LIBRO I
Al monje Renato
CAPÍTULO I
Agradecimiento a Renato
1. Ya tenía, muy querido hermano Renato, pruebas de tu sincero interés por mis asuntos, de tu fraternal benevolencia y del afecto que a mí te unía. Pero acabas de darme un nuevo testimonio de tu amistad enviándome en el pasado verano dos libros compuestos por un autor que me es completamente desconocido, mas no por eso despreciado, Vicente Víctor-tal es el nombre que encuentro inscrito al frente de la obra-, aun cuando, por estar ausente, no los recibí hasta fines del otoño.
Siendo tan íntima nuestra amistad, ¿cómo no habías de mandarme las cartas y los escritos de cualquiera, aunque fueran dirigidos a otros, en los cuales se hiciera mención de mí, y más si en ellos era controvertida la doctrina que yo hubiera enseñado en algunos opúsculos? Has hecho, por tanto, lo que como amigo mío y muy sincero y muy querido, debías hacer.
CAPITULO II
Amor al adversario y corrección de sus desvaríos
2. Me asalta, sin embargo, el temor de que no me conozcas aún como yo desearía que me conocieras, puesto que has pensado que me ofenderías enterándome de las injurias que otros me han inferido. Te diré, para tu tranquilidad, que me son tan ajenos tales sentimientos que ni se me ha ocurrido quejarme de esas ofensas. ¿Estaba él obligado a guardar silencio sólo porque en determinados puntos sus ideas eran opuestas a las mías? Antes bien, me parece un motivo de gratitud el que se decidiera a hablar y a escribir, pues así podemos leer sus obras. Debió, ciertamente, dirigirse a mí y no a otro; mas comprendo que, siéndome desconocido, no se atreviera, ya que intentaba refutar mis enseñanzas. Ni aun creyó necesario consultarme en lo que le pareció que de ningún modo cabía duda, sino que estaba plenamente convencido de la certeza y veracidad de las opiniones que él emitía. Además, hay que tener presente que escribió por obedecer y complacer a un amigo suyo que le forzó a ello. Y si en el calor de la refutación profirió alguna injuria contra mí, por mi parte se lo atribuyo no a su voluntad o índole de controversista, sino a la fuerza de sus opiniones contrarias a las mías. Tengo como norma, cuando me es incierta o desconocida la intención de un hombre, que es mejor pensar bien de sus acciones antes que culparlo de lo que se ignora. Aparte de que acaso haya obrado así movido por mi bien, si suponía o preveía que llegarían a mí sus escritos, no queriendo verme equivocado en aquellos puntos en los cuales él creía hallarse en posesión de la verdad.
Debo, por tanto, manifestarle mi grata benevolencia, aunque me veo precisado a refutar sus doctrinas. He de corregirle con dulzura y no reprenderle con amargura, sobre todo porque, según he oído, ha abrazado la fe católica, por lo cual le felicito. Una vez que ha abandonado la secta y el error de los donatistas o, más bien, de los rogatistas, si quiere que su conversión nos ocasione verdadera alegría, debe procurar entender la verdad católica tal como es.
CAPITULO III
La perniciosa elocuencia
3. Posee o manifiesta dicho escritor suficiente vocabulario para explicar con propiedad sus pensamientos. De ahí que tan sólo sea necesario inculcarle y desearle que piense rectamente, que no haga atrayente lo que es inútil y que su elocuencia tenga por objeto la verdad. Es cierto que hay que reformar en su estilo muchas incorrecciones y despojarlo de la excesiva redundancia.
Deduzco de tu carta que también a ti, varón grave y maduro, han desagradado estos defectos. Todo ello tiene fácil corrección, aparte de que, sin detrimento de la integridad de la fe, tales defectos agradan a los espíritus ligeros y los toleran los reflexivos. Ya tenemos hombres espumosos en sus discursos, pero que no dejan de ser sanos y puros en la fe. Además, es de esperar que tales defectos, tolerables aun en el caso de que permanecieran, serán modificados y desaparecerán con el tiempo. Su autor es todavía joven, y su aplicación suplirá su inexperiencia y la madurez en la edad limará las asperezas del lenguaje. Sería, en efecto, triste y peligroso que los elogios de su elocuencia redundaran en beneficio de la necedad, pues esto equivaldría a beber el veneno en una copa preciosa.
CAPITULO IV
Primer error: El alma nacida de la sustancia divina
4. Comenzaré ya a enumerar los principales errores que se encuentran, y que han de ser evitados en su disertación.
Su afirmación de que el alma ha sido creada por Dios y que no es ni una parte de la divinidad ni de su naturaleza, es totalmente verdadera; mas, como no quiere confesar que ha sido sacada de la nada y no cita ninguna criatura de la cual haya podido ser hecha, necesariamente debe concluirse que Dios es de tal modo su autor, que no la sacó de la nada ni de alguna otra cosa que no sea lo que Dios es, sino que la hizo de sí mismo, no advirtiendo que reincide en lo que pensaba que había evitado, es decir, que el alma no sería otra cosa que la misma sustancia de Dios. De esto se seguiría que se había servido de su propia naturaleza para hacer alguna cosa y que el autor de esta cosa habría sido él mismo la materia de la cual la hizo; y, por tanto, la naturaleza divina sería mudable y condenada por el mismo Dios a sufrir cambios peyorativos.
Poseyendo tú una inteligencia recta y fiel, comprenderás que semejante doctrina no puede ser sostenida y que debe ser absolutamente rechazada por la mentalidad católica. El alma, en efecto, o ha sido hecha por el soplo de Dios, o este soplo se convirtió en alma, de tal manera que no haya sido creada de Dios, sino de la nada por Dios. Tampoco puede aducirse el símil del hombre que sopla, el cual no saca de la nada el soplo, sino que se limita a volver hacia fuera lo que había tomado del exterior, para argüir que Dios tenía alrededor aire, del cual aspiró una exigua cantidad y luego la espiró, al soplar en el rostro del hombre e infundirle de este modo el alma.
De ser verdad esto, el soplo de Dios no sería una parte de sí mismo, sino del aire preexistente. Mas lejos de nosotros negar que la omnipotencia divina haya podido sacar de la nada el soplo vital que constituyó al hombre en ser viviente, y caigamos en las torturas de pensar que ya existía algo que no era él, y de lo que hizo el soplo, o bien que sacó de su propia naturaleza esta alma que vemos sometida al cambio o mutación. Todo lo que ha sido hecho de él debe participar necesariamente de su naturaleza y ser esencialmente inmutable. Pero el alma, como todos admiten, es mudable. Luego no ha sido hecha de él, porque no goza de su inmutabilidad. Si, pues, nuestra alma no ha sido hecha de ninguna otra cosa, indudablemente ha sido sacada de la nada y creada por Dios.
CAPITULO V
Nuevo error: El hombre compuesto de tres elementos corporales
5. Sostiene también que nuestra alma no es espíritu, sino cuerpo. Y ¿qué intenta expresar, sino que nosotros no constamos de alma y cuerpo, sino de dos y aun de tres cuerpos? Nosotros, dice, estamos compuestos de un espíritu, de un alma y un cuerpo, y afirma que estas tres cosas son tres cuerpos, lo que equivale a enseñar que estamos formados por tres cuerpos.
Creo que debo demostrarle a él, y no a ti, los absurdos que se derivan de su doctrina. No obstante, este error es tolerable en un hombre que aún no sabía que existía algo que, sin ser cuerpo, podía presentar alguna semejanza corporal.
CAPITULO VI
El alma mancillada por la carne antes de unirse a ella
6. Pero ¿quién puede tolerar que en el segundo libro, y tratando de solucionar la dificilísima cuestión del pecado original, en lo que concierne al alma y al cuerpo, si el alma no es transmitida por vía de generación, sino que nos es infundida por un nuevo soplo de Dios, intente explicar asunto tan enojoso y profundo, diciendo: «No es sin razón que el alma recobre por la carne la antigua condición, que por poco tiempo parecía haber perdido, y comience a renacer por la carne, ya que por ella había merecido ser mancillada»?
Ahí tienes a un hombre que se propuso investigar lo que era superior a sus fuerzas y cayó en la sima de precipicio tan horrible como es el decir que el alma mereció ser manchada por la carne, no siéndole posible explicar cómo mereció el alma ser contaminada por la carne antes de unirse a ella. En efecto, si la mancha del pecado comenzó al unirse el alma con la carne, pruebe, si puede, cómo mereció el alma ser mancillada por la carne antes de contraer el pecado.
El motivo por el cual es encerrada en carne culpable para ser inficionada, o le viene de su naturaleza o, lo que sería todavía peor, lo tiene por determinación de Dios. De la carne no ha podido venirle antes de su unión, porque a causa del demérito fue encerrada en el cuerpo, que había de mancillarla. Si le viene de sí misma, ¿cómo pudo adquirirlo, si antes de su unión con la carne no hizo nada malo? Si se afirma que le viene de Dios, ¿quién podrá oír cosa tan horrible? ¿Quién la tolerará? ¿Quién permitirá que se diga impunemente? No se busca en este lugar qué falta pudo cometer el alma, después de unirse con el cuerpo, para merecer ser condenada; sino cómo, antes de su unión, pudo merecer ser encerrada en la carne y manchada por ella. Explique esto, si le es posible, el que se ha atrevido a decir que el alma había merecido ser mancillada por la carne.
CAPITULO VII
Huyamos de hacer a Dios cómplice del pecado original
7. En otro lugar del mismo libro, proponiéndose esta misma cuestión, en la cual se había comprometido temerariamente, atribuye a sus adversarios las siguientes palabras: «¿Por qué, preguntan ellos, castigó Dios tan injustamente al alma hasta encerrarla en un cuerpo pecaminoso, comenzando a ser pecadora por su unión con la carne, cuando ella no había podido pecar?» Sumergido en el remolino peligroso de esta cuestión, debió ciertamente evitar el naufragio y no lanzarse a una empresa de la que no saldría sino retrocediendo, es decir, arrepintiéndose de su temeridad. El pretende, mas en vano, desembarazarse de la presciencia divina. Esta presciencia conoce por anticipado los pecadores que ha de purificar, pero no los hace ser pecadores. Suponer que libra del pecado a las almas, que, siendo inocentes y limpias, envolvió él mismo en el pecado, es suponer que sana la herida que les infirió, no la que encontró en ellas.
Pero aleje Dios de nosotros el pensamiento de decir que, cuando purifica con el bautismo las almas de los niños, no hace más que reparar el mal que él mismo les causó al encerrar estas almas, hasta entonces inocentes, en una carne pecadora, que había de mancillarlas con el pecado original. A estas almas acusa nuestro adversario de haber merecido contraer la mácula de la carne, sin que le sea posible explicar cómo pudieron merecer tan cruel castigo antes de unirse a la carne.
CAPITULO VIII
¿Méritos o deméritos personales antes de nacer?
8. Gloriándose, pues, vanamente de poder resolver esta tan difícil cuestión de la presciencia de Dios, se enreda más todavía en el laberinto de las dificultades cuando escribe: «Aunque el alma, que no había podido pecar antes de su unión con la carne, mereció llegar a ser pecadora, sin embargo, no permaneció en el pecado, porque, prefigurada en Jesucristo, no debió continuar en ese estado, del mismo modo que por sí misma no pudo cometerlo».
A mi entender, cuando dice que el alma «no pudo ser pecadora» o que «no pudo estar en pecado», habla del alma antes de su unión con la carne. En efecto, si el alma no es transmitida de los padres por vía de generación, no pudo ser manchada por el pecado original o de algún modo permanecer en ese pecado más que por su unión con la carne. Vemos, ciertamente, que el alma es librada del pecado por la gracia; pero no vemos cómo mereció adherirse al pecado. ¿Qué significan entonces estas palabras: «Aun cuando el alma mereció ser pecadora, no obstante no permaneció en el pecado»? Si yo le pregunto ahora por qué no permaneció en el pecado, muy rectamente me responderá que la libró de él la gracia de Jesucristo. Pero del mismo modo que dice cómo es justificada el alma del niño, diga también cómo había merecido llegar a ser pecadora.
9. Pero ¿qué dice aquel a quien aconteció lo que antes había escrito? Porque, proponiéndose a sí mismo esta cuestión, dice: «Se levantan otras injurias por las quejumbrosas murmuraciones de los maldicientes, y, como arrebatados por un torbellino, naufragamos a menudo entre enormes peñascos». Acaso se enojara si yo dijera esto de él. Son, sin embargo, sus propias palabras; son los términos con los que se propuso la cuestión, en la que había de mostrar las rocas contra las cuales chocó y naufragó. Llegó, pues, a este extremo, y fue llevado y lanzado y quedó como clavado contra peñascos tan horribles que no hubiera podido salir sino corrigiendo o retractando lo que había enseñado; y como no le era posible probar en virtud de qué mérito el alma fue hecha pecadora, no temió decir que había merecido llegar a serlo antes de lodo pecado personal.
¿Quién, siendo inocente, puede merecer castigo tan cruel como es el de ser concebido en iniquidad ajena y estar contaminado por el pecado antes de salir del seno materno? Mas las almas de los niños, regeneradas en Jesucristo, son libradas de este castigo sin ningún mérito anterior y por una gracia gratuita, porque, de otro modo, la gracia ya no sería gracia.
Por tanto, diga, si puede, este hombre sumamente inteligente, a quien en una cuestión tan profunda desagradan mis dudas-que, si no son doctas, son prudentes-, en virtud de qué contrae el alma este castigo, del cual es librada por la gracia sin mérito alguno suyo. Dígalo y, si le es posible, defiéndalo con alguna razón. No exigiría yo esto si él no hubiera afirmado que el alma había merecido llegar a ser pecadora. Dicho mérito, ¿era bueno o malo? Si era bueno, ¿cómo cayó el alma en el mal? Si era malo, ¿de dónde le viene al alma antes de cometer un pecado?
Y nuevamente insisto: si este mérito era bueno, la liberación del alma mediante la gracia, no fue gratuita, sino en virtud de un verdadero derecho, puesto que había sido merecida anteriormente, y así tal gracia ya no sería gracia. Pero si este mérito era malo, cabe preguntar en qué consistía. ¿Acaso en que el alma vino a encerrarse dentro de la carne, a la cual no hubiera venido si no hubiera sido enviada por el que está exento de toda iniquidad? A no ser que el adversario quiera precipitarse en mayores abismos, no intentará probar su sentencia de que el alma mereció llegar a ser pecadora.
En cuanto a los niños que obtienen en el bautismo la remisión del pecado original, respondió de cualquier modo que estaban sujetos por poco tiempo al pecado ajeno, ya que la presciencia de Dios en nada hubiera podido perjudicar a los predestinados a la vida eterna.
Estas afirmaciones serían tolerables si con su modo de expresarse no hiciera inexplicable la dificultad, al decir que el alma había merecido llegar a ser pecadora. Si, pues, desea librarse de las contradicciones, ha de retractar lo que antes ha escrito.
CAPITULO IX
No hay salvación sin el bautismo
10. Al tratar de aquellos niños que mueren antes de haber recibido el bautismo de Jesucristo, y queriendo dar una respuesta a esta cuestión, se atrevió a prometerles no sólo el paraíso, sino también el reino de los cielos, sin saber después cómo salir de este embarazo para no verse obligado a sostener que Dios castiga con la muerte eterna almas que él mismo encerró en carne pecadora1, no habiéndolo merecido por algún pecado anterior. No obstante, dándose cuenta de que había cometido un error al afirmar que las almas de los niños pueden ser rescatadas para la vida eterna sin la gracia de Jesucristo y que pueden obtener la remisión del pecado original sin el bautismo, en el cual se perdonan todos los pecados2, y viendo la profundidad del abismo en que se había precipitado, añadió: «Pienso que por estos niños deben ser ofrecidos los sacrificios de los sacerdotes santos y continuas oblaciones».
He aquí otro error del cual únicamente saldrá haciendo una retractación formal del mismo. Porque ¿quién ofrecerá el cuerpo de Jesucristo3 sino por aquellos que son miembros de Jesucristo?4 Desde que el mismo Señor dijo: El que no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos5, y en otro lugar: El que perdiere su vida por amor de mí, la hallará6, nadie llega a ser miembro de Jesucristo sino por el bautismo de agua o por el bautismo de sangre, muriendo por Jesucristo.
El bautismo de sangre
11. Esa es la razón por la cual aquel ladrón, que no era discípulo del Señor antes del suplicio de la cruz, sino que confesó su divinidad estando ya crucificado, y cuyo ejemplo es a veces citado contra la necesidad del bautismo, es enumerado por San Cipriano entre los mártires que son bautizados con su propia sangre, como sucedió durante las persecuciones a muchos, que no habían recibido aún el bautismo de agua. El acto de confesar en la cruz la divinidad de Jesucristo fue apreciado en tanto valor como si realmente hubiera sido crucificado por ser de los suyos. Su fe floreció en el madero precisamente cuando se marchitó la de los discípulos. Esta, debilitada por el temor de la muerte, revivió con las glorias de la resurrección. Los discípulos desconfiaron de su Maestro al verlo morir, el ladrón esperó en el que compartía su último suplicio; ellos huyeron del Autor de la vida7, el ladrón rogó al que sufría el mismo tormento; los discípulos lloraron su muerte como se llora la muerte de cualquiera, el ladrón creyó que había de reinar después de la muerte8; aquéllos abandonaron al que les había prometido la salvación, éste adoró al que le acompañaba en el mismo suplicio de la cruz. Tuvo el buen ladrón el mérito del mártir al creer en Jesucristo cuando falló la fe de los que habían de ser mártires. Así lo juzgó el mismo Salvador, que, sin exigirle el bautismo de agua y considerándolo purificado por una especie de martirio, le prometió inmediatamente la posesión de la felicidad eterna.
Por otra parte, ¿quién de nosotros no ve con cuánta fe, con cuánta esperanza y con cuánta caridad no hubiera aceptado la muerte por Jesucristo vivo el que con tanta decisión buscó la vida en Jesucristo moribundo? Añádese a esto-y no es increíble-que el ladrón, que creyó estando pendiente de la cruz al lado del Señor, habría sido purificado por aquella agua misteriosa que brotó de la herida del costado y con ella a modo de bautismo fuese lavado. Y paso en silencio, porque ninguno de los nuestros alude a ello, si este ladrón no habría sido bautizado antes de sufrir su condenación.
No hay «limbo de los niños»
Acerca de este punto cada uno es libre de pensar lo que juzgue más conveniente, con tal que, apoyándose en este ejemplo, no intente desvirtuar la necesidad del bautismo preceptuado por el Salvador y a condición de que no se establezca o señale para los niños que mueren sin el bautismo un lugar de quietud o felicidad intermedio entre la condenación y el reino de los cielos.
También la herejía pelagiana incurrió en este error, porque, no admitiendo en los niños el pecado original, no temía su condenación; mas tampoco les prometía el reino de los cielos si no habían recibido el sacramento del Bautismo. Pero nuestro adversario, no obstante confesar o proclamar que los niños están ligados con el reato del pecado original, se ha atrevido a prometer el reino de los cielos aun a los que mueren sin el bautismo, lo que no osaron afirmar los pelagianos, a pesar de que no admitían la existencia del pecado original.
He ahí los lazos en los que lo tendrá enmarañado su presunción mientras no retracte lo que ha escrito.
CAPITULO X
El supuesto caso de Dinócrates
12. Se aduce también el ejemplo de Dinócrates, hermano de Santa Perpetua; pero esta historia no es auténtica, y fuera la santa la que la escribió o fuera otro su autor, lo cierto es que no se dice que este niño muriera sin el bautismo. Lo único que se sabe o se cree es que en la inminencia del martirioellarogó por su hermano, que su oración fue escuchada y que el niño pasó del lugar de los tormentos a la mansión del descanso.
Los niños de esa edad son ya capaces de mentir, decir la verdad, confesar sus faltas y también de negarlas. Y, por tanto, al ser bautizados pueden repetir el símbolo y responder por sí mismos a las preguntas. ¿Quién sabe si este niño, después de haber recibido el bautismo, no habría sido inducido a la idolatría por su mismo padre, que era infiel e impío, y por lo cual debería sufrir la condenación eterna9, siéndole condonada mediante las oraciones de su hermana, que iba a morir por Jesucristo?
CAPITULO XI
Hasta qué punto influye la actitud de los familiares en la salvación de los niños
13. Aun cuando, sin menoscabo de la fe católica y de la disciplina eclesiástica, se concediera a nuestro adversario, desde luego sin motivo alguno razonable para ello, que el sacrificio del cuerpo y de la sangre de Jesucristo pudiera ser ofrecido por todos los hombres no bautizados, de cualquier edad que fueran, como si esta acción piadosa de los familiares les ayudara o sirviera para el reino de los cielos, ¿qué respondería acerca de la suerte de tantos miles de niños que nacen de padres impíos y no reciben el cuidado de personas piadosas por alguna conmiseración humana o divina, y salen de esta vida en la edad más tierna y sin haber sido regenerados con las aguas bautismales?
Explique, si le es posible, cómo merecieron estas almas llegar a ser pecadoras hasta el punto de no ser libradas jamás del pecado. Si le pregunto por qué merecieron ser condenadas sin ser bautizadas, me responderá rectamente que fue a causa del pecado original. Si de nuevo le pregunto cómo lo contrajeron, él contestará que fue por su unión con la carne pecadora. Y si quiero averiguar en virtud de qué estas almas, que no habían cometido falta alguna antes de ser unidas a la carne pecadora, se hicieron dignas de esa unión culpable, investigue él lo que respondería y explique por qué son condenadas a sufrir el contagio y las consecuencias de los pecados ajenos, de tal manera que no sean regeneradas por las aguas del bautismo ni los sacrificios las purifiquen de sus faltas. ¡Cuántos niños han nacido y nacen en estas condiciones, sin que hayan recibido ni puedan recibir los auxilios espirituales!
Ante un hecho como éste falla ciertamente toda argumentación. Nosotros, en efecto, no preguntamos cómo estas almas merecieron ser condenadas después de su consorcio con la carne pecadora; lo que intentamos saber es cómo se hicieron dignas de sufrir el castigo de la unión con la carne, no habiendo sido responsables de ningún pecado anterior a dicha unión. Aquí no cabe responder: «El contagio del pecado ajeno comunicado por poco tiempo no dañó a quienes Dios, en su presciencia eterna, había preparado el remedio de la redención».
Nos referimos en este caso a los que, por haber muerto antes de recibir el bautismo, no participaron del beneficio de la redención. Tampoco aquí hay lugar a decir: «Las almas que no fueron justificadas por el bautismo, lo serán por los numerosos sacrificios ofrecidos por ellas; y previendo Dios esto, quiso hacerles participar de los pecados ajenos, sin hacerles correr el riesgo de la condonación eterna y dándoles esperanza de la felicidad imperecedera». Precisamente hablamos ahora de los niños que nacen de padres impíos y que, por lo tanto, no pueden recibir ningún auxilio espiritual. Y aunque fuera posible proporcionárselo, es indudable que no beneficiaría a las almas que no recibieran el bautismo, del mismo modo que los sacrificios y ofrendas por los muertos, de que se hace mención en el libro de los Macabeos10, no les hubiera reportado ventaja alguna si antes de morir no hubieran sido circuncidados.
14. Procure nuestro adversario responder, si pudiere, cuando le sea preguntado cómo un alma, exenta hasta entonces de todo pecado original o propio, mereció ser condenada a sufrir el contagio del pecado ajeno, sin que le sea posible librarse de él. Y considere cuál de estas dos cosas ha de elegir: o bien afirma que las almas de los niños que mueren sin el bautismo11, y por las cuales no es ofrecido ningún sacrificio del cuerpo del Señor, son, no obstante, libradas del lazo y reato del pecado original, a pesar de que es doctrina terminante del Apóstol12 que todos son condenados por uno solo, a los cuales, ciertamente, no les socorre la gracia aplicándoles los méritos de la redención efectuada por uno solo; o bien sostiene que las almas, sin tener ningún pecado propio u original, almas inocentes, cándidas y puras, son castigadas con la condenación eterna por un Dios justo, uniéndolas a una carne pecadora y previendo que no serán libradas.
CAPITULO XII
La presciencia del mal no puede ser causa de castigo
15. Mi criterio es que ninguna de estas dos aserciones puede ser sostenida, ni tampoco otra tercera, es decir, que las almas habían pecado ya antes de ser unidas a los cuerpos y que por ello merecieron el castigo de esa unión pecaminosa. El Apóstol definió con toda claridad13 que, cuando aún no habían nacido, no habían hecho bien ni mal. Síguese de esto que, si los niños necesitan obtener la remisión de sus pecados, dicho perdón se refiere tan sólo al pecado original.
Tampoco es admisible otra cuarta opinión, a saber, que las almas de los niños que mueren sin el bautismo fueron castigadas por la justicia divina a habitar en la carne pecadora y a sufrir la condenación eterna porque previó que habían de vivir en pecado cuando llegaran a la edad en que podrían usar del libre albedrío. Nuestro adversario, que se encuentra en tan grandes aprietos a causa de sus opiniones, no se ha atrevido a llegar a tal extremo, y aun protestó breve y manifiestamente contra esta absurda afirmación diciendo: «Dios hubiera sido injusto si hubiera juzgado a un hombre antes de nacer por la simple presciencia de las obras imperfectas de su voluntad».
Así se expresó al desarrollar esta cuestión contra los que preguntaban por qué creó Dios al hombre, sabiendo por su presciencia que había de entregarse al mal. Sería realmente juzgarlo antes de nacer, si rehusaba crearlo porque preveía que no había de ser bueno. Esta respuesta es acertada, pues el hombre debe ser juzgado únicamente por las acciones de que es autor y no por las que haría, aun cuando Dios las conozca de antemano. La razón es porque, si también los pecados que un hombre cometería durante su vida ulterior son juzgados, no obstante morir dicho hombre antes de cometerlos, ningún beneficio se le concedió a aquel que fue arrebatado para que la malicia no pervirtiese su inteligencia14, ya que debía ser juzgado en conformidad con la malicia que había de tener más adelante, y no según la inocencia que tenía en el momento de la muerte.
Pensando así, no podemos tener seguridad sobre la suerte de ningún bautizado muerto, puesto que, después de recibir el bautismo, es posible no sólo pecar, sino también apostatar. Supongamos que un niño es sacado de este mundo después de su bautismo y que habría apostatado si hubiera vivido: ¿pensaremos que no le reportó ningún beneficio el habersido arrebatado para que la malicia no pervirtiese su inteligencia y que en virtud de la presciencia de Dios había de ser juzgado no como un siervo fiel de Jesucristo, sino como un apóstata? Si son castigados los pecados que todavía no han sido cometidos, ni de hecho ni con el pensamiento, y que han sido conocidos como futuros por la presciencia divina, ¿no hubiera sido preferible que nuestros primeros padres hubieran sido arrojados del paraíso antes de su pecado para que no lo cometieran más tarde en lugar tan santo y beatífico? ¿Y a qué se reduce la presciencia si no se realiza lo que se prevé? ¿Puede decirse que se conoce lo futuro cuando no hay tal futuro? ¿Cómo, pues, son castigados pecados que no existen, es decir, que ni fueron cometidos antes de la unión del alma con el cuerpo ni después de esa unión, deshecha prematuramente por la muerte?
CAPITULO XIII
Sólo el pecado original puede mancillar las almas de los recién nacidos.
Es necesario saber dudar ante el origen de las almas
16. Se trata ahora del alma de un niño que no llegó a la edad en que podía hacer uso del libre albedrío y que desde su infusión en el cuerpo hasta que fue librada de él, sin haber recibido el bautismo, no tenía otro motivo de condenación más que el pecado original. No negamos que no sea suficiente este pecado para que el alma sea justamente condenada, pues una ley justa decretó e instituyó la sanción para el pecado. Lo que preguntamos es en virtud de qué ha sido castigada el alma a contraer este pecado, si no proviene de aquella alma única que pecó en el primer padre del género humano.
Si Dios, por lo tanto, no condena a los inocentes y no hace culpables a quienes reconoce justos; si no libra a las almas tanto de los pecados originales como de los propios más que por el bautismo de Jesucristo, confiado a la Iglesia; si las almas no estuvieron de ningún modo inficionadas por el pecado antes de su unión con el cuerpo; si, finalmente, una ley justa no castiga los pecados antes de que hayan sido cometidos, y mucho menos los que no lo han sido nunca, no acepte nuestro adversario ninguna de estas proposiciones y, entonces, explique, si le es posible, la razón por la cual las almas de los niños que mueren sin recibir el bautismo y son condenadas pudieron ser infundidas en la carne pecadora sin haberlo merecido por alguna culpa anterior a la unión, y contraer así un pecado que será para ellas causa legítima de condenación.
Por el contrario, si pretendiendo eludir estas cuatro aserciones, rechazadas por la recta razón, es decir, si no atreviéndose a afirmar o bien que Dios hace pecadoras a las almas que estaban sin pecado, o que se les borra el pecado original sin el sacrificio de Jesucristo, o que ellas pecaron en un estado anterior a su unión con el cuerpo, o, por último, que tales almas son condenadas imputándoseles pecados que nunca cometieron; si no atreviéndose a sostener estas proposiciones, que realmente no pueden ser sostenidas, dijera que los niños no contraen el pecado original y no tienen ningún motivo para ser condenados, aunque mueran sin el sacramento del Bautismo, incurrirá inexorablemente en la detestable herejía pelagiana.
Para que no le suceda esto, haría mejor en atenerse a mis vacilaciones sobre el origen del alma y no afirmar lo que no puede comprender con la razón humana ni probar con la autoridad divina. Y así evitaría verse obligado a declarar su necedad, mientras que ahora teme o se avergüenza de confesar su ignorancia.
CAPITULO XIV
Los testimonios bíblicos aducidos por Vicente no prueban claramente el creacionismo
17. Acaso pretenda apoyar su sentencia en la autoridad divina, porque cree que puede probar con testimonios de las Sagradas Escrituras que las almas no son transmitidas por vía de generación, sino que son inmediatamente creadas por un nuevo soplo de Dios. Pruébelo, si puede, y yo reconoceré que aprendí de él lo que con tanto ardor buscaba. Mas cite otros testimonios, que acaso no encuentre; pues nada ha probado con los que ha aducido. Todos los alegados tienen, ciertamente, algún valor; pero son ambiguos con relación al origen del alma.
Es verdad que Dios dio a los hombres la respiración y el espíritu, según lo enseña el profeta: Así dice Dios, que creó los cielos y los tendió, y formó la tierra y sus frutos; que da a los que la habitan el aliento, el soplo de vida a los que por ella andan15. Invoca él este pasaje en favor de su opinión e insiste en que estas palabras: da a los que la habitan el aliento y significan claramente que las almas no son transmitidas por vía de generación, sino que son infundidas inmediatamente por el hálito de Dios. Con el mismo fundamento podría atreverse a sostener también que no nos ha dado Dios la carne, porque nace de la carne de nuestros padres. Y cuando dice el Apóstol, hablando del grano de trigo, que Dios le da el cuerpo según ha querido16, niegue, si hasta ahí llega su osadía, que el trigo nace del trigo y la hierba nace de la semilla de su especie. Si no se atreve a negar esto, ¿cómo sabe en qué sentido dijo el profeta: da a los que la habitan el aliento? ¿Hace que el alma provenga de los padres o la produce de nuevo para cada uno?
Uso bíblico de «flatus» y de «spiritus».
Precisiones en torno a estos términos
18. Y ¿cómo sabe él si la repetición de esta sentencia: El que da a los que la habitan el aliento, el soplo de vida a los que por ella andan17, debe entenderse de una misma cosa, es decir, del Espíritu Santo, y no del alma y del espíritu, por el cual vive la naturaleza humana? Si el término «aliento» no pudiera designar al Espíritu Santo, el Señor no hubiera alentado después de su resurrección sobre los discípulos, diciéndoles: Recibid el Espíritu Santo18. Ni tampoco leeríamos en los Hechos de los Apóstoles: Se produjo de repente un ruido del cielo, así como el de un viento impetuoso, que invadió toda la casa en que residían. Y aparecieron, como divididas, lenguas de juego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando lodos llenos del Espíritu Santo19. ¿No será esto lo que anunció el profeta al decir: El que da a los que la habitan el aliento? El mismo, para exponer mejor lo que entendía con la palabra «aliento», repitió en estos términos: y el soplo de vida a los que por ella andan20.
Es evidente que esto se realizó cuando todos recibieron la plenitud del Espíritu Santo. Y si no puede darse el nombre de pueblo a ciento veinte personas que se encontraban entonces reunidas en un mismo lugar, al menos cuando creyeron cuatro o cinco mil al mismo tiempo y fueron bautizados y recibieron el Espíritu Santo, ¿quién dudará que el pueblo, la multitud que habitaba la tierra, los hombres que andaban por ella, recibieron a la vez el Espíritu Santo? Pues aquello que pertenece a la naturaleza humana, sea que se dé por vía de generación o por un soplo nuevo-no afirmo ninguno de estos modos, mientras no esté completamente claro alguno de ellos-, es cierto que no se da a los que ya caminan por la tierra sino cuando todavía están encerrados en el seno materno.
Dio, por tanto, el aliento a un pueblo que estaba en la tierra y el soplo de vida a los que andaban por ella cuando al mismo tiempo creyeron muchos y a la vez recibieron el Espíritu Santo. Y él lo da a su pueblo, no a todos simultáneamente, sino a cada uno a su tiempo, hasta que, saliendo unos de esta vida y viniendo otros, se complete el número de su pueblo elegido. Y así, en este pasaje de la Sagrada Escritura, no es distinto el sentido del término «aliento» (flatus) del de «soplo de vida» (spiritus), sino repetición del mismo pensamiento. Como no es uno el que habita en los cielos y otro el Señor, ni una cosa es reírse y otra mofarse, sino que se repite la misma sentencia cuando se lee: El que mora en los cielos se ríe y se burla de ellos el Señor21, o también: Pídeme y haré de las gentes tu heredad y te daré en posesión los confines de la tierra22. No significan cosas distintas heredad y posesión, gentes o naciones y confines de la tierra, sino que son repetición del mismo pensamiento. Si se leen atentamente las Sagradas Escrituras, se hallarán en ellas innumerables locuciones de este género.
19. Los latinos han interpretado de varias maneras el término griego πνοή. Lo traducen indiferentemente por aliento, soplo de vida e inspiración. En los códices griegos se halla este término en el testimonio profético del cual tratamos: El que da aliento a los pueblos que la habitan23, es decir, πνοήν. Se encuentra también en el pasaje que hace referencia a la animación: Y le inspiró Dios en el rostro aliento de vida24. En el mismo sentido se lee en el salmo: Todo cuanto respira alabe al Señor25. Y, finalmente, también en el libro de Job está escrito: La inspiración del Omnipotente es la que instruye26. No usó el vocablo flatus-aliento-, sino aspiratio-inspiración-, siendo así que en griego se dice πνοή, del mismo modo que en las palabras del profeta en torno a las cuales versa la disputa.
No sé a punto cierto si debe dudarse de que en este lugar se refiera al Espíritu Santo, ya que se trataba de saber cómo poseían los hombres la sabiduría, y dijo: No proviene de los muchos años la sabiduría, sino que ésta es en el hombre una inspiración, y es el soplo del Omnipotente el que la enseña27, dando a entender con esta repetición que no hablaba del espíritu del hombre al decir: La sabiduría es en el hombre una inspiración. Intentaba explicar cómo no tenían los hombres en sí mismos la sabiduría, y no hace más que repetir su pensamiento en otra forma: El soplo del Omnipotente es el que la enseña. Igualmente dice en otro lugar de este mismo libro: La inteligencia de mis labios comprende lo que es puro. El Espíritu de Dios me creó y el soplo del Omnipotente es el que me instruye28. Y lo que aquí llama inspiración, en griego es πνοή, que en las palabras del profeta se interpreta por aliento.
Negando, por tanto, temerariamente que se apliquen estas palabras al alma o al espíritu del hombre: El que da a los pueblos que la habitan el aliento, el soplo de vida a los que por ella andan29, aun cuando parece con mayor fundamento que designan al Espíritu Santo, ¿en virtud de qué podrá sostener alguno que el profeta se refería en aquel pasaje al alma o al espíritu, que es nuestro principio vital? Y si dijera con toda claridad: El que da el alma al pueblo que habita la tierra, cabría todavía preguntar si Dios la da por vía de generación, como da el cuerpo no sólo al hombre y al animal, sino también al grano de trigo y a las demás plantas, o si la infunde con un nuevo aliento, como la recibió el primer hombre.
Ambigüedad de los textos citados por el adversario
20. No faltan quienes interpretan el texto profético en el sentido de que, cuando dice: El que da a los que la habitan el aliento, se refiere directamente al alma; y lo siguiente: y el soplo de vida a los que por ella andan, designa al Espíritu Santo. En el mismo orden que siguió el Apóstol: Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal, después lo espiritual30. El estilo oratorio deduce de este pasaje profético que las palabras y a los que pisan la tierra con sus pies designan a los que sienten desprecio por las cosas que hay en ella. De hecho, los que reciben el Espíritu Santo, embargados del amor de las cosas del cielo, desprecian las de la tierra.
Ninguna de estas interpretaciones es opuesta a la fe, sea que den una sola referencia a estos dos términos: aliento y soplo, entendiendo lo que pertenece a la naturaleza humana; sea que designe únicamente al Espíritu Santo, o, finalmente, que el aliento se refiera al alma y el soplo al Espíritu Santo. Admitiendo que en este pasaje se trate del alma y del espíritu del hombre, como no puede dudarse de que es Dios quien lo da, hay que investigar todavía si lo da por vía de generación, como nos da el cuerpo y los miembros, o bien si crea un alma nueva con un nuevo aliento que inspira a cada uno. Para esto hay que examinar algunos textos claros y explícitos de la Sagrada Escritura, no ambiguos como los que él cita.
21. Del mismo modo, cuando dice Dios: De mí saldrá el espíritu, y yo he creado todo aliento31, estas palabras el espíritu saldrá de mí se refieren al Espíritu Santo, del cual dijo el Salvador: El procede del Padre32; mas no puede negarse que las siguientes: Yo he creado lodo aliento, designan al alma humana. También él formó el cuerpo, y nadie duda de que el cuerpo humano viene por generación. No basta, pues, que conste con certeza que el alma viene de Dios, sino que es necesario seguir investigando si nos es dada por vía de generación, como sucede con el cuerpo, o si es infundida con un nuevo aliento, como hizo la primera.
22. Alega todavía un tercer testimonio: Es Dios el que forma el aliento del hombre dentro de él33. Nadie niega esto, mas lo que se pregunta es de qué lo forma. ¿Quién, sino Dios, forma el ojo corporal del hombre? Y no lo forma fuera, sino en él, y lo forma ciertamente por vía de generación. De la misma manera es Dios quien forma el aliento del hombre en él; pero queda por saber si lo hace mediante un nuevo soplo o es propagado por vía de generación.
23. Sabemos también que la madre de los Macabeos, más esclarecida por sus virtudes durante el martirio de sus hijos que lo había sido por su fecundidad, al darlos a luz, los animaba diciéndoles: Hijos, yo no sé cómo habéis aparecido en mi seno, no os he dado yo el aliento de vida ni compuse vuestros miembros. El Creador del universo, autor del nacimiento del hombre y hacedor de las cosas todas, misericordiosamente os devolverá la vida34. Este pasaje nos es perfectamente conocido, pero no vemos qué pruebas encierra o contiene en favor de la opinión de nuestro adversario. ¿Hay algún cristiano que niegue que es Dios el que da a los hombres el aliento y la vida?
Y pienso también que no puede negar que Dios da a los hombres la lengua, el oído, la mano, el pie, todos los sentidos del cuerpo, la forma y la naturaleza de todos los miembros. Sólo olvidándose de que era cristiano podría negar que todo esto ha sido dado por Dios. Pero así como el cuerpo ylos miembros corporales nos son dados por generación, hay que investigar también el origen del espíritu y del alma del hombre y su causa eficiente: si proviene de los padres o de la nada, o si, como afirma nuestro adversario, proviene de la naturaleza misma del soplo de Dios, no sacándola de la nada, sino de sí mismo. Esta opinión de ningún modo puede ser sostenida.
CAPITVLO XV
Sigue la incertidumbre.?Análisis del texto de los Macabeos
24. Puesto que los testimonios de la Sagrada Escritura, que él cita, no prueban nada en la cuestión que nos ocupa, ¿por qué dice: Constantemente afirmamos que el alma es sacada del soplo de Dios, pues es dada por él y no propagada por generación? ¡Como si recibiéramos el cuerpo de otro diverso de aquel que lo creó lodo, del cual procede todo y por el cual y en el cual existen todas las cosas35, aun cuando no proceden de su naturaleza, sino que son obra de su acción!
Dice, además, que el alma no viene de la nada, ya que procede de Dios. No examinamos todavía en qué sentido puede ser verdadero este aserto, sino tan sólo que no es cierto lo que sostiene, o sea, que el alma no proviene por vía de generación ni es sacada de la nada. Con toda energía y sin temor a equivocarnos, protestamos contra esta opinión. No hay término medio posible: si el alma no nos es dada por vía de generación, es creada de la nada; pues es un error sacrílego creer que viene de Dios en el sentido de que sea formada de su naturaleza.
Por consiguiente, son necesarias aún otras pruebas para rechazar la opinión de que el alma nos es dada por generación. Las que ha aducido nuestro adversario no esclarecen de ningún modo lo que nos hemos propuesto investigar.
25. Hallándose él en la incertidumbre de esta obscura cuestión, obraría muy acertadamente en imitar a la madre de los Macabeos, la cual, a pesar de que sabía que había concebido de su marido y que el Supremo Hacedor los había formado según el cuerpo y según el alma, sin embargo, les dice: Yo no sé cómo habéis aparecido en mi seno36. Quisiera que el adversario declarara qué era lo que ignoraba esta mujer. Ciertamente no ignoraba lo que he dicho, esto es, cómo habían aparecido en sus entrañas, ya que no podía dudar de que los había concebido por obra de su marido. Confesaba también -y lo sabía con certeza-que Dios les había dado el aliento y la vida y había formado su rostro y sus miembros. ¿Qué era, pues, lo que ignoraba? ¿Acaso lo mismo que no sabemos nosotros, es decir, si el alma que Dios les dio la había sacado de los padres o la había creado inmediatamente con un nuevo aliento, del mismo modo que se la infundió al primer hombre? Fuera una cosa u otra lo que ignoraba acerca de la producción de la naturaleza humana, ella no ocultaba su nesciencia ni afirmaba temerariamente lo que era desconocido. No obstante, nuestro adversario no se hubiera atrevido a decir a esta mujer lo que no se avergonzó de aplicarme a mí: Constituido el hombre en honor, no ha tenido discernimiento: se ha hecho semejante a los animales37. Esta mujer confiesa que no sabe cómo fueron formados sus hijos en sus entrañas, sin que por ello sea comparada a los animales, que no tienen inteligencia. No lo sé, dijo, y añadió, como si le preguntaran la razón de su ignorancia: No os he dado yo el aliento y la vida. Por tanto, el que lo dio sabe de dónde lo hizo: si fue mediante la generación o por una creación nueva con un nuevo soplo. Por lo que a mí atañe, lo ignoro. Ni formé yo vuestro rostro y vuestros miembros38: el que los formó sabe sí los formó al mismo tiempo que el alma o les infundió el alma cuando ya estaban formados. La madre desconocía el modo concreto de la aparición de sus hijos en su seno; pero estaba muy segura de que el que les había dado todo había de devolvérselo todo.
En presencia de un misterio tan profundo de la naturaleza humana especifique nuestro adversario lo que esta mujer ignoraba, evitando solamente acusarla de mentirosa o compararla por su ignorancia con los animales desposeídos de inteligencia. Lo que ella ignoraba pertenecía ciertamente a la naturaleza humana, no siéndole imputable su nesciencia.
Esto mismo digo yo de mi alma: no sé cómo vino a mi cuerpo, ni yo me la he dado a mí mismo. El que me la dio sabe si la sacó de mis padres o la creó para mí del mismo modo que hizo la del primer hombre. Yo también lo sabré, si le pluguiere enseñármelo. Por el momento lo ignoro, y no me avergüenzo de confesar mi ignorancia.
CAPITULO XVI
Excesos del adversario y prudencia de Agustín
26. Apréndelo, responde él, pues claramente lo enseña el Apóstol. Lo aprenderé, ciertamente, si lo enseña el Apóstol, porque es Dios quien habla por él. Pero ¿qué es lo que enseña el Apóstol? Copiamos del adversario: Dirigiéndose a los atenienses, expuso frecuentemente que es Dios quien da a todos la vida y el espíritu39. Nadie niega esto.«Pero entended bien, añade, lo que dice el Apóstol: es Dios quien da,y no: es Dios quien ha dado,lo que supone de parte de Dios una acción permanentey continua y no una acción pasada y perfecta o acabada. Y lo que da sin interrupción, lo da siempre, como existe siempre el que lo da».
He transcrito sus propias palabras, tales como las he encontrado en el segundo libro que me enviaste. Advierte en primer lugar hasta qué punto ha llegado al empeñarse en afirmar lo que ignora. Se ha atrevido a sostener que Dios da las almas a los que nacen no solamente ahora y durante el presente siglo, sino que las dará por tiempo indefinido y sin ninguna interrupción.«Da siempre, dice, como existe siempre el que las da». Lejos de mí negar que me parece que entiendo lo que el Apóstol enseña. Por lo que al adversario se refiere, debe comprender que su lenguaje es directamente contrario a la fe cristiana y que debe evitarlo o suprimirlo en lo sucesivo.
Después de la resurrección de los muertos ya no habrá nacimientos. Dios, por consiguiente, no creará nuevas almas, sino que ha de juzgar a las que en este siglo unió a los cuerpos. Síguese que no da siempre, aunque exista siempre el que da. Además, porque el Apóstol no dijo en tiempo pasado, dio, sino en presente, da, no puede deducirse lo que nuestro adversario intenta deducir, o sea, que las almas no son dadas por vía de generación. Pero, aun dadas por este medio, son siempre dadas por Dios.
El es quien da a los hombres los miembros del cuerpo, los sentidos del cuerpo, la forma y la sustancia del cuerpo, y se los da por vía de generación. Y porque dice el Señor: Si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se arroja al fuego, Dios así la viste40, y no dice vistió, como cuando la creó, sino que dice viste, que es acción presente, ¿negaremos que los lirios nacen de semillas de su especie? Y diciendo que es también Dios quien da el alma y el espíritu al hombre, mientras sean dados, ¿impediría entender que da las almas por vía de generación? Ni lo afirmo ni lo rechazo. Pero si hubiera de ser defendido o rechazado, encarezco que se haga en virtud de pruebas claras y ciertas y no con testimonios o argumentos ambiguos y dudosos.
No se sigue de aquí que yo haya de ser comparado a los animales desposeídos de la razón, por el hecho de que declare mi ignorancia en este punto. Antes al contrario, debo ser considerado entre los prudentes, ya que no tengo la temeridad de enseñar lo que ignoro. No es quo yo compare a mi adversario con los animales41, devolviéndole injuria por injuria, sino que le aviso o amonesto como a un hijo para que confiese su ignorancia y no se esfuerce en enseñar lo que todavía no ha aprendido, con el fin de que no merezca ser comparado, no ya a los animales, sino a aquellos hombres de quienes dice el Apóstol que alardean de doctores de la ley, sin entender lo que dicen ni lo que afirman42.
CAPITULO XVII
Análisis de varios textos paulinos
27. ¿Con qué fundamento interpreta los testimonios que entresaca de la Sagrada Escritura, de tal manera que, cuando dicen que Dios es el creador de los hombres, pretenda él que no lo es del cuerpo, sino tan sólo del alma y del espíritu? Según su criterio, las palabras del Apóstol: Somos del linaje del mismo Dios43, se refieren no al cuerpo, sino exclusivamente al alma y al espíritu. Si los cuerpos no han sido creados por Dios, es falso lo que escribió el mismo Apóstol: De él y por él y para él son todas las cosas44. El mismo Apóstol dice en otro pasaje: Porque así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer45.
Explique nuestro adversario qué transmisión quiso indicar: si era la del cuerpo, la del alma o de los dos a la vez. Como rechaza de plano que las almas se propaguen por vía de generación, resta que, según él y según todos los que como él rehúsan admitir la propagación de las almas, las palabras del Apóstol: Así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer, se apliquen únicamente al cuerpo masculino y al femenino, porque la mujer fue hecha del varón para que el varón naciera después de la mujer. Pero si al decir esto el Apóstol no intentaba referirse al alma, sino tan sólo al cuerpo peculiar a cada sexo, ¿por qué añadió en seguida: y todo viene de Dios, sino porque también los cuerpos son obra de Dios? Veamos sus propias palabras: Porque así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer, y todo viene de Dios.
Quisiéramos saber qué alcance da nuestro adversario a estas palabras. Si se refieren a los cuerpos, es indudable que los cuerpos vienen de Dios. Y entonces, ¿por qué siempre que con relación al hombre se lee en las Sagradas Escrituras ex Deo —de Dios—, deduce que solamente el alma es obra de Dios y no también el cuerpo? Si, por el contrario, cuando se dice: Y todo viene de Dios, se aplica a la vez al cuerpo de los dos sexos y al alma, hay que concluir que la mujer es hecha totalmente del varón. Así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer, y todo viene de Dios. ¿Qué comprende esta expresión colectiva: «todo», sino aquello de que hablaba el Apóstol, es decir, al hombre del cual es hecha la mujer, a la mujer que sale del hombre y al hombre que nace de la mujer? El hombre que nació de la mujer no es aquel del cual ella fue hecha, sino el que ha nacido después de la unión del hombre y de la mujer, como sucede hoy día en el orden de los nacimientos. Por lo tanto, si con estas palabras se refería el Apóstol a los cuerpos, hay que concluir, sin duda de ningún género, que los cuerpos de los dos sexos son obra de Dios.
Pero si nuestro adversario limita la acción actual creadora de Dios al alma y al espíritu, se seguiría que la mujer fue hecha del varón también en cuanto al alma y al espíritu, no dejándoles lugar a disputar a los que combaten la transmisión de las almas por vía de generación.
Si, finalmente, distingue entre el cuerpo y el alma y sostiene que la mujer salió del varón en cuanto al cuerpo y de Dios en cuanto al alma, ¿cómo serán verdaderas las palabras del Apóstol: y todo viene de Dios, si el cuerpo de la mujer es de tal manera obra del hombre que de ningún modo lo sea de Dios?
Por lo cual, prefiriendo lo que enseña el Apóstol a lo que afirma nuestro adversario, digo que la mujer ha sido hecha del varón, o bien únicamente según el cuerpo o bien según todo aquello de que consta la naturaleza humana: alma y cuerpo, no inclinándome por ahora a ninguna de estas proposiciones, pues aún debo investigar cuál de ellas es la verdadera.
Respecto del hombre, todavía subsiste la discusión sobre si nace de la mujer según toda su naturaleza, que incluye el alma y el cuerpo, o solamente en cuanto al cuerpo. Sin embargo, hay que afirmar absolutamente que todas las cosas vienen de Dios, esto es, el cuerpo y el alma, sean del hombre o sean de la mujer. Y al afirmar que vienen de Dios, no lo hacemos en el sentido de que vengan de la naturaleza divina o que sean una efusión o una emanación de la misma. Para que vengan de él y de él tengan el ser, basta que hayan sido creadas y hechas por él.
28. Insiste nuestro adversario: «Pero al decir el Apóstol que es Dios quien da a todos la vida y el aliento, añadiendo en seguida: Y él hizo de una sola sangre todo el linaje humano46, proclama que el alma y el espíritu provienen directamente de Dios y que el cuerpo es transmitido por generación». Al contrario, el que no quiera negar temerariamente la transmisión de las almas antes de que aparezca con claridad el modo de su origen, debe comprender que el Apóstol ha tomado la parte por el todo, al decir que Dios ha hecho de una sola sangre a todo el linaje humano. En efecto, si nuestro adversario cree lícito tomar la parte por el todo en este texto: Y fue así el hombre ser animado, a fin de poder aplicarlo al espíritu, que no menciona allí la Sagrada Escritura, ¿por qué no han de tener otros el mismo derecho de interpretar estas palabras: de una sola sangre, en el sentido de que designan al alma y al espíritu, puesto que el hombre, de que habla el texto, consta no sólo de cuerpo, sino también de alma y espíritu?
Los defensores de la transmisión de las almas por vía de generación no deben agobiar a sus adversarios, citándoles lo que el Apóstol dijo del primer hombre: En el cual todos pecaron47, y no: en el cual pecó toda carne; sino omnes, esto es, todos los hombres. Y como el hombre no es solamente cuerpo, acaso estas palabras: Todos los hombres, fueran dichas con tal intención que puedan ser interpretadas refiriéndolas únicamente al cuerpo.
Del mismo modo, nuestro adversario no debe estrechar a los partidarios de la transmisión de las almas por generación, arguyéndoles con el citado texto: El hizo de una sola sangre todo el linaje humano48, como si por vía de generación se transmitiera exclusivamente el cuerpo. Si es verdad, como éstos sostienen, que el alma no proviene del alma, sino tan sólo el cuerpo del cuerpo, las palabras de una sola sangre no designan al hombre completo, sino únicamente el cuerpo de un solo hombre, y las otras: En el cual todos pecaron, designarían solamente el cuerpo de todos los hombres, pues sólo éste es transmitido por generación, tomando así la Sagrada Escritura el lodo por la parte.
Pero si es cierto que todo el hombre, es decir, el cuerpo, el alma y el espíritu, se propaga mediante otro hombre, entonces la sentencia: En el cual todos pecaron, conserva íntegro su valor literal, mientras que la otra: De una sola sangre, es una metáfora con la que el todo es significado por la parte, es decir, todo el hombre, que consta de alma y cuerpo, o, como a nuestro adversario le agrada expresarse, de alma, espíritu y cuerpo.
Es frecuente encontrar en la Sagrada Escritura estos modismos, que consisten en tomar el todo por la parte y la parte por el todo. Así leemos: Toda carne vendrá hacia ti49, en donde la parte es tomada por el todo, porque la carne designa claramente al hombre entero. Al contrario, el todo es tomado por la parte cuando se dice que Jesucristo fue sepultado, porque solamente el cuerpo fue encerrado en el sepulcro.
Y volviendo al testimonio del Apóstol: El da a todos la vida y el aliento50, creo que desaparecerán todas las dificultades interpretándolo en conformidad con las reglas precedentes. Ciertamente es Dios quien da; pero todavía cabe preguntar de qué principio hace salir lo que da: si es mediante un nuevo soplo o es mediante generación. Con toda propiedad se dice que es Dios quien nos da la sustancia de la carne, no obstante que nos la da mediante la generación.
CAPITULO XVIII
Consecuencias de la recta interpretación de Gén 2,23
29. Examinemos ahora el texto del Génesis, en el cual se lee que, al darse cuenta el hombre de que tenía frente a sí a la mujer que había sido hecha de su costado, exclamó: Esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne51. Nuestro adversario opina queAdán debió decir: Alma de mi alma, o también espíritu de mi espíritu, si es cierto que el alma y el espíritu habían sido sacados de él, como lo fue el cuerpo. Por otra parte, los defensores de la transmisión del alma invocan en favor de su opinión que, a pesar de estar escrito que Dios quitó una costilla del costado del varón y que con ella formó a la mujer, no añade la Sagrada Escritura que Dios inspirara en su rostro el soplo de vida, concluyendo que su cuerpo salió ya vivo del varón. Si no hubiera sido así, continúan, de ningún modo la Sagrada Escritura hubiera guardado silencio sobre este asunto.
En cuanto a las palabras de Adán: Esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne, y no dijo: «esto es espíritu de mi espíritu y alma de mi alma», pueden responder ellos, acomodándose a las reglas antes formuladas, que aquí se entiende tomada la parte por el todo, el hueso y la carne por la persona entera, tanto más cuanto que la carne fue sacada del hombre en estado de vida perfecta y no muerta. Ningún hombre puede separar un trozo de carne del cuerpo humano y hacer que esa carne siga vivificada por el alma; pero ¿quién negará que le es posible a Dios, siendo omnipotente? Y cuando Adán añadió en seguida: Esto se llamará varona, porque del varón ha sido tomada52, ¿por qué no dijo que era la carne lo que había sido tomado del varón, con lo cual hubiera favorecido y confirmado la opinión de nuestros adversarios?
Mas los que piensan de otro modo pueden argüir que no está escrito que fuera solamente la carne lo que fue tomado del varón, sino la mujer entera, es decir, el cuerpo con el alma y el espíritu. Pues, aunque el alma no tiene sexo, sin embargo, cuando se habla de las mujeres, no se hace necesariamente abstracción del alma. De lo contrario, no las amonestaría el Apóstol sobre su ornato en estos términos: Asimismo oren también las mujeres, ataviándose con traje honesto, con recato y modestia, sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con obras buenas, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad53. La piedad reside ante todo en el alma o en el espíritu, y, no obstante, se dirige a las mujeres y las exhorta a que se adornen interiormente, en donde no hay distinción de sexos.
30. Habiendo razonado y discurrido así los partidarios de las dos opiniones, juzgo lo más prudente advertirles o aconsejarles a unos y a otros que no admitan ciegamente una doctrina cuyo fundamento desconocen, y que no afirmen temerariamente lo que ignoran. Pues, aunque estuviera escrito que Dios inspiró el aliento de vida en el rostro de la mujer y que fue hecha alma viviente, no se seguiría que el alma no pasa de los padres a los hijos por vía de generación, a no ser que de cada hijo estuviera esto claramente escrito, ya que pudo suceder que el cuerpo de la mujer fuera sacado inanimado del cuerpo del hombre, necesitando ser vivificado, mientras que el alma del hijo se transmitiría por la generación. Sobre esto se ha observado silencio: ni se ha negado ni se ha afirmado. Y si en alguna parte se ha hablado de ello, pruébese con documentos más explícitos.
Nada, por lo tanto, pueden concluir los defensores de la transmisión del alma fundados en que Dios no inspiró el soplo en el rostro de la mujer; mas tampoco los que la niegan deben creer que se hallan en lo cierto por el hecho de que Adán no dijo: «Alma de mi alma». Permaneciendo sin solucionarse esta cuestión en ninguno de los sentidos, es posible suponer que la Sagrada Escritura pasara en silencio tanto si la mujer recibió su alma por un soplo de Dios de la misma manera que la recibió el hombre como si Adán dijo: «Esto es alma de mi alma». Admitiendo, pues, que el alma de la primera mujer salió del varón, el todo está tomado por la parte en estas palabras: Esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne54, ya que la mujer había salido toda entera del hombre con su cuerpo y su alma, y no tan sólo el cuerpo. Pero si la mujer no recibió del varón el alma, sino que se la inspiró o infundió Dios como al varón, entonces el todo está tomado por la parte en este pasaje: La mujer fue saca del hombre, puesto que solamente fue sacado el cuerpo.
31. Todo lo que antecede es suficiente para concluir que los testimonios ambiguos aducidos no resuelven esta cuestión. Sin embargo, mi parecer es que los que sostienen que el alma de la mujer no salió do la del hombre, fundándose en que Adán no dijo: «Esto es alma de mi alma», sino carne de mi carne, argumentan como los apolinaristas u otros herejes semejantes, que niegan la existencia del alma en Jesucristo porque leen en el Evangelio: El Verbo se hizo carne55, y arguyen que, si Jesucristo hubiera tenido un alma, el hagiógrafo sagrado hubiera escrito: «El Verbo se hizo hombre».
Mas se les puede responder que la Sagrada Escritura designa frecuentemente con este nombre de carne al hombre entero, como, por ejemplo, en este pasaje: Y toda carne verá la salvación de Dios56; pues la carne no puede ver sin el concurso del alma. Aparte de que consta con claridad por otros lugares de la Sagrada Escritura que Jesucristo tenía no solamente cuerpo, sino también alma humana o racional.
Conclúyese de todo esto que los defensores de la transmisión de las almas por vía de generación pueden muy bien admitir que la parte está tomada por el todo en estas palabras: Hueso de mis huesos y carne de mi carne57, entendiéndose comprendida el alma como lo está en el Verbo cuando se dice que se hizo carne. Pero del mismo modo que hay muchos testimonios que prueban la existencia del alma en Jesucristo, ellos deben alegar testimonios claros y explícitos para mantener su doctrina de la transmisión de las almas. Por la misma razón instamos a los que se oponen a dicha transmisión a que prueben con documentos ciertos o válidos que Dios inspira o infunde a cada uno el alma mediante un nuevo soplo, y entonces podrán defender que estas palabras: Hueso de mis huesos y carne de mi carne58 no deben ser interpretadas en sentido figurado y designando el todo por la parte, sino en sentido estrictamente literal y aplicándolas únicamente a la carne.
CAPITULO XIX
Consejo de prudencia a los lectores
32. Después de haber llegado a estas conclusiones, sólo me resta terminar advirtiéndote que en este libro están contenidas todas las reflexiones que me parecían necesarias. Ahora deseo que los que las lean sepan que deben evitar asentir con el autor de los dos libros que me enviaste y creer que las almas son sacadas inmediatamente del soplo de Dios y no de la nada. El que esto crea, aun cuando lo niegue de palabra, tiene que admitir que las almas son de la misma sustancia de Dios y que participan esencialmente de su naturaleza; pues el ser es necesariamente de la misma naturaleza de aquel del cual recibe su origen o existencia. Nuestro adversario se contradice visiblemente al afirmar, por una parte, que las almas son del linaje de Dios no por naturaleza, sino por gracia, y, por otra, que de él reciben o tienen su origen y no de la nada. Y así, a pesar de haberlo negado, no duda atribuir el origen de las almas a la naturaleza misma de Dios.
33. A nadie prohibimos defender la creación de las almas por un nuevo hálito de Dios y que no son transmitidas por generación; mas vean los partidarios de esta doctrina si pueden encontrar algo en los libros sagrados que resuelva tan importante cuestión, o en sus propios raciocinios, que no sea contrario a la verdad católica. Pero no aleguen pruebas como las presentadas por nuestro adversario, el cual, no sabiendo qué decir y no queriendo suspender su juicio, sin medir la capacidad de sus fuerzas y rehusando observar prudente silencio, se atrevió a proclamar que «el alma había merecido ser mancillada por la carne y llegar a ser pecadora», no habiendo contraído antes de su unión mérito alguno, ni bueno ni malo. Y todavía añade que «el pecado original de los niños que mueren sin el bautismo puede ser borrado y que por ellos puede ser ofrecido el sacrificio del cuerpo de Jesucristo», a pesar de que no habían sido incorporados a él por sus sacramentos y en su Iglesia, y, finalmente, que «los muertos sin haber sido purificados por las aguas regeneradoras no sólo pueden gozar del descanso o reposo eterno, sino también entrar en el reino de los cielos».
Tiene todavía otros muchos absurdos y contradicciones, que no he recogido e insertado en este libro por parecerme excesivamente prolijo. No quisiéramos que la transmisión de las almas, si es falsa, fuera rechazada por tales adversarios, ni que su creación por un nuevo soplo de Dios, si es verdadera, fuera por ellos defendida.
Cuatro errores que hay que evitar.?Debe seguir la investigación
34. Por lo tanto, los que quieran sostener que el alma es dada a cada uno de los que nacen por un nuevo hálito divino y que no pasa de los padres a los hijos mediante el acto de la generación, deben evitar a toda costa alguno de los cuatro errores que he enumerado, a saber, que no digan: a) que Dios hace a estas almas ser pecadoras a causa del pecado original de otro; b) que los niños que mueren sin el bautismo pueden entrar en el reino de los cielos y gozar de la vida eterna, porque su pecado original será borrado por un medio o por otro; c) que las almas pecaron antes de su unión con la carne y que, a consecuencia de esta falta, fueron encerradas en una carne pecadora; d) y, finalmente, que han sido castigados los pecados que realmente no cometieron estas almas, pero cuya comisión había sido prevista en la presciencia divina, y que, debido a estos pecados, no les fue permitido llegar a la edad en la cual los hubieran cometido.
No se adhieran a ninguno de estos errores. Todos son falsos e impíos. Antes bien, investiguen si hay en la Sagrada Escritura testimonios claros y explícitos con los que puedan defender esta cuestión. No sólo no me opondré a esto, sino que tendrán mis votos y bendeciré sus esfuerzos. Pero si no encuentran apoyo cierto y válido en las sagradas páginas y, por falta de pruebas, se ven precisados a afirmar alguno de estos cuatro errores, teman que por la misma falta de pruebas vayan a sostener que las almas de los niños están limpias del pecado original, como lo proclama la herejía pelagiana, herejía detestable y recientemente condenada. Es mejor y más laudable confesar la ignorancia de lo que no se sabe que precipitarse en una herejía ya condenada o fomentar una nueva al defender temerariamente y con empeño lo que se ignora.
Además de estos errores, ha emitido nuestro adversario otras opiniones falsas y absurdas, que son menos peligrosas, pero que también se alejan de la verdad. Como son muchas, me propongo, con la ayuda de Dios, escribirle directamente a él y le expondré lo que en ellas hay de erróneo, o al menos examinaré las que pudiere.
CAPITULO XX
Despedida magnánima y afectuosa
35. Al comenzar a escribir este libro, pensé desde el primer momento dirigírtelo o dedicártelo a ti con preferencia a cualquiera otro, en prueba de gratitud, porque, como verdadero católico y buen amigo, con fidelidad y afecto has mantenido nuestra amistad y has apreciado mi grande estima por ti. En cuanto al libro, puedes darlo a leer o a copiar a los que juzgares conveniente.
He creído un deber reprimir y corregir la presunción de este joven; pero, dándole al mismo tiempo pruebas de mi amor, no he pretendido condenarlo, sino enmendarlo y facilitarle así que en esta gran casa que es la Iglesia católica, a cuyo seno lo trajo la divina misericordia, progrese de tal manera que llegue a ser en ella un vaso de honor útil al Señor, siempre dispuesto a toda obra buena, viviendo vida santa y enseñando doctrina sana59.
Y si a él debo amar, como lo hago, ¿cuál no ha de ser mi afecto por ti, hermano predilecto, conociendo como conozco tu benevolencia hacia mí y tu fe católica, tan prudente como segura? Ese tu sincero amor, verdaderamente fraternal, fue el que te indujo a mandar transcribir y enviarme después aquellos libros que tanto te desagradaron y en los cuales encontraste mi nombre cubierto de ofensas y ultrajes. Lejos de mí que me moleste por esta prueba de tu aprecio; antes al contrario, con pleno derecho debería enojarme, en nombre de la amistad, si hubieras procedido de otro modo. Recibe, pues, el testimonio de mi viva gratitud. Comprenderás cómo me ha agradado tu conducta, sabiendo que, apenas leí tales libros, en seguida comencé a escribir éste, que a ti te dirijo y dedico.