo lo hecho por el Verbo es sólo bueno. Como todo ha sido hecho por el Verbo, el mal no es obra del Verbo. En consecuencia todo lo que no ha sido hecho no es bueno, porque sólo es bueno lo que ha sido hecho por el Verbo. Y el mal no es nada, porque no ha sido hecho, y no es nada, porque sin el Verbo no se ha hecho nada. El mal, repito, no es nada porque no ha sido creado. Entonces ¿cómo es que existe el mal, si no ha sido creado? Porque el mal es privación del verbo, por quien el bien ha sido creado. Luego existir sin el Verbo es el mal, que es no ser, porque nada existe sin Él. Y ¿qué es estar separado del Verbo? Si quieres saberlo, aprende antes qué es el Verbo. Y el mismo Verbo de Dios dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida 30. Luego estar separado del Verbo es estar sin camino, sin verdad y sin vida; y es nada sin Él, y por tanto el mal es separarse del bien, por el que todas las cosas fueron hechas muy buenas. Separarse pues del Verbo, por quien todo ha sido hecho, no es otra cosa que acabar, y pasar de hecho a la nada, porque sin El es nada. Luego cuantas veces te desvías del bien, te separas del Verbo, que es el bien soberano; y por eso te haces nada, porque estás sin el Verbo, sin el cual nada ha sido hecho.
Tú, Señor, ya me has iluminado para que pudiera verte; te he visto, y me he conocido, porque cuantas veces he sido hecho nada, otras tantas me he separado de ti, porque yo me he olvidado de que el bien eres Tú, y por eso me he hecho malo. Desgraciado de mí, por no conocer qué era eso, porque, abandonándote a ti, estaba en la nada. Pero ¿qué es lo que digo? Si yo era nada, ¿cómo quería conocerte? Sabemos que la nada es nada, y que lo que es nada no existe, y que lo que no existe no es bueno, porque es nada. Si, pues, yo he sido nada, cuando existí sin ti, yo fui como la nada, y como un ídolo que es nada. El cual ciertamente tiene orejas y no oye, tiene narices y no huele, tiene ojos y no ve, tiene boca y no habla, tiene manos y no palpa, tiene pies y no anda 31, en una palabra, tiene todos los rasgos y semejanza de los miembros pero sin la sensibilidad y capacidad de ellos.
Mientras estaba sin ti, yo no existía, porque no era nada. Análogamente a los Ídolos era ciego, sordo e Insensible, porque ni era capaz de discernir el bien ni de evitar el mal ni de sentir el dolor de mis heridas ni de ver mis tinieblas, porque estaba sin ti, que eres la luz verdadera, que iluminas a todo hombre que viene a este mundo 32. ¡Desgraciado de mí! Que estaba cubierto de heridas, y no me dolía; me arrastraban las pasiones, y no me daba cuenta, porque yo era nada, ya que estaba sin la vida, que es el Verbo por quien todo ha sido hecho. Por eso, Señor, luz de mi alma, mis enemigos hicieron de mí cuanto quisieron: me tundieron a golpes, me despojaron del todo, me llenaron de vergüenza, de corrupción, de heridas, y me causaron la muerte, porque yo me he apartado de ti, y sin ti fui hecho nada. Señor, vida mía, que fuiste mi creador, luz que ha dirigido mis pasos. Defensor de mi vida, ten piedad de mí, y vuélveme a la vida. Señor, Dios mío, que eres mi esperanza, mi fuerza, mi apoyo y mi consuelo en el día de mi tribulación, fíjate en mis enemigos, y líbrame de ellos; huyan de tu presencia los que te odian, y yo viviré en ti y para ti. Pues, Señor, me han espiado, y al verme sin ti, me despreciaron. Se repartieron los despojos de las virtudes con que me habías revestido 33, marcharon sobre mí, y me pisotearon con sus pies; mancillaron tu templo santo con las heces de los pecados, y me dejaron desolado y sumido en el dolor. Ciego y sin recursos iba tras de ellos, entrelazado con las sogas de los pecados. Me arrastraban consigo de vicio en vicio y de fango en fango; y caminaba sin fuerza delante del perseguidor. Era un esclavo, y amaba mi esclavitud; un ciego, y me regodeaba en mi ceguera; un encadenado que no aborrecía las cadenas; consideraba dulzura lo que era amargura, y amargura lo que era dulzura; era un miserable que no me daba cuenta, y eso porque estaba sin ti, el Verbo, sin el cual nada ha sido hecho, por el cual todo se conserva, y sin el cual todo volvería a la nada. Pues como todo ha sido hecho por Él, y sin Él no se ha hecho nada, así se conserva por Él todo lo que subsiste en el cielo, en la tierra, en el mar y en los abismos; no habría trozo de piedra unido a otro ni una parte de la creación unida al conjunto si toda esa armonía no estuviera sostenida por el Verbo, por quien todo fue hecho. Haz, pues, que yo me adhiera a ti, que eres el Verbo, para que me conserves, porque en cuanto me he apartado de ti, he perecido en mí, a no ser porque Tú, mi hacedor, me has vuelto a la vida. Yo he pecado, y Tú me has visitado; yo he caído, y Tú me has levantado; yo un ignorante, y Tú me has Instruido; yo un ciego que no veía, y Tú me has iluminado.
Yo, miserable, cuánto debo amarte muéstramelo, Dios mío; dame a conocer cuánto debo alabarte; hazme conocer cuánto te debo agradar. Grita, Señor, con voz de trueno en lo íntimo de mi corazón; Instrúyeme, sálvame, y te colmaré de alabanzas; Tú, que me has creado, cuando no era nada; Tú, que me iluminaste, estando en las tinieblas; Tú, que me resucitaste, cuando estaba muerto; Tú, que me cebaste con todos tus bienes desde mi juventud; a este gusano Inútil, repugnante por los pecados, lo mimas con todos tus mejores dones y gracias. Tú, que eres la llave de David, que abres de tal modo que nadie puede cerrar al que Tú abres y cierras de tal modo que nadie puede abrir al que Tú cierras, ábreme la puerta de tu luz, para entre y vea, y te reconozca y te confiese con todo mi corazón, porque es grande tu misericordia sobre mí, y has sacado mi alma del Infierno más profundo. Señor, Dios mío, ¡qué admirable y laudable es tu nombre en toda la tierra! ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que te dignes visitarle? 34. ¡Señor, esperanza de los santos, torre de su fortaleza, vida de mi alma, por quien yo vivo y sin quien yo muero, luz de mis ojos por la cual veo y sin la cual estoy en tinieblas; gozo de mi corazón, y alegría de mi espíritu! Te amaré con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda la médula y mis entrañas, porque Tú me has amado primero 35. ¿De dónde me viene esta gracia, Creador del cielo, de la tierra y del abismo, porque Tú no necesitas de mis bienes; de dónde entonces me viene esta gracia, sino porque Tú me has amado? Sabiduría eterna, que devuelves el habla a los mudos, Verbo, por quien fueron hechas todas las cosas, abre mi boca, y pon en mis labios palabras de alabanza, para que cuente todos tus beneficios, los que Tú, Señor, me has concedido desde el principio. Pues yo existo, porque me has creado, y porque desde la eternidad has predeterminado crearme y contarme en el número de tus criaturas. Antes de que creases tus obras al principio, antes del origen de los cielos, cuando aún no existían los abismos, antes de que creases la tierra, o cimentases los montes o alumbraran los hontanares 36, antes de que hicieses por el Verbo todas estas cosas que has creado, en la verdad Infalible de tu Providencia habías previsto que yo fuese tu criatura, y quisiste darme el ser. ¿De dónde a mí tanta gracia, Señor benignísimo, Dios altísimo, Padre misericordiosísimo, Creador omnipotente, y siempre clementísimo? ¿Con qué méritos y con qué gracia he podido complacer la mirada de tu majestad magnífica para crearme?, Yo no existía, y ya me creaste; estaba en la nada, y ¿de la nada Tú hiciste que fuese algo? ¿Y qué clase de criatura? No una estrella, ni el fuego, un ave o un pez, no una serpiente o alguno de los brutos animales; ni una piedra o un árbol; ni alguna de las criaturas que sólo tienen la existencia; ni de las que solamente pueden ser y crecer; ni de las que sólo pueden ser, crecer y sentir; sino que más que todo eso quisiste que fuera una de esas criaturas que tienen el ser, porque soy; y de esas criaturas que tienen el ser y el crecer, porque soy y crezco; y de ésas que tienen el ser, el crecer y el sentir, porque soy, crezco y siento.
Me creaste casi igual a los ángeles, porque como ellos he recibido de ti una razón capaz de conocerte. Pero, cierto, que he dicho casi igualo poco menos, porque ellos ya tienen la felicidad de conocerte claramente, yo en cambio sólo en esperanza; ellos cara a cara, yo como en enigma y por un espejo; ellos en plenitud, yo sólo en parte. Pero cuando llegue lo que es perfecto, se desvanecerá lo parcial, cuando ya sin velo podremos contemplar tu rostro. Entonces ¿qué nos podrá ya impedir ser semejantes a los ángeles a nosotros, a quienes Tú, Señor, que eres el premio de la esperanza gloriosa, habrás coronado de gloria y honor; a quienes Tú habrás honrado con el título de amigos tuyos, Incluso haciéndonos en todo semejantes e iguales a los ángeles? En efecto, ¿no ha dicho tu verdad: son iguales a los ángeles y son hijos de Dios 37?, ¿por qué no son hijos de Dios, si serán como los ángeles? Verdaderamente serán hijos de Dios, porque el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre. Este pensamiento me Inspira la confianza para decir: No es el hombre poco Inferior a los ángeles, ¿qué digo yo?, no sólo es igual a los ángeles, sino superior a los ángeles, porque no hay ningún ángel-Dios, y sí un hombre-Dios y un Dios-hombre. Por esto puedo decir que el hombre es una criatura dignísima, por el Verbo que en el principio era Dios en Dios, el Verbo por quien Dios dijo: Hágase la luz, y la luz fue hecha 38, es decir la naturaleza angélica.
El Verbo, por quien Dios creó todas las cosas en el principio, es el mismo Verbo que se hizo carne, y habitó entre nosotros "y hemos visto su gloria 39. Esta es la gloria de la que me puedo gloriar, cuando me glorío en buen estado. Este es el gozo por el que me puedo gozar, cuando con razón me gozo, Señor y Dios mío, que eres la vida y la gloria total de mi alma.
Te confieso, Señor y Dios mío, que, cuando me has creado capaz de razón, me has creado en cierto modo semejante a los ángeles, porque puedo, por medio de tu Verbo, adquirir un estado de perfección que llegue a la igualdad de los ángeles, de modo que tenga la adopción de hijos por tu Verbo unigénito, Señor, por tu Hijo amado, en quien te has complacido, por el varón Íntimamente unido y consustancial a ti y coeterno Jesucristo, Señor único y redentor nuestro, iluminador y consolador nuestro, abogado nuestro ante ti, y luz de nuestros ojos, que es la vida, el salvador y única esperanza nuestra. El nos amó más que a Sí, por quien tenemos restablecida la confianza y afirmada la esperanza en ti, y la entrada para llegar a ti, porque hizo capaces de ser hijos de Dios a los que creen en su nombre 40. Alabaré tu nombre, Señor, que, creándome a tu imagen y semejanza 41, me has hecho capaz de tanta gloria que pueda llegar a ser hijo de Dios. Eso ciertamente no lo pueden los árboles, no lo pueden las piedras, ni en general todo lo que se mueve, y crece en el aire, en el mar, en la tierra; porque tu Verbo no les ha dado ese poder de llegar a ser hijos de Dios, puesto que no tienen razón, y ese poder viene de la razón, por la que conocemos a Dios. En cambio, esta potestad la dio a los hombres, a los que creó racionales, a su imagen y semejanza. Y yo, Señor, por tu gracia soy un hombre, y puedo ser hijo tuyo por tu gracia, lo cual aquéllos no pueden.
¿De dónde a mí, Señor, verdad suprema, y supremacía veraz, principio de todas las criaturas, de dónde a mí, Señor, el que pueda ser hecho hijo tuyo, que aquéllos no pueden? Pues Tú, que eres eterno desde toda la eternidad, has creado todas las cosas igualmente. Has creado igualmente a los hombres y a los animales, a las piedras y a las plantas de la tierra. No ha precedido mérito alguno suyo ni antecedido gracia alguna, porque todas las cosas las creaste sólo por tu bondad soberana; y todas eran iguales en méritos, porque no podían tener ninguno. ¿De dónde entonces tu gran bondad para con esta criatura tuya, que has creado capaz de razón sobre todas las demás que carecen de ella? ¿Por qué yo no soy como todas las demás, por qué todas las demás no son como yo, por qué existo yo, como también ellas? ¿Cuáles son mis méritos, cuál la gracia mía para que Tú me crearas capaz de poder llegar a ser hecho hijo de Dios, lo cual has denegado a todas ellas? ¡Lejos de mí, Señor, pensar tal cosa! Solamente tu gracia, solamente tu bondad lo ha hecho para que fuese partícipe de su dulzura. Porque sólo fue tuya la gracia con la que me creaste de la nada; esa gracia te suplico, Señor, que me concedas, para serte por ello eternamente agradecido.
Tu mano omnipotente, que es siempre una y la misma, creó en el cielo a los ángeles, y en la tierra a los gusanillos; y no es superior en aquéllos ni Inferior en éstos. Pues así como ninguna otra mano podría crear al ángel, así ninguna otra podría crear al gusano; y como ninguna otra podría crear el cielo, así ninguna otra podría crear la más mínima hoja de un árbol; como ninguna el cuerpo, así ninguna podría crear un solo cabello blanco o negro; sino tu mano todopoderosa, a quien todas las cosas son posibles por igual. Pues no te es más posible crear el gusano, que el ángel; ni más imposible desplegar el cielo, que la hoja; ni más fácil formar el cabello, que el cuerpo; ni más difícil asentar la tierra sobre las aguas, que las aguas sobre la tierra. Ha hecho todo lo que ha querido en el cielo y en la tierra, en el mar y en todos los abismos, y a mí entre todas las cosas, pudo y supo hacerme como quiso. Tu mano, Señor, pudo y supo crearme piedra, ave, serpiente, cualquier animal, pero su bondad no lo ha querido. Y ¿por qué yo no soy piedra, árbol, o cualquier animal? Porque así lo ha ordenado tu bondad. Y para ordenar esto, no han precedido méritos míos.
¿De dónde, Señor, me viene todo esto?, ¿cómo puedo tener elogios para alabarte dignamente? Como me has hecho a mí sin mí, y como te plugo a ti, así tienes tu alabanza sin mí, tal como te complace ante ti. Porque Tú mismo, Señor, eres tu alabanza y tu gloria. Que tus obras te alaben según la amplitud de tu grandeza. Tu alabanza, Señor, es Inabarcable: no puede ser comprendida por el espíritu, ni expresada con la palabra, ni percibida por el oído, porque todo esto es pasajero, y en cambio tu alabanza es sempiterna. El pensamiento comienza y acaba; la voz suena y se pierde; el oído oye y lo oído se olvida; tu alabanza en cambio es sempiterna. ¿Quién entonces puede alabarte? ¿Qué hombre proclamará tu alabanza? Tu alabanza es perpetua, no es transitoria. Aquí te alaba el que cree que Tú mismo eres tu alabanza. Aquí te alaba el que reconoce en sí mismo que no puede llegar hasta tu alabanza. Tú, la alabanza perpetua que nunca pasas, en ti está nuestra alabanza, en ti será alabada el alma mía. No te alabamos nosotros, sino Tú a ti, y por ti, y en ti; y nuestra alabanza la tenemos en ti. Nosotros tenemos alabanza verdadera entonces, cuando la recibimos de ti, cuando la luz aprueba la luz; porque Tú, alabanza verdadera, das la alabanza verdadera. Siempre que buscamos alabanza de otro fuera de ti, perdemos tu alabanza, porque aquélla es transitoria, y la tuya en cambio es eterna. Cuando buscamos la transitoria, perdemos la eterna. Si queremos la eterna, no amemos la transitoria. Señor y Dios mío, alabanza eterna de quien dimana toda alabanza, sin el cual no hay alabanza alguna, yo no puedo alabarte a ti sin ti. Que te posea a ti y te alabaré a ti. Porque ¿quién soy yo, Señor, por mí mismo para poder alabarte? Yo soy polvo y ceniza, un perro muerto y hediondo, un gusano y podredumbre soy yo. ¿Quién soy yo, para alabarte, Señor Dios, fortísimo dador de la vida de toda carne, que habitas la eternidad? ¿Es que las tinieblas van a alabar a la luz o la muerte a la vida? Tú eres la luz, yo las tinieblas; Tú eres la vida, yo la muerte. ¿Podrá la vanidad alabar a la verdad? Tú eres la verdad, yo un pobre hombre hinchado de vanidad. Entonces, Señor, ¿qué te podrá alabar? ¿Es que la miseria mía te alabará?, ¿o el hedor alabará al suave olor?, o ¿la mortalidad del hombre, que hoyes y mañana desaparece, podrá alabarte? ¿Acaso te alabará la podredumbre, y el hijo del hombre, que es un gusano? ¿O es que te alabará, Señor, el que ha sido engendrado y ha nacido en pecados? Señor, Dios mío, que te alabe tu poder omnipotente, tu sabiduría Inabarcable, tu bondad Inefable. Que te alabe tu Incomparable clemencia, tu misericordia sobreabundante, tu sempiterno poder y tu divinidad. Que te alabe tu omnipotentísima fortaleza, también tu benignidad soberana, y tu caridad, por la cual Tú nos has creado, Señor Dios, que eres la vida de mi alma.
Pero yo, que soy tu criatura, descansaré a la sombra de tus alas lleno de esperanza en esa bondad tuya, con la que me has creado. Protege a la criatura, que tu benignidad creó; que no perezca con mi malicia lo que tu bondad ha obrado, que no perezca lo que creó tu soberana clemencia. ¿Qué utilidad hay en tu creación si yo perezco en mi corrupción? ¿Es que has creado en vano a todos los hijos de los hombres? Tú me has creado, Señor, cuida lo que has creado. Oh Dios, no abandones las obras de tus manos. Tú me has creado de la nada; pero si no me gobiernas, Señor, volveré otra vez a la nada. Porque así como yo no existía, Señor, y me creaste de la nada, del mismo modo, si Tú no me gobiernas, aún en mí mismo me volvería a la nada. Ayúdame, Señor, que eres mi vida, para que no perezca en mi malicia. Si no me hubieses creado, Señor, yo no existiría; porque me has creado, yo existo; si ahora no me gobiernas, yo dejo de ser. Ni mis méritos ni mi gracia te han obligado a crearme, sino tu bondad benignísima y tu clemencia. Aquella caridad, Señor Dios mío, te obligó a crearme, te suplico ¡que esa misma caridad te obligue también ahora a gobernarme! Porque ¿de qué me sirve tu caridad, si yo perezco en mi miseria, y no me gobierna tu diestra? Que esta misma clemencia que te movió a crear cuando nada estaba creado, te obligue ahora, Señor y Dios mío, a salvar lo que Tú has creado. Que esa misma caridad que triunfó para crearme triunfe ahora para salvarme, porque no se ha debilitado ahora, ya que la misma caridad eres Tú, que siempre permaneces. Ni ha menguado tu poder de manera que ya no pueda salvar, ni tus oídos se han cerrado para no oír 42; sino que han sido mis pecados los que han establecido divisiones entre Tú y yo, entre las tinieblas y la luz, entre la imagen de la muerte y la vida, entre la vanidad y la verdad, entre esta vida mía caprichosa y la vida eterna.
Tales son las sombras en que me veo envuelto en este abismo tenebroso de esta cárcel, en la cual gimo postrado hasta que brille el día y se disipen las tinieblas. Y suene la voz de tu poder en el firmamento, voz con el poder de Dios, voz con la magnificencia de Dios, y diga: Hágase la luz, y se disipen las tinieblas, y aparezca la tierra, y germine hierba verde y produzca semilla y fruto bueno de la justicia de tu reino, Señor, mi Padre y Dios, la vida por la cual viven todas las cosas, y sin la cual todas las cosas se dan por muertas, no me abandones a mis pensamientos malvados, y no me castigues con la soberbia de mis miradas. Aparta de mí los malos deseos, y no me entregues a la pasión vergonzosa y desenfrenada 43. Posee Tú solo mi corazón, para que piense siempre en ti. Ilumíname los ojos para que te vean, y no se ensoberbezcan delante de ti, que eres la gloria sempiterna. Que sean humildes, y no se envanezcan con las maravillas superiores; que sus miradas se vuelvan sólo a lo que está a la derecha, y no a lo que está a la izquierda lejos de ti. Que mis párpados dirijan mis pasos, porque tus pupilas examinan a los hijos de los hombres 44. Quebranta mi concupiscencia con tu dulzura, que has reservado para los que te temen, de tal modo que aspire a desearte con amores eternos, para que el gusto Interior seducido y engañado con las cosas vanas no tome lo amargo por dulce, lo dulce por amargo, las tinieblas por luz y la luz por tinieblas en medio de tantas emboscadas tendidas por el enemigo a lo largo del camino para cazar a las almas. El mundo entero está lleno de esos lazos, de tal modo que quien los conocía no lo dejó pasar en silencio, cuando dice: Todo lo que hay en el mundo o es concupiscencia de la carne, o concupiscencia de los ojos, o soberbia de la vida 45. Mira, Señor Dios mío, que el mundo entero está lleno de lazos que las concupiscencias han tendido bajo mis pies. ¿Y quién podrá evitarlos? Únicamente aquel a quien Tú hayas curado la soberbia de sus ojos para que no le sorprenda la concupiscencia de los ojos; aquel a quien Tú hayas librado del espíritu irreverente y necio, para que no le engañe astutamente la soberbia de la vida. ¡Qué feliz aquel a quien concedas esas gracias! Caminará seguro sin peligros. Te suplico por ti mismo que me ayudes para que no sucumba en presencia de mis enemigos cazado en los lazos que ellos han tendido bajo mis pies, para arruinar mi alma. Líbrame, fortaleza de mi salvación, para que tus enemigos, los que te odian, no se burlen de mí, Levántate, Señor Dios mío, mi fortaleza, y desaparezcan tus rivales, y que huyan los que te odian delante de ti 46; como se derrite la cera ante el fuego, así perezcan los pecadores ante Dios. Pero yo me esconderé en lo más íntimo de tu mirada, y me gozaré con tus hijos, saciado con todos tus bienes. Atiende al llanto de tus hijos, Señor Dios, Padre de huérfanos y Madre de tus pupilos. Extiende tus alas para que a su amparo huyamos de los enemigos, Tú, fortaleza de Israel, que vigilas sin cesar para guardar a Israel, porque nunca duerme el enemigo que ataca a Israel.
Luz a quien no puede ver ninguna otra luz, esplendor a quien no alcanza ningún otro esplendor; luz que oscureces toda otra luz, y resplandor que ofuscas todo extraño resplandor; luz que es fuente de toda luz, esplendor de quien procede todo esplendor, esplendor ante el cual todo otro esplendor es tinieblas, y toda otra luz oscuridad; luz que ilumina todas las tinieblas, y alumbra toda oscuridad; luz suprema a la que ninguna nube oscurece y ninguna sombra empaña; a la cual no ofuscan las tinieblas ni impide obstáculo alguno y sin Interposición de sombra alguna; luz que iluminas el universo entero a la vez y sin eclipse, envuélveme en el abismo de tu claridad para que te contemple a ti en ti por todas partes, y a mí en ti, y todo lo vea bajo tu mirada. No me abandones; que no se acumulen las tinieblas de mi ignorancia y se multipliquen mis pecados. Porque sin ti todo es tiniebla y miseria para mí, ya que nada hay bueno sin ti, que eres el verdadero, único y soberano bien. Lo que yo confieso y sé, Señor y Dios mío, es que dondequiera que estoy sin ti, me va mal fuera de ti, y no sólo fuera de mí mismo sino también dentro de mí, porque toda abundancia que no es mi Dios es para mí Indigencia. Únicamente me saciaré cuando aparezca tu gloria 47. En efecto, Señor que eres mi felicidad, debo confesarte mi miseria desde que me aparté de tu unidad, único y soberano bien; la turbamulta de las cosas temporales me dejó tendido por entre los sentidos carnales y me apartó hacia muchas cosas de ti, que eres Uno; y tuve una abundancia trabajosa y una Indigencia copiosa, cuando erraba de una en otra y nada me satisfacía; cuando no me encontraba en ti, único bien Inmutable, Inigualable e Indivisible, a quien siguiéndolo no me equivoco, alcanzándolo no me lamento y poseyéndolo se sacia todo mi deseo. ¡Ay, qué gran miseria! ¡Ay de mí, Señor!, que mi alma miserable te rehúye a ti, con quien siempre tiene abundancia y gozo; y sigue al mundo, con quien siempre hambrea y gime. El mundo grita: Me muero; Tú: Señor, me anuncias: Yo doy la vida, y mi alma miserable se va más en pos del agonizante que del vivificante. Esta es mi enfermedad real, cúramela, Médico de las almas, y te confesaré, salud de mi alma, con todo mi corazón por todos tus beneficios con que me has colmado desde mi juventud hasta la vejez y ancianidad. Te lo suplico por ti mismo que nunca me abandones.
Tú me has creado cuando yo no existía, me has redimido cuando estaba perdido. Había perecido, estaba muerto; pero descendiste hasta el muerto, tomaste la mortalidad; Tú, que eres el Rey, te abajaste hasta el siervo. Te entregaste a ti mismo para redimir al siervo; para que yo viviese. Tú tomaste la muerte, y venciste a la muerte; humillándote, me restauraste. Yo estaba perdido, extraviado, y vendido a la Iniquidad; y viniste por mí, para redimirme, y tanto me has amado que has pagado por mí con tu sangre el precio de mi redención. Me has amado más que a ti mismo, porque has querido morir por mí. Con semejante pacto y a tan caro precio me has rescatado del exilio, me has librado de la esclavitud, me has arrancado del suplicio. Me has llamado con tu propio nombre, y me has marcado con tu sangre, para que tu recuerdo estuviese siempre conmigo, y no se apartase de mi corazón, porque Tú por mí nunca te has bajado de la cruz. Tú me has ungido con el aceite con que Tú fuiste ungido, para que por ti, que eres el Cristo, yo fuese llamado cristiano. Y Tú me Inscribiste en las sagradas llagas de tus manos, para que siempre mi memoria esté contigo, con tal de que tu recuerdo esté constantemente presente en mí. Porque tu gracia y tu misericordia siempre me han prevenido: ¡de cuántos pecados me has librado a menudo, libertador mío!; cuando yo andaba perdido, me devolviste al buen camino; cuando yacía en la ignorancia, me has Instruido; cuando he pecado, me has corregido; cuando estaba triste me has consolado; cuando estaba desesperado, me has confortado; cuando estaba caído, me levantaste; cuando estaba firme, me sostuviste, cuando caminaba Tú eras mi guía; cuando volvía, me acogiste; en el sueño, Tú velabas sobre mí; y cuando clamé a ti, siempre me has escuchado.
Éstos y otros Innumerables son los beneficios que me has hecho, Señor Dios mío, vida del alma mía. De ellos tendría que estar hablando siempre, pensar siempre, darte gracias siempre, para que pueda alabarte por todos tus dones, y amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, con todas mis fuerzas, a la vez que con todas las fibras más íntimas de mi corazón y de todos mis órganos, Señor Dios mío, felicidad dulcísima de todos los que se deleitan únicamente en ti. Pero tus ojos han visto mi imperfección 48; tus ojos, repito, mucho más lucientes que el sol, que examinan todos los caminos de los hombres y la profundidad del abismo, y que en todas partes y en todo momento distinguen a buenos y malos 49. En efecto, como tu grandeza todo lo penetra lo llena todo, presente siempre en todas partes, que cuidas de todo lo que has creado, porque no odias nada de lo que has hecho.
Así valoras mis pasos y senderos, y noche y día velas mi conducta, siguiendo con diligencia mis caminos, vigilante perpetuo, como si olvidándote toda tu creación del cielo y de la tierra, solamente te fijaras en mí, sin preocuparte de lo demás. La luz Inmutable de tu visión ni crece cuando consideras cada cosa en particular, ni disminuye cuando contemplas la universalidad y la variedad de todas las cosas, porque como abarcas con la misma perfección de tu mirada a la vez todo el conjunto, así tu mirada conoce cada cosa en particular y en su variedad perfecta y completamente. Pero Tú contemplas todas las cosas como una sola, y a cada una como todas, y del mismo modo Tú todo entero contemplas a la vez a cada una sin división ni cambio ni disminución. Por tanto Tú, todo entero en todo tiempo sin tiempo, me contemplas a mí entero a la vez y siempre, como si no tuvieras otra cosa que considerar. De tal modo continúas con mi custodia, como si olvidado de todo lo demás quisieses atenderme a mí solo. Y Tú siempre estás presente en todas partes, y siempre dispuesto si me encuentras preparado. Adondequiera que vaya, Tú, Señor, no me abandonas, si antes yo no te he abandonado. En todas partes donde esté, Tú no te vas, porque estás en todas partes, de manera que en todas partes te encuentre a ti, por quien pueda existir para que no perezca sin ti, ya que sin ti no puedo existir. Lo confieso, Señor, todo lo que hago, cualquier cosa que hago, lo hago en tu presencia; y todo aquello que yo hago lo conoces mejor que yo, que lo hago. Ciertamente que Tú estás siempre presente a todo lo que siempre realizo, porque, en cuanto observador perpetuo de todos mis pensamientos, Intenciones, satisfacciones y actividades, están siempre presentes a tu mirada todos mis deseos y mis pensamientos. Tú conoces el origen de mi espíritu, dónde descansa y a qué aspira, porque Tú eres espíritu que sopesa y valora todos los espíritus; y si es dulce o amarga la raíz de donde germinan exteriormente hojas hermosas, Tú, juez secreto, me conoces mejor que yo mismo, y examinas penetrante hasta la médula de las raíces. y no sólo comprendes las Intenciones, sino que miras y distingues también la médula más secreta de su raíz con la verdad discretísima de tu luz, para remunerar a cada uno no solamente según las obras y las Intenciones, sino también según la misma médula Interior más íntima de la raíz, de donde procede la Intención del que obra.
Tú ves mis Intenciones cuando obro, todo cuanto pienso, y en qué me complazco; tus oídos lo escuchan, tus ojos lo contemplan y diligentemente lo distingues, anotas y escribes en tu libro, tanto lo bueno como lo malo, a fin de premiar después lo bueno y castigar lo malo, el día en que sean abiertos los libros y seamos juzgados según lo que esté escrito en ellos 50. Esto es sin duda lo que nos has dicho: Tendré en cuenta sus últimas obras 51. Y lo que está dicho de ti, Señor: Él explora el fin de todas las cosas 52. Porque ciertamente que Tú en todo lo que hacemos atiendes al fin de la Intención más que al acto mismo de la acción. Al reflexionar en todo esto, Señor, Dios mío, terrible y fuerte, quedo confundido por el temor lo mismo que por una gran vergüenza, al pensar en la necesidad congénita que tenemos de vivir según la justicia y la rectitud de Aquel ante cuyos ojos lo hacemos todo, porque es un Juez que todo lo ve.
Dios de la fortaleza y de la grandeza, de los espíritus que dan vida a toda carne, cuyos ojos vigilan todos los caminos de los hijos de Adán, desde el nacimiento hasta el momento de su fin, para dar a cada uno según sus obras buenas o malas, enséñame a confesarte mi pobreza, porque yo he dicho que sería rico, y que no necesitaría de nadie, ignorando que era pobre, ciego, desnudo, desgraciado y miserable 53. Me creía ser algo, siendo nada. Me decía: me haré sabio, y me hice un Insensato. Me creía que podía ser continente, y fui esclavo de mis pasiones. Ahora veo que todo es don tuyo, sin el cual no podemos nada, porque si Tú, Señor, no guardas la ciudad, en vano vigilan los centinelas 54. De este modo me has enseñado a conocerme. Porque si me has dejado, ha sido para probarme, no porque Tú tuvieses necesidad de conocerme, sino para que yo me conociese a mí mismo. En efecto, como ya he dicho, Señor, yo me creía que era algo por mí solo, me juzgaba autosuficiente por mí, sin caer en la cuenta de que Tú me regías, hasta cuando te apartaste de mí, y entonces caí en mí, y vi y reconocí que eras Tú quien me socorría; que si caí fue por mi culpa, y si me levanté fue por ti. Me has abierto los ojos, luz divina, me has levantado y me has iluminado; y he visto que la vida del hombre sobre la tierra es una prueba, y que ninguna carne puede gloriarse ante ti, ni se justifica ningún viviente, porque todo bien, grande o pequeño, es don tuyo, y nuestro no es sino lo malo. ¿De qué pues podrá gloriarse toda carne?, ¿acaso del mal? Pero eso no es gloria sino miseria. ¿Podrá gloriarse de algún bien, aunque sea ajeno? Pero todo bien es tuyo, Señor, y tuya es la gloria. Así pues, todo el que busca para sí la gloria de un bien tuyo, y no la busca para ti, es rapaz y ladrón, semejante al diablo, que quiso robar tu gloria. Todo el que quiera gloriarse de tus dones, y no busca en ello tu gloria, sano la suya, ése, aunque sea ensalzado por los hombres por un don tuyo, es reprobado por ti, porque no busca tu gloria en los dones tuyos, sino que busca la suya propias. Pues el que sea alabado por los hombres, cuando Tú lo repruebas, no será defendido por los hombres, ni, cuando Tú lo juzgas, será absuelto si Tú le condenas. Sin embargo, Tú, Señor, formador mío desde el seno de mi madre, no permitas que caiga en esa condena, de que se me condene por haber querido robar tu gloria. Toda la gloria para ti, de quien procede todo bien; y para nosotros la confusión y la ignominia, porque todo el mal es nuestro, a no ser que Tú quieras compadecerte. Tú, Señor, te compadeces de todo lo que has hecho, y no odias nada de lo que has creado, y nos haces partícipes de tus bienes, y nos enriqueces a nosotros pobretones con tus mejores gracias, porque amas a los pobres y los enriqueces con tus dones. Ved aquí, Señor, a los pobres que somos nosotros tus hijos, tu pequeña grey. Ábrenos tus puertas y comerán los pobres y serán saciados, y te alabarán a ti todos los que te buscan. Sé también, Señor, y me confieso Instruido por ti, que sólo aquellos que se reconocen pobres y te confiesan su pobreza serán enriquecidos por ti: porque los que se creen ricos siendo pobres, quedarán excluidos de tus riquezas. Por eso, Señor Dios mío, yo también te confieso mi pobreza, y a ti sea dada la gloria entera, porque tuyo es todo bien. En efecto, te confieso, Señor, que Tú me has enseñado que por mí solo no soy otra cosa que pura vanidad y sombra de muerte, abismo tenebroso, y tierra Inhóspita y estéril, que nada puede germinar sin tu bendición, ni producir fruto alguno sino confusión, pecado y muerte. Si algún bien hay en mí lo he recibido de ti; todo el bien que tengo lo tengo de ti. Si no caí por ti estuve firme; cuando he caído, caí por mí solo. Siempre habría quedado en el fango, si Tú no me hubieses levantado; siempre sería un ciego, si Tú no me hubieses iluminado. Una vez caído, jamás me habría levantado, a no ser que Tú me hubieras alargado la mano; Incluso después de que me has levantado, habría caído de nuevo, si Tú no me hubieras sostenido; Infinitas veces habría perecido, si Tú no me estuvieras guardando. De este modo, Señor, tu gracia y tu misericordia me han prevenido siempre, una y otra vez, librándome de todos los males, salvándome de los pasados, sacándome de los presentes, y defendiéndome de los futuros, rompiendo ante mí hasta los lazos de los pecados, apartando las ocasiones y las causas, porque, si Tú no me lo hubieses hecho, yo habría cometido todos los pecados del mundo; porque sé, Señor, que no hay pecado que haya hecho un hombre que no sea capaz de hacer otro hombre, si le falta el Creador, por quien fue hecho el hombre. Si evité hacer algo, es obra tuya; si rehusé hacerlo, tú lo has ordenado; y si he creído y confiado en ti, Tú me has dado esa gracia. Porque, Señor, Tú me has guiado a ti, me has guardado para ti y para mí, a fin de que no cometiese ni adulterio ni cualquier otro pecado.
El tentador ha huido; pero Tú hiciste que no estuviera. Le faltó ocasión de lugar y tiempo; pero Tú hiciste que todo eso le fallase. Se presentó el tentador, y no le falló ni el lugar ni el tiempo; pero Tú me sostuviste para que yo no consintiera. Se acercó el tentador, tenebroso, como él es; pero Tú me diste fortaleza para que lo despreciase; vino poderoso y bien armado; pero Tú le sujetaste a él para que no me venciese, y a mí me fortaleciste. Llegó también transformado en ángel de luz, pero Tú le amenazaste a él, para que no me engañase, y a mí me iluminaste para que lo conociese. Pues este tentador, Señor, es aquel dragón monstruoso, llameante, la serpiente antigua, llamada diablo y Satanás, la de las siete cabezas y diez cuernos 55, que Tú creaste con tus manos para que jugase en este ancho y dilatado mar, en donde viven reptiles sin número, y animales pequeños y grandes 56, es a saber: diversos géneros de demonios, que no hacen otra cosa de día y de noche que merodear buscando a quienes devorar, a no ser que los libres. Porque ése es aquel dragón antiguo, que surgió en el paraíso del bienestar, y que con su cola arrastró a un tercio de las estrellas del cielo, y las arrojó a la tierra 57, el cual con su veneno corrompe las aguas de la tierra, para que mueran los hombres que la bebieren, porque para él el oro es como el barro 58, y tiene tal confianza que cree absorber el Jordán en su boca 59, porque ha sido hecho para que no tema a nadie. Y ¿quién nos defenderá de sus mordiscos?, ¿quién nos arrebatará de sus fauces, sino Tú, Señor, que has aplastado las cabezas de ese monstruo? Extiende, pues, Señor, tus alas sobre nosotros, para que cobijados en ellas huyamos de la mirada de ese dragón, que nos persigue, y con tu escudo protector líbranos de sus derrotes. Ese es su afán permanente, ése su único deseo: devorar las almas que Tú has creado. Por eso acudimos a ti, y líbranos de nuestro enemigo cotidiano, el cual ya durmamos, ya vigilemos, comamos o bebamos, o bien hagamos cualquier obra, nos persigue de todas formas día y noche, con engaños y artificios, tanto a las claras como a escondidas, dirigiendo contra nosotros sus saetas venenosas, para matar nuestras almas.
Y sin embargo, Señor, nuestra insensatez es tal que, a pesar de estar viendo al dragón preparado contra nosotros con las fauces abiertas para devorarnos, con todo nosotros estamos adormilados y nos regodeamos en nuestras Indolencias, como sintiéndonos seguros ante ese monstruo que no desea otra cosa que perdernos. Es un enemigo que siempre espía sin dormir para matar; pero nosotros no queremos despertar del sueño para defendernos. Mira que él ha tendido bajo nuestros pies infinitos lazos, y ha cubierto todos nuestros caminos de trampas para cazar nuestras almas. Y ¿quién se librará de él? Ha tendido lazos con las riquezas, con la pobreza, con la comida y bebida, con el placer, en el sueño y en la vigilia; ha puesto trampas en el hablar y en el obrar, en una palabra, en todo nuestro camino. Pero Tú, Señor, líbranos de la red del cazador y de la amenaza funesta 60 para que podamos proclamar: Bendito el Señor, que no nos entregó como presa de sus dientes. Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió y escapamos 61.
Ciertamente, Señor, Tú, que eres mi luz, ábreme los ojos para que vea la luz, para que camine en tu claridad, y no caiga en sus lazos. ¿Quién podrá sortear esa multitud de trampas Innumerables, si no las ve? Porque el mismo padre de las tinieblas oculta sus lazos en las mismas tinieblas, para atrapar en ellas a todos los que viven en sus tinieblas, porque son hijos de esas tinieblas, que no ven tu luz, en la cual el que anda no temerá nada. Porque el que camina en la luz, no tropieza, en cambio el que camina en la oscuridad, tropieza, porque le falta la luz, no está en él 62. Señor, Tú eres la luz, la luz de los hijos de la luz, Tú eres el día que no conoce el ocaso, en el cual tus hijos caminan sin tropiezo alguno, y sin el cual todos los que caminan están en tinieblas, porque no te tienen a ti, que eres la luz del mundo. Cada día estamos viendo que cuanto más alguno se aleja de ti, que eres la luz verdadera, tanto más se ve envuelto en las tinieblas de los pecados; y que cuanto más enredado está en las tinieblas, tanto menos puede descubrir los lazos tendidos en su camino. De ahí el que cuanto menos conoce, tanto más frecuentemente se ve atrapado, y cae en ellos; y lo que es todavía más horrible, cae en ellos sin darse cuenta. Además, quien desconoce su caída, tanto menos piensa en levantarse, cuanto más se cree que está en pie. Pero Tú, que eres la luz del alma, Señor, Dios mío, ilumíname ahora mis ojos, para que te vea y te conozca, y no tropiece a la vista de mis enemigos. En efecto, se afana para ruina nuestra ese enemigo nuestro, a quien te suplicamos que hagas derretirse ante nuestros ojos, como se derrite la cera ante el fuego 63. Porque, Señor, él es el ladrón primero y último que conspiró para arrebatar tu gloria, cuando engreído y orgulloso reventó y cayó en su propio abismo, y lo arrojaste de tu monte santo, y de en medio de las estrellas celestes, entre las cuales él reinó. Pero ahora, Dios mío, desde que cayó, no cesa de perseguir a tus hijos; y en su odio hacia ti, Rey del cielo, sólo busca arruinar esta criatura tuya, que tu bondad omnipotente ha creado a imagen tuya; para que no posea la gloria tuya, que él perdió por su soberbia. Pero Tú, que eres nuestra fortaleza, aplástalo ante nosotros, tus corderos; ilumínanos para que distingamos las trampas que él nos ha preparado, y nos lleguemos a ti, que eres la alegría de Israel.
Señor, Tú conoces mejor que nosotros todo esto, sus perfidias y astucias, Señor, que sabes su lucha contra nosotros y su cerviz empedernida. Pero no lo digo para mostrarte nada a ti, que todo lo ves, y ningún pensamiento se te oculta; solamente Interpongo a los pies de tu majestad una queja contra mi enemigo, para que Tú, Juez eterno, lo condenes a él, y nos salves a nosotros, tus hijos, de quienes Tú eres su fortaleza. Señor, éste es un enemigo astuto y tortuoso; y si Tú no nos iluminas, no es fácil poder descubrir los recovecos de sus sendas tortuosas, ni discernir las mil formas de su camuflaje. Por cierto, ahora aquí, luego allí; ahora como cordero, luego como lobo; ahora entre tinieblas, luego como ángel de luz; pero, bajo todos y cada uno de los aspectos, en cualquier lugar y tiempo, y de las mil formas diferentes, siempre presenta la diversa malicia de las tentaciones. Efectivamente, para engañar a los tristes, finge él que está triste; a los alegres finge estar alegre; para los espirituales finge transfigurarse en ángel de luz; para desarmar a los fuertes se aparece como un cordero; y como un lobo para devorar a pusilánimes. Todo esto lo hace para tentar de mil maneras, a unos con el miedo de la noche, a otros con la flecha que vuela durante el día; a unos con engaños ocultos en la oscuridad, a otros con ataques y malicias a pleno día 64. Y ¿quién es capaz de discernir todo esto?, ¿quién descubrirá las formas de su camuflaje, y quién sabe dónde y cómo va a mordernos? A veces oculta sus saetas en la saetera, y otras camufla sus trampas con deslumbrante luz engañosa, lo cual es más difícil de descubrir a no ser que nos venga la luz de ti, Señor, esperanza nuestra, para que lo veamos. Puesto que él con gran habilidad oculta sus redes sutiles no sólo en las obras de la carne que se reconocen fácilmente, no sólo en los vicios, sino hasta en los ejercicios espirituales; y camufla los mismos vicios con la apariencia de las virtudes, y sabe transformarse en ángel de luz. Todo esto y mucho más, Señor Dios nuestro, trama contra nosotros este hijo de Belial, este miserable Satanás. A veces como un león, otras como un dragón, descarada o subrepticiamente, por dentro y por fuera, de día y de noche, siempre está al acecho para arrebatar nuestras almas. Líbranos, pues, Señor, Tú que salvas a los que esperan en ti, para que él sufra el quebranto nuestro, y Tú por siempre seas alabado en nosotros, Señor y Dios nuestro.
Que yo, que soy el hijo de tu esclava, que me puso en tus manos, te confiese, Libertador mío, de todo corazón con estas pobrísimas confesiones mías; y recordaré mentalmente los bienes que me has hecho desde mi juventud, durante toda mi vida. Porque sé que te disgusta la Ingratitud, que es la raíz de todo mal espiritual, viento que deseca y quema todo bien, que impide la fuente de la divina misericordia sobre el hombre, que revive los males pasados, mata las obras buenas presentes, y hasta impide adquirirlas en lo futuro. Yo, Señor, te daré gracias, para no ser Ingrato contigo, libertador mío, porque me has librado. ¿Cuántas veces ya me habría tragado ese dragón, y Tú, Señor, me arrancaste de su boca? Siempre que pequé, él estaba preparado para tragarme, pero Tú me defendiste. Cuando yo obraba Inicuamente contra ti, cuando yo quebrantaba tus mandamientos, él estaba dispuesto para arrebatarme a los Infiernos; pero Tú lo prohibías. Yo te ofendía, y Tú me defendías; yo no te temía, y Tú me guardabas. Me apartaba de ti y me ofrecía a mi enemigo, Tú, para que no me atrapase, lo aterrabas. Tales y tantos beneficios me otorgabas, Señor y Dios mío, pero yo ni los reconocía. Bien a pesar mío, me libraste mil veces de las fauces del diablo, me arrancaste de la boca del león, y muchas veces me apartaste del Infierno a mí nesciente. Porque yo he estado a las puertas del Infierno, y para que no entrase allí, Tú me detuviste; me he acercado a las puertas de la muerte, y Tú hiciste que la muerte no me arrebatase. Incluso me has librado muchas veces de la muerte corporal, Salvador mío, cuando me tenían cogido graves enfermedades, cuando he estado en muchos peligros de mar y tierra, de fuego y de espada, librándome de todos los peligros, siempre a mi lado, salvándome misericordiosamente. Tú sabías ciertamente, Señor, que si entonces me hubiese arrebatado la muerte, el Infierno habría arrebatado mi alma, y me habría condenado para siempre; pero tu misericordia y tu gracia me previnieron, librándome de la muerte del cuerpo y del alma, Señor y Dios mío. Estos y otros muchos beneficios tuyos me has otorgado, pero yo era un ciego, que no lo reconocí, hasta que Tú me iluminaste.
Ahora pues, Señor y Dios mío, luz de mi alma, y vida mía por la cual yo vivo, lumbre de mis ojos por la que yo veo, he aquí que me has iluminado y te reconozco, porque yo vivo por ti, y te doy gracias, aunque viles, pobres y desproporcionadas a la grandeza de tus beneficios, te las ofrezco tales cual puede mi fragilidad. Porque Tú solo eres mi Dios, mi creador benigno, que amas las almas, y no aborreces nada de lo que has hecho 65. Pues yo el primero entre los pecadores que has salvado, para dar ejemplo a los demás de tu piedad benignísima, confieso tus grandes beneficios, porque me has librado del Infierno una y dos y tres y cien y mil veces, pues yo caminaba siempre hacia el Infierno, y de él Tú siempre me apartabas. Y cuando me hubieras condenado con razón mil veces, si lo hubieses querido, no lo quisiste, porque amas las almas, y disimulas mis pecados para el arrepentimiento y penitencia, Señor y Dios mío, porque tus misericordias son Infinitas en todos tus caminos. Pero ahora ya veo mis faltas, Señor y Dios mío, y las reconozco por tu luz, y mi alma desfallece por tu gran misericordia sobre mí; porque has sacado mi alma del fondo del Infierno, y me has devuelto a la vida. Yo estaba del todo en la muerte, y Tú me devolviste del todo a la vida; y por eso tuyo es todo lo que yo soy y vivo. Yo entero me ofrezco todo a ti: para que todo el espíritu, todo el corazón, todo el cuerpo, toda mi vida entera viva entera sólo para ti, que eres la vida mía; porque me has librado todo entero, para que del todo me poseyeras; porque me has rehecho del todo para volverme a poseer totalmente. Así pues, que yo te ame, Señor, fortaleza mía, que te ame a ti, que eres mi alegría Inefable, y que ya no viva para mí, sino que sea para ti toda mi vida entera, que había perecido en mi miseria, y que ha sido resucitada por tu misericordia, porque Tú eres Dios misericordioso y compasivo, de caridad Infinita para los que aman y bendicen tu nombre. Por eso, Señor y Dios mío, divino Santificador, me has ordenado con tu santa ley, que te ame con todo mi corazón, con mi alma entera, con toda mi mente, y con todas mis fuerzas 66, con todo mi ser y desde las fibras más íntimas de mi corazón, a todas las horas y en todo momento en que gozo de los dones de tu misericordia; porque perecería siempre, si Tú no me estuvieras sosteniendo sin cesar; y estaría muerto, si Tú no me das la vida continuamente, y en cada momento me unes a ti, porque en cada momento me estás colmando de tus beneficios. Porque como no hay hora ni momento alguno en toda mi vida en que no experimente tus beneficios, así tampoco debe haber momento alguno en que yo no te tenga ante mis ojos y en mi memoria, y en que yo no te ame con todas mis fuerzas. Pero, ni esto siquiera puedo hacer, si no me lo otorgas primero Tú, de quien procede todo bien, y todo don perfecto que procede del Padre de los astros, en quien no hay fases ni períodos de sombras 67. Porque, en efecto, no depende ni del querer ni del correr, sino de que Tú misericordioso te apiades 68, para que te queramos. Tuyo es, Señor, este don, de quien procede todo bien. Tú mandas que te amemos. Dame lo que mandas, y manda lo que quieras.
Yo Te amo, Dios mío, y deseo amarte siempre más y más, porque Tú eres en verdad más dulce que la miel, más nutritivo que la leche, y más brillante que toda luz. Y por tanto para mí Tú eres más estimado y querido que todo el oro y la plata, y toda piedra preciosa. Pues me desagradaba todo lo que hacía en el siglo en comparación de tu dulzura y de la belleza de tu casa que siempre he amado. Fuego divino, que siempre ardes, y nunca te apagas, enciéndeme, Dios mío, que eres el amor. Enciéndeme, te lo suplico, todo entero, para que yo todo entero te ame solamente a ti. Pues ama a medias quien ama contigo algo que no ama por ti. Que te ame, Señor, porque Tú me has amado primero 69. Y ¿cómo explicar los signos de tu amor, sobre todo para conmigo, por los Infinitos beneficios tuyos, con que me has guiado desde el principio? ¿No es verdad que después de la creación, cuando me creaste de la nada a imagen tuya, honrándome y elevándome entre otras criaturas que has creado, y ennobleciéndome con la lumbre de tu rostro, con la cual consagraste el dintel de mi corazón, me has distinguido de entre todos los seres tanto Insensibles como sensibles, y me hiciste poco menor a los ángeles? 70 Pero no se paró ahí tu bondad, porque cada día y sin Interrupción me has enriquecido con las gracias singulares y máximas de tus beneficios, y como hijo pequeñito me has criado a los pechos de tu consolación y me has robustecido. ¿Qué más? Para que te sirva todo entero, cuanto has creado lo has puesto a mi servicio.
Todo lo has puesto bajo los pies del hombre 71, para que el hombre entero te fuera totalmente sumiso, y para que el hombre entero fuera del todo tuyo, has dado al hombre el dominio sobre todas las cosas. Es decir: has creado todas las cosas exteriores para el cuerpo, el mismo cuerpo para el alma y el alma para ti, a fan de que se consagre del todo solamente a ti, y te ame a ti solamente, poseyéndote a ti para su consuelo, y a todas las demás cosas para su servicio. En efecto, cuanto contiene la circunferencia del cielo es Inferior al alma humana creada para poseer más arriba el bien soberano, con cuya posesión puede ser feliz. Si se adhiere a él, traspasando los vínculos de tantas cosas Inferiores cambiantes, el alma gozará en la paz de la Inmortalidad eterna de aquella soberana majestad, de cuya forma es semejante. Entonces sí disfrutará de todos los bienes supremos en la morada del Señor, en cuya comparación cuanto vemos aquí abajo es valorado en pura nada. Aquellos bienes son los que ni el ojo vio ni el oído oyó ni se le ha ocurrido al corazón del hombre, lo que Dios ha preparado para los que le aman 72. Estos son ciertamente, Señor, los bienes que Tú reservas para el alma. Incluso Tú, que amas a las almas, regalas con ellos cada día las almas de tus siervos. ¿Por qué me voy a maravillar de ello, Señor y Dios mío? ¡Si eres Tú quien honras tu propia imagen y semejanza, según la cual todas las cosas fueron creadas! En efecto, hasta al cuerpo nuestro, ahora corruptible y humilde, para que pudiese ver, le has dado la luz del cielo mediante el servicio de tus ministros Infatigables, como son el sol y la luna, los cuales día y noche sirven fielmente a tu mandato para tus hijos; para que pudiese respirar, le has dado la pureza del aire; para su oído, le has dado las variedades de los sonidos; para su olfato, los suaves perfumes; para el gusto, los sabores exquisitos; para el tacto, le has dado el volumen y dimensiones diversas de los cuerpos. Como ayuda a sus necesidades le has dado los jumentos; y también le has proporcionado las aves del cielo y los peces del mar, y los frutos todos de la tierra para su sustento. Para él has creado de la tierra las medicinas para cada una de las enfermedades, de modo que has dispuesto el remedio para cualquier mal; porque Tú eres bueno y misericordioso, y como alfarero nuestro, conoces nuestro barro, y todos nosotros estamos en tus manos como la arcilla en manos del alfarero.
Así pues, me has descubierto tu gran misericordia; ilumíname, te lo ruego, ahora más que nunca, para que yo conozca mejor tu misericordia. Porque por estas cosas más pequeñas comprendemos mejor tus obras grandes, y por éstas visibles las tuyas Invisibles, Señor, Dios santo, y nuestro bueno y divino Creador. Pues, Señor mío, si a favor de este cuerpo humilde y corruptible has prodigado tan grandes e Innumerables beneficios desde el cielo y el aire, desde la tierra y el mar, por el día y por la noche, por el calor y por la sombra, el rocío y la lluvia, por las aves y los peces, los animales y los árboles, y la variedad de hierbas y de semillas de la tierra, y de todas tus criaturas que están a nuestro servicio según las estaciones y los tiempos, para aliviar nuestro cansancio y monotonía; pero, por favor, ¿y qué bienes tan Inmensos e Innumerables serán los que has preparado para los que te aman, en aquella patria del cielo, donde te veremos cara a cara? Si tan grandes y tantos bienes has creado para nosotros en la prisión, ¿qué tendrás reservado en tu palacio? ¡Qué inmensas e infinitas son tus obras, Señor, Rey de los cielos! Pues si tales bienes, tan buenos y apetecibles, has entregado igualmente en común tanto a los buenos como a los malos, ¿cómo serán esos bienes futuros que tienes reservados solamente para tus fieles? Si tan Innumerables y tan variados son tus dones, que ahora otorgas igualmente a tus amigos y a los enemigos, ¡cuán inmensos e infinitos, cuán dulces y deleitosos serán los que vas a entregar solamente a tus amigos! Si tantos consuelos hay en este tiempo de tantas lágrimas, ¡cuántos y cómo serán los consuelos que otorgarás en las bodas eternas! Y si en esta cárcel encontramos tantos gozos, repito, ¡cómo serán los que contiene la Patria! Ni el ojo vio, fuera de ti, lo que Tú, Días mío, has preparado para los que te aman 73. Porque según es tu magnificencia Infinita, así tan Incomprensible es el número de tus consuelos, que Tú tienes reservados para los que te temen 74. Grande eres, Señor y Dios mío, y tu grandeza es Insondable 75, ni tu sabiduría ni tu bondad tienen número ni medida, tampoco tiene fin ni número ni medida tu recompensa; porque como Tú eres Inmenso, así son Inmensos tus beneficios, porque Tú mismo eres el premio y el don supremo de todos los que han luchado por tu santa ley.
Tales son tus grandes beneficios, Señor Dios, santificador de todos tus santos, con que vas a colmar las ansias de tus hijos anhelantes, porque Tú eres la esperanza de los desesperados, el consuelo de los desconsolados. Tú eres la corona de toda esperanza, que adornada de gloria, tienes preparada para los que triunfan; Tú, hartura eterna de los hambrientos, que se dará a los que te anhelan; Tú, el consuelo eterno, que Te das únicamente a aquellos que desprecian los consuelos de este mundo por tu divina consolación. En efecto, los que aquí son consolados son Indignos de tu consolación. En cambio, los que aquí son perseguidos, son consolados por ti. Y los que aquí participan en tu pasión, allí participarán también en tu consolación. Porque nadie puede ser consolado en las dos vidas, ni a la vez holgar y gozar en la vida presente y en la otra vida; sino que es necesario que pierda esta vida el que quiera poseer la otra, la vida eterna. Cuando medito estas verdades, Señor consolador mío, no quiero que mi alma sea consolada, para que se haga digna de los consuelos eternos, porque es justo que te pierda a ti, todo el que prefiera los consuelos en cualquier otra parte fuera de ti. Y te suplico por ti, Verdad soberana, que no permitas que yo sea consolado con consolación vana alguna fuera de ti; Incluso te pido que todas las cosas me sean amargas, para que solamente seas dulce a mi alma Tú, que eres la dulzura Incomparable, por la cual se vuelven dulces todas las cosas amargas. Como tu dulzura hizo dulces a Esteban las piedras del torrente 76; tu dulzura hizo dulce la parrilla a Lorenzo. A causa de tu dulzura los Apóstoles salían gozosos de la presencia del consejo, porque habían sido dignos de sufrir Injurias por el nombre de Jesús 77. Andrés caminaba resuelto y gozoso hacia la cruz, porque corría a tu dulzura; esa dulzura tuya que colmó a los mismos príncipes de los Apóstoles, de tal modo que por ella uno eligió el patíbulo de la cruz, otro no temía presentar la cabeza a la espada del verdugo; para adquirirla Bartolomé entregó su propia piel; por gustarla igualmente Juan bebió Intrépido la copa de veneno. Apenas la gustó Pedro, como ebrio de felicidad, exclamó, olvidándose de todo lo demás, Señor, qué bien se está aquí, hagamos aquí tres tiendas 78. Habitemos aquí, para que te contemplemos a ti, porque no necesitamos nada más; nos basta, Señor, con verte, sí, nos basta saciarnos con tanta dulzura. Y tan sólo gustó una gotita de dulzura, y aborreció toda otra dulzura. ¿Qué crees que habría dicho, si hubiera gustado esa dulzura Inmensa de tu divinidad que tienes reservada para los que Te aman? Esa dulzura Inefable la gustó también la virgen (Águeda), de quien leemos que iba a la cárcel alegre y gozosísima, como si fuera Invitada a las bodas. También la gustó, según creo, el que decía: ¡Qué dulzura tan grande, Señor, tienes reservada para los que te temen! 79, y el que exhortaba: Gustad y ved, qué dulce y suave es el Señor 80. Tan grande es, Señor y Dios nuestro, esa felicidad, que esperamos recibir de ti; Señor, por ella luchamos continuamente contigo; por ella, Señor, nos mortificamos todo el día, para que lleguemos a vivir en tu propia vida.
Y Tú, Señor, esperanza de Israel 81, deseo y fin único por quien suspira cada día nuestro corazón, date prisa y no tardes. Levántate, corre y ven, sácanos de esta cárcel para que confesemos tu nombre y nos gloriemos en tu luz. Escucha los clamores de las lágrimas de tus huérfanos, que claman a ti: Padre nuestro, danos hoy nuestro pan de cada día 82, con cuya fortaleza caminemos día y noche hasta que lleguemos a tu monte Oreb. Yo, el más pequeño de tu familia, Dios Padre y único apoyo mío, ¿cuándo llegaré y estaré ante tu presencia, para que yo, que ahora te confieso aquí, te pueda confesar desde entonces eternamente? Feliz de mí si fuere admitido a contemplar tu gloria. ¿Quién me dará el que me permitas llegar allí? Señor, sé y me reconozco Indigno de entrar bajo tu morada, pero hazlo por tu nombre, y para que no confundas a tu siervo que confía en ti. ¿Y quién podrá entrar en tu santuario santo para ensalzar tu poder, si Tú no le abres? ¿Y quién le abrirá si Tú has cerrado? Cierto, que si Tú lo has destruido, no hay quien lo edifique, y si Tú has encerrado al hombre, no hay nadie que lo abra. Si retienes todas las aguas, todo se secará; y si las soltares, Inundarán la tierra. Si todo lo que has creado, lo vuelves a la nada, ¿quién podrá oponerse? 83 Pero está la bondad sempiterna de tu misericordia, con que has querido y has creado todas las cosas que has querido. Tú nos has creado, soberano Arquitecto del mundo, guíanos; Tú nos creaste, no nos desprecies, porque somos obras de tus manos. Aunque ciertamente, Señor y Dios nuestro, nosotros, lodo y gusanos, no podemos jamás entrar en tu eternidad, si no nos Introduces Tú mismo, que has creado todo de la nada.
En cuanto soy obra de tus manos, te confieso con temor de ti, que ni confío en mi arco, ni mi espada me podrá salvar 84, sino tu diestra y el poder de tu brazo y la iluminación de tu rostro. De otro modo desesperaría, a no ser porque mi esperanza eres Tú que me has creado, y no me abandonarás, porque Tú no abandonas a los que esperan en ti. ¿No eres Tú, Señor y Dios nuestro, bondadoso y dulce, paciente y compasivo, que dispones todas las cosas con misericordia 85? Hasta cuando hemos pecado somos hijos tuyos; y si no hemos pecado, sabemos que estamos contados en ti; nosotros, una hoja del universo, y vanidad es todo hombre viviente 86, y un soplo es nuestra vida sobre la tierra 87; no te enfades por las faltas de tus hijos, porque Tú conoces nuestra condición, que es barro 88, Señor y Dios nuestro. ¿Es que vas a desplegar tu poder, Dios de poder Incomparable, contra una hoja que se lleva el viento, y vas a perseguir a una paja seca 89?, ¿es que vas a condenar, Rey eterno de Israel, a un miserable Insecto 90? Hemos oído, Señor, que Tú no eres autor de la muerte, ni te alegras con la perdición de los que mueren 91. Te rogamos por ti mismo que no permitas que lo que no hiciste domine a esta criatura tuya que Tú hiciste. Y si te es dolorosa nuestra perdición, ¿qué te cuesta, Señor, que todo lo puedes, buscar siempre tu alegría con nuestra salvación? Si quieres, puedes salvarme; en cambio, yo, aunque lo quiera, no puedo, ¡tan grande es la multitud de mis miserias! Cierto, que en mí está el querer, pero no encuentro cómo realizarlo 92. Pues no puedo querer lo que es bueno, si Tú no lo Inspiras; ni puedo lo que quiero, si tu poder no me conforta; y hasta lo que puedo, a veces no lo quiero, a menos que me ayude tu voluntad en la tierra como en el cielo; y lo que quiero y puedo, lo ignoro, a no ser que tu sabiduría me ilumine. Y aunque lo sepa, a veces sin querer, otras sin poder, mi sabiduría siempre es imperfecta y vacía, si no me ayuda tu verdadera sabiduría. Es que todo está en tu voluntad, y no hay nada que pueda resistir tu voluntad, Señor de todo el universo, que tienes el dominio de toda carne, y todo lo que quieres lo haces en el cielo y en la tierra, en el mar y en todos los abismos. Pues que tu voluntad se haga igualmente en nosotros, sobre quienes ha sido Invocado tu nombre, para que no perezca esta noble obra tuya, que has creado para tu honor. Y ¿quién es el hombre nacido de mujer, para que viva y no vea la muerte, y libre su alma de las garras del abismo, si solamente Tú eres el que libras, Vida, principio de toda vida, por quien viven todos los que viven?
Como ya te he confesado, alabanza de mi vida y Dios mío, fuente de mi salvación, yo me confiaba a veces en mi propia fuerza, que, sin embargo, no era fuerza sino debilidad. Y cuando quise correr por tus caminos, y me creía estar seguro, entonces me caí más hondo; y me iba más para atrás, que para adelante; y lo que creía que iba consiguiendo más lo alejaba de mí. De este modo, al probar mis fuerzas, me he conocido, porque Tú me has iluminado, que cuando más creía que podía por mí, siempre menos podía conseguirlo. Pues decía: Lo haré y lo perfeccionaré; y después no se hacía ni esto ni aquello. ¿Había voluntad? Pero no tenía capacidad. ¿Había capacidad? Pero no había voluntad, porque me confiaba en mis propias fuerzas. Pero ahora te confieso, Señor Dios, padre del cielo y de la tierra, que el hombre no triunfa por su fuerza 93, para que se gloríe ante ti la necia presunción de toda carne. Ni pertenece al hombre querer lo que pueda, ni poder lo que quiera, ni saber lo que quiera y pueda; sino más bien eres Tú quien dirige los pasos del hombre, es decir, de los que confiesan que son dirigidos no por sí, sino por ti. Suplicamos por tanto a las entrañas de tu misericordia, que quieras, Señor, salvar lo que creaste, porque si quieres, puedes salvarnos; y la fortaleza de nuestra piedad está en tu voluntad.
Recuerda, Señor, tu antigua misericordia, con la que nos has prevenido desde el principio con las bendiciones de tu dulzura. Porque antes de que naciese yo, el hijo de tu sierva, Señor, Tú, esperanza mía desde los pechos de mi madre 94, Tú me previniste, preparando para mí los caminos, por donde caminase y llegase a la gloria de tu casa. Antes de que me formases en el seno, ya me conocías, y antes de nacer, ya tenías ordenado sobre mí lo que te plugo. Cuáles son esas cosas que están escritas en tu libro sobre mí, en el secreto de tu consistorio, yo lo ignoro del todo, con miedo y turbación; pero Tú sí lo conoces, porque lo que yo espero a través de los sucesos de los días y los tiempos de aquí a mil años de esta temporalidad, ya está realizado en la mirada de tu eternidad; y lo que va a suceder ya ha sucedido. A mí, en cambio, que estoy en esta noche de tinieblas, ignorándolo todo, me Invade el temor y el terror, cuando veo que me amenazan por todas partes muchos peligros; que soy presa fácil de Innumerables enemigos, rodeado de miserias sin número en esta vida mortal; y al borde de la desesperación si tu gracia no estuviese a mi lado en tamaños peligros. Con todo, una gran esperanza me viene de ti, mi Dios y príncipe dulcísimo, y la consideración grandiosa de tus misericordias, que proceden de ti, reconforta mi alma; y las pruebas precedentes de tu misericordia que antes de nacer ya me has dado, y las que especialmente has hecho brillar sobre mí, estimulan mi esperanza sobre los beneficios futuros de tu benignidad mucho mayores y más perfectos, que Tú reservas a tus amigos, para que me regocije en ti, Señor y Dios mío, alegría santa y viva, que siempre llenas de alegría mi juventud. Porque Tú me has amado, único amor mío, antes de que yo te amase a ti, y me has creado a imagen tuya, y me has puesto por delante de todas tus criaturas: dignidad, que yo conservo ciertamente entonces, cuando haya llegado a conocerte y a amarte, por el fin para el cual Tú me has creado.
Además, parece que has creado a tus espíritus Ángeles para mí, a quienes has encargado mi custodia en todos mis caminos, para que mis pies no tropiecen en las piedras 95. Ellos son los fieles guardianes de la nueva Jerusalén 96 Y los que durante la noche hacen las vigilias sobre tu rebaño, y guardan los montes que la circundan 97, para que cual león no arrebate nuestras almas, como si no hubiese defensor, ese adversario nuestro, que como león rugiente da vueltas buscando a quien devorar 98. Ellos son los ciudadanos bienaventurados de la Jerusalén celeste, que es nuestra Madre de arriba 99, enviados al servicio de los que conquistan la herencia de la salvación 100, para que los libren de todos sus enemigos, y los guarden en sus caminos; los sostengan y aconsejen, y ofrezcan las oraciones de tus hijos ante el trono de tu majestad gloriosa. De verdad que aman a los que van a ser conciudadanos suyos, por medio de los cuales esperan que sean restauradas las fisuras de su ruina; y por eso están a nuestro lado con todo cuidado y celo vigilante en todo momento y lugar, atendiendo a todas nuestras necesidades, y llevando hasta ti, como Intermediarios solícitos entre nosotros y Tú, Señor, nuestros gemidos y suspiros, hasta obtenernos el perdón de tu divina misericordia, y conseguir para nosotros la deseada bendición de tu gracia. Caminan a nuestro lado en todos nuestros pasos; entran y salen con nosotros, considerando con atención con qué piedad, con qué honestidad vivimos en medio del mundo pervertido, y con qué celo y deseo ardiente buscamos tu reino y su justicia, y con qué temor y temblor te servimos y te damos gloria a ti, que eres la alegría de nuestro corazón. Ellos nos ayudan en nuestros trabajos, nos protegen en nuestro descanso, nos animan en el combate, nos coronan en la victoria, se alegran con nosotros, ciertamente, cuando nos alegramos en el Señor, y compadecen también con nosotros, cuando lo padecemos por el Señor. Grande es su cuidado por nosotros, grande es su amor para con nosotros, pero todo ello por el honor de la Inefable caridad con que Tú nos has amado. Así ellos aman a los que Tú amas, protegen a los que Tú proteges, y abandonan a los que Tú has abandonado. No pueden amar a los que obran la Iniquidad, porque también aborreces Tú a los que obran la Iniquidad, y destruyes a los mentirosos 101. Siempre que obramos bien, los Ángeles se alegran, y se entristecen los demonios; en cambio, cuando obramos mal, contentamos al diablo, y entristecemos a los Ángeles, porque ellos se alegran por un solo pecador que se convierte, y hace penitencia 102, como también el diablo por un solo justo que claudica y no se arrepiente y abandona la penitencia. Por tanto, Padre, dales a los Ángeles alegría eterna por nosotros de modo que ellos te alaben a ti eternamente en nosotros, y que nosotros con ellos formemos tu único rebaño, para que te confesemos y alabemos todos juntos tu santo nombre, a ti que eres el Creador de los Ángeles y de los hombres. Recordando todo esto delante de ti, te confieso con acción de gracias, que son Inmensos todos los beneficios tuyos con que nos has honrado, al enviarnos como custodios a tus santos espíritus para ministerio nuestro. Realmente nos has otorgado todo lo que se contiene en el ámbito del cielo; y como si fuera poco todo lo que hay bajo el cielo, has añadido además todo lo que hay sobre los cielos. Que todos tus Ángeles te alaben, que lo proclamen todas tus obras y que todos tus santos te bendigan por ello. Honor y gloria nuestra, que has colmado de honores a quienes has honrado y enriquecido sobre manera, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! 103 Y ¡qué es el hombre para que le engrandezcas, le honres, y pongas en él tu corazón! 104
Tú lo has dicho, Verdad eterna: Mis delicias son estar con los hijos de los hombres 105. ¿No es el hombre putrefacción, y el hijo del hombre gusano? ¿No es vanidad y nada todo hombre viviente 106? Y, sin embargo, ¡lo estimas digno de poner en él tus ojos, y tomarle contigo para tus juicios eternos! Enséñame, abismo sin fondo, sabiduría creadora, Tú que has puesto los montes en equilibrio y las colinas en la balanza, y sostienes la mole de la tierra con tres dedos, sostén también la mole de esta corporalidad, que llevo, con tus tres dedos Invisibles hacia ti, para que vea y reconozca ¡cuán admirable eres en toda la tierra! Luz eterna, que lucías antes de toda luz en los montes santos de la eternidad, a quien todas las cosas estaban desnudas y manifiestas 107, antes de que fueran hechas; luz, que no admite la menor mancha, porque es purísima e Inmaculadísima, ¿qué delicias puedes tener con el hombre?, ¿qué trato entre la luz y las tinieblas 108? ¿Dónde encuentras las delicias en el hombre?, ¿dónde te has preparado en mí el santuario digno de tu majestad, en donde con tu presencia encuentres las delicias de tu amor? Porque a ti, virtud que purifica, te conviene una morada limpísima, porque sólo puedes ser visto, y mucho menos poseído, sino por los corazones limpios 109. Ahora bien, ¿dónde hay en el hombre un templo tan limpio, para que pueda recibir a ti, que riges el mundo? ¿Quién puede hacer puro lo concebido de simiente impura? ¿No es verdad que Tú solo, que eres el puro? 110, porque ¿quién es purificado por lo impuro 111? En efecto, hasta en la ley, que diste a nuestros padres en el fuego que quemaba el monte, y en la nube que cubría un agua tenebrosa, cuanto tocaba un impuro quedaba impuro 112. Pues todos nosotros como ropa sucia 113, que venimos de una masa corrompida e Inmunda, llevamos en la frente la mancha de nuestra Inmundicia que no podemos ocultarte a ti, que todo lo ves; porque no podemos ser limpios si no nos limpias Tú, que eres el único limpio. Pues Tú limpias de nosotros, hijos de los hombres, a aquellos en quienes te has complacido habitar. A quienes Tú predestinaste antes del mundo sin méritos suyos por los Inaccesibles secretos profundos de los juicios Incomprensibles de tu Sabiduría, siempre justos, aunque ocultos, a quienes llamaste del mundo, justificaste en el mundo, y los engrandeces después del mundo. Aunque esto no lo haces a todos, lo cual admiran todos los sabios de la tierra turbados y confundidos. Y en cuanto a mí, Señor, al considerarlo me estremezco, y quedo pasmado ante la profundidad de las riquezas de tu sabiduría y de tu ciencia, a la que yo no alcanzo, y tampoco los juicios Incomprensibles de tu justicia 114 : porque de la misma arcilla haces, según te place, vasos de honor y vasos de ignominia eterna 115. Y a los que has elegido para ti de entre muchos para templo tuyo, los purificas, derramando sobre ellos un agua limpia, cuyos nombres y número Tú conoces, Tú, el único que cuentas la multitud de las estrellas, y a cada una llamas por su nombre 116; los cuales están escritos ya en el libro de la vida y en modo alguno pueden perecer, porque todo les sirve para su bien, hasta los mismos pecados. Así cuando caen, no se hacen daño, porque Tú les tiendes tu mano 117; protegiendo todos sus huesos para que ni uno solo se quiebre. En cambio, la muerte de los pecadores es pésima 118; de aquellos, repito, que antes de que hicieses el cielo y la tierra, en la profundidad de tus juicios ocultos, y siempre justos, Tú ya sabías que estaban para la muerte eterna; porque la numeración exacta de los nombres y de los méritos de los malvados está presente a ti, que llevas cuenta hasta de los granos de la arena marina, y tienes medida la profundidad del abismo y que has dejado en sus impurezas a los que todo les sirve para su mal, hasta sus oraciones se convierten en pecado, de tal modo que su cabeza llegare a tocar las nubes, y alcanzaren a poner su nido entre las estrellas del cielo, y al final son derribados como vil estiércol 119.
Grandes son estos juicios tuyos, Señor Dios, Juez justo y fuerte, que juzgas con equidad hasta las cosas más impenetrables y profundas. Cuando lo pienso se estremecen todos mis huesos, porque no hay hombre viviente sobre la tierra que esté seguro de su salvación, para que te sirvamos piadosa y castamente todos los días de nuestra vida con temor, y nos alegremos en ti con temblor de modo que nuestro servicio vaya con temor y nuestro gozo con miedo saludable, y nadie cante victoria al ceñirse la espada lo mismo que al quitársela 120, ni se gloríe ante ti toda carne, sino que sienta pavor y estremecimiento ante tu presencia, cuando el hombre ignora si es digno de amor o de odio; y está Incierto de cuanto le está reservado en el futuro. Porque hemos visto, Señor, y hemos oído de nuestros padres (cosa que por cierto nunca recuerdo sin miedo, ni confieso sin temor) que muchos en la antigüedad han subido hasta los cielos, y colocaron su asiento entre las estrellas, pero que cayeron después hasta el abismo, y que sus almas se quedaron empedernidas en el mal. Vimos que aquellas estrellas cayeron del cielo arrastradas por la cola del dragón, mientras que otros que yacían en el polvo de la tierra ascendieron maravillosamente ante la presencia de tu mano auxiliadora. Hemos visto a vivos morir, y a muertos resucitar, y a otros que andaban entre los hijos de Dios, que se precipitaron en medio de las piedras de fuego como lodo en la nada. Hemos visto que la luz se oscurecía y en cambio que las tinieblas se iluminaban, porque los publicanos y las meretrices preceden a los habitantes del reino de los cielos; mientras que los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores. ¿Por qué, pues, todo esto, sino porque escalaron ese monte, al que subió el primero como ángel, y cayó como diablo? En cambio, a los que Tú has predestinado, también los has llamado, los has santificado, y purificado, para que sean morada digna de tu majestad; con quienes y en quienes Tú tienes tus delicias santas y puras, con los cuales Tú te deleitas, y alegras su juventud, habitando con ellos en medio de ellos, para que ellos sean tu templo santo porque la prueba de tu grandeza es prueba de nuestra humanidad.
En realidad el alma que Tú has creado, no de ti, sino por medio de tu Verbo; no de alguna materia de elementos, sino de la nada; la cual por cierto es racional, Intelectual, espiritual, sempiterna, siempre en actividad, a la que has marcado con la lumbre de tu rostro, y la has consagrado con virtud de tu bautismo. La hiciste de tal modo capaz de tu majestad, que solamente Tú lo puedes realizar y ningún otro. Realmente cuando te tiene a ti, está cumplido su deseo, y ya no queda ninguna otra cosa que desear fuera de ella. Pues en cuanto desea algo exterior a ella está claro que no Te tiene a ti Interiormente, y poseído, ya no queda nada más que desear. Porque siendo Tú el sumo bien y todo bien, ya no tiene más que desear, cuando posee todo bien. Y si no desea todo bien, le queda siempre por desear algo que no es todo bien, y en consecuencia que no es el sumo bien, y por tanto no es Dios, sino la criatura. Pero cuando se desea la criatura, se tiene una hambruna permanente, porque aun cuando se alcance lo que se desea de las criaturas, siempre queda vacía, porque no hay nada que la pueda llenar si no eres Tú, a cuya imagen el alma fue creada. Por eso Tú sacias a todos los que no desean ninguna otra cosa fuera de ti; y haces que ésos sean dignos de ti, santos, bienaventurados, Inmaculados, y amigos de Dios; los cuales todo lo demás lo consideran como vil estiércol, para ganarte solamente a ti 121. Esta es la felicidad que Tú has preparado para el hombre; éste es el honor con que le has honrado entre todas las criaturas, más aún encumbrándolo sobre todas ellas, para que tu santo nombre sea admirable en toda la tierra 122.
Ved, soberano Señor y Dios mío omnipotentísimo, que he encontrado la morada donde Tú habitas, porque estás en el alma que has creado a imagen y semejanza tuya 123, que sólo a ti busca y desea, porque no estás en aquella que ni te busca ni te desea. Yo anduve errante como oveja perdida, buscándote exteriormente a ti, que moras en lo Interior; y me esforcé Inútilmente buscándote a ti fuera de mí, y Tú moras en mí, si es que yo tengo deseos de ti. Recorrí los pueblos y las plazas de este mundo buscándote a ti, y no te encontré, porque buscaba fuera perdidamente lo que estaba dentro. Envié a todos mis sentidos exteriores como mensajeros, para buscarte, y no te encontré, porque te buscaba mal. Ahora reconozco, luz de mi alma y Dios que me has iluminado, que te buscaba mal por medio de ellos, porque Tú moras dentro, y con todo, ellos no pueden saber cómo has entrado. Pues los ojos preguntan: si no tiene color, por nosotros no ha entrado; los oídos dicen: si no ha hecho ningún sonido, no ha entrado por nosotros; la nariz dice: si no exhala olor alguno, no ha entrado por mí; el gusto dice: si no tiene sabor, por mí no ha entrado; el tacto añade también: si no es corpóreo, no me Interrogues, que de eso nada sé. En efecto, nada de esto hay en ti, Dios mío, Por eso no debo buscar ni la belleza corporal, ni el atractivo pasajero, ni el deslumbramiento ni el color ni las dulces melodías de los cánticos y de los sonidos armoniosos, ni los olores de las flores, de los ungüentos y los aromas, ni las dulzuras de la miel y el maná más exquisito al paladar, ni todo lo demás suave al tacto y amable al abrazo, nada de esto sujeto a los sentidos debo buscar, cuando busco a mi Dios. Lejos de mí creer que mi Dios son estas cosas que son captadas también por los sentidos de los brutos animales. Y sin embargo cuando busco a mi Dios, busco una cierta luz muy superior a toda luz, que el ojo no puede captar; una cierta armonía sobre toda armonía, que el oído no puede oír; un cierto olor sobre todo olor que la nariz no puede percibir. Cierto dulzor sobre todo dulzor que el gusto no percibe; cierto abrazo sobre todo abrazo, que es Incapaz de tocar el tacto de mi hombre exterior. Es una luz que brilla donde no la abarca el espacio; un sonido que suena donde el tiempo no lo arrebata; un olor que exhala sin que el soplo de aire lo disipe; un sabor que no causa hastío; un abrazo que nunca se separa. Ése es mi Dios, que a Él nada puede ser comparado; eso es lo que busco, cuando busco a mi Dios, eso es lo que amo cuando amo a mi Dios. Tarde te amé, hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé; y Tú estabas dentro, y yo fuera; aquí te buscaba, y yo deforme me precipitaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Estabas conmigo, y yo no estaba contigo. Me retenían alejado de ti las cosas que no podían existir sin ti. Yo me recorría todas las cosas, buscándote a ti, y por llegar a ellas me abandonaba a mí.
Interrogué a la tierra, si ella era mi Dios, y me respondió que no; y lo mismo me confesaron todas las cosas que hay en ella. Interrogué al mar y a los abismos, y a los reptiles que hay en ellos, y me respondieron: Nosotros no somos tu Dios; búscale por encima de nosotros. Interrogué a las suaves brisas, y me dijo todo el aire con sus habitantes: Se equivoca Anaxímenes, pues yo no soy tu dios. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. Tampoco nosotros somos tu dios, responden. Y dije a todas las cosas que me rodean por las entradas de mi carne: Me habéis dicho acerca de mi Dios que vosotras no sois, decidme algo de Él. Y todas exclamaron con gran voz: Él nos hizo. Pregunté después a la mole del mundo: Dime si tú eres mi Dios o no. Y me dijo con voz potente: Yo no soy, responde; sino que por El soy yo; al que tú buscas en mí, ése me hizo a mí; busca por encima de mí al que me gobierna a mí, y que también te hizo a ti. La pregunta de las criaturas es un examen profundo de sí mismas; su respuesta es su afirmación sobre Dios, porque todas gritan a una: Dios nos ha creado; como dice el Apóstol: Desde las criaturas del mundo las cosas invisibles de Dios se hacen inteligibles por medio de las cosas que El ha creado 124.
Entonces me volví a mí, y entré dentro de mí, y me digo a mí mismo: ¿Tú quién eres? Y me respondí: Soy un hombre racional, mortal. Y comencé a discutir qué sería eso; y me pregunto: ¿Y de dónde procede semejante animal, Dios mío? ¿De dónde, sino de ti? Tú me has creado, y no yo a mí mismo. Entonces ¿quién eres Tú? Tú eres por quien yo vivo, Tú por quien viven todas las cosas. ¿Qué eres Tú? Tú, Señor, eres el Dios verdadero y único, omnipotente y eterno, Incomprensible e Inmenso, que vives eternamente, y en ti nada muere, Inmortal, que habitas la eternidad, admirable a los ojos de los ángeles, Inenarrable, impenetrable e Inefable; Dios uno y verdadero, terrible y fuerte, sin principio ni fin y a la vez principio y fin de todas las cosas, que existes antes del Inicio de los siglos y antes de sus principios: Tú eres Dios y Señor de todas las cosas que has creado, y en ti están las causas de todas las cosas estables, y los orígenes de todas las cosas mudables permanecen Inmutables en ti; y en ti viven las razones sempiternas de todas las cosas racionales e irracionales, lo mismo que de las temporales. Respóndeme a mí tu siervo, que te lo suplica, Dios mío, di Tú misericordioso a tu siervo miserable, explícame, te lo ruego por tus misericordias: ¿De dónde procede este semejante animal, si no es de ti, que eres Dios?, ¿es que hay alguien que pueda ser creador de sí mismo? o ¿alguno puede tener el ser y el vivir de alguien o algo fuera de ti? ¿Acaso no eres Tú el Ser Supremo, de quien procede todo ser? Porque todo lo que es procede de ti, y sin ti nada existe. ¿No eres Tú la fuente de la vida, de quien mana toda vida? En efecto, todo lo que vive, vive por ti, porque sin ti nada vive. Luego Tú, Señor, has creado todas las cosas. Busco quién me ha creado. Tú, Señor, me has creado, sin el cual nada ha sido creado. Tú mi hacedor, yo tu hechura. Te doy gracias, Señor Dios mío, por quien yo vivo, y por quien viven todas las cosas, porque me has creado; gracias a ti, hacedor mío, porque tus manos me hicieron y me moldearon 125; gracias a ti, que eres mi luz, porque me has iluminado, y me he encontrado. Donde me he encontrado, allí me he conocido; donde te encontré a ti, allí te conocí; y donde te conocí, allí me iluminaste. Gracias, pues, a ti, que eres mi luz, porque me has iluminado.
¿Qué es lo que he dicho: que te he conocido? ¿Es que Tú no eres Dios Incomprensible e Inmenso, Rey de los reyes y Señor de señores, que eres el único que tienes la Inmortalidad, y habitas la luz Inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver 126?, ¿no eres Tú un Dios escondido 127 y de majestad impenetrable, el solo conocedor máximo y contemplador admirable de sí mismo? Pues ¿quién ha conocido lo que jamás ha visto? Porque dice tu Verdad: Ningún hombre me verá sin morir 128; y el Intérprete de tu Verdad: Nadie ha visto a Dios jamás 129. Insisto, ¿quién conoce lo que nunca ha visto? Tu Verdad también lo ha dicho: Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre lo conoce nadie, sino el Hijo 130. Tu Trinidad sólo es conocida íntegramente por sí misma, que excede todo sentido. ¿Entonces qué es lo que he dicho yo, un hombre lleno de vanidad, que yo te he conocido? Pero ¿quién te ha conocido, sino Tú a ti? Puesto que Tú solo eres Dios omnipotente, sobre toda alabanza y toda gloria y toda exaltación 131, y eres proclamado por encima de toda exaltación, y de toda esencia en las santísimas y divinisimas Escrituras. En el pasado eres reconocido ser sobre toda esencia Inteligible, Intelectual y sensible, y sobre todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino también en el futuro. Esencial sobre toda esencia, Inteligible sobre toda Inteligencia, que habitas en ti mismo, en tu divinidad esencial y oculta, Inaccesible, impenetrable, sobre toda razón, entendimiento y existencia, donde la luz es Inaccesible, impenetrable, Incomprensible, Inefable, que ninguna otra luz puede tocar, porque es Inabarcable, Invisible, por encima de toda razón, de toda Inteligencia, donde nadie puede llegar, eternamente Inmutable, Infinitamente Incomunicable, que jamás ha visto ni puede ver nadie, ni ángel ni hombre. Ese es tu cielo, Señor, cielo que guarda la luz misteriosa, sobre toda Inteligencia, razón y sentido, del cual está escrito: El cielo del cielo pertenece al Señor 132. Cielo del cielo, para el cual la tierra es todo el cielo, porque está sobre todo cielo tan maravillosamente elevado y glorioso, en la tierra es también el mismo cielo empíreo; este cielo del cielo pertenece al Señor, porque a nadie pertenece sino al Señor. Al cual ninguno ha subido sino el que ha bajado del cielo, porque nadie conoce al Padre, sino el Hijo y el Espíritu de ambos, y nadie conoce al Hijo sino el Padre y su Espíritu 133. Ciertamente Tú sólo, Trinidad, solamente Tú puedes conocerte perfectamente, Trinidad santa, Trinidad admirable sobre todo, imponderable, impenetrable, Inaccesible, Incomprensible, sobre toda Inteligencia, esencia, que supera todo sentido, toda razón, todo entendimiento, toda Inteligencia, toda esencia de los espíritus supercelestiales, a la cual no es posible expresar, ni pensar, ni entender ni conocer, Incluso a los ojos de los Ángeles. De dónde, entonces, te he conocido yo, Señor Dios altísimo sobre toda la tierra, sobre todo el cielo, a quien ni los Querubines ni los Serafines conocen perfectamente, y que para contemplar la cara del que está sentado sobre el trono excelso y elevado se cubren con las alas, gritando y proclamando: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos, llena está la tierra de su gloria; y espantado el Profeta exclamó: ¡Ay de mí que he callado, porque soy un hombre de labios impuros! 134, y lleno de pavor he dicho: ¡Ay de mí que no me he callado, porque soy un hombre de labios impuros; sino que he dicho: Yo te he conocido! Sin embargo, Señor, ay de los que no hablan de ti, porque los más locuaces quedarán mudos sin ti. Y yo no he callado que Tú me has creado, y me has iluminado; y me he encontrado, y me he conocido, te he encontrado a ti, y te he conocido, porque Tú me has iluminado.
Pero ¿cómo te he conocido a ti? te he conocido en ti. Te he conocido no como Tú eres para ti, sino como Tú eres para mí; y esto no sin ti, sino en ti, porque Tú eres la luz que me has iluminado. Como Tú eres para ti, eres conocido para ti solo; como Tú eres para mí, eres conocido también para mí según tu gracia. ¿Pero qué eres Tú para mí? Díselo Tú misericordioso a tu siervo miserable; dímelo a mí por tus Infinitas misericordias ¿qué eres Tú para mí? Díselo a mi alma: Yo soy tu salvación 135. No me escondas tu rostro, para que no muera. Déjame hablar ante tu misericordia, a mí polvo y ceniza, déjame que hable a tu misericordia, porque tu misericordia es grande sobre mí. Hablaré a mi Dios, siendo polvo y ceniza 136. Dímelo a mí, tu siervo suplicante, díselo Tú, misericordioso, a tu siervo miserable, díselo por tus misericordias ¿qué eres Tú para mí? Y has tronado con voz potente al oído Interior de mi corazón, y me has devuelto el oído y he escuchado tu voz, has iluminado mi ceguera y he visto tu luz, y he conocido que Tú eres mi Dios. Por esto he dicho yo que te he conocido; te he conocido que Tú eres mi Dios, te he conocido a ti el solo Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo. Pues hubo un tiempo en que yo no te conocía. ¡Maldito el tiempo aquel en que no te conocía!, ¡maldita aquella ceguera cuando yo no te veía!, [maldita aquella sordera cuando yo no te oía! Estaba sordo y ciego, yo me precipitaba deforme por las maravillas de tu creación: Tú estabas conmigo, y yo no estaba contigo; me tenían alejado de ti aquellas cosas que no existirían si no existiesen en ti. Pero me has iluminado Tú que eres la luz; y te he visto, y te he amado; ciertamente que nadie te ama, sino el que te ve; y nadie te ve, sino quien te ama. ¡Tarde te he amado, hermosura tan antigua, tarde te he amado!
Te doy gracias a ti, que eres mi única luz, que me iluminaste, y te conocí. ¿Cómo te he conocido? Te he conocido como único Dios vivo y verdadero creador mío; te he conocido creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e Invisibles, Dios verdadero, omnipotente, Inmortal, Invisible, Inabarcable, Incomprensible, Inmutable, Inmenso e Infinito, principio de todas las criaturas visibles e Invisibles, por quien han sido creadas todas las cosas, por quien subsisten todos los elementos; cuya majestad, como nunca ha tenido principio, así nunca jamás tiene fin eternamente. Yo te he conocido como único y solo Dios verdadero y eterno": el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, sin duda tres personas distintas, pero una sola esencia perfectamente simple, y una naturaleza Indivisa: y que el Padre no procede de nadie, que el Hijo procede del Padre solo, y que el Espíritu Santo procede igualmente de ambos, sin principio, y siempre sin fin Dios uno y trino, único verdadero Dios omnipotente, único principio de todo, y creador de todas las cosas visibles e Invisibles, espirituales y corporales, Tú, que, con su virtud omnipotente y desde el Inicio del tiempo, has creado de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, a saber, la angélica y la mundana, y después la humana como una comunidad compuesta de cuerpo y de alma. Te he conocido, y te confieso a ti, Dios Padre Ingénito, y a ti, Hijo unigénito, y a ti, Espíritu Santo paráclito ni engendrado ni Ingénito, una santa e Indivisible Trinidad en tres personas completamente iguales consustanciales y eternas, Trinidad en la unidad, y unidad en la Trinidad, que creo con el corazón para la justicia, y que confieso con la boca para la salvación 137.
He conocido que Tú eres Dios y Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, creador, salvador y redentor mío, y de todo el género humano, a quien confieso engendrado del Padre antes de los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, no creado, sino engendrado, consustancial y coeterno con el Padre y el Espíritu Santo, por quien todas las cosas han sido creadas desde el principio. Y que creo firmemente, y confieso con verdad que Tú eres el Dios Unigénito Jesucristo, encarnado en comunión por toda la Trinidad para la salvación de todos los hombres, y concebido por obra del Espíritu Santo de María siempre Virgen, hecho hombre verdadero, con un alma racional y una carne humana. El cual, siendo, en la Divinidad, impasible e Inmortal, Tú, Unigénito de Dios, por el excesivo amor con que nos amaste, Tú el mismísimo Hijo de Dios Te has hecho pasible y mortal. Tú, que por la salvación del género humano, Hijo único de Dios, Te has dignado padecer en el leño de la cruz la pasión y la muerte, para librarnos a nosotros de la muerte perpetua; además, Tú, autor de la luz, descendiste a los Infiernos, donde nuestros padres estaban esperando en tinieblas, y al tercer día resucitaste vencedor glorioso de los Infiernos a los cielos, volviendo a tomar el sagrado cuerpo, que muerto por nuestros pecados yacía en el sepulcro, vivificándolo al tercer día según las Escrituras para sentarlo a la derecha del Padre. En efecto, sacada contigo de los Infiernos la cautividad, que había cautivado el enemigo antiguo del género humano, Tú, verdadero Hijo de Dios, con la substancia de nuestra carne, es decir, con el alma y la carne humana tomada de la virgen, has ascendido sobre los cielos, trascendiendo todos los órdenes de los Ángeles; donde estás sentado a la derecha del Padre, que es la fuente de la vida, y la luz Inaccesible, y la paz de Dios que sobrepasa todo sentido. Allí Te adoramos y creemos Dios y hombre verdadero Jesucristo, confesando que Tú tienes a Dios por Padre; y esperamos que de allí has de venir como juez al final del siglo, para juzgar a vivos y muertos, y para dar a todos, buenos y malos, según sus obras, las que cada uno haya hecho en esta vida, bien premio, bien castigo, según que cada uno sea digno del descanso o de la tribulación. Porque en aquel día a la voz de tu poder resucitarán todos los hombres, todos los que recibieron un alma humana, la que aquí tuvieron en su carne, para que el hombre entero según sus méritos reciba o la gloria o el Infierno. Tú mismo eres nuestra vida y nuestra resurrección, a quien esperamos como Salvador, el Señor Jesucristo, que reformará nuestro cuerpo humilde configurado conforme a su cuerpo glorioso 138.
He conocido que Tú, Dios vivo y verdadero, eres Espíritu Santo del Padre y del Hijo, que procedes igualmente de ambos, consubstancial y abogado nuestro, que has descendido sobre el mismo Dios y Señor nuestro Jesucristo en forma de paloma (Cf. Mt 3,16), Y que Te manifestaste a los Apóstoles en lenguas de fuego (Cf. Hch 2,3); Tú, que también has enseñado desde el principio por don de tu gracia a todos los santos y elegidos de Dios, y has abierto las bocas de los Profetas para que contaran las maravillas del reino de Dios, a quien junto con el Padre y el Hijo debemos adorar y glorificar con todos los santos de Dios. Entre ellos también yo, hijo de tu esclava, glorifico tu santo nombre con todo mi corazón, porque Tú me has iluminado. Sí, porque Tú eres la verdadera luz, la lumbre de la verdad, el fuego de Dios y el maestro de los espíritus, Tú eres el que nos enseñas con tu unción toda la verdad, porque Tú eres el espíritu de la verdad, sin el cual es imposible agradar a Dios, porque Tú mismo eres Dios de Dios, y luz de luz, que procede del Padre de las luces, y de su Hijo Señor nuestro Jesucristo, con los cuales existiendo consustancial, coigual, coeterno, eres glorificado y reinas conjuntamente por encima de toda esencia en la esencia de una sola Trinidad.
He conocido que Tú eres un solo Dios vivo y verdadero, el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, ciertamente trino en las personas, pero uno en la esencia: a quien yo confieso, adoro y glorifico con todo mi corazón Dios verdadero, el solo santo, Inmortal, Invisible, Inmutable, Inaccesible, Inescrutable, única luz, único sol, único pan, única vida, único bien, único principio, único fin, único creador del cielo y de la tierra; por quien todo vive, por quien todo subsiste, por quien es gobernado, regido y vivificado todo lo que hay en los cielos, y lo que hay en la tierra, y debajo de la tierra, fuera del cual no hay Dios ni en el cielo ni en la tierra. Así Te he conocido, conocedor mío, así Te he conocido. Y Te he conocido por la fe tuya, que me has Inspirado Tú, que eres mi luz, la lumbre de mis ojos, Señor y Dios mío, la esperanza de todos los confines de la tierra, el gozo que alegra mi juventud, y el bien que sostiene mi senectud. En ti, Señor, se gozan jubilosos todos mis huesos, que confiesan: Señor, ¿quién semejante a ti? 139 ¿Quién semejante a ti entre los dioses, Señor 140, no a quien hizo la mano de hombre, sino a ti que has creado las manos de los hombres? Los simulacros (ídolos) de los gentiles son plata y oro, hechura de manos humanas 141, no así el hacedor de los hombres. Todos los dioses de los gentiles son demonios; en cambio, el Señor hizo los cielos 142. El mismo Señor es Dios. Dioses que no hicieron el cielo y la tierra desaparezcan del cielo y de la tierra 143. Al Dios que hizo el cielo y la tierra, que lo bendigan los cielos y la tierra.
¿Quién es semejante a ti entre los dioses, Señor?, ¿quién es semejante a ti, que eres magnífico por tu santidad, terrible por tu justicia, y digno de alabanza y admirable por tus maravillas? Tarde te he conocido, luz verdadera; tarde te he conocido; en cuanto una nube grande y tenebrosa cubría los ojos de mi vanidad ni podía ver el sol de la justicia ni la lumbre de la verdad. Yo, hijo de las tinieblas, me veía envuelto en tinieblas, me complacía en mis tinieblas, porque desconocía la luz; era un ciego que amaba la ceguera, y que caminaba de tinieblas en tinieblas. ¿Quién me ha sacado de ahí, en donde yo era un hombre ciego envuelto en tinieblas y en la sombra de la muerte?, ¿quién tomó mi mano para sacarme de allí?, ¿quién es mi iluminador? Yo no le buscaba, y Él mismo me buscaba a mí; yo no le Invocaba, y El mismo me Invocaba a mí. ¿Quién es El? Tú eres, Señor y Dios mío, misericordioso y compasivo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo; Tú, Dios mío tres veces santo, a quien confieso de todo corazón, dando gracias a tu nombre santo. Cuando yo no Te buscaba, Tú me buscaste, cuando yo no te Invocaba, Tú me llamaste. Me llamaste por mi nombre, tronaste desde arriba con voz potente hasta el oído interior de mi corazón: Hágase la luz, y la luz fue hecha 144, y descendió una luz grande, y se disipó la nube tenebrosa que cegaba mis ojos. Y levanté mis ojos, y vi tu luz, y reconocí tu voz, y dije: En verdad, Señor, Tú eres mi Dios, que me sacaste de las tinieblas y de la sombra de muerte, que me has llamado a tu luz admirable; y por eso ahora veo. Te doy gracias, Dios mío, porque ya veo; te doy gracias a ti, mi iluminador. Me has cambiado hacia ti, y he visto mis tinieblas, en las que estaba, y el abismo tenebroso en que me hundía; y me llené de espanto y de pavor, y exclamé: ¡Malditas!, ¡malditas las tinieblas en que yací!, ¡maldita!, ¡maldita la ceguera que me impedía ver la luz del cielo!, ¡maldita mi ignorancia pasada, cuando no te conocía, Señor! Ahora te doy gracias, iluminador y libertador mío, porque me has iluminado, y te he conocido. Tarde te he conocido, verdad antigua, tarde te he conocido, verdad eterna. Y Tú estabas en la luz, y yo en las tinieblas, y yo no te conocía; porque no podía ser iluminado sin ti, y no hay otra luz fuera de ti.
Santo de los santos, Dios de majestad infinita, Dios de dioses y Señor de señores, admirable, inefable, impensable, ante quien tiemblan en el cielo las Potestades angélicas, a quien adoran las Dominaciones y los Tronos, y todas las Virtudes se espantan ante tu presencia, de cuyo poder y sabiduría no hay medida, Tú que has afirmado el mundo sobre la nada, y has recogido las aguas del mar en el aire como en un odre; omnipotentísimo, santísimo, poderosísimo, Dios del espíritu de toda criatura, ante cuya presencia huye el cielo y la tierra, a cuya voluntad obedecen todos los elementos: que te adoren y que te glorifiquen todas tus criaturas. Y yo, hijo de tu esclava, inclino mi cabeza y mi corazón con humildad y fe a los pies de tu majestad, dándote gracias porque te has dignado iluminarme por tu Infinita misericordia. Luz verdadera, luz santa, luz encantadora, luz admirable, luz digna de, toda alabanza, que iluminas a todo hombre que viene a este mundo 145, y hasta a los mismos ojos de los Ángeles; ahora lo veo y te doy gracias. Ya veo la luz del cielo, que brille un rayo divino con la presencia de tu luz ante los ojos de mi alma, y alegra todos mis huesos. ¡Qué alegría si se cumpliera en mí! Aumenta, te ruego, autor de la luz, aumenta, repito, la luz que brille sobre mí; que se dilate desde ti. ¿Qué es esto que siento?, ¿qué fuego es el que calienta mi corazón?, ¿qué luz es la que se difunde en mi alma? Fuego que brillas sin cesar, y nunca te extingues, abrásame, luz cuyo esplendor es eterno, y que nunca puede apagarse, ilumíname. ¡Ojalá que esté ardiendo de ti! Fuego santo, ¡qué dulcemente ardes, qué secretamente brillas, qué deleitosamente quemas! Desdichados los que no arden con tu fuego, los que no son iluminados por ti; luz verdadera, que iluminas todo el mundo, cuya luz llena el mundo entero. ¡Desdichados los ojos ciegos que no te ven, sol que iluminas el cielo y la tierra; desdichados los ojos entenebrecidos que no pueden verte; desdichados los que no se corrigen para no ver la verdad, ni la vanidad! En verdad que no pueden los ojos sumidos en las tinieblas contemplar los rayos de la soberana verdad, ni saben valorar nada sobre la luz, los que están morando en las tinieblas. Ven las tinieblas, aman las tinieblas, aprueban las tinieblas, marchando de tinieblas en tinieblas, los desgraciados ignoran a dónde se precipitan, no saben lo que pierden; y todavía más desgraciados son los que saben también lo que pierden, los que caen con los ojos abiertos y descienden vivos a los Infiernos. Luz felicísima que no puede ser vista sino por los ojos muy purificados. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios 146. Límpiame, virtud purificadora, sáname los ojos, para que te contemple con ojos sanos a ti, a quien no ven sino los ojos sanos; quítame las escamas de la antigua ceguera con los rayos de tu iluminación, oh esplendor Inaccesible, para que te pueda ver con limpia mirada irrepetible y para que vea la luz en tu luz. Te doy gracias a ti, que eres mi luz, y ahora te veo. Te suplico, Señor, que mi vista se dilate desde ti; descubre mis ojos para que contemple las maravillas de tu ley 147, porque Tú eres Dios admirable en tus santos. Te doy gracias a ti, que eres mi luz, y ya veo; sí veo, pero como por un espejo en enigma, y ¿cuándo será el cara a cara 148? ¿Cuándo llegará el día de la alegría y del júbilo, en el cual entre en el tabernáculo admirable hasta la casa de Dios 149, para que me vea contemplándole cara a cara, y todos mis deseos queden satisfechos?
Como el ciervo busca las fuentes de aguas, así mi alma te desea a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, que es fuente viva 150, ¿cuándo llegaré y estaré en la presencia de mi Dios? Fuente de vida, hontanar de aguas vivas, ¿cuándo llegaré a las aguas de tu dulzura desde esta tierra desierta, impracticable y árida, para contemplar tu poder y tu gloria, y saciar mi sed en las aguas de tu misericordia? Tengo sed, Señor; fuente de la vida, sáciame; tengo sed, Señor, tengo sed del Dios vivo. ¿Cuándo llegaré, y apareceré, Señor, ante tu presencia?, ¿piensas que veré ese día, el día, sí, de la alegría y el regocijo; día que creó el Señor, para que gocemos y nos alegremos en él? Día glorioso que no conoce tarde ni ocaso, en el cual oiré la voz de la alabanza, la voz de la exultación y de la confesión: Entra en el gozo de tu Señor 151, entra en el gozo sempiterno, en la casa del Señor tu Dios, donde hay cosas grandes, Insospechadas y maravillosas sin número. Entra en el gozo sin tristeza, porque contiene la alegría eterna; donde tendrás todo bien sin mal alguno; donde tendrás cuanto quieras, y nada que no desees; allí será la vida vital, dulce y amable, eternamente inmortal; allí no habrá enemigo que ataque, ni tentación alguna, sino la suma y cierta seguridad, y la segura tranquilidad, el gozo sin turbación, la felicidad gozosa, la eternidad feliz, la bienaventuranza eterna, y la Trinidad bienaventurada, la unidad de la Trinidad, y la Deidad de la unidad, y la visión bienaventurada de la Deidad, que es el gozo de mi Señor. Gozo sobre todo gozo, que supera todo gozo, fuera del cual no hay gozo alguno, ¿cuándo entraré en ti para ver a mi Señor que habita en ti? Iré y veré esta visión grandiosa. ¿Qué es lo que me detiene? ¡Ay de mí!, Que mí destierro es prolongado 152. ¡Ay de mí!, ¿cuándo me dirán: Dónde está tu Dios? 153, ¿Hasta cuándo me dirán: Espera, espera todavía? ¿Y ahora qué esperanza me queda? ¿No eres Tú, Señor? 154 Esperamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo humilde en la forma de su cuerpo glorioso 155. Aguardamos al Señor, cuando vuelva de las bodas para que nos Introduzca en sus bodas. Ven, Señor, y no tardes. Ven, Señor Jesús, ven a visitarnos en paz, ven y saca a este cautivo de la cárcel, para que nos alegremos ante ti con corazón perfecto. Ven, Salvador nuestro, ven, el deseado de todos los pueblos; muéstranos tu rostro, y seremos salvados. Ven, luz mía, Redentor mío, saca mi alma de la cárcel para que confiese tu santo nombre 156. ¿Hasta cuándo yo miserable estaré zarandeado entre el oleaje de mi mortalidad, gritando a ti, Señor, y no me escuchas? Escúchame que te llamo, Señor, desde este mar proceloso, y condúceme al puerto de la eterna felicidad.
¡Verdaderamente dichosos los que llegaron del piélago a la playa, del destierro a la patria, de la cárcel al palacio, dichosos ya en el descanso deseado! Porque ese premio de la gloria perpetua, que lo consiguieron aquí a través de muchas tribulaciones, ¡lo han adquirido con regocijo feliz, y se alegran para siempre, eternamente!
¡Dichosos verdaderamente tres y cuatro y mil veces dichosos, los que libres ya de todos los males han merecido llegar al reino de la divinidad, bien seguros de su gloria Inmarcesible! ¡Reino eterno, reino de todos los siglos, donde la luz es Indeficiente, y la paz de Dios está por encima de todo sentido 157, donde descansan las almas de los santos, y la alegría sobre sus cabezas es sempiterna e imperturbable: porque vivirán entre transportes de gozo y júbilo, y huirá todo dolor y gemido! ¡Qué glorioso es el reino, donde reinan contigo, Señor, todos tus santos, revestidos de luz como manto, y llevando en la cabeza corona de piedras preciosas! 158 ¡Reino de felicidad eterna, donde Tú, Señor, eres la esperanza, y la diadema gloriosa de los santos, y los santos Te verán cara a cara, alegrándolos por completo en tu paz, que excede todo sentido! Allí el gozo Infinito, la alegría sin tristeza, la salud sin dolor, la vida sin trabajo, la luz sin tinieblas, la vida sin muerte, todo bien sin mal alguno. Allí la juventud jamás envejece, la vida sin término, la belleza sin palidecer, el amor sin enfriarse, la salud sin desgaste, el gozo sin jamás decrecer, y el dolor sin existir, ni el gemido, ni la tristeza; allí solamente la alegría sin ningún temor, porque allí es poseído el soberano bien, que consiste en ver siempre el rostro del Señor de las virtudes. ¡Bienaventurados por tanto los que han merecido llegar de la ruinosa vida presente a tantos inapreciables bienes!
Desdichados, ¡ay!, de nosotros tan miserables, que navegamos por el oleaje de este ancho mar y por sus torbellinos tormentosos, sin saber si podremos arribar al puerto de la salvación. Desdichados, repito, de los que vivimos en el destierro, en el peligro, en la duda, sin saber nuestro fin, porque todo el futuro es Incierto, y todavía estamos expuestos a las tempestades del mar, suspirando por el puerto. ¡Patria nuestra, patria de seguridad, sólo de lejos te contemplamos! Te saludamos desde el medio de este peligroso mar, suspiramos por ti desde este valle de lágrimas; y con lágrimas nos esforzamos hasta que de algún modo lleguemos hasta ti. Cristo, esperanza del género humano, Dios de Dios, nuestro refugio y nuestra fuerza, cuya luz brilla de lejos a nuestros ojos, como los rayos de la estrella del mar sobre las borrascas en medio de las tinieblas, para dirigirnos al puerto, gobierna, Señor, nuestra navecilla con tu diestra, que es el clavo de tu cruz, para que no perezcamos entre las olas, ni nos trague la tempestad del agua, ni nos engulla la profundidad del abismo; sino que con la virtud de tu cruz sácanos de este mar proceloso hacia ti, único consuelo nuestro, a quien nosotros, como a la estrella matutina y al sol de justicia, apenas vemos de lejos con los ojos llenos de lágrimas que nos está esperando en la playa de la patria celestial. A ti clamamos nosotros, tus redimidos, y todavía desterrados de ti, a quienes has redimido con tu preciosa sangre. Escúchanos, Dios Salvador nuestro, esperanza de todos los confines de la tierra, y del océano remoto (Cf. Sal 64,6): nosotros vivimos en este mar turbulento, Tú, que desde la orilla ves nuestros peligros, sálvanos por tu nombre. Concédenos, Señor, navegar por el medio entre Scila y Caribdis de tal modo que lleguemos sanos y salvos con nuestra nave y nuestra mercancía, que son nuestras obras, al puerto de la salvación.
Cuando hayamos llegado a ti, fuente de la sabiduría, a ti, luz Indeficiente, a ti, luz inextinguible, para que podamos contemplarte ya no como en enigma por un espejo, sino cara a cara 159, entonces todos nuestros deseos se saciarán de bienes, porque nada nos quedará fuera por desear; Tú, Señor, fuente suprema de todo bien, serás el premio de los bienaventurados y la corona de su hermosura, y la alegría perpetua sobre sus cabezas, que los pacificarás por dentro y por fuera en tu paz, que sobrepasa todo sentimiento 160. Allí veremos, amaremos, y alabaremos. Veremos tu luz en tu misma luz. Porque en ti está la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz 161. ¿Y qué luz es ésa? Una luz Inmensa, Incorpórea, Incomprensible, una luz indeficiente, Inextinguible e Inaccesible, una luz Increada, una luz verídica, que ilumina los ojos de los Ángeles, que alegra la juventud de los santos, que es luz de luz y fuente de vida, que eres Tú, Señor y Dios mío. Sí, Tú eres la luz, en cuya luz veremos la luz, que eres Tú en ti mismo, en el esplendor de tu rostro, porque te veremos cara a cara.
Y ¿qué es ver cara a cara, sino lo que dice el Apóstol: conocerte como Tú te conoces 162? Conocer a tu Trinidad, eso es verte cara a cara. Conocer el poder del Padre, la sabiduría del Hijo, la clemencia y amor del Espíritu Santo, la esencia una e Indivisa de la soberana Trinidad, eso es ver el rostro del Dios vivo. Eso es el bien supremo, gozo de los Ángeles y de todos los santos, premio de la vida eterna, gloria de los espíritus, alegría sempiterna, corona de la gracia, premio de la felicidad, descanso opulento, hermosura de la paz, Jerusalén celestial, vida feliz, plenitud de la felicidad, gozo de la eternidad, paz de Dios que sobrepasa todo sentimiento 163 . Esta es la beatitud plena y la total glorificación del hombre, ver el rostro de su Dios, ver a quien le ha creado, a quien le ha salvado, a quien le ha glorificado. Le verá conociéndole, le amará apreciándole con afecto, le alabará poseyéndole. Porque Él mismo será la heredad de su pueblo, del pueblo de los santos, del pueblo a quien redimió. El mismo es la posesión de su felicidad, el premio y la recompensa que les aguarda. Yo, lo ha dicho, seré tu gran recompensa 164. Tú, Señor y Dios mío, eres verdaderamente grande sobre todos los dioses, y tu recompensa grande sobre manera. Porque quien es magnífico, recompensa con magnificencia. En efecto, no eres Tú magnífico, y mezquina tu recompensa, sino como Tú eres magnífico, es magnífica tu recompensa; porque no eres una cosa Tú y otra cosa tu recompensa, sino que Tú mismo eres la magnificencia y la magnífica recompensa; Tú el que corona y la corona; Tú el que promete y la promesa; Tú el remunerador y la remuneración, el que premia y el premio de la felicidad eterna. Tú por tanto eres el que corona y la corona, Dios mío, la diadema de mi esperanza que está refulgente de gloria, la luz que colma de alegría, y es renovadora, la belleza que me adorna, mi gran esperanza, el deseo del corazón de los santos, y el, deseado de todos ellos. Pues tu visión es toda tu recompensa, todo tu premio, todo el gozo que esperamos. Esta es la vida eterna. Esta es, dice tu Sabiduría, ésta la vida eterna, que te reconozcan a ti solo Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo 165. Así pues, cuando te veamos a ti solo Dios, Dios verdadero, Dios vivo, omnipotente, Invisible, Inabarcable, Incomprensible, y a tu Hijo Unigénito, Dios consustancial y coeterno como Tú, nuestro Señor Jesucristo, a quien enviaste al mundo para nuestra salvación, en la unidad del Espíritu Santo, trino en personas, y uno en la esencia, Dios solo santo, fuera del cual no hay otro Dios; entonces poseeremos todo lo que buscamos, la vida eterna, la gloria sempiterna, que Tú tienes preparada para los que te aman, que has reservado a los que Te temen, que vas a dar a los que Te buscan, a los que buscan tu rostro para siempre. y Tú, Señor y Dios mío, mi formador desde el seno de mi madre, quien me confió a tu cuidado, no permitas que me disperse de la unidad por la multiplicidad, sino recógeme de las cosas exteriores en mi Interioridad, y de mí recógeme en ti, para que mi corazón pueda decirte sin cesar: Mis ojos Te han buscado; tu rostro buscaré, Señor 166, el rostro del Señor de las virtudes, en que consiste toda la gloria de los bienaventurados y contemplarlo es la vida eterna, y la alegría de los santos para siempre. Que entonces se alegre mi corazón y que tema tu santo nombre, que se alegre el corazón de los que buscan al Señor, y mucho más el corazón de los que Te encuentran. Pues si tal es la alegría buscándote, ¿cómo será encontrándote? Que yo busque siempre con ardor y sin descanso tu rostro, a ver si por fin se me facilita la entrada y se me abre la puerta de la justicia, para que entre en el gozo de mi Señor. Ésta es la puerta del Señor, los justos entrarán por ella 167.
Trinidad Santísima, tres personas perfectamente iguales y eternas, un solo Dios verdadero, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, que habitas la eternidad y la luz Inaccesible; que has creado la tierra con tu poder, y que riges el mundo con sabiduría y prudencia; tres veces santo: santo, santo, santo Señor Dios de los ejércitos, terrible y poderoso, justo y misericordioso, admirable, laudable, amable: un solo Dios y tres personas en una esencia; el poder, la sabiduría, la bondad, una e Indivisa Trinidad: Ábreme a mí, que te lo suplico, las puertas de la justicia, para que entrando por ellas te pueda confesar a ti, que eres mi Señor. Aquí estoy a tu entrada, Padre de familias soberano, y llamo como mendigo. Dígnate abrir al que te llama Tú que dijiste: Llamad y se os abrirá 168. Llaman a tu puerta, Padre de las misericordias, los deseos de mi corazón, y los clamores de las lágrimas de mis ojos. Ante ti está todo mi deseo, y no se te oculta mi gemido 169. Tú, Señor, no apartes más de mí tu rostro, ni rechaces con ira a tu siervo 170. Padre de las misericordias, escucha el gemido de tu menor de edad, y tiéndeme tu mano auxiliadora, para que me saque de las aguas profundas, del lago de miseria, y de la charca fangosa. Que no perezca al ver la misericordia de tus ojos, y contemplar la clemencia de tus entrañas 171. Que vaya hacia ti, Señor y Dios mío, para admirar las riquezas de tu reino, contemplar eternamente tu rostro, y cantar alabanzas a tu santo nombre, Señor, que haces maravillas. Tú cuyo recuerdo hace las delicias de mi corazón, Tú que iluminas mi juventud, y no desprecias mi senectud, sino que haces saltar de júbilo todos mis huesos, y haces rejuvenecer mis canas como de águila. Que toda la gloria, toda la alabanza, toda la virtud, todo el poder, toda magnificencia, toda felicidad y toda clemencia sea para Dios Padre, y Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo. Amén.