LIBRO IV
A Vicente Víctor
CAPITULO I
Agradece Agustín humildemente los reproches,
pero le corrige con amabilidad
1. Permíteme ahora que te manifieste mis convicciones personales como lo deseo, si me fuere posible, es decir, si me le concediere aquel en cuya mano estamos nosotros y nuestras palabras. Dos veces me has censurado nominalmente. Después de haberte declarado al principio de tu libro consciente de tu inexperiencia y falto de doctrina, y de haberme calificado a mí, al nombrarme, como hombre doctísimo y peritísimo, sin embargo, en algunas materias en que te pareció saber lo que yo confieso que ignoro o que, ignorándolo, presumo de saberlo, no dudaste en censurar con cierta libertad, siendo joven, a un anciano, y, siendo laico, a un obispo, y a un hombre que, según tu criterio, es doctísimo y peritísimo. No puedo decir si soy doctísimo y peritísimo; es más, sé con toda certeza que no lo soy. Y no vacilo en afirmar que es posible que un ignorante conozca a veces lo que ignora un sabio.
Sinceramente te alabo, porque diste la preferencia a la verdad, o, a lo menos, a lo que creíste ser la verdad, aunque no la comprendiste, y no te fijaste en el hombre. Obraste, ciertamente, con temeridad, porque juzgaste que conocías lo que ignorabas; pero te condujiste con libertad e independencia, porque, a pesar de la reverencia debida a la persona, proclamaste abiertamente lo que pensabas.
Conviene, por tanto, que te des cuenta de que nuestra mayor preocupación debe ser apartar del error a las ovejas del Señor, puesto que, si las mismas ovejas conocieran algún vicio en sus pastores, les parecería indecoroso ocultárselo. ¡Oh, si tú me reprocharas lo que en mis escritos es digno de censura! No debo negar que tanto en mis costumbres como en mis libros hay mucho que puede ser censurado sin ninguna temeridad. Si corrigieras algo de esto, me darías fundamento para mostrarte cómo quisiera que te portaras tú cuando se te censurara en relación a lo que en mí hubieras reprobado. Y no lo haría como uno de más edad a otromás joven o como un superior a un súbdito, sino que procuraría servir de modelo de corrección, convencido de que el ejemplo sería tanto más saludable cuanto más humilde. Pero tú me censuraste no lo que la humildad me obliga a corregir, sino lo que la verdad me constriñe, en parte, a divulgar y en parte a defender.
CAPITULO II
Vicente cree vergonzoso para el hombre desconocerse a sí mismo
2. Lo que me has reprobado es, en primer lugar, que no me he atrevido a concretar mi pensamiento acerca del origen de las almas dadas a los descendientes de Adán, y, efectivamente, confieso o declaro mi ignorancia sobre este asunto; y en segundo lugar, haber afirmado de manera absoluta que el alma era espíritu y no cuerpo. En este último apartado has especificado y reprobado otros dos conceptos: a) que no creía que el alma fuera cuerpo; b) que creía que era espíritu. A ti, por el contrario, te parece que es cuerpo y no espíritu. Atiende, pues, a mi justificación contra tu censura, y, aprovechando la circunstancia de que yo me justifique ante ti, aprende o considera qué es lo que tú debes enmendar en ti mismo.
Recuerda cómo te expresaste en tu libro cuando me nombraste por primera vez: «Sé que la mayor parte de los autores doctísimos y los más inteligentes observaron silencio o se limitaron a decir generalidades, eludiendo en sus discusiones, con una exposición incoada, la definición precisa, como poco ha lo he leído en las cartas que te ha dirigido Agustín, ese hombre tan docto y ese obispo tan ilustre; y escudriñando ellos con demasiada reserva y temor, según creo, los misterios de esta materia, guardaron dentro de sí mismos su parecer, confesando que no podían resolver nada.
Pero, a decirte la verdad, me parece muy absurdo y muy impropio de la razón que el hombre no se conozca y que se ignore a sí mismo el que piensa haber conseguido el conocimiento de todas las cosas. ¿En qué se diferencia el hombre del animal si aquél no sabe distinguir y discutir sobre sus cualidades ni sobre su naturaleza, de manera que se le puedan aplicar aquellas palabras: El hombre, constituido en honor, no tuvo discernimiento: se ha igualado con los insensatos jumentos y se ha hecho como uno de ellos?1 Puesto que Dios no creó nada sin causa e hizo al hombre animal racional, capaz de inteligencia, dotado de razón y de sensibilidad para que ordenara prudentemente todos los demás seres, ¿se puede decir algo más discordante y absurdo que afirmar que únicamente le privó del conocimiento de sí mismo? Y más, cuando vemos que la sabiduría del mundo lleva inútilmente sus investigaciones hasta la verdad misma, sin que le sea posible conocer a aquel por el cual son conocidas todas las demás cosas, intentando descubrir acerca de la naturaleza del alma algo que se aproxime o sea afín a la verdad, ¡qué vergüenza para un católico ignorarse a sí mismo o el haberse prohibido hacer alguna investigación a este respecto!
Ridícula y ofensiva la pretensión de Vicente
3. Es tu censura, tan elocuente y explícita, de mi ignorancia la que te obliga a saber todo lo que pertenece a la naturaleza del hombre, de tal manera que, si ignoraras algo concerniente a esto, según tu criterio, no según el mío, deberías ser comparado a los animales. Parece que más directamente te refieres a mí, al decir: El hombre, constituido en honor, no tuvo discernimiento2, porque estoy colocado en los honores de la Iglesia, que tú no tienes, sin embargo, has recibido el honor de la naturaleza humana, que te hace superior a los animales, a los cuales debieras ser comparado, según tu juicio, si ignoras algo de lo que concierne a tu naturaleza.
Y no solamente anatematizaste a los que, como yo, dudan acerca del origen del alma humana—sobre lo cual no es tan absoluta mi nesciencia, ya que sé que Dios inspiró en el rostro del primer hombre un soplo y fue hecho alma viva, lo que no hubiera llegado a saber si no lo hubiera leído—, no sólo nos anatematizaste, sino que añadiste:«¿En qué se diferencia el hombre del animal si aquél no sabe distinguir y discutir sobre sus cualidades ni sobre su naturaleza?»
Al parecer, tu modo de pensar es que el hombre debe discurrir y discutir acerca de sus facultades y de su naturaleza con tal perfección que no se le oculte nada. De ser esto así, te compararé yo a los animales si no me dices con exactitud el número de tus cabellos. Y si, no obstante los conocimientos que nos es posible conseguir en esta vida, admites que podemos ignorar algo de lo que atañe a nuestra naturaleza, te pregunto hasta qué punto extiendes esa concesión, no sea que por casualidad esté también comprendida en ella la ignorancia sobre el origen de nuestra alma, aun cuando creamos sin duda de ningún género lo que es condición necesaria para salvar la fe, o sea, que el alma ha sido dada por Dios y que no es de la misma naturaleza que Dios.
¿Piensas, acaso, que cada uno debe desconocer sobre su naturaleza lo que tú desconoces o que debe conocer lo que tú conoces, de tal manera que, si su ignorancia es un poco mayor que la tuya, te consideres con derecho a compararlo a los animales por la circunstancia de ser tú más instruido que él, y si fuere él quien supiere algo más que tú, con el mismo derecho te compararía a los animales?
Dinos, por consiguiente, hasta qué límite concedes que se puede ignorar lo que se refiere a nuestra naturaleza y que sea suficiente para distinguirnos de los animales; pero fíjate en que quizá dista más de los animales el que sabe que ignora algo acerca de este punto que aquel que piensa o cree saber lo que realmente ignora. La naturaleza del hombre está constituida, ciertamente, por un espíritu, un alma y un cuerpo, y es necio excluir el cuerpo de la naturaleza humana.
Los médicos anatomistas, aun disecando cuerpos de hombres que resistieron vivos en las manos de los que los abrían, han estudiado, para llegar a conocer su naturaleza, los miembros, las venas, los nervios, los huesos, la medula, los órganos vitales interiores, y, sin embargo, nunca nos han comparado a los animales porque ignoramos estos detalles de nuestro ser. Acaso respondas que únicamente hay que comparar con los animales a los que ignoran la naturaleza del alma, no la del cuerpo. Entonces no debiste expresarte del modo que lo hiciste al principio de tu obra. No dijiste: ¿«En qué se diferencia el hombre del animal» si desconoce las cualidades y la naturaleza de su alma?, sino que dijiste en general: « ¿En qué se diferencia el hombre del animal si aquél no sabe distinguir y discutir sobre las cualidades y la naturaleza de su ser?»
Es cierto que nuestra naturaleza está integrada también por nuestro cuerpo, aun cuando se discuta por separado sobre cada uno de los elementos de que constamos. Si me propusiera explicar todo lo que científicamente puedo discutir acerca de la naturaleza del hombre, llenaría varios volúmenes. Confieso, sin embargo, que es mucho lo que todavía ignoro referente a este punto.
CAPITULO III
Queda en evidencia el adversario con el ejemplo del soplo humano
4. ¿A qué opinión te adhieres de las que hemos discutido en el libro precedente, tratando del soplo del hombre? ¿Pertenece a la naturaleza del alma, porque es ella la que lo produce en el hombre; o a la naturaleza del cuerpo, puesto que el cuerpo es movido por el alma para producirlo; o pertenece al aire ambiente, con cuyo movimiento alternativo se realiza dicho soplo; o, finalmente, pertenece a las tres cosas juntas, es decir, al alma, que mueve al cuerpo; al cuerpo, que con su movimiento recibe y devuelve el soplo, y al aire exterior, que alimenta al cuerpo penetrando en él y lo alivia al salir?
Y no obstante ser tú hombre culto y elocuente, ignorabas esto cuando creías y afirmabas, escribías y leías ante un auditorio numeroso que inflamos un odre con elemento sacado de nuestra naturaleza sin que en ella experimentemos disminución. Si quieres, fácilmente puedes saber cómo llegamos a hacerlo, sin necesidad de investigar en los libros divinos y humanos, pues basta que te observes a ti mismo.
¿Cómo pretendes, por tanto, que aprenda de ti lo que confieso que ignoro acerca del origen del alma, si no sabes cómo realizas lo que sin cesar haces con el movimiento constante de tus narices y de tu boca? Y ahora que te lo he advertido, plazca al Señor que cedas inmediatamente y no te opongas por más tiempo a una verdad tan evidente, y no preguntes a tus pulmones acerca de la inflación del odre, y antes que hacerles dar una respuesta en contra de mí, presta asentimiento a lo que te enseñan y a la contestación verdadera que te dan no hablando y discutiendo, sino aspirando y espirando el aire. Así no me molestarías u ofenderías al corregir y reprender mi ignorancia respecto del origen del alma; antes bien te daría fervientes gracias si, en lugar de herirme con injurias graves, discutieras esta cuestión con razones poderosas y argumentos convincentes. Pues, si te fuera posible enseñarme lo que sobre esto ignoro, debería tolerarte precisamente que me golpearas no sólo con palabras, sino hasta con los puños.
CAPITULO IV
Confieso mi ignorancia. ¿Me enseñas tú?
5. Por lo que se refiere a esta materia, te confieso con sinceridad que deseo vivamente llegar a saber, si me es posible, una de estas dos cosas: a) cuál es el origen del alma, que me es desconocido; b) si podemos llegar a este conocimiento durante nuestra vida mortal. ¿Y si acaso perteneciera esta cuestión a aquellas de las cuales se dice: No busques lo que está sobre tus fuerzas y no investigues lo que te es superior; medita siempre en lo que el Señor te ha ordenado?3 No obstante, quisiera conocer esto, o por el mismo Dios, que sabe bien lo que crea, o por algún docto, que sabe lo que dice; pero nunca por un hombre que desconoce lo que respira.
Nadie conserva recuerdos de su infancia. ¿Y piensas que sin una revelación especial de Dios puede el hombre conocer cómo comenzó a vivir en el seno de la madre, sobre todo si desconoce la naturaleza humana hasta el punto de que no sólo ignore su constitución íntima, sino también los fenómenos externos que produce? ¿Me enseñarás, pues, hijo muy amado, a mí o a cualquiera otro, cómo aparece la vida en los nacidos, tú que ignorabas hasta ahora cómo se mantiene en los que viven, de modo que inmediatamente mueren si les falla por un poco de tiempo el aire que los sostiene? ¿Me enseñarás a mí o a otro cualquiera cómo reciben los hombres la vida, tú que ignorabas de qué se llenan los odres cuando son inflados?
¡Ojalá supiera yo si he de llegar a conocer en esta vida el origen del alma, al menos con la misma certeza con que tú lo ignoras! Pero si es una de las cuestiones profundas, cuya investigación nos está vedada, es para temer que pequemos no porque la ignoramos, sino porque tratamos de resolverla. No debemos pensar, sin embargo, que sea de esa clase de cuestiones, ya que sabemos con seguridad que pertenece a nuestra naturaleza, no a la de Dios.
CAPITULO V
No es deshonra el ignorar tantos misterios de nuestro cuerpo.
¿Y lo va a ser el ignorar el origen de nuestra alma?
6. ¿No hay entre las obras de Dios algunas que conocemos con mayor dificultad con que conocemos a Dios, en cuanto puede ser conocido? Sabemos por revelación que Dios es trino, mientras que ignoramos completamente cuántas especies de animales creó y cuántas entraron en el arca de Noé. A no ser que lo hayas averiguado tú. ¿No leemos en el libro de la Sabiduría: Si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?4 ¿Acaso porque está dentro de nosotros no está por eso fuera de nuestro alcance?
Nuestra alma, en efecto, es más íntima que nuestro cuerpo, y para llegar a conocer con mayor facilidad al cuerpo, el alma se sirve exteriormente de los ojos del mismo cuerpo antes que intrínsecamente por ella misma. ¿Hay algo en donde no esté ella? Y, sin embargo, con los ojos del cuerpo examinó los órganos internos y vitales, y todo lo que de ellos llegó a conocer, mediante los ojos del cuerpo lo conoció. Y ciertamente en ellos estaba y les daba la vida, aun cuando ella no lo sabía. Y puesto que nuestros órganos interiores no pueden vivir sin el alma, pudo el alma vivificarlos más fácilmente que conocerlos.
¿Acaso con relación a su conocimiento es materia más elevada el cuerpo que el alma? Por tanto, cuando quiera averiguar y discutir en qué momento el semen del hombre se convierte en sangre, en carne; cuándo se endurecen los huesos y comienzan a llenarse de medula; cuántas son las especies de venas y de nervios, por qué vías y rodeos llega la sangre a todo el cuerpo y enlazan las diversas partes; si la piel debe ser contada entre los nervios y los dientes entre los huesos, pues se diferencian en que los dientes no tienen medula, y cómo difieren unas de otras las uñas, que son semejantes a los huesos en la dureza y les es común con los cabellos el ser cortadas y crecer; cuál es el uso de las venas llamadas arterias, que llevan no la sangre, sino el aire; en una palabra, si el alma desea conocer estas y otras cosas acerca de la naturaleza de su cuerpo, ¿habrá que decir al hombre: No busques lo que está sobre ti y no sondees lo que es superior a tu capacidad?5 Y si investiga sobre su propio origen, que desconoce, ¿no será una materia más elevada y más profunda de lo que le es posible comprender?
Consideras absurdo e impropio de la razón que el alma ignore si es infundida por Dios o si la transmiten los padres mediante la generación, a pesar de que ella no se recuerda de este hecho pasado y lo incluye entre los que de manera irrevocable ha dado al olvido, como sucede con los de la infancia, si es que, al realizarse, lo percibió de algún modo, y no ves ningún absurdo ni inconveniencia en que no conozca al cuerpo que le está sujeto y que ignore lo que se refiere no a fenómenos pasados, sino a fenómenos presentes, cuales son si mueve las venas para poder vivir en el cuerpo y mueve también los nervios para obrar con los miembros del cuerpo.
Y si es ella la que produce el movimiento, ¿por qué mueve los nervios cuando quiere, mientras que el pulso de las venas se realiza aunque ella no quiera? ¿Desde qué parte del cuerpo domina a los miembros—lo que llaman «principio conductor»—, si es desde el corazón, o desde el cerebro, o en los movimientos distribuidos desde el corazón, o en las sensaciones producidas desde el cerebro, o en las impresiones y movimientos voluntarios que se originan en el cerebro, o bien en las pulsaciones involuntarias de las venas producidas desde el corazón?
Y si desde el cerebro hace esas dos cosas: comunicar el sentimiento y el movimiento, ¿por qué experimenta sensaciones a pesar suyo, mientras que mueve los miembros cuando quiere? Y puesto que todo esto no se verifica en el cuerpo si ella no lo hace, ¿por qué ignora lo que hace o cómo lo hace? No es deshonroso que ignore todo esto, y, sin embargo, tú opinas que lo es el que ignore de dónde o cómo fue hecha, no habiéndose hecho a sí misma. Nadie sabe cómo y de qué principio obra el alma en el cuerpo tales fenómenos. ¿Es por esto por lo que piensas que no pertenece a aquellas verdades más altas y profundas?
CAPITULO VI
Enigmas de nuestra vida corporal incluso para los especialistas
¿Hemos de equipararnos a los brutos por ignorarlos?
7. Todavía te propongo una cuestión más importante: ¿por qué son poquísimos los que han sabido cuál es el principio o causa eficiente de las acciones que en todos se realizan? Acaso hayas de responderme: «Porque aquéllos han cursado la anatomía, que está comprendida en el estudio de la medicina, y son pocos los que la aprenden; los demás no quisieron aprenderla, y la hubieran aprendido si hubieran querido. A mi vez volveré a preguntarte por qué muchos intentan adquirir esta ciencia y no pueden, ya que por cortedad de ingenio no llegan a aprender de otros—y no deja de ser extraño—lo que se realiza en ellos y por ellos.
Mas he aquí una cuestión de sumo interés: por qué no tengo necesidad de alguna disciplina para saber que el sol, la luna y los demás astros están en el firmamento, y, sin embargo, la necesito para saber de dónde parte el movimiento con que muevo un dedo: si es del corazón, del cerebro, de ambos o de ninguno de los dos; y que no necesite de un doctor para saber qué es lo que se encuentra a tanta altura encima de mí, y, no obstante, espere aprender de un hombre de dónde parte el movimiento que en mí se verifica.
Se dice que el pensamiento reside en el corazón, y que únicamente nosotros sabemos lo que pensamos, ignorándolo cualquiera otro; sin embargo, no sabemos en qué parte del cuerpo se encuentra el corazón, en el que se forma el pensamiento, si no nos lo enseña otro hombre que desconoce lo que pensamos. No ignoro que cuando se nos manda amar a Dios con todo el corazón6 no se refiere a la víscera oculta bajo las costillas sino a la potencia o facultad productora de nuestros pensamientos, a la que adecuadamente se da este nombre, porque, así como no cesa en el corazón el movimiento, con el que se difunde por todo el cuerpo el pulso de las venas, así también nosotros no cesamos de reflexionar con el pensamiento sobre alguna cosa.
Por otra parte, siendo el alma el principio de todos los sentidos del cuerpo, ¿por qué aun en las tinieblas y con los ojos cerrados podemos enumerar exteriormente nuestros miembros mediante otro sentido del cuerpo llamado el tacto, mientras que, a pesar de la presencia interior de nuestra alma, con la que vivifica y anima todo, no conocemos ninguna de nuestras vísceras interiores? No hablo exclusivamente de los médicos empíricos, de los anatomistas, de los dogmatistas, de los metódicos, sino que pienso que no lo sabe nadie.
8. Y al que intentare conocer todo esto, no sin razón se le podría decir: No busques lo que es superior a ti y no sondees lo que está fuera de tu capacidad7. No son verdades más elevadas de lo que puede alcanzar nuestra estatura, sino de lo que puede comprender nuestra presunción, y más profundas de lo que puede penetrar la potencia de nuestro ingenio. No se trata, sin embargo, del cielo, ni de la dimensión de los astros, ni de la extensión del mar y de la tierra, ni de las profundidades del infierno. Existimos y no somos capaces de comprendernos; nuestra altura y nuestra profundidad superan el módulo de nuestra ciencia. No podemos comprendernos a nosotros mismos, y ciertamente no estamos fuera de nosotros.
No obstante, no hemos de ser comparados a los animales por el hecho de que no llegamos a saber lo que somos. Tú, por el contrario, piensas que debemos ser asimilados a ellos en caso de que hayamos olvidado lo que fuimos, si es que lo supimos alguna vez. En este mismo momento ni mi alma es transmitida por los padres ni es infundida por Dios: cualquiera que haya sido el modo empleado por Dios para darla, lo hizo cuando me creó. Ahora él no crea nada de mí ni en mí: aquella acción es ya pasada; ni me está presente ni reciente. Por lo que a mí se refiere, ignoro si alguna vez he sabido esto y lo he olvidado o si pude darme cuenta de ello y conocerlo cuando fue realizado.
CAPITULO VII
La memoria, que está dentro de nosotros, sigue siendo un enigma
9. He aquí que al presente, en este momento en que existimos y vivimos, sabemos que vivimos y estamos muy ciertos de que nos acordamos, de que entendemos y queremos, y, figurándonos ser grandes conocedores de nuestra naturaleza, ignoramos absolutamente el valor de nuestra memoria, de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad. Uno de mis amigos de la juventud, llamado Simplicio, hombre de excelente y maravillosa memoria, a quien preguntamos los últimos versos de los libros de Virgilio, en seguida, inmediatamente, los recitó de memoria. Le rogamos que dijera los precedentes, y los dijo. Y nos convencimos de que podía recitar en orden inverso las obras de Virgilio. Cualquier pasaje que le indicamos que lo recitara, lo repitió.
Igualmente en prosa; pues le pedimos que declamara los discursos de Cicerón, que había aprendido de memoria, y repitió en sentido inverso todo lo que se le preguntó. Al manifestarle nuestra admiración, tomó a Dios por testigo de que antes de esa experiencia nunca había sospechado que fuera capaz de hacer lo que acababa de realizar. Y así, respecto de la memoria, su espíritu se conoció entonces, y en cualquier tiempo que hubiera aprendido tales cosas, no se hubiera convencido de la capacidad de su facultad más que por el experimento. Y como antes de ensayar esta experiencia era el mismo, ¿por qué se ignoraba o desconocía?
10. Frecuentemente presumimos de conservar algo en la memoria, y, debido a esta confianza, no lo anotamos, y después sucede que no lo recordamos cuando queremos y nos arrepentimos tardíamente de nuestra presunción y de nuestra negligencia o descuido en asegurarlo mediante la escritura, y a veces reaparece súbitamente sin que hagamos esfuerzo alguno por recordarlo. ¿Es que no éramos los mismos cuando pensábamos de este modo? Y, sin embargo, no somos ya lo que éramos cuando no podemos recordar aquellos pensamientos.
¿A qué se debe, por tanto, que no sepa yo cómo escapamos a nuestra propia observación y también cómo volvemos sobre nosotros mismos mediante la reflexión? No somos otros y no estamos fuera de nosotros cuando trabajamos por recordar, sin conseguirlo, lo que hemos confiado a nuestra memoria, y cuando no podemos llegar a encontrarnos a nosotros mismos, como si estuviéramos fuera de nosotros, y llegamos cuando encontramos lo que buscamos.
Porque ¿en dónde buscamos, sino en nosotros? ¿Y qué buscamos, sino a nosotros? ¡Como si no estuviéramos en nosotros o que de algún modo hubiéramos salido de nosotros mismos! Si meditas en esto, ¿no te intimida tanta profundidad? Y esto no es otra cosa que nuestra propia naturaleza, y no como ha sido, sino tal cual es ahora. Y aun así se investiga más de lo que se comprende.
Con frecuencia, cuando se me ha propuesto alguna cuestión, he creído que la entendería si pensaba en ella; reflexioné y no la entendí. Otras veces la he entendido sin pensar detenidamente en ella. Concluyo, por tanto, que ciertamente no me son conocidas las fuerzas de mi inteligencia, y creo que tampoco tú conoces las tuyas.
Los esfuerzos por conocer nuestra propia inteligencia y voluntad
evidencian nuestra ignorancia
11. Quizá sientas un movimiento de desprecio hacia mí porque declaro sinceramente mi ignorancia, y por ello me compararás a los animales. Mas, por mi parte, te invito en primer lugar, y, si no aceptases la invitación, te intimo a que conozcas mejor nuestra común flaqueza, en la cual se perfecciona la virtud8, no sea que por presumir de conocer lo que es desconocido te incapacites para llegar a la verdad. Me parece que hay algo que tú pretendes entender sin conseguirlo, y no lo intentarías si no fuera porque esperas lograrlo. Esto prueba que desconoces la capacidad de tu inteligencia, y, no obstante, en lugar de confesar, como yo, tu ignorancia, declaras abiertamente que conoces tu naturaleza.
¿Qué diré de la voluntad, con relación a la cual afirmamos con toda certeza la existencia del libre albedrío? El bienaventurado apóstol Pedro estaba dispuesto a dar su vida por Jesucristo9. Él lo quería sinceramente, y no engañaba al Señor cuando se lo prometía; pero ignoraba con qué fuerzas contaba su voluntad. Por eso se desconocía a sí mismo aquel hombre, que conocía y sabía que su Señor era el Hijo de Dios10.
A veces nos damos cuenta de que queremos o no queremos; mas, aun siendo buena nuestra voluntad, nos vemos precisados a reconocer, amado hijo, a menos de engañamos conscientemente a nosotros mismos, que ignoramos lo que ella puede, cuáles son sus fuerzas, en qué tentaciones caerá y en cuáles saldrá victoriosa.
CAPITULO VIII
Los autores sagrados confiesan su ignorancia en cosas de nuestra naturaleza
12. Convéncete, pues, de que es mucho lo que desconocemos acerca de nuestra naturaleza, no sólo pasado, sino presente, y no solamente lo que se refiere al cuerpo, sino también lo que concierne al espíritu, sin que por tal ignorancia hayamos de ser comparados a los animales. Y tú me juzgaste merecedor de calificación tan injuriosa porque he confesado que no ignoro totalmente el primitivo origen del alma, pero que tampoco lo sé con certeza, ya que estoy seguro de que nos fue dada por Dios y que no es de la sustancia divina.
¿Y cómo podré especificar todo lo que desconocemos sobre la naturaleza de nuestro espíritu y de nuestra alma? En este asunto debemos más bien dirigir a Dios la exclamación que le dirigió el Salmista: Admirable se ha mostrado tu sabiduría en mí; se ha elevado tanto que es superior a mi alcance11. ¿Cuál sería el motivo que le movió a precisar y concretar diciendo en mí? ¿Sería porque preveía o conjeturaba que por sus propias fuerzas no llegaría al conocimiento de Dios, ya que no le era posible conocerse a sí mismo?
El Apóstol fue arrebatado al tercer cielo y oía palabras que no le era lícito repetir; mas no sabía explicar si esto le acontecía con el cuerpo o sin el cuerpo12, y no temió que tú le compararas a los animales. Sabía que había estado en espíritu en el tercer cielo, en el paraíso, pero ignoraba si había subido también con el cuerpo. El apóstol Pablo no era, ciertamente, el tercer cielo ni el paraíso; no obstante, él seguía compuesto de cuerpo, alma y espíritu. Conocía cosas profundas y sublimes, absolutamente extrañas a su naturaleza, y, al mismo tiempo, ignoraba lo que con ella se relacionaba. ¿Quién no se admirará de tan grande ignorancia de sí mismo, mientras conoce tantas cosas ocultas? ¿Quién creería, finalmente, en esas palabras si no hubieran sido pronunciadas por quien no puede engañarse: No sabemos pedir lo que nos conviene?13 De ahí que nuestra preocupación debe ser principalmente atender a las cosas que nos están presentes, y tú me comparas a los animales porque he olvidado lo que ya está lejos de mí, algo acerca de mi origen, no obstante que sabes lo que enseñó el Apóstol: Olvidando lo que ya queda atrás, me lanzo en persecución de lo que tengo delante, corro hacia la meta, hacia el galardón de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús14.
CAPITULO IX
Ni siquiera sabemos pedir lo que nos conviene
13. ¿Acaso también, porque he dicho que no sabemos pedir como conviene15, piensas que puedes mofarte de mí y me juzgas semejante a los animales? Esto sería quizá más tolerable. Puesto que con recto y sano juicio preferimos nuestro porvenir a lo pasado y puesto que la oración nos es más necesaria por lo que seremos que por lo que hemos sido, de ahí que nos sea más molesto o vergonzoso no saber lo que pedimos que ignorar nuestro origen.
Pero recuerda en dónde has leído esto o haz memoria releyéndolo, y no lances sobre mí la pedrada de esta injuria, no sea que llegue a caer sobre quien no quieres. Es, en efecto, el Apóstol de los gentiles quien dijo: No sabemos pedir lo que nos conviene. Y no sólo lo enseñó con la palabra, sino con el ejemplo; pues rogaba al Señor, sin saber que su petición era contraria a la utilidad y a la perfección de su salvación, que se apartase de él el estímulo o aguijón de la carne, que le fue dado para que no se enorgulleciera por la grandeza de sus revelaciones. Y como el Señor le amaba, no le concedió lo que ignorantemente le suplicaba.
Mas después de decir: No sabemos pedir lo que nos conviene, añadió en seguida: El mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables, y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según Dios16, o sea, que inspira a los santos el acento y los deseos de la oración. Es el mismo Espíritu que Dios envió a nuestros corazones el que clama: ¡Abba, Padre!17, y en el cual clamamos nosotros: ¡Abba, Padre!18 Con ambas expresiones: Hemos recibido el Espíritu que clama: ¡Abba, Padre! y en el cual clamamos nosotros: ¡Abba, Padre!, el Apóstol quiso hacernos comprender en qué sentido clama el Espíritu en nosotros, es decir, que es él el que nos hace clamar.
Enséñeme, pues, a mí, cuando le plazca y si me es conveniente, cuál es el origen del alma. Pero enséñemelo aquel Espíritu que escudriña las profundidades de la divinidad; no el hombre que no sabe de qué aire se llena un odre. Lejos de mí, sin embargo, que por esto te compare a los animales, ya que lo ignorabas por inadvertencia y no porque no pudieras saberlo.
CAPITULO X
Interesa más el destino que el origen de nuestro ser
14. Aun cuando las cuestiones que se refieren al origen de las almas sean más elevadas que la que tiene por objeto el aire que aspiramos y espiramos, tú, no obstante, confías haberlas aprendido de las Sagradas Escrituras, en las cuales nos revela la fe lo que el ingenio humano no puede investigar. Más excelente es saber que la carne ha de resucitar y vivir eternamente que las observaciones que los médicos han practicado en ella para deducir que el alma no puede percibir con los sentidos, si bien, y a pesar de hacerlo inconscientemente, da la vida vegetativa a todo lo que ella anima con su presencia. Y mucho mejor es saber que el alma, que ha sido regenerada y renovada en Cristo Jesús, será bienaventurada por toda la eternidad, que conocer todo lo que se refiere a la memoria, al entendimiento y a la voluntad.
Pero todo esto que he llamado más excelente y mejor, o sea, el destino de nuestra alma, no podríamos conocerlo si no diéramos fe a las enseñanzas divinas. Acaso crees tú fundarte en estos oráculos y por eso no dudas en dar una sentencia definitiva acerca del origen del alma.
En primer lugar, si así fuera, nunca debiste atribuir a la naturaleza humana el conocimiento que el hombre tiene de sus cualidades y de su misma naturaleza, sino a la gracia de Dios. Tus palabras precisas son éstas: «Si el hombre no se conoce, ¿en qué se diferencia del animal?» Mas, si por el hecho de la distancia que nos separa de los animales debemos saber esto, ¿qué necesidad tenemos de leer para saberlo? De la misma manera que no necesito que me leas nada para darme cuenta de que vivimos, pues claramente me lo enseña la naturaleza, así también, si pertenece a la naturaleza el conocimiento del alma, ¿por qué me citas en este asunto testimonios de las Sagradas Escrituras para convencerme? ¿Es que solamente se diferencian de los animales los que las leen? ¿Por ventura no nos diferenciamos esencialmente de ellos desde el momento de nuestra creación y antes de que hayamos adquirido los conocimientos precisos? Quisiera que me dijeras qué es lo que encuentras en nuestra naturaleza para que, por el mero hecho de diferenciarse del animal, sepa el hombre discutir y resolver la cuestión del origen del alma. Y que me aclararas también por qué afirmas en seguida que para lograr este conocimiento no bastan las fuerzas humanas, sino que es necesario creer a la revelación.
CAPITULO XI
La injuriosa interpretación del salmo 48,13 es errónea,
y se vuelve contra el mismo Vicente
15. Además, estás equivocado en este punto. Los testimonios divinos que has aducido para solucionar esta cuestión no la resuelven de ninguna manera. Lo que prueban y lo que nos es necesario para vivir piadosamente es que nuestras almas han sido dadas, creadas, formadas por Dios. Pero no dicen cómo lo hace: si es mediante un nuevo soplo o por transmisiónde los padres. Únicamente hablan de la que dio al primer hombre.
Lee con atención lo que sobre este asunto escribí a nuestro hermano el siervo de Dios Renato. No me parece necesario repetir aquí lo que allí expuse. Tú hubieras preferido que yo me pronunciara en el sentido en que te pronunciaste tú para que me viera envuelto en las mismas dificultades angustiosas en que tú te has metido, y que te han impelido a formular contra la fe católica tales proposiciones que, si las recuerdas y las meditas seriamente, comprenderás en seguida cuán beneficioso te hubiera sido saber que ignorabas lo que verdaderamente desconocías y cuán beneficioso te resulta darte cuenta ahora de esa ignorancia.
Si es la inteligencia lo que te agrada en la naturaleza humana, porque sin ella, por lo que se refiere al alma, en nada nos distinguiríamos ciertamente de los animales, fíjate qué es lo que no entiendes, no sea que llegues a no comprender nada, y no desprecies a quien para entender de verdad lo que no comprende, se da cuenta de que no lo entiende. En cuanto a las palabras del Salmista: El hombre, constituido en honor, no tuvo discernimiento: se ha igualado con los insensatos jumentos y se ha hecho como uno de ellos19, procura leerlas y comprender su alcance, para que así evites humildemente su oprobiosa aplicación en ti en lugar de aplicárselas orgullosamente a otros.
Tales palabras fueron dichas de aquellos que sólo creen en esta vida y viven según las exigencias de la carne y, a semejanza de los animales, no esperan nada después de la muerte; pero no hacen referencia alguna a los que afirman saber lo que saben y declaran que ignoran lo que no saben, y conocen su debilidad, no confiando vanamente en su capacidad.
Prefiere no pronunciarse más que dentro de los límites de la fe
16. Así, pues, hijo, no desagraden a tu juvenil presunción las vacilaciones de un anciano. Si no me es posible llegar a saber lo que indagamos acerca del origen de las almas, ni enseñándomelo Dios ni algún hombre espiritual, estoy dispuesto a defender cuán rectamente ha querido Dios que no conozcamos esta verdad, como nos ha ocultado otras, antes que sostener temerariamente lo que es tan oscuro que no solamente no conseguiría hacer entenderlo a otros, sino que ni yo mismo lo entendería, o ciertamente favorecería a los herejes que con tenacidad intentan persuadirnos de que las almas de los niños están limpias de toda mancha, para que no recaiga sobre Dios la responsabilidad de esa mácula, ya que obligó a almas inocentes a ser pecadoras, uniéndolas a un cuerpo pecador y previendo que no tendrían el auxilio de las aguas regeneradoras y que no recibirían la gracia del bautismo, con la cual se librarían de la eterna condenación, puesto que son innumerables los niños que mueren sin haber sido bautizados.
No utilizaré yo, para eludir esta dificultad, el lenguaje que tú usaste: «El alma mereció ser mancillada por la carne y llegar a ser pecadora sin haber incurrido en ningún pecado anterior, por el cual mereciera con razón este castigo»; y también: «Aun sin el bautismo son perdonados los pecados originales»; y por último: «El reino de los cielos será dado al fin a los que no fueron bautizados».
Si no viera en tales expresiones un veneno mortal para la fe, quizá no temiera pronunciarme definitivamente en esta materia. Considero más acertado no disputar y afirmar acerca del alma lo que ignoro y mantener simplemente lo que el Apóstol enseñó de manera y en términos tan explícitos y claros. Por el pecado de un hombre, todos los que nacen de Adán están sometidos a la condenación20, a no ser que renazcan en Jesucristo21, como él estableció que renacieran los que el Dador misericordiosísimo de la gracia predestinó a la vida eterna, el cual aplicará con todo el rigor de la justicia el suplicio a los que predestinó a la muerte eterna, no solamente por los pecados que voluntariamente cometieron, sino también a los niños por el pecado original, aun cuando no añadan otro personal.
Tal es para mí la solución de esta cuestión, permaneciendo en el secreto las ocultas obras de Dios y quedando a salvo la integridad de mi fe.
CAPITULO XII
¿Puede ser el alma sustancia corpórea?
17. Después de esto, con la gracia que el Señor se digne darme, debo responder también al apóstrofe que me dirigiste cuando, tratando del alma, repetiste mi nombre y dijiste: «No admito que el alma sea incorpórea y espíritu, como lo profesa el doctísimo obispo Agustín».
Ante todo, discutamos y aclaremos si el alma es incorpórea, como yo afirmo, o es corpórea, como tú sostienes. Y luego, si conforme a las Sagradas Escrituras es llamada espíritu, aun cuando el término o vocablo signifique propiamente una facultad de ella y no el alma entera.
En primer lugar, quisiera saber cómo defines el cuerpo. Porque, si no es cuerpo más que lo compuesto de miembros carnales, ni la tierra, ni el cielo, ni la piedra, ni el agua, ni los astros, ni otras cosas de este género son cuerpo. Si, por el contrario, es cuerpo todo lo que consta de partes mayores o menores, a las cuales corresponde ocupar un espacio mayor o menor, son cuerpo todo lo que acabo de citar: es cuerpo el aire, lo es la luz visible, pudiendo decir con el Apóstol: Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres22.
18. La cuestión escabrosa y sutilísima que se desea saber es si el alma es algo semejante a esas especies de cuerpo. Tú has comenzado por afirmar que Dios no es cuerpo, y te felicito por ello efusivamente. Pero de nuevo suscitas en mí la inquietud, al decir: «Si el alma carece de cuerpo o es inmaterial en el sentido de que no sea, como piensan algunos, más que una inanidad vacua, aérea y fútil sustancia».
A juzgar por estas palabras, parece que crees que todo lo que carece de cuerpo es sustancia vana. Si así es, ¿cómo te atreves a sostener que Dios no tiene cuerpo y no temes que se concluya que es una sustancia vana? Por el contrario, si Dios no tiene cuerpo, como ya has sostenido, evita el decir que sea una sustancia vana; pues no todo lo que carece de cuerpo es substancia inane. Por tanto, si alguno afirma que el alma es incorpórea, no se sigue que entienda que es una sustancia inane y fútil, ya que explícitamente declara que Dios es incorpóreo sin que al mismo tiempo sea algo inane o fútil.
Date cuenta de la diferencia que hay entre lo que yo afirmo y lo que tú me haces decir. Yo no sostengo que el alma sea de una sustancia aérea; pues, de otro modo, enseñaría que es cuerpo. El aire, en efecto, es cuerpo, según la opinión de todos los que, al hablar de los cuerpos, saben lo que dicen. Mas porque afirmé que el alma es incorpórea, tú pensaste que había dicho no sólo que es una vacua inanidad, sino que es una sustancia aérea, no habiendo dicho que sea cuerpo, como lo es el aire, además de que lo que se llena de aire no puede ser algo inane.
Ni los odres de que has hablado han podido hacerte comprender esto. Cuando se inflan, ¿no es por efecto del aire que en ellos se comprime? No son, ciertamente, algo inane, puesto que, así llenos, pueden ser pesados. Acaso pienses que una cosa es el soplo y otra el aire; pero el soplo no es más que el aire en movimiento, como fácilmente puede probarse agitando un abanico. Haz también la experiencia con vasos cóncavos, que a ti te parecen vacíos, y para convencerte de que están llenos, sumérgelos en el agua por la abertura y notarás que no penetra el agua, porque lo impide el aire de que están llenos. Por el contrario, si colocas la abertura hacia arriba o algo inclinada, entonces entra el líquido, mientras que el aire sale por la parte que queda libre. Estando presente, se demuestra esta operación con la práctica más fácilmente que describiéndola con palabras.
Pero no hay razón para insistir en esto. Sea que comprendas que el aire es un cuerpo, sea que no lo entiendas, no debes pensar que yo haya dicho que el alma es aérea. Lo que afirmé y sostengo es su incorporeidad o inmaterialidad. Tú mismo atribuyes a Dios esta incorporeidad, sin que te atrevas a decir que sea algo inane o vacuo, y sin poder negar que sea una sustancia omnipotente e inmutable. ¿Por qué tememos que, si el alma es incorpórea, sea una vacuidad inane, puesto que defendemos que Dios es incorpóreo y no decimos que es algo inane o vacuo?
De esto se concluye que Dios, siendo incorpóreo, pudo crear un alma incorpórea, como el viviente puede engendrar un ser viviente, aunque el Ser inmutable no pueda crear más que un ser mudable y el Omnipotente no pueda hacer más que un ser inferior a él.
CAPITULO XIII
Cuerpo, alma, espíritu: ¿tienen la misma naturaleza?
19. No veo por qué no quieres que el alma sea espíritu, sino que te empeñas en que es cuerpo. Si, a tu juicio, no es espíritu, porque el Apóstol nombra separadamente el espíritu, cuando dice: Que se conserve íntegro vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo23, puede argüirse que por la misma razón no es cuerpo, ya que lo cita por separado. Si, no obstante, afirmas que el alma es cuerpo, aunque haya hablado nominalmente del cuerpo, permite que también sea espíritu, aunque haya hablado nominalmente del espíritu. De hecho, mayor razón hay para que te pareciera que el alma es espíritu y no cuerpo, ya que tú mismo sostienes que el espíritu y el alma son una misma sustancia, mientras que rechazas o no admites esta identidad de sustancia entre el alma y el cuerpo.
¿En virtud de qué el alma es cuerpo, siendo los dos de diversa naturaleza? ¿No adviertes que, haciendo hincapié en tu argumento, te verás obligado a concluir que el espíritu es cuerpo? Por el contrario, si el espíritu no es cuerpo y lo es el alma, el espíritu y el alma no son ya de una sola e idéntica sustancia. Tú, sin embargo, a pesar de creer que son dos cosas diferentes, afirmas que ambos tienen una sola sustancia. Por tanto, si el alma es cuerpo, lo es también el espíritu, porque, de otra manera, no pueden ser de una sola e idéntica naturaleza.
En consecuencia, y según tu criterio, las tres cosas enumeradas por el Apóstol: vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo, son simplemente tres cuerpos; pero dos de ellos, el alma y el espíritu, son cuerpos de la misma naturaleza, mientras que el cuerpo, al que también se le llama carne, es de naturaleza diferente. Conforme a tu opinión, de estos tres cuerpos, de los cuales uno es de diversa sustancia y dos son de la misma, se compone el hombre, no formando más que una sola cosa y una sola sustancia. Enseñas explícitamente esto, y no quieres que dos cosas de una sola e idéntica sustancia, esto es, el alma y el espíritu, sean designados con el mismo nombre de espíritu. Y, al contrario, pretendes que dos cosas que no son de la misma naturaleza, sino de diferente y desigual, han de ser designadas con el nombre común de cuerpo.
CAPITULO XIV
Absurdos del pretendido hombre «exterior, interior e íntimo»
20. No insisto ya en esto, no sea que nuestra controversia se reduzca más a una cuestión de nombres que de cosas u objetos. Veamos, pues, qué es el hombre interior; si el alma, el espíritu o el alma y el espíritu a la vez. Si he de juzgar por lo que has escrito, el hombre interior es el alma. A ella, en efecto, te referías al decir: «Al coagularse la sustancia, que no podía ser percibida, se origina otro cuerpo englobado en el cuerpo exterior por la fuerza y el soplo de la naturaleza, y entonces comienza a aparecer el hombre interior, el cual, encerrado en una a modo de vaina o envoltura corporal, recibió la forma del hombre exterior». Después concluyes: «El soplo de Dios hizo el alma; aún más: este soplo se convirtió en alma, forma sustancial, corpórea, según su naturaleza, y semejante y conforme a la imagen de su cuerpo». Luego empiezas a hablar del espíritu y dices: «Esta alma que tiene su origen en el soplo de Dios, no pudo resistir sin el sentido propio y el entendimiento íntimo, a lo cual llamamos espíritu».
De aquí deduzco que, según tu juicio, el hombre interior es el alma y que el íntimo es el espíritu, el cual es interior al alma como el alma lo es al cuerpo. Y así sucede que del mismo modo que el cuerpo recibe por sus partes huecas otro cuerpo, que es el alma, según tu expresión concreta, también se debe pensar que el alma tiene vacíos interiores, por donde recibe un tercer cuerpo llamado espíritu, y de esta manera el hombre entero consta de tres: el hombre exterior, el hombre interior y el íntimo.
¿No adviertes todavía cuántos absurdos se siguen de tus afirmaciones sobre la corporeidad del alma? Pero dime, además: ¿cuál de ellos será renovado por el conocimiento de Dios conforme a la imagen del que lo creó? ¿Será el hombre interior o el íntimo? No veo, en verdad, que el Apóstol, aparte del hombre interior y exterior24, hable de otro hombre interior al hombre interior, o sea del íntimo. Elige, no obstante, al que prefieras para que sea renovado según la imagen de Dios. ¿Cómo podrá recibirla, habiendo tomado ya la forma o imagen del hombre exterior? Porque si el hombre interior se ha extendido ya por los miembros del hombre exterior y se ha coagulado —éste es el término que tú usaste, lo mismo que si la materia vertida se formara del lodo—, ¿cómo, permaneciendo la forma primitiva que recibió del cuerpo, puede conformarse a la imagen de Dios? ¿Tendrá acaso dos imágenes, una de lo más alto, es decir, de Dios; otra de lo ínfimo del cuerpo, como lo vemos en las piezas de moneda, en las que se lee: «cabeza o nave» (caput et navia)? ¿Responderás quizá que el alma tomó la imagen del cuerpo y que el espíritu recibe la imagen de Dios, puesto que aquélla se aproxima al cuerpo, mientras que el espíritu se asemeja más a Dios, y que, por esto, es el hombre íntimo el que será reformado a imagen de Dios y no el hombre interior?
Tal explicación es pueril e inútil, porque si el hombre íntimo está difundido por todos los miembros del alma de la misma manera que lo está el alma por los del cuerpo, ya tomó aquél, mediante el alma, la imagen del cuerpo y le confirió una forma especial. Si este hombre íntimo conserva la imagen del cuerpo, no puede recibir la imagen de Dios, a no ser que ocurra, como he dicho, lo que en la moneda y lleve las dos imágenes, una en la parte inferior y otra en la superior.
Tales son los absurdos en que, quieras o no, te hace incurrir la idea carnal de los cuerpos cuando estudias y discutes los problemas del alma. Además, Dios no es cuerpo. Rectamente confiesas y admites esta verdad; entonces, ¿cómo podrá un cuerpo recibir su imagen?
Te ruego, hermano, que no te conformes a este siglo25, sino que te transformes por la renovación de la mente y no juzgues según la carne, porque es la muerte26.
CAPITULO XV
También tienen forma los seres incorpóreos
21. Tú insistes: «Si el alma carece de cuerpo, ¿qué fue lo que conoció aquel rico27 en el infierno? Es cierto que había visto en la tierra a Lázaro; pero no a Abrahán. ¿Cómo adquirió el conocimiento de Abrahán, que había muerto mucho tiempo antes?» Tú supones que no es posible conocer a un hombre más que por la forma del cuerpo, y yo supongo, a mi vez, que para conocerte a ti mismo te miras frecuentemente en el espejo, por temor a que no puedas reconocerte si llegas a olvidarte de la forma y detalles de tu rostro.
Dime: ¿a quién conoce el hombre mejor que a sí mismo y qué rostro puede ver menos que el suyo? ¿Quién puede conocer a Dios, del que, sin dudar, afirmas que es incorpóreo, si, como tú piensas, no se puede conocer más que por la forma del cuerpo, o en otros términos, si únicamente los cuerpos pueden ser conocidos? ¿Habrá algún cristiano que discuta sobre cuestiones tan escabrosas y difíciles y sea tan negligente en recordar los oráculos divinos y diga: «Si el alma es incorpórea, es necesario que carezca de forma»?28 ¿Has olvidado que el Apóstol habla de la forma de la doctrina? ¿Luegoescorporal la forma de la doctrina? ¿Has olvidado que está escrito de Jesucristo que antes de la Encarnación era de la forma de Dios?29 ¿Cómo, pues, dices: «Si el alma es incorpórea, es necesario que carezca de forma», oyendo hablar de la forma de Dios, del cual tú mismo enseñas que no es corpóreo, y te expresas como si la forma no pudiera existir más que en los cuerpos?
22. Todavía añades: «Cesen los nombres en donde no se distingue la forma y no se citen nombres en donde no hay designación de personas». Formulas esta proposición para probar que el alma de Abrahán era corpórea, puesto que el mal rico pudo exclamar: ¡Padre Abrahán!30 Ya he dicho que hay forma aun en donde no hay cuerpos. Si piensas que la citación de nombres no tiene razón de ser en donde no hay cuerpos, te ruego que enumeres los nombres siguientes: Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia31, y me digas si no conoces las virtudes que tales nombres significan o bien si los conoces de tal manera que veas en ellos algunos rasgos de los cuerpos. Omitiendo otras preguntas, dime qué figura, qué miembros, qué color tiene la caridad, la cual, ciertamente, no puede parecerte algo inane o vacuo, a menos que tú mismo seas frívolo o ligero.
En otro lugar repites el mismo pensamiento: «Se implora el socorro de aquel que aparece bajo una forma corporal». Escúchente los hombres y que ninguno pida a Dios su ayuda o auxilio, porque nadie ve en él un ser corporal.
CAPITULO XVI
Absurdos que se seguirán de interpretar la Biblia literalmente
cuando habla de miembros corporales
23. «Finalmente—añades—, en este pasaje se describen los miembros del alma como si fuera un verdadero cuerpo», y distribuyes a cada uno su significación: «el ojo designa toda la cabeza», porque se dice que levantó sus ojos32; «la lengua designa las fauces y el dedo toda la mano», puesto que el mal rico exclamó: Envía a Lázaro para que con la punta del dedo mojado en agua refresque mi lengua33.
Sin embargo, para evitar que, en contra de lo que rectamente enseñas al defender que Dios es incorpóreo, se te opongan los pasajes en los que se habla de los miembros de Dios, aclaras en seguida que «estos miembros designan en Dios virtudes incorpóreas». ¿Por qué estos nombres de miembros no exigen que Dios tenga un cuerpo y exigen que lo tenga el alma? ¿Es que tales expresiones deben ser entendidas al pie de la letra cuando se trata de las criaturas y metafóricamente cuando se trata del Creador? En ese caso te verás en la precisión de asignarnos alas, porque no es el Creador, sino la criatura, o sea el hombre, quien exclama: Si tomare alas como la paloma34. Además, si aquel rico tenía lengua, porque dijo: Refresque mi lengua, hay que concluir que durante esta vida nuestra lengua tiene manos corporales, según está escrito: La muerte y la vida están en las manos de la lengua35. Pienso también que el pecado no te parecerá una criatura o un cuerpo, y en este caso, ¿por qué tiene rostro? ¿No has leído en los salmos: No hallan paz mis huesos ante el rostro de mis pecados?36
24. En cuanto a tu opinión de que «el seno de Abrahán es el seno corporal y por él se designa todo el cuerpo», temo que en un asunto de tanta importancia te hayas conducido jocosa e irrisoriamente y no con la gravedad y seriedad debidas. Me supongo, en efecto, que hayas llegado a tanta insipiencia que pienses que el seno corporal de un solo hombre pudiera contener tal número de almas o, para expresarme como tú, «la multitud de cuerpos de los justos, llevados allí por los ángeles del mismo modo que llevaron a Lázaro». A no ser que te imagines y creas que solamente un alma ha merecido llegar allí. Si no te mofas y no quieres equivocarte puerilmente, date cuenta de que el seno de Abrahán37 significa el lugar separado y secreto de descanso en donde se encontraba Abrahán.
He ahí por qué se nos presenta a Abrahán como el padre no solamente de Lázaro, sino de muchas naciones38, a las cuales se les propone como modelo de imitación por la preeminencia de su fe. En este sentido quiso Dios ser llamado el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob39, no obstante que es el Dios de todos los pueblos.
CAPITULO XVII
La imaginación y la memoria prueban la inmaterialidad del alma
25. No deduzcas de mis razonamientos que niegue la posibilidad de que el alma de un muerto y lo mismo la de una persona dormida experimente sensaciones agradables o desagradables, como sucede en el cuerpo40. En el sueño, cuando sufrimos alguna molestia o algún dolor, conservamos nuestra personalidad, y, si no desaparece al despertar, sufrimos amargamente. Creer que son cuerpos que nos golpean y nos hacen andar de un lado para otro es propio de un hombre que no ha reflexionado atentamente sobre tales cosas. Precisamente esos objetos imaginarios prueban bien que el alma no es corpórea, a no ser que quieras sostener que son verdaderamente cuerpos, que se nos aparecen en sueños cuando vemos el cielo, la tierra, el mar, el sol, la luna, las estrellas, ríos, montes, árboles y animales. Quien cree que tales cosas son cuerpos, se engaña de modo increíble. Y, sin embargo, son muy semejantes a los cuerpos.
De esta especie son también las visiones o apariciones que pueden venir de Dios, sea durante los sueños, sea en los éxtasis; mas ¿quién puede conocer cómo se realizan estas apariciones, es decir, cuál es su naturaleza? Indudablemente es espiritual y no corporal. No son cuerpos, sino representaciones de cuerpos formadas por los pensamientos habidos en el estado de vigilia y conservadas en las profundidades de la memoria, y, al recordarnos, salen, no sé de qué modo, de sus recónditas sedes y se nos presentan como si las tuviéramos ante nuestros ojos.
Si el alma fuera un cuerpo, no podría formar con el pensamiento tan grande número de representaciones ni la memoria podría contenerlas. Atendiendo a tu definición, «la sustancia corporal del alma no sobrepasa los límites exteriores del cuerpo». ¿En virtud de qué extensión, que el alma no tiene, puede contener las imágenes de tantos cuerpos, de espacios inmensos y de regiones sin límites? ¿Qué hay, por tanto, de raro o extraño en que se aparezca a sí misma en la semejanza de un cuerpo y aun cuando se aparezca sin cuerpo? Pues en el sueño no se aparece con su cuerpo, y, sin embargo, con la semejanza del cuerpo recorre lugares conocidos y desconocidos y experimenta las sensaciones de alegría y de tristeza.
Me figuro que ni tú mismo te atreves a decir que la representación del cuerpo y de los miembros, tal como se le aparece al alma en los sueños, sea verdadero cuerpo. Si esto fuera cierto, entonces sería verdadera montaña la que al alma le parece subir, y sería una casa material aquella en la que le parece que entra, y sería verdadero árbol y verdadera madera aquello bajo lo cual le parece descansar, y sería verdadera agua la que a ella le parece beber, y, en una palabra, si el alma es un cuerpo porque como tal se aparece en los sueños, hay que concluir que todas las cosas de las cuales se ocupa en los sueños son también cuerpos.
CAPITULO XVIII
Las representaciones corporales y las sensaciones del alma.
La extensión del alma y las amputaciones
26. Debo igualmente decir algo acerca de las visiones de los mártires, ya que las has aducido como testimonio en tu favor.
Se trata de Santa Perpetua, la cual tuvo un sueño en el que le pareció que, cambiada en hombre, luchaba contra un egipcio. ¿Quién dudará de que el cuerpo que el alma tenía en aquella circunstancia era una imagen del cuerpo y no el cuerpo verdadero, el cual, permaneciendo en su sexo femenino, yacía postrado en el lecho, adormecidos profundamente los sentidos, mientras el alma luchaba como si fuera un cuerpo de hombre?
¿Qué respondes a esto? ¿Era, efectivamente, un cuerpo aquella semejanza de un cuerpo de hombre o no era cuerpo aun cuando lo parecía? Escoge lo que quieras. Si era cuerpo, ¿por qué no conservaba su forma exterior? Ni en la carne de aquella mujer había hallado los órganos viriles, de manera que, contrayéndose o cortándose, o, como tú dices, «congelándose», pudiera formarse.
Además, como el cuerpo de aquella mujer, que dormía, vivía todavía, su alma, mientras luchaba, estaba en su envoltura, encerrada en lodos los miembros del cuerpo vivo y conservaba la forma que tenía en el cuerpo, conforme al cual había sido modelada. Aún no había abandonado aquellos miembros, como sucede en la muerte; aún no había arrancado, forzándola la muerte, sus propios miembros de los miembros de los cuales habían sido formados.
Y ahora te pregunto: ¿de dónde provenía este cuerpo de hombre en el cual le parecía que combatía contra su adversario? Y si no era cuerpo, sino que era algo semejante al cuerpo, una representación de cuerpo, en la cual el alma experimentaba verdadera tristeza y verdadera alegría, ¿no ves ya cómo es posible que se forme en sí misma una semejanza de cuerpo, sin que esa representación sea efectivamente un cuerpo?
27. ¿Qué sucederá si estos fenómenos se verifican aun en los infiernos y las almas se reconocen no en los cuerpos, sino en las semejanzas y representaciones corporales? Cuando durante los sueños nos oprime la tristeza, aunque los miembros con los cuales nos parece obrar no son miembros corporales, sino una semejanza de los mismos, sin embargo, el dolor que experimentamos no es semejanza de dolor, sino verdadero dolor. Lo mismo ocurre con la alegría.
Pero, como Santa Perpetua no había muerto todavía, acaso no quieras aplicar el razonamiento anterior, siendo así que es sumamente interesante saber de qué índole o naturaleza crees que son las representaciones de los cuerpos que se nos aparecen en los sueños. Esta controversia terminaría si confesaras que son representaciones o semejanzas de cuerpos y no verdaderos cuerpos.
Por otra parte, Dinócrates, hermano de Santa Perpetua, ya había muerto, y ella lo vio con la herida que tenía cuando vivía y que le ocasionó la muerte. ¿Qué valor hay que dar a tus esfuerzos para probar que, cuando algún miembro es cortado, no se secciona el alma? Pero la herida estaba en el alma de Dinócrates, y por su fuerza o gravedad la separó del cuerpo que animaba o vivificaba.
¿Cómo es posible, pues, que, según tu opinión, «cuando se cortan los miembros del cuerpo, el alma se sustrae a este golpe y se condensa en los otros miembros del cuerpo para evitar que le sea amputada alguna parte con la herida del cuerpo», y esto aunque se halle dormido o privado del conocimiento aquel a quien se le secciona algún miembro? Has atribuido al alma tanta vigilancia, que, aun hallándose absorta en las visiones habidas durante el sueño, se sustrae prudentemente y con rapidez a todo golpe que hiera la carne para no ser ella herida, maltratada o amputada, y no te fijas, a pesar de tu prudencia, en que, si el alma se aparta de este modo, no puede sentir el golpe precursor.
Recapacita lo que te sea posible y explícame cómo retira el alma sus miembros y los recoge hacia adentro para que no sea ella herida o amputada cuando lo es algún miembro del cuerpo. Fíjate en Dinócrates y dime por qué no sustrajo su alma de aquella parte del cuerpo que una herida mortífera destrozaba, para evitar que no apareciera dicha herida en su rostro aun después de la muerte de su cuerpo. ¿Prefieres acaso que creamos que estas visiones no son más que representaciones de cuerpos, y no cuerpos verdaderos, de numera que, así como lo que parece una herida no es una herida, del mismo modo lo que parece un cuerpo no lo es? Porque si el alma puede ser herida por los que vulneran el cuerpo, ¿no habrá que temer que pueda ser muerta por los que matan el cuerpo?41 Que esto no es posible, claramente lo dijo el Señor.
Así, pues, el alma de Dinócrates no pudo morir por el golpe que abatió y dejó inerte a su cuerpo; y si apareció herida como había sido el cuerpo, es porque no era un cuerpo, sino que llevaba la semejanza de una herida en la semejanza de un cuerpo. Sin embargo, el alma sufría aflicción en un cuerpo no verdadero e imaginario, aflicción indicada por la representación de la herida del cuerpo, de la cual mereció verse libre por las oraciones de su santa hermana.
28. Veamos ya qué significan estas palabras tuyas cuando dices que «el alma recibe su forma del cuerpo y que se extiende y crece o aumenta con el desarrollo del cuerpo», sin fijarte en lo monstruosa que sería el alma de un joven o de un viejo al cual se le hubiera amputado un brazo en la infancia. Según tu modo de expresarte, «se contrae la mano del alma para que no sea cortada con la mano del cuerpo y se condensa en las otras partes del cuerpo». Y, por tanto, ese brazo del alma, como estuvo poco tiempo en el cuerpo del cual tomó la forma, conservará su reducida extensión en cualquier parte en que se conserve, porque, al perder su forma, perdió también el principio por el cual podía aumentar. Síguese de aquí que el alma de un joven o de un anciano que haya perdido una mano siendo niño, tendrá ciertamente dos manos, porque una se retiró a tiempo y no fue amputada con la del cuerpo; pero una de ellas tendrá la extensión de la de un hombre joven o anciano, mientras que la otra será semejante a la de un niño, como era al principio.
Créeme, no es la forma del cuerpo la que hace tales almas, sino que las modela la deformidad del error. Y me parece que no podrás salir de este error si no consideras atentamente y ayudado por el auxilio divino las visiones de los que sueñan, y llegarás de este modo a conocer que son representaciones de cuerpos y no cuerpos verdaderos. Aun cuando todas las imágenes que nos formamos son de la misma naturaleza, sin embargo, por lo que concierne a los muertos, podemos formarnos una conjetura más apropiada, fijándonos en lo que sucede a los que están dormidos. No sin razón dice la Sagrada Escritura que los muertos duermen42, porque el sueño es, en cierto modo, pariente próximo de la muerte.
CAPITULO XIX
El alma después de la muerte
29. Por consiguiente, si el alma fuera cuerpo, habría de ser corporal también la imagen en la cual se ve durante los sueños, puesto que sería la reproducción de su cuerpo. Además, el que hubiera perdido un miembro del cuerpo no se vería sin él durante los sueños, sino que aparecería siempre íntegro por la sencilla razón de que su alma no había perdido nada. Pero sucede que a veces se ven tales individuos en su integridad y a veces mutilados como lo son en realidad.
¿Qué prueba esto sino que, lo mismo con relación a su cuerpo que con relación a las demás cosas que percibe durante los sueños, ya de una manera, ya de otra, el alma no produce un objeto verídico y real, sino una semejanza del mismo? Y, al contrario, la alegría o la tristeza, el placer o la aflicción, son impresiones leales, ya tengan por objeto cuerpos verdaderos o simples representaciones. ¿No dijiste tú mismo con mucho acierto: «Los alimentos y los vestidos no son necesarios al alma, sino al cuerpo»? ¿Por qué, pues, pidió el mal rico en el infierno una gota de agua?43 ¿Por qué Samuel, como tú has recordado, apareció con su vestido ordinario?44 ¿Deseaba aquél, quizá, reparar las pérdidas de su alma con una gota de agua, como se reparan las del cuerpo? ¿Acaso Samuel salió vestido de su cuerpo?
Pero lo cierto es que el mal rico experimentaba la angustia que atormentaba su alma, si bien no era real el cuerpo para el cual imploraba el refrigerio. Respecto de Samuel, pudo aparecer vestido, porque, aun cuando no era cuerpo, el alma se presentaba con la figura del cuerpo y su porte exterior. Y no se puede decir que el alma se extienda y se ajuste a los vestidos para así modelarse y recibir su forma como se extiende y se ajusta a los miembros del cuerpo.
30. Mas después de la muerte, ¿quién podrá averiguar qué fuerzas o capacidad de conocimiento adquirirán las almas, aun las malas, cuando hayan sido despojadas de sus cuerpos corruptibles? ¿Quién investigará igualmente cómo pueden las almas malas y buenas servirse de sus sentidos interiores y conocer, sea mediante las semejanzas de los cuerpos, sea mediante las buenas o malas impresiones de la mente, en las cuales no hay ninguna forma o contorno de miembros?
Así se explica que el mal rico, hallándose en medio de los tormentos, conociera a Abrahán, y a pesar de que la figura de su cuerpo le era desconocida, su alma, aun siendo incorporal, pudo retener la semejanza del cuerpo. ¿Quién puede afirmar que conoce a un hombre determinado, sino en cuanto conoce su vida y su voluntad, las cuales no tienen ni extensión ni colores? Por eso nos conocemos a nosotros mismos con mayor certeza, porque nuestra conciencia y nuestra voluntad nos son conocidas: de una y de otra tenemos noción precisa, a pesar de que no percibimos en ellas ninguna semejanza del cuerpo.
Tampoco vemos la conciencia y la voluntad de otra persona aunque esté presente, y, sin embargo, en su ausencia reconocemos y recordamos su rostro y lo tenemos presente con el pensamiento. No podemos hacer lo mismo con relación a nuestro rostro, y, no obstante, afirmamos con toda seguridad que nos conocemos a nosotros mismos más que a cualquier otra persona. Así queda patente o manifiesto en qué consiste el más acertado y verdadero conocimiento del hombre.
CAPITULO XX
El sexo de las pretendidas almas corpóreas
31. Como hay en el alma algo por lo que apreciamos la realidad de los cuerpos, que recibimos por los cinco sentidos; siendo distinta la potencia por la que percibimos, sin la intervención de los sentidos, no los cuerpos, sino su semejanza, cuando hasta nosotros mismos nos consideramos semejantes a ellos, y siendo, finalmente, diversa la facultad por la que nos formamos una idea más cierta y adecuada, no de los cuerpos o de sus representaciones, sino de lo que no tiene color ni extensión, como son la fe, la esperanza y la caridad, ¿en dónde debemos habitar con preferencia y como con cierta familiaridad, en dónde debemos renovarnos con el conocimiento de Dios, según la imagen de aquel que nos creó?45 ¿No será acaso en lo que he indicado en tercer lugar? Allí, ciertamente, no tenemos ningún distintivo ni ninguna semejanza de sexo.
32. En efecto, aquella forma de un alma masculina o femenina que aparece con los órganos propios de uno o de otro sexo, si no es imagen de un cuerpo, sino verdadero cuerpo, quieras o no, es hombre o mujer, según que aparezca con los caracteres masculinos o femeninos. No obstante, si, como tú opinas, el alma es cuerpo, y cuerpo vivo, y tiene mamas salientes, carece de barba y posee todos los órganos propios del cuerpo de la mujer, y, sin embargo, no es mujer, ¿no podré yo sostener con mayor razón que tiene lengua, dedos y los demás miembros del cuerpo, y, a pesar de todo, no es un cuerpo, sino una imagen del cuerpo?
A cualquiera es posible probar en sí mismo lo que acabo de afirmar, puesto que se representa o imagina los cuerpos de los ausentes. Y lo prueba ciertamente cuando recuerda su figura y la de otros habidas en los sueños. Por lo que se refiere a la monstruosidad de que haya algo que sea cuerpo verdadero y vivo y sea cuerpo de mujer y no sea del sexo femenino, ¿no podrías encontrar ni un solo ejemplo en el orden natural?
33. Lo que dices del ave fénix no tiene ninguna relación con la cuestión que tratamos. Si, como vulgarmente se cree, renace de sus cenizas, será imagen de la resurrección de los cuerpos; pero de ningún modo se opone al sexo de las almas. Me imagino, sin embargo, que tú mismo juzgaste que tu disertación sería muy poco digna de elogio si no te entregabas a divagaciones oratorias, como suelen hacer los jóvenes. ¿Acaso tiene en su cuerpo órganos genitales masculinos, sin ser hombre, o los tiene femeninos, sin ser mujer?
Fíjate en lo que dices, en lo que afirmas y de qué intentas persuadirnos. Dices que el alma, difundida por todos los miembros, se condensó por una especie de congelación, y que desde lo más alto a lo más bajo y desde la más íntima medula hasta la superficie de la piel adquirió en absoluto la forma íntegra del cuerpo. Por tanto, al hallarse en un cuerpo de mujer, recibió todas las características del cuerpo femenino; pero de tal manera, que, siendo un cuerpo verdadero y teniendo miembros verdaderos, no es, sin embargo, una mujer.
Explícame cómo es posible que en un cuerpo verdadero y vivo estén lodos los miembros femeninos, y no sea una mujer, o se hallen todos los masculinos, y no sea un hombre. ¿Quién se atreverá a creer, a afirmar y a enseñar tales absurdos? ¿Acaso sucede esto porque las almas no engendran? Entonces ni los mulos ni las mulas son machos y hembras. ¿Quizá porque las almas no pueden tener comercio carnal sin los cuerpos?
Pero esto sucede en los eunucos, a los cuales se les priva del acto y de la potencia de engendrar, y, no obstante, conservan el sexo y la forma reducida de los miembros. Hasta el presente nadie ha negado que el eunuco sea hombre. ¿Cómo es posible que, según tu opinión, las almas de los eunucos posean todos los caracteres orgánicos de que el cuerpo ha sido privado? Respondes que el alma aprendió a retirarse de aquella parte del cuerpo en el momento de ser cortada, para que de este modo no pereciera, al ser amputado dicho miembro, la forma primitiva que de él había recibido; pues, aunque se congeló, rápidamente se recogió hacia dentro para conservarse íntegra.
Y, sin embargo, no admites que sea hombre después de la muerte, a pesar de que lleva los órganos masculinos, y le fundas en que, no teniéndolos en el cuerpo, fue hombre únicamente por razón del lugar que dichos órganos ocupaban.
Todo esto, hijo, es falso y absurdo. Si no quieres admitir la existencia del sexo en el alma, no te empeñes en defender que es cuerpo.
CAPITULO XXI
Las representaciones y visiones bíblicas son reales pero no corporales
34. No todo lo que tiene apariencia de cuerpo es cuerpo, Duérmete y verás, y, cuando despiertes, discierne con cuidado lo que viste. En los sueños te aparecerás a ti mismo como corpóreo; sin embargo, no será tu cuerpo, sino tu alma; ni será un cuerpo verdadero, sino una semejanza de cuerpo. Tu cuerpo permanecerá completamente inmóvil, mientras que tu alma caminará; callará la lengua de tu cuerpo, y hablará tu alma; cerrados estarán tus ojos, y tu alma verá, y, finalmente, los miembros vivificados de tu cuerpo yacerán como inanimados sin estar todavía muertos. Lo cual prueba que la forma congelada del alma, según tu fraseología, no ha salido aún de su envoltura, y, no obstante, ves en ella una imagen o semejanza íntegra o completa de tu cuerpo.
A este género de semejanzas corpóreas que, no siendo cuerpos, aparecen como cuerpos, hay que referir todos los hechos que, sin entenderlos, lees en los libros santos, a propósito de visiones proféticas, mediante las cuales se anuncian acontecimientos de tiempo presente, pasado o futuro. Te equivocas en su interpretación no porque sean engañosas, sino porque les das una explicación falsa. En la misma revelación se habla de la visión de las almas de los mártires46 y del Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos47, y aparecen caballos y otros animales figurados con todos sus caracteres, y, finalmente, se dice que las estrellas cayeron del cielo y que el cielo se enrolló como un libro que se enrolla48, y, sin embargo, no se desplomó el universo. Todas estas visiones son reales; mas, explicándolas debidamente, no podemos decir que sean corpóreas.
35. La discusión completa de este género de semejanzas corporales sería sumamente prolija. Habría que hablar de cómo aparecen los ángeles, los buenos y los malos, cuando se les presentan a los hombres bajo la forma humana de otros cuerpos: si tienen verdadero cuerpo y se los ve en la realidad de su ser; si en los sueños y en los éxtasis aparecen no con cuerpos verdaderos, sino con simples imágenes corporales, y, por último, si los despiertos podían ver y aun tocar tales apariciones. Mas pienso que no debo tratar e investigar en este libro tantas cuestiones.
Creo haber expuesto suficientemente lo que se refiere a la incorporeidad del alma. Si tú prefieres seguir manteniendo que es corpórea, tienes que comenzar por definir qué entiendes por cuerpo, no sea que estemos de acuerdo en la idea y discutamos inútilmente sobre el término o vocablo. Supongo que prudentemente te habrás dado cuenta de los muchos absurdos que se siguen de sostener que el alma es cuerpo con todas las propiedades que a los cuerpos corresponden y les atribuyen los sabios, cuales son longitud, altura y latitud y la capacidad de ocupar un lugar en el espacio, lugar mayor o menor según el tamaño o magnitud del cuerpo.
CAPITULO XXII
Diferencia entre alma y espíritu
36. Me falta demostrar cómo, a pesar de que el alma es llamada muy propiamente espíritu, éste no es toda el alma, sino una facultad de ella, conforme dice el Apóstol: Se conserve íntegro vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo49, y más expresamente en el libro de Job: Separaste a mi alma de mi espíritu50. Sin embargo, aun cuando se designe toda el alma con este nombre, la cuestión parece una cuestión de palabras más que de ideas; pues desde el momento que existe en el alma una facultad que con toda propiedad se denomina espíritu y fuera de la cual las otras facultades se llaman simplemente el alma, no hay fundamento real para disputar, sobre lodo coincidiendo como coincidimos ambos en lo que adecuadamente se designa con el nombre de espíritu, es decir, aquella facultad por la cual raciocinamos y entendemos, siempre que se citan distintamente el alma y el espíritu, como en el referido pasaje del Apóstol: Se conserve íntegro vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo51.
También se llama a veces al espíritu mente o entendimiento; por ejemplo, cuando dice el Apóstol: Con la mente sirvo a la ley de Dios y con la carne a la ley del pecado52. Esta frase es repetición de aquella otra: La carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias contrarias a las de la carne53, de manera que donde allí dice mente, aquí pone espíritu, y no como tú interpretas que «la mente se compone de alma y espíritu». No sé, en verdad, en dónde habrás leído esa proposición. Según nosotros, nuestra mente no es otra cosa que nuestra facultad racional e intelectual. Por tanto, cuando dice el Apóstol: Renovaos en el espíritu de vuestra mente54, ¿no es como si dijera: «Renovaos en vuestra mente»? Así, pues, el espíritu de la mente no es más que la mente, como el cuerpo de la carne no es otra cosa que la carne, según está escrito: En el cercenamiento del cuerpo de la carne55. Es cierto que en otro lugar distingue el Apóstol el espíritu de la mente: Si yo orare con la lengua, mi espíritu ora, pero mi mente es infructuosa56.
No me refiero ahora en estos comentarios al espíritu en cuanto que es distinto de la mente. Este término espíritu envuelve una cuestión difícil, porque lo citan las Sagradas Escrituras de diferentes modos y con diversas significaciones. El espíritu del cual estoy tratando es la facultad con la que raciocinamos, entendemos y conocemos. Por eso, cuando hablamos del espíritu como tal, estamos de acuerdo en que no es el alma toda entera, sino una facultad de la misma.
No obstante, si tú niegas que el alma es un espíritu por la simple razón de que llamamos particularmente espíritu a la inteligencia, puedes negar también que toda la raza de Jacob se llame Israel, porque, exceptuando Judá, se designaba con este nombre de Israel a todo el pueblo de las diez tribus que entonces formaron el reino de Samaria57. Pero ¿a qué detenernos por más tiempo en estas cuestiones fútiles?
CAPITULO XXIII
El término «espíritu», en su acepción extensa,
incluye también al alma y no es una parte de ella
37. Para demostrar esto con mayor facilidad, fíjate en que el alma es llamada también espíritu, cuando oyes o lees, por ejemplo, lo que está escrito acerca de la muerte del Señor: E inclinando la cabeza, entregó el espíritu58. Tú lo interpretas en el sentido de que la parte sea tomada por el todo, y evitar así que el alma pueda ser llamada espíritu. Yo, por el contrario, para probar con mayor desenvoltura y rapidez mis afirmaciones, te pongo a ti mismo por testigo.
De la definición que diste de espíritu se deduce claramente que los animales no tienen espíritu, sino alma. Se llaman, en efecto, irracionales, porque no tienen la potencia de la inteligencia y de la razón. Por eso, cuando inculcabas a los hombres el deber de conocer su naturaleza, te expresabas en estos términos: «Dios en su bondad no ha hecho nada sin motivo, y creó al hombre animal racional, dotado de inteligencia, de razón y de sensibilidad muy desarrollada para que conscientemente ordenara todos los demás seres que están privados de razón». Estas palabras tuyas indican suficientemente que el hombre está dotado de razón y de capacidad intelectual y que los animales están privados de estas cualidades. Por esto, y apoyándote en un testimonio de las Sagradas Escrituras, a los hombres que no entienden los comparas con los animales, los cuales no tienen entendimiento. Esto mismo se dice en otro lugar: No seáis como el caballo y el mulo, que no tienen inteligencia59.
Siendo esto así, fíjate también en las palabras que usaste para definir y describir el espíritu, cuando te esforzabas en distinguirlo del alma. «Esta alma—decías—que salió del soplo de Dios, no ha podido existir sin el sentido propio y sin la inteligencia íntima, que es el espíritu». Y añadías más adelante: «Aunque el alma anima al cuerpo, sin embargo, lo que siente, lo que conoce, lo que vivifica es necesariamente un espíritu». Y luego insistías de este modo: «Una cosa es el alma y otra el espíritu, el juicio y el sentido del alma».
Claramente indicas con estas frases cuál es tu opinión o idea sobre la naturaleza del espíritu del hombre, o sea, sobre nuestra potencia o facultad racional, mediante la cual siente y entiende el alma no como siente con los sentidos del cuerpo, sino como es el sentido íntimo que se manifiesta al exterior por una afirmación llamada sentencia. Esto es por lo que nos distinguimos especialmente de los animales, porque ellos carecen de razón. De suerte que los animales no tienen espíritu, es decir, entendimiento, ni el sentido de la razón y del juicio, sino tan sólo alma. De ellos está escrito: Llénense las aguas de animales; brote la tierra seres animados60.
Para que te des perfecta cuenta, fíjate en que el alma, según el testimonio divino, recibe también el nombre de espíritu y es llamada el espíritu de los animales. Y ciertamente los animales no tienen aquel espíritu que, al definirlo, lo distingue del alma. De donde se sigue que el alma de los animales ha podido ser propiamente denominada con el término general de espíritu, como se lee en el Eclesiástico: ¿Quién sabe si el espíritu de los hijos de los hombres sube hacia arriba y el espíritu del animal desciende hacia el interior de la tierra?61 Y describiendo la extensión del diluvio y la desolación por él ocasionada, se dice: Perecieron cuantos animales se movían en la tierra, aves, ganados, bestias y todos los reptiles que se arrastran por la tierra, todos los hombres y todo lo que tiene espíritu de vida62.
Con estos testimonios desaparece el fundamento de cualquier duda y entendemos que el espíritu es el nombre genérico dado al alma. Por otra parte, esta palabra tiene tal extensión que aun el mismo Dios es llamado espíritu63. Y espíritu de tempestad es llamado el soplo atmosférico, a pesar de ser corpóreo64.
Creo, pues, que a todo lo que es alma se le llama también espíritu. <Así lo atestiguan aquellos pasajes: Les retiras el espíritu y perecen65; y también: Exhalan el espíritu y vuelven a la tierra66, es decir, al polvo. Luego el alma se llama espíritu porque es espiritual y se llama alma (anima) porque anima al cuerpo, es decir, le da vida. Pienso> que ya no negarás más esto, teniendo en cuenta las palabras que he citado de las Sagradas escrituras, en las que el alma del animal?que carece de razón? se designa con el nombre de espíritu.
Por tanto, si has entendido lo que hemos dicho acerca del alma incorpórea, no hay motivo para que te hayas disgustado porque yo afirmé que no era cuerpo, sino espíritu, y que hay razones o argumentos con los cuales se prueba que no es cuerpo y que es designada con el nombre genérico de espíritu.
CAPITULO XXIV
Resumen de los errores y últimas recomendaciones
38. Si recibes y lees estos libros con el mismo afecto e interés con que han sido escritos; si, como declaraste al principio de tu primera obra, deseas abandonar tu propia opinión desde el momento en que averigües que es improbable, evita ante todo las once proposiciones que te señalé en el libro anterior. No digas: 1) que «Dios hizo el alma no de la nada, sino de sí mismo»; 2) que «por tiempo indefinido y sin ninguna interrupción Dios da siempre las almas, como existe siempre y es eterno el que las da»; 3) que «el alma perdió por su unión con el cuerpo el mérito bueno que tenía antes de esa unión»; 4) que «el alma recupera su primer estado mediante el cuerpo, de manera que renazca por el cuerpo, ya que por él había merecido ser mancillada»; 5) que «el alma mereció llegar a ser pecadora antes de cometer un pecado»; 6) que «los niños que mueren sin haber recibido el bautismo pueden obtener la remisión del pecado original»; 7) que «los predestinados por el Señor al bautismo pueden ser sustraídos a esta predestinación y morir antes de que el Omnipotente cumpla en ellos sus designios»; 8) que «acerca de los niños que mueren prematuramente antes de ser regenerados en Jesucristo leemos lo siguiente: Fue arrebatado para que la malicia no pervirtiera su inteligencia67», y todo lo dicho a este propósito; 9) que «hay fuera del reino de Dios otras moradas que el Señor coloca en la casa del Padre68»; 10) que «el sacrificio de los cristianos debe ser ofrecido por los que han muerto sin haber recibido el bautismo»; 11) que «algunos que salen de esta vida sin haber sido bautizados no van directamente al reino de los cielos, sino al paraíso, y que después de la resurrección entrarán también en el reino de los cielos».
Procura, hijo, no incurrir en estos errores y no te vanaglories de llamarte Vicente si quieres sor el vencedor (victor) del error. No creas que sabes una cosa cuando la ignoras; mas para saber, aprende a ignorar. No se peca por ignorar algo de las secretas obras de Dios, sino por suponer temerariamente como cosas conocidas las que no lo son, asentando y defendiendo lo falso en lugar de lo verdadero.
Por mi parte, confieso sinceramente que ignoro si Dios crea para cada uno un alma nueva o si el alma viene al hombre por transmisión de los padres; pero no es lícito dudar de que Dios creador no saca las almas de su sustancia. Esta ignorancia mía no debe serme reprochada, o en todo caso debiera hacerlo el que sea capaz de disiparla. Con relación a ti, supongo que te habré convencido de que las almas tienen en sí mismas las semejanzas o representaciones incorporales de los cuerpos; que estas almas no son cuerpos y que, salvando la distinción entre el alma y el espíritu, el nombre de espíritu conviene también de modo general al alma. Pero si no he logrado persuadirte, juzgarán los que lean estos libros si he expuesto razones suficientes para llevar el ánimo a la convicción.
39. Por lo demás, si acaso deseas conocer todos los errores de que, a mi parecer, abunda tu obra, no te sea gravoso acudir a mí no como el discípulo que busca al maestro, sino como un joven que se avista con un viejo, como un hombre vigoroso y lleno de salud que visita a un enfermo. No debiste, ciertamente, publicar tales errores; no obstante, mayor y verdadera gloria recibe el que, siendo corregido, reconoce su culpa, que el que es elogiado por un mentiroso embaucador.
En cuanto a los que asistieron a la lectura de tus libros, no creo que todos los que la escucharon y alabaron conocieran los errores o pensaran que tú consentías en ellos, sino que, cegada la agudeza o penetración de la mente por el ardor y vivacidad de tu lectura, apenas pudieron darse cuenta. Y los que percibieron el error, no elogiaron o aplaudieron la evidencia de la verdad, sino la abundancia y elegancia de tu lenguaje y la capacidad de tu talento. Frecuentemente se alaba, ensalza y estima la elocuencia de un joven aun cuando no tenga todavía la madurez y consistencia de un doctor.
Por lo cual, a fin de que tus conocimientos estén fundados en la corrección y rectitud, y tus enseñanzas no sólo deleiten a otros, sino también los edifiquen, proporcionándoles frutos de sana doctrina, desprecia los aplausos ajenos y preocúpate del alcance y repara en el valor de tus palabras.